El músico chiflado por una mujer, por las garzas y la laguna
agosto 03, 2011Benito Chúber, neé Charriaga, garzas, laguna y mujer ida
Sexto capítulo de mi novela Historias de todas las cosas, próxima coedición de Educación y Cultura México y Trama Editorial Madrid
Cierto es que la música nunca dio fortuna a nadie, pero sí cabezas perjudicadas como la de Benito Chúber quien era el competidor de Rey David porque siempremente portaba un violín o una guitarra y cantaba en los programas sabatinos en Radio Sinaí casi desde el día de la fundación de la emisora. Patrocinio Aramburu,
La Voz Verdadera de San Isidro de El General,
había querido armar una contraofensiva radiofónica: llevarse a Rey David con su violín del diablo a Radio Satélite, para lanzar al aire un programa que arrasara con la audiencia. Rey David le respondió que no había en la tierra oro suficiente para persuadirlo de prostituir su arte en un medio tan plebeyo como las ondas hertzianas. La diferencia entre los dos músicos estribaba en que Benito sí había componido algunas canciones y canzonetas y había viajado fuera de los límites del Valle, llegando incluso hasta Cali y había ganado un Disco de Oro en el Festival de la Sultana del Valle y cuándo le preguntaban que dónde estaba el oro, sacaba del armario un plato amarillento y desteñido envuelto en almohadones de terciopelo y lo besaba echándose mil veces la bendición y diciendo mil veces sea alabada la tierra que me dio la gloria de ver otro cielo. Gloria que nunca lo abandonó, o por lo menos nunca abandonó su cabeza.
Recordar algo es olvidar el resto y eso no me lo permito, sentenciaba Benito Chúber, refiriéndose sin duda a su deplorable presente y a las incómodas circunstancias de su vida. Nunca abandonó su cabeza, dije, desde que regresó de la Sultana del Valle con la maleta cargada con manjares blancos de Mercedes de Pérez y bolsas de polietileno llenas de azúcar refinada. A partir de entonces el compositor se dejó crecer el pelo, adoptó un humor de dóberman y se hizo cambiar el nombre en la notaría: ya no iba a ser Benito Charriaga sino Benito von Chúber, que porque no se podían dar autores clásicos con apelativos tan pueblerinos. Y es que él, como Rey David, se había impuesto el deber de ser famoso o en su defecto ser infame y aborrecido por la humanidad, y se arrepentía del paso de los días, halándose de los pelos y despotricando contra el mundo cada vez que lo sobrecogía la noche sin haber escrito la obra maestra del día.
Con respecto a su padre, Benito Chúber tenía toda una leyenda que ni él mismo creía, con giras por Europa y recepciones en cortes reales. Del viejo sólo había heredado la megalomanía y un violín que tenía escrito a lápiz en el interior la fecha 1493, y en un circulito muy mono una “S” y dos mamarrachos como dragones encontrados, lo que según Benito Chúber probaba que era un estradovario y, según Rey David, demostraba, señores, que el último zapatero remendón non laudero que lo arregló había sido un embaucador y un bromista. No era un violín Stradivarius, amigos, sino un violín Peugeot, como los coches, afirmaba Rey David. De todos modos, con o sin estadivario, no se hacía nada de valía en San Isidro de el General más allá de los polvos científicamente trabajados por las pupilas de Clementina La Más Fina, porque como decía el dentista don Camilo, acá la cultura estaba al mismo nivel que la bauxita (él fue el primero que conoció el nombre científico del curioso y metiche polvo rojo que alborotaba los humores y averiaba todas las máquinas) y por más que Benito pujaba no le salía nada bueno pues las inches musas parecían haberse declarado en huelga desde el cambio de nombre. Sin embargo cuando Epaminondas y Bogar comenzaron a molestarlo en las clases de música del Liceo y a decirle que parecía madrevieja y marica con esa pelambre abundosa y desgreñada, él se sintió tan mal que dio en el fruto de olvidar sus deberes académicos, conyugales y sociales, y se dedicó a pasar los días en oscuras penas y las noches de claro en claro sentado en el parque mirando volar las golondrinas y correr las nubes al frente de la ferretería de Ponciano Po. Desde donde la inconcebiblemente hermosa Marilú oteaba el horizonte con su par de faros de barco bajo unas pestañas de palmera azotada por el viento, nerviosa y siempre asustada quién sabe por qué, esperando el regreso de su hijo, el sensible James, y así dice el gran Benito que comenzó a sonarle una música muy demasiadamente bella entre las paredes del cráneo y los circunloquios del cerebro y compuso unas canciones tristísimas, entre ellas una que decía:
Las garzas a la laguna todas han regresado ya.
Toditas han regresado pero tú no regresarás.
Pasó el tiempo, como habitualmente sucede. Benito volvió a ser el que antes era y de pronto, sin previo aviso, la canción de las garzas y las mujeres idas comenzó a sonar en la emisora más importante de San José, Radio Monumental, y Patocinio Armburo viajó a la capital y compró el disco, y lo hizo sonar mil veces a través de las ondas amigas de Radio Satélite, y el aire se saturó de melancolía, miasmas, lagunas y mujeres idas, lo que maravilló a muchos, motivó tres secuestros de amor y dos suicidios de compasión. Y algunas Damas Grises, probablemente sintiéndose aludidas, contrajeron todas el mal de la melancolía trepidante y algotros mensos comenzaron a pensar que San Isidro entraba a ocupar un lugar preeminente en la historia del mundo musical, a la par con la Viena de los valses y la Varsovia eterna, y unos extremistas, el Paticorvo Palomo ente ellos, pensaron en asesinarlo en la cima de su gloria para que ese compositor tan famosísimo no se fuera a morir a otra parte, como a menudo sucede con los genios de provincias. Pero después de que compuso la canción de garzas y lagunas y mujeres idas, una vez que hubo regresado a la realidad, cuando descubrió que Marilú no era una virgen caída del cielo por fallas en la topografía celeste sino una hembra de carne y hueso que compraba toallas sanitarias y se acomodaba las tetas disimuladamente, parece que tuvo disputas con su mujer porque no le daba su alimento del bajo vientre y ella le vivía preguntando a todas horas cómo se llamaba la fulana y dónde quedaba el lago apestoso con las avechuchas esas y que si tanto lo hacía sufrir el recuerdo por qué no se iba a buscarla de una vez por todas. El caso es que Benito von Chúber regresó al lago de sus sueños y no volvió a San Isidro con nuevas canciones, abandonó las clases del Liceo y se pasaba las tardes caminando alrededor del parque siguiendo el vuelo de las golondrinas y atisbando la ferretería con ojos de coneja extranjera. No faltaron quienes dijeran que lo que andaba haciendo era el loco por aquello de que no hay genio cuerdo, pero la verdad, según el Paticorvo Palomo, que tenía la paciencia de escuchar todas sus sandeces, era que ese humano tenía más de una circunvolución extraviada, ya que pretendía hablar con los grandes clásicos, recibía instrucciones de Juan Sebastián sobre cada uno de los pasos que debía seguir, soportaba regaños de Verdi, palizas del gruñón Ludwig, largas peroratas cabalísticas del diabólico Niccoló, hasta que ya sus disparates no fueron novedad en la familia y el pueblo, máxime si se tiene en cuenta que cada uno se había dedicado a lo suyo con alma, vida y calzón: su hijo Betoben, por ejemplo, ocupó el tiempo en hacer ejercicios atléticos que le desarrollaron extraordinariamente la espalda y lo hicieron ver ridículo con las piernitas delgadas como de poliomielítico, decía que porque el libro de ejercicios que consiguió en la Anfitrite Bookstore carecía de la segunda parte donde se hablaba precisamente de las extremidades inferiores. Y su hija Melpómena, que se empeñaba en seguir usando el apellido Charriaga a pesar de su nombre de musa, estaba haciendo sus primeras armas en el magisterio nacional y en las alcobas de los supervisores Cuervo Mayor y Cuervo Menor. Y su esposa, pues quién sabe a qué se dedicaba. No me enteré. A ver si viene alguna fuente noticiosa con el nosme, palabra muy adecuada para designar lo que no es chisme sino vera información. Novelista soy, aunque honrado. Así fue o así me lo contaron. Doy fe.
7. Robustiano y el Castillo de los Monstruos.
El Historiador-literato Mateo Albán y la comunidad del Loco.
¡Robustiano es maricón
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