EL ESCRITOR DE TELENOVELAS. DAGO GARCÍA, OSCAR COLLAZOS
diciembre 11, 2010De El Tiempo tomé un taxi para ir a almorzar con Dago García, guionista recientemente
contratado por televisión Azteca para escribir una telenovela que se llama "Dos veces Sofía".
La protagonista será Lucía Méndez y el tema parece ser el de la estrella que va de bajada. Dago
gana 4000 dolares semanales y trabaja 8 horas diarias inventando telenovelas capítulo a capítulo. Me
contó el procedimiento para escribir sus telenovelas. Se tiene que ceñir no a una historia, sino
a un presupuesto: "X", protagonista, tiene que aparecer en todos los capítulos; "Y", personaje
secundario, tiene que aparecer en uno de cada cuatro, etc.
Dago tiene un equipo de varias personas y se pasan las horas discutiendo qué hacer
con sus personajes. Está ahorrando para producir la película basada en mi cuento "El suave olor
de la sangre" y el año pasado fue finalista en el Concurso Nacional de Dramaturgia
(Los concursos nacionales en Colombia son motivo de eternas discusiones: cada premio consta
de 2O millones de pesos, unos 18 mil dólares).
La relación con Dago y su gente es muy cordial. Dago no es un mercenario, sino una
persona que tiene que venderse para hacer lo que le gusta. En la actualidad está escribiendo una
telenovela sobre la novela Un mundo para Julius, de Bryce Echenique. Dago tiene un
autómovil espectacular, la cabeza rapada, su celular a la cintura y dice sin reticencias que está
haciendo mucho dinero. Reconoce que su trabajo en tele es superficial y que él se debe al
gusto del espectador. Sugurió la posibilidad de que yo trabajara con él, pero rechacé la
posibilidad: la perspectiva de escribir a destajo no me atrae.
Tras el almuerzo Dago me llevó al periódico El Espacio, donde yo tenía una cita. Este es un
periódico sensacionalista, que medra con los crímenes y el escándalo. El encargado de la parte
cultural, sin embargo, es un hombre culto y entusiasta, que dice estar metiendo de perfil la cultura a
gente que no se interesaría en ella. La entrevista fue directamente en la computadora, en
Pagemaker, preguntas y respuestas breves, todo muy ágil y muy agresivo. Luego sesión de
fotos y finalmente, con la cabeza convertida en una bomba, salí a la Avenida El Dorado, a caminar
bajo la lluvia gustosamente. Recordé que lo mismo hice el año pasado, pero lleno de molestia,
porque todo había salido mal.
Dago me invitó a su apartamento el sábado, pues dice que hay varias mujeres que
quieren conocerme, y que una de ellas duerme con mis libros Cuentos para después de hacer el
amor y Cuentos para antes de hacer el amor bajo la almohada. Entre las preguntas en El Espacio
hubo una que se me repite con frecuencia: ¿qué opina tu esposa de tus cuentos eróticos?
Gasté la tarde en las gestiones del pago en la Universidad Nacional. El Director de
Letrasme comentó que lo había entrevistado Oscar Collazos en Señal Colombia y que hablaron de mí:
¿Por qué a Marco Tulio no le ponen atención ustedes, los escritores maduros de Colombia, por qué
no lo apoyan, si el siempre los ha apoyado a ustedes?", preguntó Fabio. "Es que Marco Tulio es
muy áspero", respondió Collazos, "uno no sabe qué esperar de él".
Letrasme comentó que lo había entrevistado Oscar Collazos en Señal Colombia y que hablaron de mí:
¿Por qué a Marco Tulio no le ponen atención ustedes, los escritores maduros de Colombia, por qué
no lo apoyan, si el siempre los ha apoyado a ustedes?", preguntó Fabio. "Es que Marco Tulio es
muy áspero", respondió Collazos, "uno no sabe qué esperar de él".
Recuerdo que hace muchos años Garcia Márquez me dijo : "Yo nunca hago declaraciones
públicas sobre otros escritores -lo que es falso, aclaro, pues sí las ha hecho: sobre Merce Rodoreda,
Tomás Eloy Martínez y otros- porque una vez afirmé que Oscar Collazos era un buen escritor, y
desde entonces no ha vuelto a escribir nada bueno".
Luego fui a arreglar un documento de contrato de compra-venta de mi parte del edificio, un
vejestorio situado en una zona no muy recomendable de Bogotá, que nos dejó en herencia nuestro
padre. Tras ir a la notaria, acompañado por María Eugenia Cuervo, la encargada de la
administración del inmueble, fuimos a ver el edificio. Este se halla situado más allá de la Plaza de
Bolívar, justamente al inicio de la zona oscura de Bogotá, donde medran los maleantes. Por
esa zona después de las siete de la noche ya nadie puede salir a la calle. La propiedad es una
construcción vieja, de cuatro pisos, deteriorada, al frente de la cual hay un edificio colonial que es
un gran prostíbulo. Es poco el dinero se puede sacar del edificio y es por ello que la venta de mi
parte (una séptima parte, pues somos siete hermanos) no deja de ser buen negocio. Tal vez en un
futuro próximo la zona "decente" se mueva otros cien metros y ya la construcción sea rentable.
Entonces mi hermano tendrá una buena propiedad. Por ahora es un agujero.
Con la doctora Cuervo recorrimos varios almacenes donde encontramos algunas cosas por las
que de pronto sentí capricho: unas calzonarias o tirantes de excelente calidad, un sombrero
Barbisio, un uniforme completo de la selección de fútbol de Colombia (mi hijo mayor dice que quiere
jugar en la Selección de Colombia aunque sea mexicano). Lo mejor, un traje sastre con
chaqueta tres cuartos, de lana virgen, color rojo, para mi mujer, una prenda bellísima. (Que mi mujer
rechazó semanas más tarde inmediatamente: ¿Y tú crees que yo me voy a poner eso!) Ya con las
compras anteriores puedo decir que terminaron mis gastos y que todo lo demás lo llevaré a
Xalapa para avanzar en la construcción del estudio (al escribir esto, el primero de junio de 1998,
ya el estudio está listo y las sesiones del taller han comenzado).
Ahora escribo con mi sombrero Barbisio puesto y siento que asumo una nueva
personalidad. El sábado terminan casi todas mis actividades literarias. Por la mañana jugué
basquetbol contra un muchacho de 18 años, buen jugador, en presencia de Liriam Marulanda. Le
gané dos partidos de tres, mientras Liriam le echaba porras al muchacho : "No es posible que un
viejo de medio siglo le gane a un muchachote como vos", gritaba. El muchacho me preguntó mi
nombre y luego me dijo que tenía un libro mío en casa y que era poeta. Luego caminamos Liriam y yo
por los andadores de la Unidad Residencial Antonio Nariño, entre grandes árboles. Liriam me
reveló muchos de mis recuerdos perdidos -lo que he llamado memoria ajena- y yo me asombré
de las fechorías de mis tiempos universitarios.
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