VAGANDO POR NUEVA YORK (DIARIO DE 1966)
octubre 18, 2010
De regreso al apartamento de Tomás hay fiesta con ecuatorianos, puertorriqueños y una gringa. La puertorriqueña lleva tres años sin trabajo. Se dedica al yoga pero ya está aburrida y piensa retirarse. Su objetivo al estudiar yoga es alcanzar la posibilidad de estar tres meses sin hablar. Es que hablo mucho, dice. Y en efecto, no para de hablar. Ahora está preocupada porque la siguiente paso del yoga es meterse un trapo por un hueco de la nariz y sacarlo por el otro hueco, para limpiar la zona. ¿Y después? Meterse un trapo por la nariz y sacarlo por el ano, para limpiarse las tripas como quien bolea un zapato.
Los dos extremos de NY: el Museo Metropolitano y las Sex Shops.
Hoy estoy invitado a una reunión con escritores colombianos, los célebres nadaístas, que hicieron historia pisoteando hostias, masturbándose en público y queriendo dinamitar la casa de León Valencia, la gloria de la poesía colombiana, allá por los años cuarentas o cincuentas.
Estoy administrando mi dinero con cuidado. 25 dólares diarios, lo que en Xalapa gastamos en casa en cuatro o cinco días. Esta mañana abrí la puerta del baño y sorprendí a la esposa de Tomás afeitándose el bigote con depilador y en calzones. Sorry. Ella se molestó pero no mucho. El hijo de Tomás y Dora me cedió su habitación mientras permanezco en NY. Se fue a vivir a la casa de su novia, al otro lado de Manhattan.
En las cercanías del edificio de Tomás todas las noches se reúnen grupos de muchachos latinos con botellas de licor camufladas en bolsas de papel de estrasa. Algo sorprendente es la cantidad de limousinas que se ven en la Quinta Avenida. El mundo de los millonarios. Sorprende que la isla de Manhattan pueda sostener tanto peso sin hundirse. Debe de haber cien edificios de más ochenta pisos.
Fui a jugar basquet al parque cercano al apartamento de Tomás. Hice equipo con un gringo pequeño, de anteojos, jugamos contra dos puertorriqueños. Perdimos. Luego contra dos negros, perdimos. Luego jugué contra el gringo. Perdí. Después en un almuerzo en casa de un peruano me sentí molido. Ahí estaban los famosos nadaístas que escandalizaron a Colombia hace 20 o 30 años. Contaron historias de cuando estuvieron a punto de ser linchados en Medellín por comulgar, sacarse la hostia de la boca y meterla en el bolsillo. Corrieron leyendas: que le habían escupido a la hostia, que la pisotearon, que se cagaron en en ella. Fueron salvados del linchamineto por el ejército. Pasaron varios días en la cárcel.
Ve, tus libros se venden bien en Colombia, me dijo Antonio Escobar, el poeta nadaísta, que durante casi toda la reunión se dedicó a ignorar mi presencia.
Luego del almuerzo me vine caminado a la casa de Tomás. Un negro astroso sentado en las escalinatas frente a un edificio me pidió cigarrillos. Luego dinero. Tengo hambre, dijo, al tiempo que sacaba la lengua. Una lengua que parecía hecha de oscura lija. Mira, tengo la lengua rasposa, dijo exhibiéndola. Hago cualquier cosa por dinero. Eso dijo y volvió a sacar la lengua.
Luego, cuando seguí mi camino, entendí el gesto de sacar la lengua. No pude evitar sentir asco y pena.
Los NY Yanquis ganaron la serie mundial. Toda la ciudad es una fiesta. Manhattan es una comunidad grande que se aprecia a sí misma aunque haya un odio interracial generalizado, o más que eso una serie de grupos que ignoran a los demás.
Pienso en mi esposa, sola con los niños. Pienso en los dólares que aunque no quiera se escurren de mis manos. Pienso también que L está contenta de que yo haya logrado escapar de la rutina xalapeña y esté teniendo esta experiencia. Estar en New York es como ver el mundo en un solo punto. La isla de Manhattan es en realidad un punto grandote al este de los Estados Unidos. Up town, Down town, East y West. Eso es NY. Hoy por primera vez en dos años no pude comprar el Sábado. Salen nuevas invitaciones: a Miami me invita un escritor que tiene su agencia de viajes y que constantemente repite ¡Me encantan las invitaciones! A Nueva York, a la Universidad de Brown. A Extremadura. En Xalapa sé exactamente lo que voy a hacer mañana. En Nueva York el futuro es una incógnita.
27 de octubre, Central Park. Bajo una lluvia de hojas un guitarrista de sombrero negro toca su instrumento. Bajo un puente peatonal un trombonista negro toca Bésame mucho. Le doy una moneda. Me sonríe y dice Thank you, brother. El guitarrista porta gafas oscuras. Pienso en L mientras estoy sentado en una banca, viviendo solo esta experiencia de vagar por NY. Si ella estuviera aquí estaríamos discutiendo a cada paso. Ella para arriba y yo para abajo. Ella queriendo entrar a las tiendas y yo queriendo vagar por las calles. El matrimonio es el negocio perpetuo. Algún día tengo que venir acompañado por L y seguirla a donde quiera que desee ir.
Dos gatos castrados e indiferentes recorrren el apartamento del escritor Tomás González, donde actualmente me alojo. Comen sólo comida de lata. Desprecian la carne real, el jamón, la leche.
Los dos extremos de NY: el Museo Metropolitano y las Sex Shops.
Hoy estoy invitado a una reunión con escritores colombianos, los célebres nadaístas, que hicieron historia pisoteando hostias, masturbándose en público y queriendo dinamitar la casa de León Valencia, la gloria de la poesía colombiana, allá por los años cuarentas o cincuentas.
Estoy administrando mi dinero con cuidado. 25 dólares diarios, lo que en Xalapa gastamos en casa en cuatro o cinco días. Esta mañana abrí la puerta del baño y sorprendí a la esposa de Tomás afeitándose el bigote con depilador y en calzones. Sorry. Ella se molestó pero no mucho. El hijo de Tomás y Dora me cedió su habitación mientras permanezco en NY. Se fue a vivir a la casa de su novia, al otro lado de Manhattan.
En las cercanías del edificio de Tomás todas las noches se reúnen grupos de muchachos latinos con botellas de licor camufladas en bolsas de papel de estrasa. Algo sorprendente es la cantidad de limousinas que se ven en la Quinta Avenida. El mundo de los millonarios. Sorprende que la isla de Manhattan pueda sostener tanto peso sin hundirse. Debe de haber cien edificios de más ochenta pisos.
Fui a jugar basquet al parque cercano al apartamento de Tomás. Hice equipo con un gringo pequeño, de anteojos, jugamos contra dos puertorriqueños. Perdimos. Luego contra dos negros, perdimos. Luego jugué contra el gringo. Perdí. Después en un almuerzo en casa de un peruano me sentí molido. Ahí estaban los famosos nadaístas que escandalizaron a Colombia hace 20 o 30 años. Contaron historias de cuando estuvieron a punto de ser linchados en Medellín por comulgar, sacarse la hostia de la boca y meterla en el bolsillo. Corrieron leyendas: que le habían escupido a la hostia, que la pisotearon, que se cagaron en en ella. Fueron salvados del linchamineto por el ejército. Pasaron varios días en la cárcel.
Ve, tus libros se venden bien en Colombia, me dijo Antonio Escobar, el poeta nadaísta, que durante casi toda la reunión se dedicó a ignorar mi presencia.
Luego del almuerzo me vine caminado a la casa de Tomás. Un negro astroso sentado en las escalinatas frente a un edificio me pidió cigarrillos. Luego dinero. Tengo hambre, dijo, al tiempo que sacaba la lengua. Una lengua que parecía hecha de oscura lija. Mira, tengo la lengua rasposa, dijo exhibiéndola. Hago cualquier cosa por dinero. Eso dijo y volvió a sacar la lengua.
Luego, cuando seguí mi camino, entendí el gesto de sacar la lengua. No pude evitar sentir asco y pena.
Los NY Yanquis ganaron la serie mundial. Toda la ciudad es una fiesta. Manhattan es una comunidad grande que se aprecia a sí misma aunque haya un odio interracial generalizado, o más que eso una serie de grupos que ignoran a los demás.
Pienso en mi esposa, sola con los niños. Pienso en los dólares que aunque no quiera se escurren de mis manos. Pienso también que L está contenta de que yo haya logrado escapar de la rutina xalapeña y esté teniendo esta experiencia. Estar en New York es como ver el mundo en un solo punto. La isla de Manhattan es en realidad un punto grandote al este de los Estados Unidos. Up town, Down town, East y West. Eso es NY. Hoy por primera vez en dos años no pude comprar el Sábado. Salen nuevas invitaciones: a Miami me invita un escritor que tiene su agencia de viajes y que constantemente repite ¡Me encantan las invitaciones! A Nueva York, a la Universidad de Brown. A Extremadura. En Xalapa sé exactamente lo que voy a hacer mañana. En Nueva York el futuro es una incógnita.
27 de octubre, Central Park. Bajo una lluvia de hojas un guitarrista de sombrero negro toca su instrumento. Bajo un puente peatonal un trombonista negro toca Bésame mucho. Le doy una moneda. Me sonríe y dice Thank you, brother. El guitarrista porta gafas oscuras. Pienso en L mientras estoy sentado en una banca, viviendo solo esta experiencia de vagar por NY. Si ella estuviera aquí estaríamos discutiendo a cada paso. Ella para arriba y yo para abajo. Ella queriendo entrar a las tiendas y yo queriendo vagar por las calles. El matrimonio es el negocio perpetuo. Algún día tengo que venir acompañado por L y seguirla a donde quiera que desee ir.
Dos gatos castrados e indiferentes recorrren el apartamento del escritor Tomás González, donde actualmente me alojo. Comen sólo comida de lata. Desprecian la carne real, el jamón, la leche.
2 comentarios
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