Una novela exquisita
septiembre 12, 2008 DESGAJAR LA BELLEZA
Un libro que celebra la creación, y dentro de la creación, las dos cimas de ella: es decir, la música y la mujer. Un libro que hay que leer con música de fondo, preferiblemente de Roberto Schumann y Brahms. Que hay que leer si es posible con una mujer al lado, con una mujer amada, que además sea ajena, es decir, que sólo se pueda tener un instante, como la inspiración, como la iluminación que da origen a la obra de arte. Un libro breve, bravo, sustancioso, juicioso, sin temor a lo cursi, porque el amor, querámoslo o no, es cursi cuando es visto desde la amargura del desamor. Un libro extremadamente femenino, escrito por un alma femenina que está dentro del cuerpo de un hombre. Un libro que muestra su buena estirpe al no ser publicado por una gran editorial, con un gran tiraje y con una publicidad estrepitosa. Un libro tan modesto como para aspirar a resumir el mundo entero en cien páginas, sin olvidarse de nada de lo bello, de lo armonioso, de lo perfecto. Un libro que se atreve a cantar la perfección de una película al lado de la perfección del único concierto para violín y orquesta de Beethoven. Un libro que canta la perfección de un BMW y de un buen olor. Un libro para los que aspiran a una vida de placer interminable. UN libro que sería leído amorosa y apasionadamente por Walt Whitman. Qué escándalo, una novela llena de citas: páginas y páginas de citas de Cioran, Porchia, Borges, Cavafis. Un libro en el que los amantes quieren vivir la vida de los tríos de amantes célebres: Brahms, Schumann y Klara; Betina, Goethe y Beethoven. Una novela que tiene por protagonistas a dos y hasta tres amantes que son sibaritas del amor, diletantes, practicantes del secreto, y que no se desbarrancan en actos circenses desde la primera página sino que le dan pausa al amor y comienzan en el tercer capítulo con la adoración de los pies de la amada, y en el siguiente capítulo celebran los colores y en el siguiente los olores. Una novela con teorizaciones sobre el amor y sobre el beso. "Besar es darse. La forma más espontánea, cálida y perfecta de darse. Pero en la misma medida besar es recibir. Porque quien besa acepta al otro. Lo recibe y lo hace suyo. De forma irrevocable." Un libro que repite las viejas fórmulas sin rubor y dice lo ya dicho sin espanto. Lo horroroso del amor es que es algo que casi todos vivimos de la misma manera y que casi todos creemos vivir con absoluta originalidad. El enamorado es el ingenuo a morir y por eso es el único auténticamente feliz. Que sea o no el amor mentira o invento hay que apuntarlo a lo que ya nada importa. Una novela que es una enumeración de gustos personales, de placeres.
Una novela escrita para el placer propio, no pensando en los demás. Porque las novelas que se escriben para los demás están irremediablemente condenadas a la indigencia. (Uno, como cualquier bárbaro, cree que los demás son imbécibes. Y eso ha sucedido desde siempre. Oigan lo que dijo un indígena Caribe habitante de las inmediaciones del Orinoco en 1740: Solamente nosotros somos gente. Todos los demás son esclavos. Oigan lo que dijo Protágoras: El hombre es la medida de todas las cosas. Oigan lo que dice cualquier pueblo que se cree civilizado: Todos los demás son bárbaros. Y es por eso que las novelas que tocan el nervio de la muela de la creación son las que uno escribe para sí mismo, porque uno cree que sólo uno tiene la razón. Y sólo creyendo eso puede escribir algo que valga la pena. Y por eso, óiganlo, las verdaderas obras de arte se reciben con sospecha, de soslayo, y el buen novelista tiene que vivir en contra de su gente. El novelista que vive en complacencia de críticos, editores y público es digno de toda sospecha: o es un verdadero genio que rebalsó todos los diques, o es una puta que con todos se acuesta y que no tiene horas de sueño, pues se debe a sus clientes. Pienso ahora en todas esas editoriales que publican tanta paja. ¿Por qué cometen ese innombrable pecado? ¿Qué les ha hecho la humanidad para que sean tan despiadadas con la pobre naturaleza exfoliada y con el hombre, tan desespiritualizado? Las editoriales no tienen la culpa; la tienen los escritores medianos que en ellas trabajan y todo lo juzgan con los anteojos de la envidia. Lo que es bueno no debe pasar, hay que hundirlo y ocultarlo. Así es la lógica del mundo editorial que conozco. Y por eso Ruvalcaba debe estar satisfecho con el papel de escritor marginal que ha tenido que jugar frente a los podres editoriales. Lo mejor es tener apenas lo mínimo para escribir, disfrutar de una migaja de atención, de modo que la diosa perra, la fama, no tuerza los talentos y desgarre las obras en proceso.
Leo el memorial de gustos de Ruvalcaba y parece que estoy leyendo mis mismas opiniones, disfrutando mis gustos: el violín, las mujeres, la música. Leo: "Me declaro enemigo acérrimo de las novelas forzadamente densas y complejas. Prefiero leer lo que me produce placer, alegría, deleite" ¿No es acaso esto la fuente misma de donde mana la literatura y lo que busca la literatura: el placer? Si no fuimos hechos para el placer, ¿entonces para qué? ¿Qué sentido tiene vivir? Leo las páginas de Desgajar la belleza[1] y me las apropio. Ruvalcaba ha escrito lo que yo pienso, y eso es lo que hace que sea un escritor que me proporcione placer, es mi reflejo. La lectura es un acto de narcisismo: porque nos refleja nos gusta. Leo: "El acto escritural es eminentemente festivo y hondo y cuando un escritor escribe, cuando está escribiendo se advierte en otro ámbito, como que tiene la vida en un puño. " Días antes de leer el libro de Ruvalcaba, estaba yo escribiendo un cuento sobre el Amazonas y encontré esta expresión: "Tocar el nervio de la vida". Eso es escribir. No otra cosa. Que las mujeres son seres infinitamente más dotados para la vida plena que los hombres, es otra idea que comparto con Eusebio. La idea se repite varias veces en esta novela que leí con el placer de quien lee algo que no parece una novela, sino unas palabras sencillas dirigidas a una mujer amada y perdida en los brazos de otra. Leo: "La mujer es una de día y otra de noche; los hombres no, somos seres vulgares, sin secretos, prodigio ni misterio. Insólitamente planos, anodinos. La mujer en cambio es el ser más alto de la creación, y todo en torno suyo resplandece, brilla con luz propia, como un sol." Y al terminar de leer estas líneas, me pregunto:
¿Será esto cierto? Y me respondo: No, claro que no. Y agrego: Además no importa si es cierto o no lo que escribe Ruvalcaba, porque la literatura no se hizo para decir verdades, sino para pronunciar fórmulas de encantamiento, para hacernos creer, y eso es lo importante no sólo en los libros sino en la vida. Creer, disfrutar, gozar, ser felices, eso es lo que importa, y no el descubrimiento de nuevas partículas en el átomo. Entonces, nos preguntaremos: ¿Para qué existen partículas aparentemente inexistentes de tan fugaces en el átomo? Respondo, para hacer felices a los hombres, para que sepan que el universo no se agota en un esquema planetario. Para que no les pase lo que le sucedió al infeliz de Alejandro Magno: que un día halló que no había -o no parecía haber- más mundos que conquisar. La certeza del infinito es la que nos hace felices, y también nos hace felices, desesperadamente felices, la certeza de la muerte: sabemos que tenemos un tiempo limitado para disfrutar del infinito y por eso debemos apurarnos a ser felices. Leo: "Esa propiedad tienen las mujeres y sólo ellas: enunciar frases lapidarias de un modo tan candoroso, que en comparación la caída de una hoja produce un estrépito." Comparto de nuevo esta frase porque la he vivido: la mujer sabe del mundo lo que ella no sabe que sabe. Hay razones en las mujeres que las razones del hombre no entiende.
Habría una larga y deliciosa forma de leer o releer esta novela, Desgajar la belleza, que sería la siguiente: detenerse cada vez que el narrador menciona una pieza de Schumann, Brahms, Grieg, y escucharlas. Luego seguir con la lectura. Detenerse al terminar un capítulo y hacer el amor. Porque gracias a la lectura, al escuchar la música, se podrá magnificar la propia vida y disfrutarla. Leo: "No creo que nada ni nadie supere a la mujer en el ejercicio de la tortura." Y de nuevo estoy de acuerdo: las mujeres son las mejores torturadoras, porque saben que la única verdadera condición que conduce a la felicidad es la infelicidad; a la plenitud, la ausencia; a la saciedad, el hambre. Por eso noventa por ciento de las veces las mujeres dicen no, aunque su coñito diga sí.
Desgajar la belleza me ha hecho recuperar la confianza en la novela y me ha dado la certeza de que vale la pena seguir escribiendo. Si él pudo escribir lo que yo pienso, si yo pude abandonar todos mis trabajos para dedicarme una mañana entera a vivir los sueños de Ruvalcaba, si este breve tratado de sueños puede ser compartido por otros lectores es que no todo está perdido. Contra el caos de la realidad que nos circunda se levanta todos los días que encontramos una novela como esta un nuevo orden: el del arte.
Marco Tulio Aguilera
[1] Eusebio Ruvalcaba, Desgajar la belleza, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Veracruzano de Cultura, Coleccón Los Cincuenta, México-Xalapa, 1999.
Un libro que celebra la creación, y dentro de la creación, las dos cimas de ella: es decir, la música y la mujer. Un libro que hay que leer con música de fondo, preferiblemente de Roberto Schumann y Brahms. Que hay que leer si es posible con una mujer al lado, con una mujer amada, que además sea ajena, es decir, que sólo se pueda tener un instante, como la inspiración, como la iluminación que da origen a la obra de arte. Un libro breve, bravo, sustancioso, juicioso, sin temor a lo cursi, porque el amor, querámoslo o no, es cursi cuando es visto desde la amargura del desamor. Un libro extremadamente femenino, escrito por un alma femenina que está dentro del cuerpo de un hombre. Un libro que muestra su buena estirpe al no ser publicado por una gran editorial, con un gran tiraje y con una publicidad estrepitosa. Un libro tan modesto como para aspirar a resumir el mundo entero en cien páginas, sin olvidarse de nada de lo bello, de lo armonioso, de lo perfecto. Un libro que se atreve a cantar la perfección de una película al lado de la perfección del único concierto para violín y orquesta de Beethoven. Un libro que canta la perfección de un BMW y de un buen olor. Un libro para los que aspiran a una vida de placer interminable. UN libro que sería leído amorosa y apasionadamente por Walt Whitman. Qué escándalo, una novela llena de citas: páginas y páginas de citas de Cioran, Porchia, Borges, Cavafis. Un libro en el que los amantes quieren vivir la vida de los tríos de amantes célebres: Brahms, Schumann y Klara; Betina, Goethe y Beethoven. Una novela que tiene por protagonistas a dos y hasta tres amantes que son sibaritas del amor, diletantes, practicantes del secreto, y que no se desbarrancan en actos circenses desde la primera página sino que le dan pausa al amor y comienzan en el tercer capítulo con la adoración de los pies de la amada, y en el siguiente capítulo celebran los colores y en el siguiente los olores. Una novela con teorizaciones sobre el amor y sobre el beso. "Besar es darse. La forma más espontánea, cálida y perfecta de darse. Pero en la misma medida besar es recibir. Porque quien besa acepta al otro. Lo recibe y lo hace suyo. De forma irrevocable." Un libro que repite las viejas fórmulas sin rubor y dice lo ya dicho sin espanto. Lo horroroso del amor es que es algo que casi todos vivimos de la misma manera y que casi todos creemos vivir con absoluta originalidad. El enamorado es el ingenuo a morir y por eso es el único auténticamente feliz. Que sea o no el amor mentira o invento hay que apuntarlo a lo que ya nada importa. Una novela que es una enumeración de gustos personales, de placeres.
Una novela escrita para el placer propio, no pensando en los demás. Porque las novelas que se escriben para los demás están irremediablemente condenadas a la indigencia. (Uno, como cualquier bárbaro, cree que los demás son imbécibes. Y eso ha sucedido desde siempre. Oigan lo que dijo un indígena Caribe habitante de las inmediaciones del Orinoco en 1740: Solamente nosotros somos gente. Todos los demás son esclavos. Oigan lo que dijo Protágoras: El hombre es la medida de todas las cosas. Oigan lo que dice cualquier pueblo que se cree civilizado: Todos los demás son bárbaros. Y es por eso que las novelas que tocan el nervio de la muela de la creación son las que uno escribe para sí mismo, porque uno cree que sólo uno tiene la razón. Y sólo creyendo eso puede escribir algo que valga la pena. Y por eso, óiganlo, las verdaderas obras de arte se reciben con sospecha, de soslayo, y el buen novelista tiene que vivir en contra de su gente. El novelista que vive en complacencia de críticos, editores y público es digno de toda sospecha: o es un verdadero genio que rebalsó todos los diques, o es una puta que con todos se acuesta y que no tiene horas de sueño, pues se debe a sus clientes. Pienso ahora en todas esas editoriales que publican tanta paja. ¿Por qué cometen ese innombrable pecado? ¿Qué les ha hecho la humanidad para que sean tan despiadadas con la pobre naturaleza exfoliada y con el hombre, tan desespiritualizado? Las editoriales no tienen la culpa; la tienen los escritores medianos que en ellas trabajan y todo lo juzgan con los anteojos de la envidia. Lo que es bueno no debe pasar, hay que hundirlo y ocultarlo. Así es la lógica del mundo editorial que conozco. Y por eso Ruvalcaba debe estar satisfecho con el papel de escritor marginal que ha tenido que jugar frente a los podres editoriales. Lo mejor es tener apenas lo mínimo para escribir, disfrutar de una migaja de atención, de modo que la diosa perra, la fama, no tuerza los talentos y desgarre las obras en proceso.
Leo el memorial de gustos de Ruvalcaba y parece que estoy leyendo mis mismas opiniones, disfrutando mis gustos: el violín, las mujeres, la música. Leo: "Me declaro enemigo acérrimo de las novelas forzadamente densas y complejas. Prefiero leer lo que me produce placer, alegría, deleite" ¿No es acaso esto la fuente misma de donde mana la literatura y lo que busca la literatura: el placer? Si no fuimos hechos para el placer, ¿entonces para qué? ¿Qué sentido tiene vivir? Leo las páginas de Desgajar la belleza[1] y me las apropio. Ruvalcaba ha escrito lo que yo pienso, y eso es lo que hace que sea un escritor que me proporcione placer, es mi reflejo. La lectura es un acto de narcisismo: porque nos refleja nos gusta. Leo: "El acto escritural es eminentemente festivo y hondo y cuando un escritor escribe, cuando está escribiendo se advierte en otro ámbito, como que tiene la vida en un puño. " Días antes de leer el libro de Ruvalcaba, estaba yo escribiendo un cuento sobre el Amazonas y encontré esta expresión: "Tocar el nervio de la vida". Eso es escribir. No otra cosa. Que las mujeres son seres infinitamente más dotados para la vida plena que los hombres, es otra idea que comparto con Eusebio. La idea se repite varias veces en esta novela que leí con el placer de quien lee algo que no parece una novela, sino unas palabras sencillas dirigidas a una mujer amada y perdida en los brazos de otra. Leo: "La mujer es una de día y otra de noche; los hombres no, somos seres vulgares, sin secretos, prodigio ni misterio. Insólitamente planos, anodinos. La mujer en cambio es el ser más alto de la creación, y todo en torno suyo resplandece, brilla con luz propia, como un sol." Y al terminar de leer estas líneas, me pregunto:
¿Será esto cierto? Y me respondo: No, claro que no. Y agrego: Además no importa si es cierto o no lo que escribe Ruvalcaba, porque la literatura no se hizo para decir verdades, sino para pronunciar fórmulas de encantamiento, para hacernos creer, y eso es lo importante no sólo en los libros sino en la vida. Creer, disfrutar, gozar, ser felices, eso es lo que importa, y no el descubrimiento de nuevas partículas en el átomo. Entonces, nos preguntaremos: ¿Para qué existen partículas aparentemente inexistentes de tan fugaces en el átomo? Respondo, para hacer felices a los hombres, para que sepan que el universo no se agota en un esquema planetario. Para que no les pase lo que le sucedió al infeliz de Alejandro Magno: que un día halló que no había -o no parecía haber- más mundos que conquisar. La certeza del infinito es la que nos hace felices, y también nos hace felices, desesperadamente felices, la certeza de la muerte: sabemos que tenemos un tiempo limitado para disfrutar del infinito y por eso debemos apurarnos a ser felices. Leo: "Esa propiedad tienen las mujeres y sólo ellas: enunciar frases lapidarias de un modo tan candoroso, que en comparación la caída de una hoja produce un estrépito." Comparto de nuevo esta frase porque la he vivido: la mujer sabe del mundo lo que ella no sabe que sabe. Hay razones en las mujeres que las razones del hombre no entiende.
Habría una larga y deliciosa forma de leer o releer esta novela, Desgajar la belleza, que sería la siguiente: detenerse cada vez que el narrador menciona una pieza de Schumann, Brahms, Grieg, y escucharlas. Luego seguir con la lectura. Detenerse al terminar un capítulo y hacer el amor. Porque gracias a la lectura, al escuchar la música, se podrá magnificar la propia vida y disfrutarla. Leo: "No creo que nada ni nadie supere a la mujer en el ejercicio de la tortura." Y de nuevo estoy de acuerdo: las mujeres son las mejores torturadoras, porque saben que la única verdadera condición que conduce a la felicidad es la infelicidad; a la plenitud, la ausencia; a la saciedad, el hambre. Por eso noventa por ciento de las veces las mujeres dicen no, aunque su coñito diga sí.
Desgajar la belleza me ha hecho recuperar la confianza en la novela y me ha dado la certeza de que vale la pena seguir escribiendo. Si él pudo escribir lo que yo pienso, si yo pude abandonar todos mis trabajos para dedicarme una mañana entera a vivir los sueños de Ruvalcaba, si este breve tratado de sueños puede ser compartido por otros lectores es que no todo está perdido. Contra el caos de la realidad que nos circunda se levanta todos los días que encontramos una novela como esta un nuevo orden: el del arte.
Marco Tulio Aguilera
[1] Eusebio Ruvalcaba, Desgajar la belleza, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Veracruzano de Cultura, Coleccón Los Cincuenta, México-Xalapa, 1999.
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