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Vida de artista en Monterrey

marzo 16, 2014

En casa de doña Bartola, Julián Villarreal  218 Norte, Monterrey
Monterrey, 15 de marzo de 2014
En la Feria del libro de la UNAL me llenaron de libros: muchos escritores me los regalan porque saben que yo los comento y se arriesgan a mis juicios sumarios, pues me conocen. 
Me dijo Santajuana, una chispa de mujer con sus años encima y muchos libros publicados sobre los narcos: "No les pongas atención, sólo quieren que les hagas propaganda gratis". 
Yo los defendí: "Tienen derecho a buscar que se les reconozca el trabajo". 
Yo regalo mis libros sin vergüenza alguna por interés y espero que los comenten, bien o mal, pero que los comenten.
La mayoría de los escritores con los que he hablado me han leído y conocen mi fama (mi mala fama) de comentarista corrosivo. Pero se arriesgan. Y cuando hablo con ellos, comienzan y comienzo a sentir afecto.

Estoy leyendo un libro de cuentos absolutamente magnífico de Eduardo Antonio Parra. Desde que lo abrí no me he separado de él. Lo leí en la cama, en la tina, en el banco, en el aeropuerto (mientras estaba en proceso de perder mi vuelo). Me escribió una dedicatoria muy entusiasta y honrada (lo sé: hay gente que no puede mentir). Sobre este libro he de escribir mucho y muy bien.
Escribo esto en un hotel más modesto que el Crowne Plaza. Hoy no me di los grandes atracones de ostras y otras exquiciteces que ofrecen todos los días en ese hotel de cinco estrellas: comí un modesto empanizado y una sopa de col en el restaurante Las monjitas: en total 80 pesos. En el Crowne una comida cuesta por lo menos 600 pesos.
Ya les dije que perdí mi vuelo por pendejo.
Ni modo. Ya aprenderé.
He estado hablando con escritores de mi edad: Elmer Mendoza, EA Parra, LA Ramos, sobre el futuro, cuando seamos MÁS viejos. Me preocupan ellos. Yo siento que tengo mi futuro asegurado.
Quien se ha portado como un dios protector es el jefe 
Edgar Valencia. Tiene una paciencia de santo. También Celso Garza, director Editorial de la UNAL.
He pasado unos días magníficos en Monterrey y soy consciente de que sin mi niñera (mi máneger) LL estoy casi perdido. Pero me aferro a ese "casi" y sigo en la fiesta de la vida.
Otra cosa es sentir el trágico contraste del mundo feliz de los que se hospedan y visitan los grandes hoteles, y la humanidad triste, fea, desnutrida, desanimada, sucia, cansada, sin trabajo digno, que pulula por las calles, que se mezcla con deslumbrantes mujeres de una raza triunfante (la que exterminó a sangre y fuego a casi todos los indígenas del norte de México).
Este es un mundo disparejo.
Me ha dado por escribir largo en el Facebook y llevarme lo escrito a mi blog. Mientras escribo en el FB siento que me están oyendo. 

Que se manifiesten los que me están leyendo, ¡cabrones!, miren que lo hago gratis.

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