Tomado de El Espectador, 30 de marzo 2016
abril 04, 2016
“Al escritor le conviene más el fracaso que el
éxito”: Marco Tulio Aguilera
El novelista y
deportista colombiano Marco Tulio Aguilera, quien está radicado en México,
acaba de publicar “Poéticas y obsesiones”, un compendio con sus ensayos y
conferencias.
Por: Ángel Castaño Guzmán
Novelista y
deportista colombiano radicado en México, Marco Tulio Aguilera (Bogotá, 1949)
acaba de publicar con la Editorial de la Universidad de Antioquia el compendio
de ensayos y conferencias Poéticas y obsesiones. Bitácora de lecturas y
experiencias, el libro de Aguilera contiene reflexiones del oficio narrativo
hechas por un escritor diestro en las faenas de la ficción.
En el prólogo de “Poéticas y
obsesiones” señala que el tema de su literatura es usted mismo, sus manías y
pasiones. Luego de una larga carrera en las letras, ¿qué balance hace de su
trabajo literario?
Puedo decir que
estoy plenamente recompensado, no sólo porque haya conseguido algunos bienes
básicos y algunos que podrían ser considerados como accesorios, sino porque he
podido ejercer un oficio que me gusta y porque mis libros han sido publicados
por editoriales de varios países con muy buena crítica, aunque en ocasiones con
difusión insuficiente. A la altura de los años que tengo, disfruto de la vida
con intensidad: tengo tiempo para escribir, para hacer deporte, para estudiar
violín, para viajar a donde me invitan, y sobre todo para mantener una
integridad que me permite decir lo que pienso.
En el libro hay varias conferencias destinadas a
hablar del cuento. Después de cultivar el género, ¿qué elementos hacen de una
narración un cuento memorable?
Cada cuento es
diferente, de modo que no me parece que se pueda hacer una especie de tratado
sobre cómo se escribe. Hay algunos elementos comunes o algunas constantes. Debe
haber, por ejemplo, un buen relato, algo que sea diferente a todo lo escrito,
un estilo adaptado al tema, ausencia de paja, una transformación en los
personajes o en la situación, debe haber una expectativa en los personajes o en
el lector, debe haber pasión, acción, dinámica, movimiento, personajes o situaciones
memorables, debe haber un buen estilo adaptado a la situación. Si los cuentos
no arrebatan la atención, no valen la pena. Yo aspiro a que mis cuentos agarren
a los lectores del cuello y los lleven hasta el final sin permitirles casi
respirar. En algunos cuentos pienso que lo he logrado. Pero de todos modos,
cualquier generalización es vana. Cada cuento es un cuento diferente, un reto,
una aventura, una aventura desde la primera palabra hasta la última.
Dedica usted un ensayo a la obra de
Henry Miller, escritor que ha influido en su obra. ¿Qué rescata a esta altura
del autor de “Sexus”? ¿Qué tanto de sus libros le deben a él?
Henry Miller ha
sido básico para mí. Tengo casi todas sus obras y he aprendido mucho de ellas.
La crucifixión rosada, Trópico de cáncer y Trópico de capricornio, El coloso de
Marusi son obras que vale la pena releer. Le debo más a Miller que a García
Márquez. Mi primera novela, Breve historia de todas las cosas, fue escrita bajo
la sombra de Cien años de soledad. Pero a partir de esa obra, que salió
publicada en Buenos Aires cuando yo tenía 24 años y que tuvo una repercusión
grande, al punto que se la comparó con la obra mayor de García Márquez, a
partir de esa obra, repito, escribí libros muy personales: Cuentos para después
de hacer el amor, Cuentos para antes de hacer el amor y El imperio de las
mujeres, además de varias novelas, entre ellas El amor y la muerte, que fue
finalista secreta del Premio Alfaguara, y una serie de novelas seriadas, que he
llamado en general El libro de la vida (formado por Mujeres amadas, La
insaciabilidad, La hermosa vida, Doctor Amóribus y tres inéditas). En esta
serie de novelas está presente el influjo de Miller en varios aspectos: la
narración autobiográfica, la aventura amorosa y erótica como una forma de la
épica personal, la reflexión filosófica.
En el ensayo “La novela: seda entre
las manos” usted repasa su periplo novelístico. Luego de reflexionar sobre el
oficio, ¿cuáles han sido las epifanías que le han deparado sus novelas? ¿Sigue
creyendo que para escribir una novela hay que ser un optimista irredento?
Es muy difícil
localizar cuál fue el momento o la situación que hicieron que la maquinaria de
una novela arrancara. Supongo que no es sólo una motivación sino muchas las que
contribuyen a que un escritor se obsesione con un tema al punto de dedicarle la
mayor parte de las horas de su vida durante uno o varios años. Mi primera
novela, Breve historia de todas las cosas, nació de tres o cuatro
circunstancias: el recuerdo de un pueblo muy colorido, muy extravagante, de
Costa Rica; la lectura de Cien años de soledad, que abrió mi imaginación a la
maravilla de ese pueblo; el aburrimiento de las clases de filosofía en la
Universidad del Valle, además de mi afición exagerada a la lectura y al
ensimismamiento. Todo eso contribuyó, pero saber a ciencia cierta qué fue lo
que prendió la mecha es muy difícil, tan difícil como interpretar un sueño
confuso. Y de verdad que ponerse a escribir novelas es un acto de optimismo
radical: gasta uno muchos años en una quimera que podría terminar en la basura
o totalmente ignorada. Y es un acto de optimismo porque el verdadero novelista
cree que con cada obra cambiará al mundo y que cada obra será una obra de arte.
Cada novela debe ser una apuesta total: de ahí la pasión absoluta, la obsesión
feroz con que se han escrito las grandes obras.
Esa pasión convierte al novelista en
un descendiente de Caín, como usted lo llama en una de las conferencias
compiladas en “Poéticas y obsesiones”.
La profesión del
novelista casi obliga a la soledad, al aislamiento, al abandono de los papeles
sociales aceptados y casi exigidos, obliga a menudo a traicionar ciertos
secretos familiares o sociales, lo que lo convierte en una especie de
antisocial, una entidad peligrosa, no sólo para sus parientes y amigos, sino
para el establishment. Solamente hasta que doblegue la cerviz del poder y de la
sociedad convencional en la que vive, mediante la fuerza de sus letras, logra
ser aceptado y celebrado. Antes de eso el escritor es una especie de perro bajo
la escalera. Y cuando llega el éxito, la aceptación y la celebración,
generalmente el escritor baja la guardia y empieza a liberar productos
mediocres, inacabados. Por eso es que al escritor le conviene más el fracaso
que el éxito.
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