SARAMAGO EL PESADO, VÍCTOR GAVIRIA, EL ACOSO, ÁLVARO VARGAS LLOSA
diciembre 29, 2010DIARIO DE 1998
En el taller de Isaías Peña hablé sobre la literatura abstrusa, incomprensible, confusa, y dije que este
tipo de literatura había hecho mucho mal, pues había ahuyentado a los lectores. Dije que de Saramago no
había leído ni un solo libro completo y que no pude avanzar más de tres páginas de El cerco de Lisboa.
Algunos presentes se dijeron aliviados, pues no habían entendido a Saramago, y el saber que a mí no me
había gustado un libro suyo los reconfortaba.
Durante mi visita al periódico El Tiempo me encontré con un hijo de Vargas Llosa, Álvaro, creo
que se llama, un individuo guapito, bien trajeado, amable, que estaba acompañado por Marcela Tusedú, de
Plaza y Janés Colombia. Andaban promoviendo un nuevo libro del coautor de Manual del perfecto
idiota Latinaomericano, ese manifiesto contra el izquierdismo, tendencioso y hecho para vender. Fuimos
tanto Vargas Llosa como yo y Tusedú, amables y cortantes. Ellos andaban en lo suyo y yo en lo mío. No
dejó de molestarme que la Tusedú se ocupara de promover al hijo de Vargas Llosa, mientras
ignoraba mi presencia en Colombia. Justamente en esos días acababa de salir la décima edición de
Cuentos para después de hacer el amor y yo esperaría que por lo menos los de la editorial se ocuparan
de mi libro. La verdad es que Plaza de Colombia está haciendo una labor muy pobre: sólo se
ocupa verdaderamente de los best sellers: de Isabel Allende, por ejemplo (cuyo libro de recetas más
reciente podría haberse llamado Inventario de desperdicios), y a los demás autores los abandona a su
suerte, si no es que les cobra por publicar sus libros. Plaza de Colombia publica libros superficiales y tontos
y ha cedido a Planeta Colombiana el monopolio de la literatura de calidad. Lo escribo con pena, pues
Plaza y Janés Colombia es mi editorial. Siempre que el editor de Plaza me ve en Colombia -generalmente llego
por sorpresa- canta alabanzas a mis libros, dice que son de otro mundo, pero no mueve un dedo
para promoverlos, como debe ser. al cine a ver la película colombiana del momento: La vendedora de
rosas. Filmada con actores de los barrios marginales de Medellín, muestra que los niños callejeros, que
viven aspirando sustancias alucinógenas, vendiendo chucherías, robando, incluso asesinando si es necesario
para sobrevivir, tienen una vida llena de humanidad, de ternura, de verdad, y unos valores bien arraigados
que merecen respeto: la lealtad, la solidaridad. Filmada con personajes verdaderamente tremendos, con
criminales que respiran maldad y niñas que en el hablar muestran toda la experiencia del mundo, la película
alcanza una verosimilitud extraordinaria, una crudeza terrible y una humanidad tremenda. Postulada por
Colombia para el Oscar, es sin duda memorable, y sólo tiene un problema: parece estar hablada en
vietnamita. El lenguaje absolutamente original, es incomprensible, y en él se repite constantemente la
palabra gonorrea: Oye, gonorrea, ven acá... No gonorrea, no es así...Qué gonorreas quieres...
Ojos color gonorrea...Gonorrea es la muletilla de todos, es sustantivo, adjetivo, verbo, adverbio.
Víctor Gaviria hoy es la estrella que aparece en todos los periódicos colombianos, es el consentido
(y sin embargo, ¡qué pena!, el pobre no tendría ni para pagar el aguardiente cuando lo conociera una
semana después... Pero no nos adelantemos a los acontecimientos).
Antes de La vendedora de rosas Gaviria había dirigido otra película, Rodrigo D: no futuro,
que fue rechazada en Cannes por ser demasiado violenta y que se transformó en uno de los filmes
clásicos de Colombia, junto con La estrategia del caracol y Cóndores no entierran todos los días.
García Márquez, con todo su poder y sus escuelas de cine, no ha logrado una sola obra maestra. Como
zapatero es buen novelista.
Bogotá parece más calmado después de los disturbios recientes. La vida sigue su curso. Es
asombrosa la cantidad de personas que comienzan a tener las expectativas puestas en mí: mis hermanos,
que quieren que los visite en Cali, Palmira, Tuluá (la vez pasada organizaron un almuerzo al que
invitaron a un montón de gente, no toda agradable, y yo preferí huir con el frenáptero Montañovivas y
dejarlos con su fiesta); Liriam Marulanda, que espera que escuche sus historias sobre el pasado que
compartimos en la Universidad del Valle y la consuele de su vida presente; Ramón, el acosador de
cabecera, que me dio todos sus cuadernos con cuentos escritos en borracheras y pasones
alucinógenos; los profesores de la Universidad del Rosario, que me cuentan sus penas económicas
y sus aspiraciones literarias; un antropólogo que quiere que le busque editor para un libro en el que se
relaciona a Bochica con Quetzalcoatl; mi primo Alberto, que busca un mecenazgo a sus labores
investigativas; productores de radio que quieren grabar programas en vivo dizque para toda
Latinoamérica; la poeta azafata, que desea llevarme a su casa para que conozca a su genial y lujurioso
marido; muchas personas esperan que yo los visite, les ponga atención, los escuche, los consuele,
les brinde cariño, amor, sexo, comprensión, dinero, textos inéditos o por lo menos la idea de que
comparten el tiempo con una persona importante.
2 comentarios
Tu verbo es una escultura sobria, escueta, imperturbable. ¿Dejas algun espacio a lo anhelante?
ResponderEliminarSigo leyéndote, Maestro. Desde Granada te deseo un año prolífico en lo mejor para ti y tu familia. Un abrazo fuerte
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