Romeo y Julieta (El concepto de amor en Shakespeare V)

junio 15, 2016

(Quinta y última conferencia de la serie que ofrecí en la Unidad de Humanidades de la Universidad Veracruzana hace varios años)

Romeo y Julieta  prueba la ya vieja verdad de que el verdadero gran amor es el amor imposible. Julieta es impul­sada al matrimonio con Paris, un joven noble y de fortuna. Pero ante este destino anunciado se interpone Romeo, quien desencadenará la tragedia, y por lo tanto, el amor; o a la inversa, que en literatura casi son lo mismo tragedia y amor: recordar a Heathcliff y Cathy, a Efraín y María y a una cauda interminable de amores desventurados.
Aún antes de conocer a Julieta, Romeo anda trastornado. Su padre describe su situación:
          "Más de una mañana he visto a Romeo en el bosquecillo de sicomoros, aumentando con lágrimas el fresco rocío de la mañana, y añadiendo más nubes a las nubes con sus hondos suspiros; pero tan pronto como el sol, que todo lo anima, empieza en el más lejano oriente a descorrer las umbrosas cortinas del lecho de la aurora, mi melan­cólico hijo escapa de la luz a la casa, y se aprisiona a solas en su cuarto: cierra las ventanas, deja fuera la hermosa luz del día, y se hace una noche artificial. Negro y extraño ha de resultar este humor, a no ser que un buen consejo elimine la causa"

¿Cuál es el motivo de las tribulaciones de Romeo? No es amor, puesto que todavía no conoce a Julieta, sino un estado de ánimo propi­cio, una predisposición, un estado receptivo del alma, una susceptibili­dad especial. Susceptibilidad que hallará su recipien­te en Julieta. En cuanto logra verla --tras colarse disfrazado a una fiesta de los Capuleto-- cae virtualmente fulminado de amor [1]. Vale la pena reproducir la escena en plenitud:
          ROMEO (En monólogo, en cuanto ve a Julieta) ¡Ah, enseña a las antorchas a brillar claro! ¡Parece colgar sobre la mejilla de la noche como una rica joya en la oreja de una etíope! ¡belleza demasiado rica para usarse, demasiado preciosa para la tierra! ¡Así parece una nívea paloma entre una parvada de cuervos, como esa dama por encima de sus acompañantes. Terminada la pieza observaré dónde se pone, y haré feliz mi ruda mano tocando la suya. ¿Amaba mi corazón hasta ahora? !Jura que no, vista mía! !Pues nunca he visto verdadera belleza hasta esta noche!
         (...)

Es la belleza de Julieta la que enamora a Romero. Platón, en El simposio señala que en el camino ascendente hacia el amor, el hombre se ve atraído primero por lo exterior, y gradualmente se va elevando hacia otras esferas. Es por lo tanto, primero un encanta­miento, un sojuzgamiento que la persona amada ejerce hacia el amado. Luego, con la interposición de obstáculos, el amor crece, como sucede en la leyenda de Tristán e Isolda: el amor cuanto más imposible, más se magnifica.
         Los enamo­rados  son pintados por  Shakespeare como entidades duales: son santos y son demonios. La dualidad: he ahí uno de los secretos más grandes del amor.
         Se inicia el juego del amor en el que el concepto de pecado se invierte. Gracias al pecado de haberle rozado la mano, Romeo se permite besar a Julieta. Y para borrar ese pecado, ahora será Julieta la que pida un beso.
          JULIETA. Entonces mis labios tienen el pecado que han tomado.
          ROMEO. ¿Pecado de mis labios?  !Oh invasión dulcemente reprochada! Devuélveme mi pecado. (La vuelve a besar).

Ahora Julieta demuestra que no es de ninguna manera novata en las

lides del amor:

          JULIETA. Besas conforme a las reglas del arte.

Según Romeo en uno de sus soliloquios amor es:

           --Humo que sale del vaho de los suspiros
           --Al disiparse, un fuego que chispea en los ojos de los      amantes; al ser sofocado, un mar nutrido por las lágimas de          los amantes
           --Una locura muy sensata
           --Una hiel que ahoga
           --Una dulzura que conserva

Romeo exalta a su amada: "El sol que todo lo ve nunca ha visto su parangón desde que empezó el mundo".
         La nodriza, hablando con la madre de Julieta, hace broma de las inclinaciones amorosas de la niña desde su pubertad:

          SEÑORA CAPULETO. No tiene todavía catorce años.
          NODRIZA. Apuesto catorce dientes a que no tiene catorce años. ¿Cuánto falta para el primero de agosto?
          SEñORA CAPULETO. Quince días y pico.
          NODIRZA. Con pico o redondos, ése es el día del año: cuando llegue la víspera del primero de agosto por la noche tendrá los catorce (...)A los once años ya se tenía sola; ya lo creo, por la cruz, que sabía correr y patalear por ahí; pues precisamente el día antes se había partido la frente; y entonces mi marido levantó a la niña: <<Eso --le dice--: ¿con que te caes de cara? Te caerás de espalda cuando tengas más entendimiento: ¿verdad que sí, Juli?>> Y, por Nuestra Señora, que esa granujilla dejó de llorar y dijo: <<Sí>> ¡Hay que ver ahora, cómo una broma viene a cuento! De veras, que aunque viva mil años, nunca lo olvidaré: <<¿Verdad que sí, Juli?>>, le dice él, y ella, tontuela, se consoló y dijo: <<Sí>>.

¿Qué sugiere, o más que sugerir, dice, la nodriza? Pues que Julieta, desde muy pequeña, ya conocía, aunque de habladas, el destino al que estan dirigidas las mujeres. Y no sólo lo sabía, sino que parecía comenzar a disfrutarlo desde entonces.

Al pasar frente a la casa de su amada dice Romeo: "¿Puedo pasar de largo si mi corazón está aquí?". Y al decirlo coincide con Fray Luis de León, quien en su glosa al Cantar de los Cantares señala que el amado al amar, se pierde a sí mismo y a su volun­tad.
         Como vemos, Romeo pasa de una altísima metáfora (los ojos de su amada pueden hacer a los pájaros confundir la noche con el día) a una trivialidad, un lugar común.

          JULIETA. ¡Ay de mí!
          ROMEO. ¡Habla! Oh, vuelve a hablar, claro ángel!, pues eres tan glorioso para esta noche,  apareciendo sobre mi cabeza, como un helado mensajero del cielo ante los asombrados ojos en blanco de los mortales, cuando caen de espaldas al mirarle caminando por las nubes de perezoso paso, y navegando por los  senos del aire.

Decía Dante de su Beatriz, que no parecía hija de mortales sino de dioses. Así, Romeo exalta de Julieta comparándola con un mensajero celestial, que dejaría pasmados a quienes la contempla­ran. En el amor se da una magnificación del ser amado, una mitificación, una cortina de humo. Se niegan las pequeñeces y se engrandecen las virtudes.
         El amor hace que el hombre reniegue de su pasado, que asuma una nueva identidad. Tal característica es notable en el siguiente pasaje:
          JULIETA. ¡Ah, Romeo, Romeo! ¿Por qué eres Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu nombre; o, si no quieres, sé sólo mi amor por juramento, y yo no seré más una Capu­leto.
          ROMEO. Te tomo por tu palabra: llámame sólo amor, y me bautizaré de nuevo; desde ahora jamás seré Romeo.
                                                             
Cualquiera pensaría que las palabras de Romeo son retórica, música de palabras entre amantes que poco significado tienen. Pero si se piensan con detenimiento, se descubre la profunda verdad que encierran. En efecto, cuando alguien ama, más le valdría cambiar de nombre, pues en efecto ya es otra persona.

         ¿Quién duda que el amor es atrevido? Veámoslo en la obra:JULIETA. ¿Cómo has llegado hasta aquí, dime y para qué? Las tapias del jardín son altas y difíciles de trepar, y este lugar es mortal, considerando quien eres, si alguno de mis parientes te encuentra  aquí.
          ROMEO. Con las ligeras alas del amor sobrepasé estos muros,  pues las lindes de piedra no pueden sujetar fuera al amor,  y, lo que pueda hacer el amor, se atreverá a intentarlo el amor.
          JULIETA. Si te ven aquí te asesinarán.
          ROMEO. Ay, más peligro existe en tus ojos que en veinte de sus espadas: sólo con que me mires con dulzura, tengo armadura contra su enemistad.

El enamorado se cree invulnerable. Vive como un niño, con poca conciencia del peligro: por eso se aventura y por eso disfruta de la vida sin temores.
         Hay una escena tenuemente erótica, en la cual, Romeo se lanza a solicitar una mayor intimidad:
          ROMEO. ¡Ah! ¿Me vas a dejar así tan insatisfecho?

La respuesta de Julieta es a la vez sutil y cortante, asombrosa para una joven de su edad: "¿qué satisfacción puedes tener esta noche?"

En el juego de las palabras Julieta se muestra profunda como el más hondo de los poetas: "Sólo deseo lo que tengo: mi generosidad es ilimitada como el mar, y mi amor tan hondo como él: cuanto más te doy, más tengo, pues ambos son infinitos".

Lo que Julieta le pide al amoroso que llega a su balcón es promesa de matrimonio. Honestidad, fidelidad, no juego vano, sino compromi­so. Julieta desdeña las largas vías de asedio y da un salto brutal, en su segundo encuentro. Apenas si conoce la voz, y la silueta de su amado  y ya solicita matrimonio u olvido: no es trágica sino implacable.
         Fray Lorenzo afirma que el amor de los jóvenes reside en los ojos: es superficial, corresponde a la impresión que la belleza física ocasiona en quien lo sufre. Nos podemos preguntar si el amor de Romeo y Julieta no corresponde a este tipo de clasifica­ción, puesto que muy poco es lo que han podido verse  y mucho lo que se opone a la relación. Se repite la vieja certeza  de que más se aprecia lo que se consigue con mayor dificultad.
         Los griegos llamaban al enamoramiento "una especie da rabia o locura". Shakespeare sin duda conocía los textos de los filósofos que lo precedieron.
     "El loco de amor es como un idiota, que corre de acá para allá para meter su juguete en un agujero", dice Mercucio, amigo de
Romeo, que presenta la otra faceta del amor: un simple subterfugio que oculta que el precio de todo se reduce a la compra de la carne. Romeo no es tan casto como podría pensarse ni Julieta tan puritana como algunos quieren interpretar. Romeo quiere solución inmmediata, pago pronto a las urgencias del amor; Julieta quiere someterse al rito religioso y a los subterfugios de cuerpo y alma. Romeo es prototipicamente hombre y Julieta esencialmente hembra.          Shakespeare, profundo conocedor de la naturaleza humana y gran ironista, utiliza a Mercucio para jugar con el concepto de amor, que enloquece a los hombres y los pone inquietos, hasta que el amor se consuma de una forma puramente fisiológica: metiendo el juguete en un agujero. Mucho se le ha reprochado al autor esta tendencia, frecuente en sus obras, a recurrir a palabras fuertes, a concep­tos que aunque ruboricen y escandalicen a los pudibundos, resul­tan para espíritus leves ser estrictamente reales. Hay que recordar que el teatro de Shakespeare se escenificó fuera de las murallas de Londres, para esquivar los embates de la censura municipal, dominada por los puritanos y que sus espectadores eran gente basta, que exigía diversión e incluso realismo truculento. Era, por lo tanto, un teatro fuerte, atrevido, que disfrutaba criticando y haciendo uso de las debilidades humanas.
          ROMEO. !Amén  amén!, pero venga la tristeza que venga, no puede contrapesar el intercambio de gozo que me da  un solo breve minuto de la vista de ella. Reúne nues­tras manos con sagradas palabras, y luego que la muer­te, devoradora del amor, haga lo que se atreva a hacer: ya es bastante solo que pueda llamarla mía.
          FRAY LORENZO. Estos violentos deleites tienen fines violentos, y mueren en su triunfo, como el fuego y la pólvora, que se consumen al besarse: la más dulce miel empalaga en su propia delicia y echa a perder el apeti­to con probarla: así que ama con moderación: eso es lo que hace el amor duradero: quien se precipita llega tan tarde como quien va lento.
                                                             
El consejo de Fray Lorenzo es digno de detenerse a meditarlo: Ama con moderación, pues eso es lo que hace al amor duradero. En cierta forma la pasión se opone al amor, pues siendo explosiva, cuanto más se eleva la temperatura de la relación, a más profundos abismos puede conducir a los amantes.
         Entra Julieta. Aquí viene la dama: ah, tan ligero pie jamás        consumirá el perdurable pedernal. Quien ama podría                   cabalgar el hilo de araña que flota ocioso al capricho del   aire de verano, y no se caería: tan leve es la vanidad.

En otras palabras, para quien ama, todo es posible. El amoroso es como el niño, cuya imaginación vence cualquier reto.
         JULIETA.  Buenas tardes a mi confesor espiritual.
          FRAY LORENZO. Romeo te dará las gracias, hija, por nosotros dos.
          JULIETA. A él igualmente, o si no, esas gracias esta­rían  de sobra.

Este diálogo es más sutil --o grosero-- de lo que parece. Romeo le dará a Julieta <<las gracias>> de su cuerpo y su espíritu. Eso dice Fray Lorenzo. Y Julieta, que no deja de ser aguda ni un solo instante, responde: Pues si Romeo me da las <<gracias>>, también se las dará él mismo, pues al darme placer y felicidad, se los dará a su propia persona.
                                                                  ROMEO. Ah, Julieta, si la medida de tu gozo está tan
rebosante como la mía, y es mayor tu habilidad para blasonarla, entonces endulza con tu aliento este aire vecino, dejando que el lenguaje de la rica música despliegue la soñada felicidad que ambos recibimos en este deseado encuentro.
          JULIETA. El pensamiento, más rico en materia que en palabras, se jacta de su substancia, no de su ornamento: son sólo mendigos los que pueden contar su haber, pero mi sincero amor ha crecido hasta tal exceso que no puedo echar la cuenta ni de la mitad de mi riqueza.

Exclama más adelante Romeo: "!Ah dulce Julieta, tu belleza me ha hecho afeminado, y ha ablandado en mi ánimo la fuerza del ace­ro!", pues por su deseo de conciliar a Tebaldo y a Mercucio, termina por ser causante de la muerte del segundo, su amigo. Romeo se ve forzado, por <<la fuerza del destino>> a matar a Tebaldo, el primo preferido de Julieta. Los hilos de la tragedia se ven apretando. ¿Resultado? Que Romeo es desterrado y los recientes marido y mujer deben verse separados.
         Pero antes de que Romeo parta, es indispensable una, por lo menos una noche de amor. La escena se inicia en el Jardín de los Capuleto, cuando Julieta convoca a su amado:
          JULIETA. (...)Corre tu espesa cortina, noche que rea-      li­zas el amor, para que los ojos del día fugitivo cierren los párpados, y Romeo salte a estos brazos sin ser visto ni ser notado. Los amantes saben ver para hacer sus ritos amorosos a la luz de sus propias bellezas; o, si el amor es ciego, es lo que mejor le va a la noche. Ven, noche cortés, matrona de sobrio ropaje, toda de negro, y enseñame a perder una partida gananciosa...
                                                             
Lo que perderá Julieta, será a su favor, pues dejando de ser niña, perderá la castidad, pero comenzando a ser ama, ganará el placer y el conocimiento.
          (...)enséñame a perder una partida gananciosa, jugada entre dos virginidades sin mancha: recubre mi sangre desenfrena­da, que golpea mis mejillas, con tu negro manto, hasta que el tímido amor, haciéndose atrevido, considere el acto de sincero amor como sencillo pudor.
                                                             
Aquí es notable lo que entre líneas se pregona: en la noche de bodas los valores de los amados se invierten, y lo que antes se consi­de­raba impudor, a partir del connubio, será pudor. Todo podrán permitirse los esposos y no habrá quien tenga derecho a juzgar­los, sino sus propias conciencias.
         Extraña una ausencia notoria en la escena en la cual Romeo se envenena, tras encontrar a Julieta (aparentemente) muerta en la tumba. Romeo en ningún momento invoca a Dios ni muestra alegría o esperanza alguna de imaginar la posibilidad de encontrarse con Julieta después de la muerte. Tal vez Shakespeare, que sabía sobre la vida e intuía sobre la muerte mucho más que la mayoría de los seres humanos, no quiso incluir en esta escena a Dios por una razón de orden dramático: para que la tragedia fuese definitiva, al ser la muerte irreversi­ble.
         Pero, paradoja, muerto Romeo, Julieta revive de su sueño cataléptico.
          JULIETA. (despertando) . !Ah, padre consolador! ¿Dónde está mi señor? Recuerdo muy bien donde debía estar yo, y aquí estoy: ¿dónde está mi Romeo?(...) ¿Qué hay aquí? ¿Una copa apretada en la mano de mi fiel amor? Ya veo: el veneno ha sido su fin prematuro: !Ah cruel! !Lo has bebido todo sin dejarme una gota propicia que me sirviera después! Besaré tus labios: quizá quede en ellos un poco de veneno, para hacerme morir con un cordial (Le besa) !Tus labios están calientes!


Cuando Julieta escucha ruidos, ella decide apresurar su fin:

          JULIETA. ¿Qué, hay ruido? Entonces he de ser rápida. !Ah feliz puñal! (Toma el puñal de Romeo y se apuñala). Esta es tu vaina: enmohécete aquí, y hazme morir. (Cae sobre el cuerpo de Romeo y muere).


Las palabras finales de la obra, pronunciadas por el Príncipe de Verona, dan cuenta del valor que Shakespeare asignaba a su tragedia. Sin duda <<nunca hubo una historia de más dolor que ésta de Julieta y su Romeo>>.
         Esta obra es la de la imposibilidad del amor. Los personajes ya no son caricaturescos sino apasionados. El amor es para ellos un veneno, un fuego que a la vez que consume se consume. El amor es una condena, una persecusión interminable, que no halla salvación ni siquiera más allá de la muerte. En esta obra encontramos un planteamiento más serio sobre el amor: los personajes no intentan burlar a nadie, no son falsos o excesivos. Esto demuestra que el verdadero amor sólo puede ser objeto de tragedia. El falso amor es propicio a la comedia, como hemos visto en las obras anteriores.
         





    [1] Christopher Marlowe, contemporáneo de Shakespeare y su maestro, acrisoló esta idea del amor a primera vista en una frase insuperable: "!Quién que amó no amara a la primera mirada!"

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