Los Aguilera en el Lago Calima hace trece años

octubre 04, 2015

Diario del año 2002, 27 de diciembre

Escribo en la habitación de la sirvienta, la única vacía de la cabaña, al lado del Lago Calima. Ha sido un día intenso. Por la mañana nadé mil metros hacia el centro del lago, acompañado mi hermano por Moris (45 años), su hijo menor, Julio César, de 14 años, un espléndido atleta con la languidez propia de la adolescencia. Regresamos al muelle compitiendo. Toqué primero la madera, tras batallar brazada a brazada con Moris. Por la tarde participé en una de esas ridículas competencias de centros vacacionales en la piscina. Luego carreras de ochocientos metros en competencia de nuevo con Julio César, que me ganó por diez segundos. Volví a competir con Isabela, Chavi, hija de Jorge, una pequeña gacela, ocho años, que llegó a la meta a mi lado corriendo en chancletas. Volví a competir con Moris y le gané. De noche duermo un rato y despierto. Escribo, leo la novela de Piedad Bonnet, Después de todo. Bien o más bien pasable. Me duele el cuerpo agradablemente. Llevo casi quince días de vacaciones. Otro mundo. La familia renueva las viejas complicidades. El orgullo de ser un Aguilera rezuma por todas partes, una estirpe fuerte, orgullosa. Yo a mis hijos no les he trasmitido este juego de orgullo porque L. abomina de ese tipo de presunciones. A mí tampoco me gustan pero sé que en ocasiones sirve para salir adelante. La verdad es que yo no quiero forzar a mis hijos a ser famosos, ni ricos ni nada. Que sean lo que ellos quieran y puedan ser. Coquis, anteojos oscuros, muy parecido a Richard Gere. Hermano, serías perfecto si no tuvieras tres defectos: caminas con los pies abiertos, como un pato y ...estás casado. Coquis coquetea con todo el mundo, es un gran nadador, un enamorado de sus hijos. Pregona, como Moris, la necesidad de ser infiel: “Es la esposa la que hace del marido el amante perfecto para la otra”, reza una frase de la novela.
He hecho deporte como un muchacho. Me siento bien, fuerte, esta estancia en Calima parece ser mi última gran prueba de fuerza, vigor y juventud antes de la llegada de los estragos de los años.
El 29 de diciembre nos preparamos para emprender la vieja hazaña —ya lograda hace unos cinco años— de atravesar, ida y regreso, el Lago Calima por su parte más estrecha. Coquis afirma que yo no podré logarlo, que carezco del entrenamiento necesario, que no soy un nadador, que tengo ya 53 años. Nadaremos Jorge, Moris, Marco Antonio (hijo menor de Moris, 11 años, buen nadador). La familia se ha distribuido en dos cabañas y hoy llegará Gustavo, el industrial de la familia, con su gente, y sobre todo con Santiago, esa exigente criatura de un año, con sus manotas, su pie medio virado hacia adentro, su seriedad sin falla y sobre todo su vigor y su interminable actividad. Santiago, un auténtico Aguilera, hijo del segundo matrimonio de Gustavo, una máquina humana que al año de edad ya manipula al mundo y lo pone a su servicio.
Dos días después de las carreras de 800 metros, por fin me he liberado de los dolores musculares y estoy listo para la hazaña—quizá la última de mi tardía adolescencia— de cruzar a nado el Lago Calima. Un amigo del básquet en cada cumpleaños hace mil abdominales a lo largo del día para ratificar que todavía está vigoroso, poderoso, vigente. Yo no sólo en mi carácter, sino en mi físico, sigo comportándome como un muchacho a mis 53 años. Hace cuatro años el doctor me prohibió el básquet porque golpea mi rodillas (tengo condromalasia). Quizá el próximo año sí tenga que cambiarlo por la natación.
Jorge salió con la Nena al pueblo. Ya tardan demasiado en regresar. En Colombia uno nunca puede estar seguro del regreso a casa. Guerrilleros y paras acechan, también hampones ordinarios. El pueblo de Darién, a donde fueron por carne, fue tomado a sangre y fuego por la guerrilla el mes pasado. Vivir es asunto de azar en Colombia.


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