Mi Lolita
junio 22, 2014
Fragmento de La insaciabilidad, segunda novela de la serie El libro de la vida, que saldrá a principios del próximo año.
Escena en casa de BB. Cuando llegué sólo estaban las niñas. Ni la señora BB ni su hija mayor Egle ni Toñita, la asistente doméstica, ni siquiera Urso, el perro. Sólo las dos pequeñas. Helga de doce años y Nicté de ocho. Me senté en la sala. Las niñas estaban visiblemente disgustadas. Helga dijo, ¡aff!, una expresión semejante a la de Concha cuando quiere expresar de la forma más sofisticada posible que está aburrida, yo me voy arriba, no soporto esta situación absurda (eso dijo). Vete, criaturita, ni haces sobra ni haces falta, dijo la chiquita (en casa de BB todas son eruditas, todas usan expresiones rebuscadas, todas son sentenciosas: casa de mujeres sin hombre de planta, compiten todas contra todas). Helga comenzó a subir las escaleras. Nicté, tan hermosa como podrían ser las niñas de las novelas de Nabokov (Lolita, Ada y otra media docena de infantas impúberes pero llenas de curiosidad y sensualidad latente) se quedó conmigo.
Escena en casa de BB. Cuando llegué sólo estaban las niñas. Ni la señora BB ni su hija mayor Egle ni Toñita, la asistente doméstica, ni siquiera Urso, el perro. Sólo las dos pequeñas. Helga de doce años y Nicté de ocho. Me senté en la sala. Las niñas estaban visiblemente disgustadas. Helga dijo, ¡aff!, una expresión semejante a la de Concha cuando quiere expresar de la forma más sofisticada posible que está aburrida, yo me voy arriba, no soporto esta situación absurda (eso dijo). Vete, criaturita, ni haces sobra ni haces falta, dijo la chiquita (en casa de BB todas son eruditas, todas usan expresiones rebuscadas, todas son sentenciosas: casa de mujeres sin hombre de planta, compiten todas contra todas). Helga comenzó a subir las escaleras. Nicté, tan hermosa como podrían ser las niñas de las novelas de Nabokov (Lolita, Ada y otra media docena de infantas impúberes pero llenas de curiosidad y sensualidad latente) se quedó conmigo.
Me puse de pie. Tuve la intuición de que había algo peligroso en la situación.
--¿Ya te vas?
--Sí.
--Nada más acompáñame hasta las escaleras –dijo.
Se subió hasta el tercer escalón, me puso una mano en el hombro, me jaló y me
dio un beso en la boca.
Estaba muy bella, con su vestido de talle alto (talle imperio, creo que se
llama), el cabello recién cortado al estilo Príncipe Valiente, los saludables
dientes de conejo y sus ojos grandísimos y brillantes. Tan chiquita y ya está
lista para el amor, pensé. Su sonrisa perversita al darme el beso lo
demostraba. No creo que se atreva a decirle a su madre que me dio un beso. Pero
si se le ocurre decirle que yo le di un beso, sin duda estaré metido
en un lío gordo.
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