Segunda parte de Sin máscara frente al espejo
febrero 16, 2012No voy a abusar de los sufridos lectores: reproduciré pocas páginas de la novela que estoy escribiendo. Esto que leerán es parte de lo que escribí hoy
Pero antes les dejo el
vínculo en el que se anuncia la presentación de mi novela
Historia de todas las cosas en el DF el próximo jueves 23 de febrero
http://mistercolombias.blogspot.com/2012/01/el-25-de-febrero-se-presenta-historia.html
Otra vuelta del famoso perro tiene que ver con Thomas Mann. Ya iba para
allá cuando se me atravesaron las ratas. Cada vez que escribo una obra
de arte busco a un santo patrón. Como soy megalómano les pido prestados andamios
a mis semejantes. (Abomino de las cursivas pero por lo pronto me
permiten burlarme de mí mismo cuando me dejo arrastrar por la adicción a lo
trascendente). Mi primera obra de arte
se apoyó en, tomen aire: Cervantes, Homero, Joyce, los evangelistas, Dante y
Shakespeare. Ja. Ya habrá tiempo para hablar de esta…me resisto a repetirlo,
pero no tanto, esta obra
de arte. Pues para la que tienen ustedes en sus manos,
ya no hay forma de eludirlo, novela, pedí la ayuda, un poco más modesta, de
Thomas Mann, y particularmente del texto que llamó La novela de una novela. En
este texto, en ocasiones árido y autocomplaciente, Mann relata las
circunstancias en que escribió Doktor
Faustus. Y yo, como genio de segunda
(no olvido que mi primer maestro, Gustavo Álvarez Gardeazábal me definió como
“un mediocre que trabaja”, calificación que no me desagradó porque quizás sea
fiel y en el fondo, muy en el fondo, yo sea bastante modesto) decidí apropiarme
de su proyecto, pero de una manera un poco más ambiciosa: no voy a escribir la
novela de una novela, sino la novela de todas mis novelas. Un libro que pecaría
de autocomplaciente si hiciera lo que hizo García Márquez en la primera y única
parte de su autobiografía, Vivir para contarla: elogiarme sin medida
ni compasión por el lector, soslayar las zonas obscuras. No, no voy a hacer
eso. Voy a hacer lo que propuso una famosa vedette cubana. Voy a contar mi
verdad. Que la verdad es relativa. Esa es otra vuelta del perro. Uno no
recuerda lo que en verdad sucedió sino lo que le conviene. Eso lo dijo el sabio
Punset hace años y lo repitió Gabo, con mejor estilo y más escándalo mediático.
Me gustaría no decir ni una sola mentira en este libro pero me parece que eso
es imposible y se los voy a decir por qué. Se los voy a decir con un texto de
mi Ácrata frenáptero. Pero antes quiero reproducir éste: “Escribo en el vuelo de Mexicana rumbo a Costa
Rica. Ayer en el Centro Deportivo Tenexpan en Ixtaczotitlán, estuve desde las
ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, bajo un sol de canícula, viendo
partir auténticas hordas de nadadores, desde niños de cuatro años con sus
tablas, hasta ancianos de más de ochenta, que orgullosos al final de la jornada
exhibirían cuatro medallas, una por cada estilo. Yo conseguí, como se puede ver
en la anterior entrada de este blog, dos medallas: una de plata (¿de plata?) y
otra de oro (¿de oro?); la primera en cincuenta metros libres, con un tiempo de
37 segundos, y la segunda en cincuenta pecho, con un tiempo de un minuto dos
centésimas. ¿Mérito? No mucho y no poco. No mucho, porque hubo pocos
participantes en mi categoría (de más de sesenta años); no poco, porque le gané
una competencia al señor Brothers, segundo en los Juegos Panamericanos del
2000. Y la verdad es que me lancé a la piscina a participar en pecho con pocas
posibilidades, pues generalmente no entreno este estilo, pero ya en la piscina
me entró una especie de fiebre del oro y comencé a pedalear duro, y a cada brazada
decía me decía ¡oro, oro, oro!, con el resultado que le saqué tres segundos al
señor Brothers y pude colgarme la medalla
áurea. Malditas cursivas. Quienes me conocen saben que soy un lujurioso de
los premios y me los critican –particularmente el rector de la Veracruzana me
ha dicho: “No sé por qué esa obsesión por los premios, Marco. Eres un buen
escritor… ¿No te basta con eso?”. Pus no, Raúl, soy así desde que me conozco y
los que me quieren, que son pocos pero gente respetable, me perdonan este maldito
vicio de buscar premios literarios… Al que a partir del año pasado agregué el
vicio de las medallas en natación. Ya tengo cuatro. Comencé un poco tarde, pero
ni modo. La culpa la tiene una lesión que me alejó del básquet, mi otro gran
vicio. Ya con mis dos medallas, en lugar de regresar a Xalapa, decidí quedarme
en el Hotel Trueba en Orizaba. Caí dormido a las ocho de la noche. A las cuatro
de la mañana estaba en pie y a las cinco manejando mi Polo rumbo a Xalapa. Y
hoy martes rumbo a Costa Rica acompañado por L, que desde hace varios años va
conmigo como una sombra protectora a todas partes. Y va conmigo desde que se
enteró que tuve una grotesca aventura en, bueno, sigamos: El año pasado
estuvimos en Medellín casi quince días pero no conté bien la experiencia, pues
hubo asuntos desagradables en ese viaje que preferí por una vez guardarme.
Recibí, eso sí, el afecto de mucha gente y supe que había personas que leían
mis libros y que incluso se sabían mis cuentos de memoria. Lo que soy el día de
hoy, bueno, malo y más o menos, productivo, feroz, crítico, vanidoso,
voluntarioso, admirador de la belleza, lector voraz, estudioso de todo lo
existente, aventurero, soberbio, buena gente, honrado, sincero –eso digo yo,
habrá que ver qué opina le gente--, todo lo que soy tuvo su semilla en un
pueblo-ciudad de Costa Rica que se llama San Isidro de El General: allí tuve
todos mis estrenos, incluyendo uno fundamental en el Bar Tico, leí todo
Dostoievski, Miller, las Mil y una Noches, Vargas Vila, recibí clases de Vilma
Alfaro de Vega y de don Danilo Salas y de Lindor, allí gané mi primera carrera
atlética compitiendo ni más ni menos que contra Rafael Ángel Pérez, allí tuve
una existencia silvestre perdido como un pastor de Garcilaso en las vegas del
río y conocí a mujeres asombrosa e inconcebiblemente hermosas. Allí comencé a
escribir y gané m primer concurso con una Biografía de Beethoven: el premio fue
escuchar la Novela Sinfonía en el Teatro Nacional de San José (recuerdo que la
escuché en el gallinero del Teatro, enfundado en un traje de paño negro grano
de pólvora que me regaló el señor Rossi, dueño de la fábrica de fideos en donde
trabajé empacando tallarines; recuerdo que mi madre recibió el traje de regalo
y le pidió a un sastre que lo redujera para que se ajustara a mi cuerpo de
quince flacos años). Y a ese pueblo-ciudad es a donde voy a ir a dar
conferencias sobre la novela que escribí hace más de 35 años, una novela en la
que yo describía a las lindas putas y al sargento y a las bellas, y al padre
Coto y a don Danilo y a la Sietecolores y a la Musoc … Esa novela fue publicada
por La Flor en Buenos Aires, tuvo una edición de 25 000 ejemplares en Colombia,
le gustó a García Márquez, recibió el Premio Aquileo J. Echeverría, fue
declarada novela post moderna y fundadora del post boom, fue criticada,
censurada, alabada, acusada de plagio, el título de la obra –Breve historia de todas las cosas-- fue
usado por un filósofo norteamericano de apellido Wilbur que según parece ha
tenido buen éxito… Y por esa novela es que ahora estoy regresando a San Isidro
de El General y a Costa Rica. Me encontraré con muchos buenos y viejos,
bastante viejos, amigos… Y tal vez con unos cuantos enemigos que consideran que
insulté en la novela a sus nietos, a sus padres… pero bueno: cómo puede uno
pasar por la vida sin levantar polvo… Traje Necrópolis,
la novela de Santiago Gamboa, para terminar de leerla, pero no ha habido
condiciones. Todo el tiempo lo hemos pasado: sentados viajando, comiendo,
hablando, dormitando, mirando revistas de estupideces. Espero que en este viaje
de conferencias no me cargue con unos kilos de más y que después tenga que
sufrir para bajarlos... o simplemente deba aceptar la derrota y cambiar de
talla. Ahora escribo en Heredia. Una conferencia formal “Escenas de amor y eros
en la obra de García Márquez”. Hice lo que no acostumbro: leer la conferencia.
Aunque había olvidado los anteojos traté de descifrar lo que había escrito en
Xalapa. Bizqueando salí airoso del asunto. Luego hablé de forma rápida sobre mi
presencia en Costa Rica. Mi maestro, mi gran maestro, Faustino Chamorro, hoy
profesor emérito de la Universidad de Costa Rica me llevó al hotel varias fotos
viejas y dos severos tomos en los que se sintetiza su erudita aportación a la
cultura tica. Me regaló una corbata segoviana, una especie de cordón con un
emblema de oro, que se ciñe en torno al cuello. Vi mucha emoción en él, gran
modestia, aunque es el gran maestro no sólo de San Isidro sino de Costa Rica.
Mucho de lo que soy se lo debo a él, a su erudición, buen humor, energía
superior, a su espíritu luminoso y generador de luz, a su creatividad y en
cierta medida a su sentimiento de superioridad sobre el mundo que lo rodea.
Luego cominos arroz con pollo, la comida que los ticos comen en todos los
eventos. En Costa Rica se come arroz con pollo o gallo pinto al desayuno,
almuerzo, en los matrimonios, bautizos y todos los grandes eventos. ¡Pura vida!
Después el viaje bordeando la ciudad de San José por lo de una restricción
vehicular, colinas suben y bajan, calles tortuosas, laberínticas, trazadas
sobre paisajes de belleza apasionante. Luego hicimos el viaje a San Isidro de
El General, mi pueblo y el espacio donde se desarrolla mi primera novela, por
la carretera en la que hace casi cuarenta años, cuando era un adolescente
flacuchento y fanfarrón trabajé como timekeeper.
Gran emoción recorriendo mis viejos territorios. San Isidro de El General ya no
es el pueblo de 6000 habitantes que habité hace décadas sino una ciudad de más
de cien mil, con malls, una gran autopista que ya tiene 70 muertos por mes,
infinidad de deslumbrantes iglesias de sectas extravagantes, varias
universidades, muchos edificios nuevos, pero, sigue siendo una ciudad llena de
mujeres de belleza que causa espanto a los hombres e infarto a las esposas y
con...
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