LA VENDEDORA DE ROSAS
enero 18, 2011La verdad es que La vendedora de rosas, de Víctor Gaviria, es una película tan conmovedora, tan real, que se siente verdaderamente cuando se apuñala a un tipo y uno sufre y siente amor por ese niño totalmente drogado que yace en una jardinera y manifiesta su amor por Lady. Uno no sabe que aquello es real, uno lo cree, a diferencia de las
películas de Hollywood donde uno ve asesinar a cien personas y uno ni
sufre pues sabe que aquello es una ficción, una falacia. En la
película de Víctor Gaviria uno sabe que esa es la realidad, una realidad
tan sórdida, tan deplorabe y sin embargo tan dramática, tan artística.
Allí uno descubre que la vida es arte y halla que el arte de Gaviria
se halla precisamente en haber descubierto esa verdad. Gaviria
descubrió que hay que dejar que la vida se manifieste en su artisticidad, en
su simetría, en su valor, incluso en las circunstancias más espantosas.
Los actores no son actores, son personas del mundo, pero su naturalidad
es perfecta. Los critícos colombianos se apresuraron a colgarle
a La vendedora de rosas la etiqueta de neorrealista, lo que parece
absurdo: la singularidad de esta película colombiana es indudable y
la clave de la simpatía que el espectador siente por los personajes
es una especie de compasión, pasión compartida por sobrevivir
y tener expectativas en un mundo en el que no parece haber
escapatoria. ¿Cómo logró Gaviria plasmar esta complicidad con ese
mundo tan complejamente diferente al cotidiano? Mediante el hecho de
vivir la vida de esos personajes y sufrir lo que ellos sufren y disfrutar lo
que ellos disfrutan.
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