EL AMOR PLENO. EN EL PARAÍSO DE LAS ARTES VIII
noviembre 20, 2010DIARIO DE 1997
Como no encontré foto de básquet puse esta de una competencia de 5ooo mts planos... 1997 |
Mientras escucho un disco compacto de las clases de María Callas en Juilliard, me dedico a limpiar el estudio que está hecho un asco y te recuerdo ya sea ordenando el estudio o ausentándote para ir a caminar por los bosques sola mientras yo escribía o simplemente tendida en el sillón del estudio leyendo mientras yo terminaba mis horas de escritura. Leí tu carta advirtiéndome contra mis dos grandes riesgos: las mujeres y mis atrevimientos con la naturaleza. Temías que yo cayera con alguna mujer aquí o que cumpliera el propósito de meterme al río, pero ni una cosa ni la otra sucederán. En el primer caso porque sabes que soy inflexible en mis propósitos amorosos, y en el segundo porque ya tuve la experiencia de tener mi mano en el agua del Bow River menos de un minuto y fue muy doloroso. Seré arriesgado pero no loco. No quiero morir paralizado en un río de Canadá ni quiero echar a perder mi vida por una calentura que se puede calmar con solo escribir e imaginar.
El domingo previo a la entrada en la cuarta novela El amor pleno, lo paso con entera tranquilidad. No fui a jugar básquet y me senté lejos de donde atendía Ambrosia, que me miraba como una prisionera desde lejos como reprochándome haberla abandonado. Antes de despedirme y sabiendo que no la vería el resto del día ni mañana, pues tiene un día libre con motivo de la conmemoración de no se qué de la Reina Victoria, le envié un abrazo, que ella respondió con una sonrisa comprensiva. Por la mañana se había acercado a mí casi a la traición y comenzó a servirme café mientras me susurraba al oído: You don t have your Lady any more? Le respondí que no, que mi dama había partido para México. Me agrada Ambrosia Katie por la distancia que respeta y la que toma, pues conociendo y simpatizando con L, no avanza ni un centímetro hacia mí, de la misma forma que yo me mantengo lejos, sabiendo que sería una tontería tener una complicación amorosa con una chiquilla de 19 años, para partir dentro de 15 días y no volverla a ver más. Cuál vida se vería más perjudicada: ¿la mía, que ya está hecha, o la de ella, que está en proceso de maduración? Tal vez ella pronto me olvidaría, mientras que yo tendría que romper mi matrimonio, pues, de alguna manera yo no puedo vivir en la mentira, nunca lo le podido hacer, y de ello provienen todos los problemas que he tenido y gran parte de mis virtudes. Por la noche me llamó un periodista desde Colombia para hacerme una entrevista telefónica sobre García Márquez.
Tras tres días de descanso me siento incapaz de escribir. Simplemente no fluye. La fuente está seca. Tal vez anoche exageré el ejercicio y hoy al despertar me sentía todavía cansado. Tuve pesadillas frecuentes y la idea de que de alguna manera la escritura de esta novela es una traición a mi propia vida. Pero, quiéralo o no, la voy a terminar, aunque sea para cumplir conmigo mismo, para entenderme a mí mismo y a ese personaje, Flor de María, que es la culminación de mi indagación en lo que he llamado El libro de la vida, ese loco proyecto de intentar captar en una serie de libros todos los amores posibles, hasta el absurdo absoluto, el verdadero amor. Y súbitamente, al terminar la jornada de trabajo me doy cuenta de que no he estado sentado ante la computadora seis horas en vano, pues descubrí que la novela en realidad no es una novela de amor o erotismo, sino una aproximación a un espíritu de luz perturbado por una vida difícil. Se trata, también de entenderme a mí mismo, de justificarme, de recoger todo mi pasado, hacerlo un nudo y guardarlo en una novela como en un baúl. Algo semejante a lo que hice en El juego de las seducciones, que guarda lo más luminoso y terrible de mi infancia y mi adolescencia. Hay novelistas que tratan de entender a los demás. Yo trato de entenderme a mí mismo. Si a los demás no les interesa mi temática, a mí sí, y ello me basta. Una vez que llegué a esta conclusión pude salir del encierro de mi estudio y derrotar fácilmente a Rodrigo Sigal, que se mostró desconsolado por su retroceso en el juego. 10-4, 10-2 y 10-2 fueron los marcadores. Jugué al ritmo de la música de los aeróbicos que estaban en el otro extremo de la cancha de básquet. Metí media docena de canastas de 3 puntos desde diversos extremos. Estoy bajando de peso a ritmo acelerado y lo mismo le sucede a Rodrigo Sigal. Nuestra vida en Banff se reduce a comer, trabajar en los proyectos artísticos, dormir, caminar por las montañas, comer, jugar básquet, ir al pueblo, dormir, comer, escribir y componer, y así hasta el infinito. 43 días en el paraíso del arte: eso es la residencia en Banff.
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