Nadando con los triatlonistas de Veracruz hasta Isla Sacrificios
julio 30, 2014
Febrero de 2012. Estábamos en Xalapa. A la una de la mañana seguíamos buscando hotel en
Veracruz por medio de internet. Me dormí a las dos de la mañana y desperté a
las 4:30. A las 5:30 salimos. Mi mánager LL insistió en manejar, lo que sería
fatal, pues ella evitó las carreteras de peaje y condujo a menos de 80 kms por
hora, con el resultado de que llegué al borde de la playa cuando ya estaban
entrando al mar los 60 triatlonistas. Supliqué que me esperaran mientras corría
al coche a decirle a mi máneger que me esperara en el hotel. Corrí los 200
metros, le dije lo pertinente a mi máneger, le pedí a los empleados del Oxxo
que me guardaran mi mochila --yo mismo la escondí bajo el bote de basura.
Corrí de nuevo a la playa, ahora descalzo, sólo con
las mascarilla, pero hallé que no sólo ya se habían lanzado al mar sino que
iban más de cien metros adelante. No lo dudé un momento. Me lancé osadamente
--nótese lo valiente-- y nadé duro, pero, amigos, cómo los iba a alcanzar, si
ellos son triatlonistas jóvenes, y, debo confesarlo sin pena, estoy en la mitad
de la vida multiplicada por dos.
Naturalmente fui el último en llegar a Isla
Sacrificios, recibí el aplauso correspondiente, pero... por más que les
supliqué que me dejaran descansar, que me esperaran cinco minutos... no lo
hicieron, de modo que otra vez me eché al mar --miento, no me eché al mar, pedí
que me avanzaran un poco en la lancha mientras descansaba--. Bueno, cuando la
lancha alcanzó a los que iban en medio, me volví a echar al mar. Y comencé a
nadar en zigzag, con el resultado de que en lugar de nadar 2000 metros en el
regreso debí nadar como 4000 metros. ¿Cansado, exhausto? No, más bien
desesperado, porque parecía que no avanzaba nada.... Hasta que vi unas manos
ondeando: eran las del nadador que en la pasada competencia en AquaX ganó todas
sus pruebas. Me dijo que estaba nadando como borracho y que así no iba a llegar
nunca. Y me pidió que lo siguiera. Lo seguí, y finalmente llegué a la playa.
Pedí que me tomaran fotos con el objetivo de subirlas al blog. Por ahí andan
diciendo que mis modestas hazanas de super heroe casi senil son inventadas. Y
no, eso sí que no. Las proezas de mi espiritual pinga no permito que me las
pongan en duda. De modo que si el gringo del kayac que me tomó las fotos las
sube al "Caralibro", es decir al Facebook, me permitiré ponerlas en
este artículo. Al llegar al auto descubrí que mi máneger no se había ido al hotel
sino que estaba durmiendo con la cabeza apoyada en el volante. El problema es
que no puedo cambiar de máneger porque... es mi esposa.
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