EL AMOR Y LA MUERTE
febrero 09, 2008El amor y la muerte de Marco T.
17 comentarios
Indra Restrepo, Colombia
Edmundo Paz Soldán, Bolivia
Gustavo Alvarez Gardeazábal, El Tiempo, Bogotá
Germán Castro Caycedo, El Tiempo, Bogotá
Peter Broad, Universidad de Indiana
Harold Alvarado Tenorio, El País, Colombia
Juan Fernando Arguello, México
Novedades literarias en Diario del Sureste, México
Juan Cruz Mendizábal, Decano del Departamento de Literaturas Hispánicas de la Universidad de Indiana en Pennsylvania
Armando Pinto, revista Critica de la Universidad de Puebla
Juan Domingo Argüelles, Cultura de Diario El Universal, México, DF.
Beatriz Meyer, Critica, Universidad de Puebla, México
José Cardona López, Hispamérica, Estados Unidos
Friné Santisteban, texto de taller
Luis Arturo Ramos, Cultura deVeracruz
El amor y la muerte: Los paraísos de Garramuño
Fabio Martínez, El Tiempo, Cali, Colombia
Las vidas de Marco Tulio Aguilera Garramuño, el escritor colombiano que acaba de ser finalista del Premio Alfaguara con su novela El amor y la muerte, pueden dividirse en dos: su vida de sardanápalo que vivió en Cali cuando era estudiante de Letras en Univalle y su oficio como escritor en Jalapa, México. (Sardanápalo fue un rey asirio, lúdico, lúbrico y licencioso.)
De su vida de sardanápalo puede dar cuenta Adolfo Montaño, el frenáptero de la música, que un día después de haber trotado con el escritor por los Farallones de Cali, fue convertido en personaje literario de una de sus novelas Los placeres perdidos. En aquellos tiempos en los Farallones aún se podía trotar y contemplar la exuberancia de la naturaleza.
Para Garramuño aquellos años fueron los más felices de su vida pues fue en Cali que el escritor inició su educación sentimental, su vocación como corredor de fondo y su amor incondicional por la literatura. Su vida como escritor ha sido prolífica desde aquel primer libro publicado en Buenos Aires por Ediciones La Flor y titulado Breve historia de todas las cosas que fue comparada equivocadamente con Cien años de soledad.
Esta comparación le valió al escritor precoz todo el peso de la crítica. Luego vinieron los Cuentos para después de hacer el amor donde Garramuño con ese humor fino y juguetón que es oro raro en nuestra literatura, empezó a mostrarnos que es un gran conocedor del alma femenina. Cuentos para después de hacer el amor tuvo tanta popularidad en el continente que Garramuño escribió enseguida los Cuentos para antes de hacer el amor. Y en poco tiempo se espera que el autor bogotano escriba los Cuentos en lugar de hacer el amor.
Pienso que este conocimiento del mundo femenino fue el resorte interior que lo impulsó a escribir El amor y la muerte, una novela que narra la historia de Editn Viscontini, que después de su primer matrimonio decide vivir el amor de una manera intensa. El amor y la muerte es una obra que en medio del drama que vive el continente, reivindica la vida como un antídoto contra la tragedia humana. Es también la historia de una familia extravagante y extremista con sus amantes estólidos que se le atraviesan a doña Edith por su vida; sus tías fórcides que comparten un ojo y cuando quieren chismosear se lo arrebatan para ver más de la cuenta; y sus siete hijos que en medio de sus vicios y virtudes siempre se ponen una cita en alguna ciudad del continente para reivindicar el amor que se tienen.
El último libro de Garramuño no solo es un homenaje a la familia sino también y en medio de tanta novelita negra de alcantarilla que pulula en nuestro medio, es una obra feliz que reivindica el amor. Una novela apasionante, que casi obliga al lector a olvidar todo y dedicarse a leer hasta el fin. Me gustó muchísimo, una gran novela. Tiene razón Gardeazábal: hay que reconocer que Garramuño es un señor narrador. Es un privilegio leerlo. Colombia debe estar agradecida.
INDRA RESTREPO, fotógrafa
Marco primero que todo déjame FELICITARTE por ese libro maravilloso queescribiste,y además me regalaste,el Amor y la Muerte,es grandioso; tienes toda la razón para que se te suba el EGO, pues la verdad me encantó tu prosa,la manera en que enlazas lahistoria y lo más berraco, la berraquera de tu protagonista, Doña Edith,sinceramente no se si es biográfico el libro o no; lo importante ses cómo me divertí leyendo este LibroIndra Restrepo
EDMUNDO PAZ SOLDAN, escritor boliviano
MT: El jueves por la mañana terminé tu novela. Me gustó mucho, es una novela muy ambiciosa. me impresionó tu capacidad para manejar tantos personajes en tan breve espacio: siete hermanos, cada uno muy bien delineado [aunque a ratos me confundía tanto nombre]. Y tantas geografías. Y también un recorrido por medio siglo de nuestra historia latinoamericana. Y me gustó la construcción formal, cómo los capítulos que son como breves relatos van armando toda la novela. Edith es un gran personaje, pero me quedó la incógnita de qué habeia pasado realmente entre ella y su hermano en la Argentina.La novela te llega. Está escrita con mucha inteligencia y sensibilidad. Felicidades
Edmundo Paz Soldán
Bogotá, martes 25 de junio de 2002
Presentación
Gustavo Álvarez Gardeazabal
Palabras pronunciadas por Gustavo Álvarez Gardeazábal durante la presentación de la novela ‘El amor y la muerte’¸ de Marco T. Aguilera Garramuño, publicada por Alfaguara Colombia y presentada en la pasada
Feria del Libro de Bogotá.
Marco Tulio Aguilera Garramuño fue el más aventajado de mis alumnos en el ya mítico Taller de Escritores de la Universidad del Valle hace treinta años. Entonces Marco Tulio tocaba violín y jugaba básquetbol. No sabía de otras cosas todavía. Marco Tulio quería estudiar filosofía no para aprender a pensar sino para hacer creer que pensaba más que sus maestros y que era mejor filósofo que los filósofos de los libros que leía. Entonces dizque resultó epiléptico. Nunca lo vimos tomar epamina. Sin embargo, lentamente se fue abriendo paso, con la misma lentitud con que tocaba violín y no dejaba dormir a sus vecinos en las residencias universitarias de Meléndez, en Cali. El primer libro se lo publicaron en la Argentina y allí supimos que su mamá, doña Ruth era argentina. Después comenzó a hablar sobre un pueblo llamado San Isidro del General y casi nadie le entendía, pues la ignorancia geográfica que teníamos la mayoría de los seres humanos que llenábamos el recinto de la Universidad del Valle era grande. Hablaba de un mitológico San Isidro del General. Quienes conocíamos el mapa de Costa Rica sabíamos que tal pueblo sí existía, pero otros creían que Marco Tulio, como casi todas las cosas, se las estaba inventando. Continuó su trasegar y prefirió abonarse a la lista de los que se iban. Finalmente, quienes sabíamos quién era doña Ruth entendíamos que los genes no se pierden. Eso sí, se negaba insistentemente a decir quien era su padre.
Pasaron los años, Marco Tulio se refugió en una universidad nortemericana gracias a una de esas cosas que uno sabe hacer en la vida, como es mandar recomendaciones a tiempo. Por supuesto, Marco Tulio pretendió que la moralidad que él tenía frente a los actos y que ahora se le ha recrudecido, era muchísimo más importante que cumplir con los compromisos de la égida norteamericana y de los estrictos cánones de las universidades norteamericanas. No sé si fue en Kansas, en Chicago o en Kentucky, en alguna de las tres ciudades, dio el giro y de pronto terminó en la Universidad Veracruzana desde donde ha azotado a la literatura mexicana país haciéndoles creer que nadie es mejor escritor ni más prolífico que él.
Durante todo este tiempo, casi 30 años, Marco Tulio Aguilera Garramuño no ha perdido su ingenuidad de niño bueno, no ha dejado de ser un niño grandote, ése que durante todos estos años ha insistido en decirnos a todos sus lectores y a los amigos que a veces lo oímos, que nadie sabe en la faz de la tierra hacer el amor como lo hace él, que nadie sabe cómo son las mujeres y que todas las mujeres del mundo deben leer los libros de Marco Tulio para aprender lo que es el ejercicio del amor. Marco Tulio se ha estado todo este tiempo escribiendo libros de erotismo para hacer creer que él es un burbujeante volcán que a cada instante está a punto de erupcionar, creando unas pasiones irreversibles. Son muchos años en ese mismo ajetreo y no había podido convencernos. Muchos años en los cuales ninguno de sus lectores podemos admitir que él sabe de mujeres (y si lo digo yo que no sé de ellas ni las he probado, creo que mi palabra es mucho más valiosa). Todo este tiempo él se la ha pasado diciendo que sabe de formas eróticas y de hacer el amor mucho más que cualquier sabio oriental. Como no la ha hecho con quien debe hacerlo, no puedo asegurarlo. Pero como además siempre nos ocultó quién era su padre, pero no pudo ocultar la cara de Aguileras que tenían todos sus hermanos: grandes, culones y narigones, todos sabíamos muy bien cuál era el ejercicio de sus hermanos: los unos deslumbraron por un lado, los otros por el otro, y llevaron a la hermana a estudiar la universidad para que posara de la niña tenue, que a veces hacía de boba, cuando era la más inteligente de todos. Dentro de todo ese esquema, Marco Tulio se negó durante 28 años a demostrar que es un gran escritor, a demostrar que sabe hacer literatura y que además, todavía, pese al neoliberalismo, cree en ella. Marco Tulio se negó, como en trinchera de la primera guerra mundial a demostrarnos que él podía contar la mejor veta que un novelista tenía: su familia. Esta novela, por supuesto, no es de amores, como él la ha querido titular. Ni más faltaba. Jamás pudo entender los amores de su madre. Y doña Ruth es doña Edith Viscontini, protagonista de la novela El amor y la muerte, para que todos lo sepan de una vez y ese personaje legendario es tan fuerte, tan antagonista como lo ha dicho Germán Castro Caycedo...Y como lo es, sin duda alguna, la sombra creciente y mayestática, del doctor Aguilera Camacho, que montado en su limosina, o atendiendo pacientes pobres o haciendo operaciones prodigiosas en el Hospital San Juan de Dios durante los días del Bogotazo, va copando el espacio edípico que Marco Tulio siempre nos negó y que le estaba haciendo falta. Tal vez por eso, porque esta novela es de él, y no de lo que Marco Tulio dijo que era; porque esta novela es de su gente, y no de las mujeres que Marco Tulio dice ha probado.
Esta novela es de su verdadero amor, su madre, doña Edith Viscontini, el gran personaje novelesco. Es una maravillosa novela que no vacilo en recomendar cualquiera que sea el punto de observación desde donde se quiera mirarlo. Vengo aquí, no a rendirle tributo al mejor de los alumnos de mi taller; no a rendirle tributo al amigo que durante treinta años ha sido leal con este loco contradictorio Gardeazábal. No. No vengo siquiera a rendirle tributo a un novelista colombiano, perdón, colombo-mexicano de gran categoría. No. Yo vengo a rendirle tributo al escritor, distinto a los nacidos en mi pueblo, que encabezo yo, que ha sido capaz de meter a Tuluá dentro de una novela como parte vital de su familia, porque acá moja nalga uno de sus hermanos y allá paseó la sombra de su madre A ese hombre que fue capaz de abordar a mi pueblo desde otra órbita novelística vengo a rendirle tributo emocionado.”
PresentaciónGermán Castro Caycedo
Pienso que El amor y la muerte, novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño, recientemente publicada por Alfaguara en Colombia, es una novela de calidad literaria y temática. El libro es la historia de una mujer, y de una familia, narrada a través de muchas voces, de cartas, de monólogos, mediante una estructura, yo diría, cronológica pero no convencional, es decir, de personalidad.
Se trata de la trashumancia de una mujer que nace en la Argentina de Perón, vive en la Colombia de la época de la Violencia -aquí todas las épocas han sido de violencia, pero el autor toma como referencia la de la década de los años cincuenta-; viaja a los Estados Unidos, donde vive en la marginalidad; luego en Costa Rica, en la Nicaragua sandinista, y regresa a morir a Colombia.
Monólogos y cartas recuperan acontecimientos, miradas particulares sobre momentos de la vida, mezclando con ellos algunas veces personajes reconocibles como Jorge Eliécer Gaitán, los hermanos Ortega y el Comandante Cero en Nicaragua y alusiones a políticos, a hechos notables, a libros de las últimas décadas del siglo XX.
La obsesión de Edith Viscontini, el personaje central, es la búsqueda insaciable de mundos nuevos, de personas y de lugares diferentes, característica de una Colombia que hoy desea huir de su propio país, lo cual en el libro configura un temperamento inestable y apasionado que gracias a la trashumancia vive instantes intensos tras los cuales regresa a su angustia de existir.
El amor y la muerte es un libro sin diálogos que concatena episodios históricos reales con experiencias. Y es un libro en el cual las experiencias vitales de los personajes revelan la oscilación que existe entre la ilusión y el desencanto surgidos en los países que la mujer recorre con sus hijos, ilusión y desencanto motivados por las experiencias vividas, como es el caso de la revolución sandinista en Nicaragua: primero, fe en las bondades del cambio y luego una gran decepción ante el fracaso de una experiencia que costó muchas vidas.
Igual sucede frente a Colombia. Primero emergen imágenes pictóricas y amables de algunas de sus ciudades y campos, vistas a través de la nostalgia de tiempos anteriores. Luego, el presente de caos y violencia.
Como la protagonista, los personajes secundarios, las voces, los monólogos corresponden también a la errancia y están marcados por una insatisfacción que no se sacia de ningún modo, llevando su paradigma del amor intenso al corte final de la muerte, al cual se desplazan todos los acontecimientos.
Pero a la vez en el libro se dibujan los rasgos de un continente asfixiado por sus propias insatisfacciones, en el cual, al fracaso de las utopías le siguen frustraciones recurrentes y luego de ellas, la incertidumbre que desde luego es intermporal, porque América Latina parece haber vivido de frustraciones.Pienso que esta novela tiene fuerza narrativa y un interés indudable en el momento actual, no tanto como reflejo momentáneo, sino como una constatación de la intensidad de los deseos de la gente, frente a la falta de opciones que plantea la realidad.
Finalmente me parece que en El amor y la muerte existe un tramado complejo de los personajes y la historia, pero sobre todo, la fuerza de Edith Viscontini, la protagonista, un gran personaje, en este caso la agonista, a quienes sus parientes y amantes van definiendo desde sus puntos de vista personales en forma amorosa o ácida, según los instantes, de manera que el libro es también un retablo de contrastes que muestra desde la gran madre, la amante intensa, la mujer tierna y sometida, hasta el retrato de una mujer solitaria, insatisfecha, impávida ante la muerte y con la sabiduría de la vida.Creo que con este libro, Marco Tulio Aguilera Garramuño demuestra la madurez del novelista capaz de profundizar en forma magistral dentro del alma y del cuerpo de uno de los personajes más fuertes, luego de una trayectoria literaria de dieciséis libros anteriores.
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Aviso legal COPYRIGHT © 2002 CASA EDITORIAL EL TIEMPO S.A.Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción sin autorización escrita de su titular.Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved
El amor y la muerte. Marco Tulio Aguilera Garramuño. Bogotá: Alfaguara, 2002. 244 páginas.
Peter G. Broad
Indiana University of Pennsylvania Peter G. Broad
En El amor y la muerte, Marco Tulio Aguilera Garramuño ha escrito el libro de su vida (y no El libro de la vida, serie de novelas suyas de la que ya aparecieron los tres primeros tomos). Por un lado, se trata de una autobiografía ligeramente novelada; por otro es la mejor novela que ha escrito hasta la fecha.
El narrador principal de la novela es un escritor colombiano, radicado en México, que ha regresado a Colombia para presenciar la muerte de su madre, doña Edith Viscontini. El narrador, Ricardo Rivera Viscontini, y sus seis hermanos se han reunido en Tuluá donde la madre de todos ha ido a morir de un cáncer de los pulmones, después de haber vivido una vida larga e interesantísima. Esta es la escena en que se centra la novela; pero mientras agoniza doña Edith, los lectores llegamos a conocer a fondo la historia de una familia, en un sentido venida a menos pero en otro sentido más profundo, venida a más, en la Latinoamérica de la segunda mitad del siglo veinte.
El narrador alter ego es la norma en las últimas novelas de Aguilera Garramuño, pero en las otras, este narrador es el enfoque de todo lo que ocurre. Los demás personajes sirven para crear las situaciones que permitan o causen los cambios en el entendimiento del mundo del protagonista. Con pocas excepciones, no son personajes completos ni complejos. En cambio, en El amor y la muerte, el narrador es sólo uno de los personajes complejos y plenamente desarrollados.
La más compleja de todos es, sin lugar a duda, la señora cuya muerte proporciona el pretexto para la reunión familiar. Edith Viscontini (o “Eidith” según una versión) es una argentina que se escapó de una situación familiar incómoda, quizás casándose con un diplomático brasileño o ruso, quizás homosexual, o quizás todo fue un invento suyo. De todos modos, parece que a los dieciséis años, en Uruguay, conoció al doctor Rivera Camacho, un cirujano colombiano famoso y riquísimo, casado entonces en un matrimonio infeliz con una señora de la aristocracia bogotana. El doctor se separó de la primera esposa y fundó una familia con la argentina, que en unos once años le dio seis hijos y una hija.
Muerto el doctor, Edith, todavía joven, salió en busca de la vida y el amor. Llevó a la tribu, junto con su nuevo amante, Pedro Pablo, a la Florida en Estados Unidos. Luego, partió hacia el sur donde terminó en Costa Rica, en San Isidro del General. Allí mantuvo a la familia con tres trabajos y una serie de hombres. Más tarde ayudó con la revolución sandinista y terminó casándose con un comandante. De él escapó, regresó a Costa Rica, y, finalmente, a Colombia, donde vivían cinco de sus hijos (César, el mayor, vive en Estados Unidos, y Ricardo en México).
Esta historia, desde luego, no se nos presenta de forma directa ni cronológica. Mientras vamos conociendo a los miembros de la familia, escuchamos, en algunos casos, y, en otros casos, tenemos una voz narrativa múltiple que cambia casi al azar su focalización. Y, para mayores complicaciones, se nos presenta, en fragmentos intercalados, otra versión de la historia familiar tal como se presentara en una novela previa de Ricardo. (Esta, con ligeras variantes, es El juego de las seducciones, de Aguilera Garramuño [México: Leega, 1989].) Tanta variación en la narración refleja y matiza, de una forma eficaz, la complejidad psicológica de las reacciones a la vida y muerte–los amores, las luchas, los secretos–de la madre de la familia Rivera Viscontini.
Los siete hermanos están basados, evidentemente, en los hermanos Aguilera Garramuño.Son, como toda familia, personas que se quieren profundamente al mismo tiempo que guardan rencores desde la primera infancia. Pero, también representan distintos tipos del latinoamericano de hoy; tipos, pero tipos multifacéticos.
César, el mayor, ha llegado a ser rico por medio de su empleo con la multinacional norteamericana Hewlett Packard. Al mismo tiempo, como buen nuevo rico, es, además de generoso con la familia, panzón y mujeriego. Es decir, conserva lo estereotípicamente macho latinoamericano con el éxito entre los gringos. Al otro extremo, Felicia, la única hermana, es soltera y bella, independiente y competente: la nueva mujer que, a diferencia de su madre, ha creado su vida sin la necesidad del complemento de los hombres.
Los otros hermanos incluyen el menor, que acompañó a su madre en la lucha en Nicaragua, un médico, un empresario que logra burlar a las fuerzas violentas en Colombia, y un marihuanero que, en una vida caótica, lucha por el futuro de su país. Si estos no representan las caricaturas clásicas, sí son manifestaciones de las fuerzas involucradas en la turbulencia latinoamericana actual. Ricardo, escritor y alter ego del autor, es el que intenta buscar la razón de todo esto. La razón que encuentra, si existe, es múltiple y contradictoria, como la vida misma.
HAROLD ALVARADO TENORIO LA GACETA, El País
Bogotá, martes 25 de junio de 2002
Presentación
Gustavo Álvarez Gardeazabal
Palabras pronunciadas por Gustavo Álvarez Gardeazábal durante la presentación de la novela ‘El amor y la muerte’¸ de Marco T. Aguilera Garramuño, publicada por Alfaguara Colombia y presentada en la pasada
Feria del Libro de Bogotá.
Marco Tulio Aguilera Garramuño fue el más aventajado de mis alumnos en el ya mítico Taller de Escritores de la Universidad del Valle hace treinta años. Entonces Marco Tulio tocaba violín y jugaba básquetbol. No sabía de otras cosas todavía. Marco Tulio quería estudiar filosofía no para aprender a pensar sino para hacer creer que pensaba más que sus maestros y que era mejor filósofo que los filósofos de los libros que leía. Entonces dizque resultó epiléptico. Nunca lo vimos tomar epamina. Sin embargo, lentamente se fue abriendo paso, con la misma lentitud con que tocaba violín y no dejaba dormir a sus vecinos en las residencias universitarias de Meléndez, en Cali. El primer libro se lo publicaron en la Argentina y allí supimos que su mamá, doña Ruth era argentina. Después comenzó a hablar sobre un pueblo llamado San Isidro del General y casi nadie le entendía, pues la ignorancia geográfica que teníamos la mayoría de los seres humanos que llenábamos el recinto de la Universidad del Valle era grande. Hablaba de un mitológico San Isidro del General. Quienes conocíamos el mapa de Costa Rica sabíamos que tal pueblo sí existía, pero otros creían que Marco Tulio, como casi todas las cosas, se las estaba inventando. Continuó su trasegar y prefirió abonarse a la lista de los que se iban. Finalmente, quienes sabíamos quién era doña Ruth entendíamos que los genes no se pierden. Eso sí, se negaba insistentemente a decir quien era su padre.
Pasaron los años, Marco Tulio se refugió en una universidad nortemericana gracias a una de esas cosas que uno sabe hacer en la vida, como es mandar recomendaciones a tiempo. Por supuesto, Marco Tulio pretendió que la moralidad que él tenía frente a los actos y que ahora se le ha recrudecido, era muchísimo más importante que cumplir con los compromisos de la égida norteamericana y de los estrictos cánones de las universidades norteamericanas. No sé si fue en Kansas, en Chicago o en Kentucky, en alguna de las tres ciudades, dio el giro y de pronto terminó en la Universidad Veracruzana desde donde ha azotado a la literatura mexicana país haciéndoles creer que nadie es mejor escritor ni más prolífico que él.
Durante todo este tiempo, casi 30 años, Marco Tulio Aguilera Garramuño no ha perdido su ingenuidad de niño bueno, no ha dejado de ser un niño grandote, ése que durante todos estos años ha insistido en decirnos a todos sus lectores y a los amigos que a veces lo oímos, que nadie sabe en la faz de la tierra hacer el amor como lo hace él, que nadie sabe cómo son las mujeres y que todas las mujeres del mundo deben leer los libros de Marco Tulio para aprender lo que es el ejercicio del amor. Marco Tulio se ha estado todo este tiempo escribiendo libros de erotismo para hacer creer que él es un burbujeante volcán que a cada instante está a punto de erupcionar, creando unas pasiones irreversibles. Son muchos años en ese mismo ajetreo y no había podido convencernos. Muchos años en los cuales ninguno de sus lectores podemos admitir que él sabe de mujeres (y si lo digo yo que no sé de ellas ni las he probado, creo que mi palabra es mucho más valiosa). Todo este tiempo él se la ha pasado diciendo que sabe de formas eróticas y de hacer el amor mucho más que cualquier sabio oriental. Como no la ha hecho con quien debe hacerlo, no puedo asegurarlo. Pero como además siempre nos ocultó quién era su padre, pero no pudo ocultar la cara de Aguileras que tenían todos sus hermanos: grandes, culones y narigones, todos sabíamos muy bien cuál era el ejercicio de sus hermanos: los unos deslumbraron por un lado, los otros por el otro, y llevaron a la hermana a estudiar la universidad para que posara de la niña tenue, que a veces hacía de boba, cuando era la más inteligente de todos. Dentro de todo ese esquema, Marco Tulio se negó durante 28 años a demostrar que es un gran escritor, a demostrar que sabe hacer literatura y que además, todavía, pese al neoliberalismo, cree en ella. Marco Tulio se negó, como en trinchera de la primera guerra mundial a demostrarnos que él podía contar la mejor veta que un novelista tenía: su familia. Esta novela, por supuesto, no es de amores, como él la ha querido titular. Ni más faltaba. Jamás pudo entender los amores de su madre. Y doña Ruth es doña Edith Viscontini, protagonista de la novela El amor y la muerte, para que todos lo sepan de una vez y ese personaje legendario es tan fuerte, tan antagonista como lo ha dicho Germán Castro Caycedo...Y como lo es, sin duda alguna, la sombra creciente y mayestática, del doctor Aguilera Camacho, que montado en su limosina, o atendiendo pacientes pobres o haciendo operaciones prodigiosas en el Hospital San Juan de Dios durante los días del Bogotazo, va copando el espacio edípico que Marco Tulio siempre nos negó y que le estaba haciendo falta. Tal vez por eso, porque esta novela es de él, y no de lo que Marco Tulio dijo que era; porque esta novela es de su gente, y no de las mujeres que Marco Tulio dice ha probado.
Esta novela es de su verdadero amor, su madre, doña Edith Viscontini, el gran personaje novelesco. Es una maravillosa novela que no vacilo en recomendar cualquiera que sea el punto de observación desde donde se quiera mirarlo. Vengo aquí, no a rendirle tributo al mejor de los alumnos de mi taller; no a rendirle tributo al amigo que durante treinta años ha sido leal con este loco contradictorio Gardeazábal. No. No vengo siquiera a rendirle tributo a un novelista colombiano, perdón, colombo-mexicano de gran categoría. No. Yo vengo a rendirle tributo al escritor, distinto a los nacidos en mi pueblo, que encabezo yo, que ha sido capaz de meter a Tuluá dentro de una novela como parte vital de su familia, porque acá moja nalga uno de sus hermanos y allá paseó la sombra de su madre A ese hombre que fue capaz de abordar a mi pueblo desde otra órbita novelística vengo a rendirle tributo emocionado.”
PresentaciónGermán Castro Caycedo
Pienso que El amor y la muerte, novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño, recientemente publicada por Alfaguara en Colombia, es una novela de calidad literaria y temática. El libro es la historia de una mujer, y de una familia, narrada a través de muchas voces, de cartas, de monólogos, mediante una estructura, yo diría, cronológica pero no convencional, es decir, de personalidad.
Se trata de la trashumancia de una mujer que nace en la Argentina de Perón, vive en la Colombia de la época de la Violencia -aquí todas las épocas han sido de violencia, pero el autor toma como referencia la de la década de los años cincuenta-; viaja a los Estados Unidos, donde vive en la marginalidad; luego en Costa Rica, en la Nicaragua sandinista, y regresa a morir a Colombia.
Monólogos y cartas recuperan acontecimientos, miradas particulares sobre momentos de la vida, mezclando con ellos algunas veces personajes reconocibles como Jorge Eliécer Gaitán, los hermanos Ortega y el Comandante Cero en Nicaragua y alusiones a políticos, a hechos notables, a libros de las últimas décadas del siglo XX.
La obsesión de Edith Viscontini, el personaje central, es la búsqueda insaciable de mundos nuevos, de personas y de lugares diferentes, característica de una Colombia que hoy desea huir de su propio país, lo cual en el libro configura un temperamento inestable y apasionado que gracias a la trashumancia vive instantes intensos tras los cuales regresa a su angustia de existir.
El amor y la muerte es un libro sin diálogos que concatena episodios históricos reales con experiencias. Y es un libro en el cual las experiencias vitales de los personajes revelan la oscilación que existe entre la ilusión y el desencanto surgidos en los países que la mujer recorre con sus hijos, ilusión y desencanto motivados por las experiencias vividas, como es el caso de la revolución sandinista en Nicaragua: primero, fe en las bondades del cambio y luego una gran decepción ante el fracaso de una experiencia que costó muchas vidas.
Igual sucede frente a Colombia. Primero emergen imágenes pictóricas y amables de algunas de sus ciudades y campos, vistas a través de la nostalgia de tiempos anteriores. Luego, el presente de caos y violencia.
Como la protagonista, los personajes secundarios, las voces, los monólogos corresponden también a la errancia y están marcados por una insatisfacción que no se sacia de ningún modo, llevando su paradigma del amor intenso al corte final de la muerte, al cual se desplazan todos los acontecimientos.
Pero a la vez en el libro se dibujan los rasgos de un continente asfixiado por sus propias insatisfacciones, en el cual, al fracaso de las utopías le siguen frustraciones recurrentes y luego de ellas, la incertidumbre que desde luego es intermporal, porque América Latina parece haber vivido de frustraciones.Pienso que esta novela tiene fuerza narrativa y un interés indudable en el momento actual, no tanto como reflejo momentáneo, sino como una constatación de la intensidad de los deseos de la gente, frente a la falta de opciones que plantea la realidad.
Finalmente me parece que en El amor y la muerte existe un tramado complejo de los personajes y la historia, pero sobre todo, la fuerza de Edith Viscontini, la protagonista, un gran personaje, en este caso la agonista, a quienes sus parientes y amantes van definiendo desde sus puntos de vista personales en forma amorosa o ácida, según los instantes, de manera que el libro es también un retablo de contrastes que muestra desde la gran madre, la amante intensa, la mujer tierna y sometida, hasta el retrato de una mujer solitaria, insatisfecha, impávida ante la muerte y con la sabiduría de la vida.Creo que con este libro, Marco Tulio Aguilera Garramuño demuestra la madurez del novelista capaz de profundizar en forma magistral dentro del alma y del cuerpo de uno de los personajes más fuertes, luego de una trayectoria literaria de dieciséis libros anteriores.
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Aviso legal COPYRIGHT © 2002 CASA EDITORIAL EL TIEMPO S.A.Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción sin autorización escrita de su titular.Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved
El amor y la muerte. Marco Tulio Aguilera Garramuño. Bogotá: Alfaguara, 2002. 244 páginas.
Peter G. Broad
Indiana University of Pennsylvania Peter G. Broad
En El amor y la muerte, Marco Tulio Aguilera Garramuño ha escrito el libro de su vida (y no El libro de la vida, serie de novelas suyas de la que ya aparecieron los tres primeros tomos). Por un lado, se trata de una autobiografía ligeramente novelada; por otro es la mejor novela que ha escrito hasta la fecha.
El narrador principal de la novela es un escritor colombiano, radicado en México, que ha regresado a Colombia para presenciar la muerte de su madre, doña Edith Viscontini. El narrador, Ricardo Rivera Viscontini, y sus seis hermanos se han reunido en Tuluá donde la madre de todos ha ido a morir de un cáncer de los pulmones, después de haber vivido una vida larga e interesantísima. Esta es la escena en que se centra la novela; pero mientras agoniza doña Edith, los lectores llegamos a conocer a fondo la historia de una familia, en un sentido venida a menos pero en otro sentido más profundo, venida a más, en la Latinoamérica de la segunda mitad del siglo veinte.
El narrador alter ego es la norma en las últimas novelas de Aguilera Garramuño, pero en las otras, este narrador es el enfoque de todo lo que ocurre. Los demás personajes sirven para crear las situaciones que permitan o causen los cambios en el entendimiento del mundo del protagonista. Con pocas excepciones, no son personajes completos ni complejos. En cambio, en El amor y la muerte, el narrador es sólo uno de los personajes complejos y plenamente desarrollados.
La más compleja de todos es, sin lugar a duda, la señora cuya muerte proporciona el pretexto para la reunión familiar. Edith Viscontini (o “Eidith” según una versión) es una argentina que se escapó de una situación familiar incómoda, quizás casándose con un diplomático brasileño o ruso, quizás homosexual, o quizás todo fue un invento suyo. De todos modos, parece que a los dieciséis años, en Uruguay, conoció al doctor Rivera Camacho, un cirujano colombiano famoso y riquísimo, casado entonces en un matrimonio infeliz con una señora de la aristocracia bogotana. El doctor se separó de la primera esposa y fundó una familia con la argentina, que en unos once años le dio seis hijos y una hija.
Muerto el doctor, Edith, todavía joven, salió en busca de la vida y el amor. Llevó a la tribu, junto con su nuevo amante, Pedro Pablo, a la Florida en Estados Unidos. Luego, partió hacia el sur donde terminó en Costa Rica, en San Isidro del General. Allí mantuvo a la familia con tres trabajos y una serie de hombres. Más tarde ayudó con la revolución sandinista y terminó casándose con un comandante. De él escapó, regresó a Costa Rica, y, finalmente, a Colombia, donde vivían cinco de sus hijos (César, el mayor, vive en Estados Unidos, y Ricardo en México).
Esta historia, desde luego, no se nos presenta de forma directa ni cronológica. Mientras vamos conociendo a los miembros de la familia, escuchamos, en algunos casos, y, en otros casos, tenemos una voz narrativa múltiple que cambia casi al azar su focalización. Y, para mayores complicaciones, se nos presenta, en fragmentos intercalados, otra versión de la historia familiar tal como se presentara en una novela previa de Ricardo. (Esta, con ligeras variantes, es El juego de las seducciones, de Aguilera Garramuño [México: Leega, 1989].) Tanta variación en la narración refleja y matiza, de una forma eficaz, la complejidad psicológica de las reacciones a la vida y muerte–los amores, las luchas, los secretos–de la madre de la familia Rivera Viscontini.
Los siete hermanos están basados, evidentemente, en los hermanos Aguilera Garramuño.Son, como toda familia, personas que se quieren profundamente al mismo tiempo que guardan rencores desde la primera infancia. Pero, también representan distintos tipos del latinoamericano de hoy; tipos, pero tipos multifacéticos.
César, el mayor, ha llegado a ser rico por medio de su empleo con la multinacional norteamericana Hewlett Packard. Al mismo tiempo, como buen nuevo rico, es, además de generoso con la familia, panzón y mujeriego. Es decir, conserva lo estereotípicamente macho latinoamericano con el éxito entre los gringos. Al otro extremo, Felicia, la única hermana, es soltera y bella, independiente y competente: la nueva mujer que, a diferencia de su madre, ha creado su vida sin la necesidad del complemento de los hombres.
Los otros hermanos incluyen el menor, que acompañó a su madre en la lucha en Nicaragua, un médico, un empresario que logra burlar a las fuerzas violentas en Colombia, y un marihuanero que, en una vida caótica, lucha por el futuro de su país. Si estos no representan las caricaturas clásicas, sí son manifestaciones de las fuerzas involucradas en la turbulencia latinoamericana actual. Ricardo, escritor y alter ego del autor, es el que intenta buscar la razón de todo esto. La razón que encuentra, si existe, es múltiple y contradictoria, como la vida misma.
HAROLD ALVARADO TENORIO LA GACETA, El País
'El amor y la muerte', la más reciente novela del colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño, tiene como trasfondo la historia de una familia, que como muchas de las colombianas de hoy, ha vivido los horrores y la ostentación de una sociedad anacrónica. Según su autor, la novela "es un intento por rescatar del olvido a un personaje maravilloso". Apoyado en datos históricos y en la propia experiencia, Aguilera Garramuño hace de Edith Viscontini, su heroína, una suerte de espía latinoamericana que vive su infancia y pubertad en la Argentina machista y pendenciera de Perón; su adolescencia, matrimonio y apoteosis en la conservadora Colombia de entreguerras y su madurez en Costa Rica y Nicaragua, donde es declarada Madre de la Revolución. Esta es quizás la mejor novela que haya escrito Aguilera Garramuño. Rica, vertiginosa, profunda y grave, 'El amor y la muerte', hace de Edith Viscontini uno de los personajes de ficción más atrayentes de este tiempo.
“EL AMOR Y LA MUERTE” LA NOVELA GRANDE DE MARCO TULIO AGUILERA GARRAMUÑO
Juan Fernando Argüello, La Prensa, México
En “El amor y la muerte”, novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño publicada recientemente por la editorial Alfaguara, se narra la existencia de alguna manera ejemplar de Edith Viscontini, una mujer que vivió su vida con inusitada intensidad no sólo en el terreno amoroso, sino en el político, el intelectual y el espiritual. En esta obra se cumple lo que pedía Flaubert a toda gran novela: un gran personaje femenino. Y Edith Viscontini en realidad lo es: en primera medida por sus amores, sus pasiones, sus fidelidades a hombres de diversas cataduras (casi ninguno de ellos estuvo a su altura: ni un vividor bogotano, ni un ajedrecista alcohólico de Costa Rica, ni el comandante de las fuerzas sandinistas; tal vez el único que estuvo cerca de la grandeza espiritual de Edith Viscontini, fue su primer esposo, un cundinamarquense imponente, de origen indio y con ínfulas de lord inglés: el doctor Castillo, quien fuera —según la novela—el cirujano más eminente de Colombia hacia mediados del siglo pasado. Edith Viscontini fue entre otras cosas hipnotista, musa radiofónica de Costa Rica, madre de la revolución nicaragüense y engendradora de gran cantidad de radiofónica de Costa Rica, madre de la revolución nicaragüense y engendradora de gran cantidad de hijos extremistas y apasionados, cuyas historias leemos con deleite. Edith Viscontini, si en realidad hubiera vivido, sería sin duda una precursora de todas las libertades de la mujer hoy en día. Pero lo curioso, lo encomiable en este personaje creado por Marco Tulio Aguilera, es su modestia, su falta de deseo de figuración, su intento de vivir sin pena ni arrepentimiento. Y aquí es donde se liga la vida de esta protagonista memorable, con la cantatriz francesa Edith Piaf, cuyas canciones Edith Viscontini cantó a lo largo de su vida: Rien, rien de rien, je ne regrette rien! (De nada, no me arrepiendo de nada). Edith Viscontini vivió todo y no se arrepintió de nada. El amor fue su religión y en él se consumió con más pena que gloria. Pero no se arrepintió de nada.
Novela escrita de manera vertiginosa, casi con el ritmo de una película, sorprende de página a página. Los cambios son sorpresivos, y sin embargo, totalmente verosímiles: se trata, como dice la contraportada de la vida de “una mujer que se atrevió a vivir lo que otras apenas se atreven a soñar”. Del tiempo sólo se puede predicar que no conocemos su naturaleza, que es irreversible y que cualquier cosa puede pasar, incluso la muerte. Tal parece ser la idea que movió al autor a escribir esta novela que es como un río turbulento, que atrapa al lector y no lo deja en paz hasta la última línea.
Con esta novela Marco Tulio Aguilera Garramuño, un autor que de alguna manera se había mantenido simplemente como un buen escritor de varios libros francamente legibles como Cuentos para después de hacer el amor, Cuentos para antes de hacer el amor, Mujeres amadas, Buenabestia —novela publicada por Plaza y Janés en Colombia y que apareció en México con el nombre a “Las noches de Ventura”—, curiosamente relegada, que sin embargo es de una intensidad erótica y de una altura pocas veces lograda por un autor colombiano) alcanza una consolidación me atrevo a decir que definitiva. Sin pudor alguno hay que decir que es una novela grande, apasionante, inolvidable. Cumple a cabalidad la exigencia de Flaubert: tiene un inolvidable personaje femenino. Quien conoció a Edith Viscontini lo más probable es que nunca la vaya a olvidar. Confieso que leí la novela de un tirón, aunque inicié la lectura con algo de desconfianza. Me dije: hasta allá cayó (o llegó) Garramuño, hasta ser producto Alfaguara. Pues este producto Alfaguara me hace recuperar la fe en la literatura y perderle un poco el miedo a eso que han llamado la alfaguarización de ella, el rasamiento y la trasnacionalización de un arte que tiene su origen en la intimidad y debe hallar su destino en la misma intimidad.
“El amor y la muerte” es una novela de amor en la que se afrontan los grandes problemas de la vida, una novela de educación sentimental de una mujer y de una familia, una novela en la que se reflexiona sobre el destino trágico de Colombia, sobre la pérdida de las utopías colectivas y, finalmente, sobre el sentido de la vida.
Del Diario del Sureste, México, suplemento Presente, 18 de octubre 2002
La seguridad y la firmeza narrativa de Aguilera Garramuño de como resultado una historia coherente en su propia estructura y una lectura gozosa... Garramuño hace un retrato de la tragicomedia que es la historia de los países latinoamericanos, salpicado de buen humor. Edith Viscontini, la protagonista, vivió en varios países de latinoamérica y en cada uno de ellos hizo su voluntad a contrapelo del machismo delirante: Argentina, Colombia, Costa Rica, Nicaragua, fueron testigos de su periplo, un periplo ejemplar, que da como resultado una novela de excelencia como la que se podría esperar de la madurez de un escritor que nos ha deleitado con Cuentos para antes y Cuentos para después de hacer el amor, Mujeres amadas, Los placeres perdidos y muchos otros libros memorables.
De Juan Cruz Mendizábal, Decano del Departamento de Literaturas Hispánicas de la Universidad de Indiana en Pennsylvania
Querido Marco Tulio: Acabo de terminar en este momento la novela "El amor yla muerte". Me ha gustado mucho, no sólo por lo bien que escribes y usas lapalabra, sino por lo bien elaborada que está la novela. Hay momentos en queese realismo mágico del que hablábamos en el Congreso, me parece que estáahí, claro y sin duda. No creo que sea bueno hablar de influencias, porquelas tenemos todos de todos, desde el momento en que nacemos y sobre tododesde el momento en que aprendemos a leer. Pero eres tú, el autor de estaobra y es una obra que llena. Conforme iba leyendo, veía la historia, nosólo de Colombia sino de Latinoamérica, tan rica, tan fuerte, tan bárbara,tan humana, desde Argentina, pasando por Colombia y Nicaragua. Muy bienllevada la historia. Me gusta cuando se va dando conocimiento de lospersonajes de manera salteada. Los círculos concéntricos y en el centro doñaEdith, una Mamá Grande a la inversa, pero grande también. El dominio esdistinto. En fin, te felicito. La he pasado de maravilla leyéndote y he deseguir tus partos literarios. Entraste en el Alfaguarismo y aunque te diríaque no te dejes llevar por la corriente, puedes controlar esa corriente ybeneficiarte. Habrá más gente que te lea.Un cordial abrazo de amigo.Juan Cruz Mendizábal
DE Armando Pinto, director de la revista Crítica de Puebla
Aguilera Garramuño: El amor y la muerte
Juan Domingo Argüelles, CULTURA DE DIARIO EL UNIVERSAL, MÉXICO D.F, 7 de febrero 2003
El amor y la muerte, piensa el escritor colombo-mexicano Marco Tulio Aguilera Garramuño (Bogotá, 1949), son los dos únicos misterios dignos de embeleso y espanto y, por ello mismo, merecedores de asediarlos en una obra literaria de altas ambiciones.
Por ello, desde las primeras líneas de su novela que lleva por título, precisamente, El amor y la muerte (Bogotá, Alfaguara, 2002), y con la cual fue finalista en el Premio Internacional Alfaguara 2001 (en cerrada competencia con La piel del cielo de Elena Poniatowska), Ricardo, el relator principal de esta obra de muchas voces, balzacianamente afirma con plena convicción:
“Sólo hay dos misterios grandes en la vida de los seres humanos: la muerte y el amor. El guardián de esos dos misterios es el tiempo, ese bromista que todo lo muda y lo transforma y que tras la máscara más bufa oculta la carroña y en los abismos acrisola la luz. Hacia el pasado se van desvaneciendo los recuerdos de las personas que se han ido, hasta transformarse en mito, en mentira piadosa o simple olvido. Los muertos son el polvo que pisamos y la sombra que nos dicta al oído lo que somos”.
Novela, en efecto, de grandes ambiciones, de lograda profundidad y de plenitud en sus conflictos, El amor y la muerte es una de las obras mayores de la narrativa colombiana y uno de los mejores libros de Aguilera Garramuño, quien ya había abordado los aspectos decisivos de la existencia en muchos de sus relatos breves (Cuentos para después de hacer el amor, Los grandes y los pequeños amores) y sobre todo en varias de sus novelas (Breve historia de todas las cosas, Mujeres amadas, El juego de las seducciones y Los placeres perdidos, entre otras).
Con esta obra, que relata la apasionante historia del amor y la muerte de Edith Viscontini, Aguilera Garramuño logra, a los 52 años, el reconocimiento unánime de la crítica y los lectores de su patria, al grado que Gustavo Álvarez Gardeazábal expresa que “debemos reconocerlo como un señor narrador de nuestras letras”.
A través de una multiplicidad de voces familiares que confluyen en la novela que “investiga” y escribe Ricardo acerca de su madre, admiradora irredenta de Edith Piaf, el escritor colombiano no cuenta únicamente una historia sino que reflexiona sobre la trascendencia de nuestros actos. A lo largo de esta obra se despliega, como en las mejores páginas de la moderna narrativa colombiana (que nos remite, por fuerza, a García Márquez y Cepeda Zamudio, por poner dos ejemplos), el relato de una dinastía, de una estirpe que, con su existencia, narra también una época. De alguna forma, la vida de Edith Viscontini es el pretexto para que el novelista aborde los temas fundamentales de los que se ha ocupado la mejor creación literaria en todos los tiempos: el amor y la muerte, sí, pero también, la soledad, el poder, el éxito, el fracaso y, en general, las pasiones de hombres y mujeres.
Cultivador del erotismo y frecuentador de los temas de la sexualidad, Aguilera Garramuño lleva a cabo en El amor y la muerte una especie de homenaje a la libertad de acción de un personaje femenino que rompe con los preceptos de su época para adquirir, gozosamente, un estigma y una mitología. El primer epígrafe de la novela, y su repetición a lo largo de las páginas, en la insistente voz de Edith Piaf, es la definición mejor del balance que hace la protagonista al final de su existencia: “No me arrepiento de nada”.
En la idea de que una buena novela no es la simple concatenación de los hechos autobiográficos, debemos saber que Ricardo, el narrador, no es Marco Tulio, ni Edith Viscontini, es su madre, sino la suma de todas las experiencias que han madurado en personajes singulares y en una obra deleitosa de profunda ficción real.
Tiene razón Álvarez Gardeazábal cuando enfatiza la calidad de esta novela de un autor que, durante muchos años, ha jugado a ser un “antipático lleno de energía” (la frase es del propio Aguilera Garramuño) pero cuya autodefinición nosotros corregiríamos así: Un placentero y vital escritor lleno de energía que, para llamar la atención, juega a ser antipático. Y que, invariablemente, lo consigue.
El amor y la muerte
Beatriz Meyer
Palabras pronunciadas durante la presentación de la novela en la Feria del Libro Universitario de Xalapa, 2003.
Marco Tulio Aguilera Garramuño, El amor y la muerte, Alfaguara, Colombia, 2002, 244 pp.
Un inevitable desconcierto sorprenderá al lector ante el título de la nueva novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño: El amor y la muerte. Ni más ni menos que los dos únicos temas, según Rulfo, de la épica humana. Absolutos entre cuyos extremos transitan la voluntad, el temor y el deseo. Límites y origen, caras de la misma moneda, misterios insondables, fuerzas que convergen en un mismo punto: la anulación del tiempo y sus criaturas, que en el vértigo de la destrucción hablan, nos hablan de una vida, la de Edith Viscontini, una mujer que se negó a explicar, a la hora de la muerte, “la más leve sombra del misterio —de los misterios— de su vida llena de tropiezos y bifurcaciones, de cambios feroces, de derroches y aparentes fracasos”. Pero, ¿qué vida, de hombre o mujer, no está llena de cambios feroces, derroches y aparentes fracasos? La vida de Edith Viscontini deviene enigma gracias al relato, a la construcción o reconstrucción de una suerte de memoria colectiva que la coloca en el centro de una vorágine de voces: hijos, hermanos, personajes que la acompañaron por el desigual sendero de sus pasiones. Testigos maravillados, sus siete hijos, un hermano, la recuerdan, la explican, la vuelven relato en una sucesión de cuadros que intentan conformar un solo mural donde quedan una infancia en la argentina de Perón, la adolescencia y matrimonio en la Colombia de entreguerras y la madurez en Costa Rica y Nicaragua. Una voz destaca entre todas: Ricardo, alter ego del autor, un hombre que no resiste la tentación de perseguir los pasos de su madre en una novela (escrita dentro de la novela) que a su vez es otra voz, otra mirada dentro del conjunto. La voz de doña Edith, a excepción de pequeños fragmentos de cartas, misivas y una grabación que uno de sus hijos logra obtener, queda en la niebla de los recuerdos, en la intimidad de la memoria de cada narrador. Rara vez se escucha el acento argentino de esa mujer, quizá porque el autor entrevera su propio acento, su voz y su emoción de hijo apabullado por el fenómeno de la muerte y la vida sui generis de su madre. Una multiplicidad de voces plantea un nada desdeñable desafío técnico: la diferenciación de esas voces, un coro en el cual resalte cada tono, cada vibración individual. Y el lector queda atrapado en el remolino que lo lleva de un punto geográfico a otro, de una mirada a otra. Por medio de capítulos breves, el autor recorre el camino de regreso en la vida de doña Edith: la huida de casa, los primeros años de matrimonio, la infancia y adolescencia de los hijos, los amantes, las mudanzas. Sin embargo, no basta un personaje interesante, una historia digna de contarse, la ambición totalizadora del novelista: se necesita desgarrar la piel de las buenas intenciones para permitir que la verdad asome. El juego de distancias que establece la propuesta estructural esconde no una falta de recursos sino un exceso de prudencia a la hora de desmenuzar los instantes de una biografía. Edith Viscontini, la “presencia del mundo”, lo otro, lo distinto, la negación del autor-hijo. La presencia enigmática de la madre, del placer erótico, el abismo al cual se arriesga el hombre (el varón) como parte de la experiencia vital. Sin embargo, aunque Marco Tulio Aguilera ha hecho de la mujer el eje de su escritura en las casi dos decenas de títulos de su producción literaria —entre los que destacan Breve historia de todas las cosas (1975), Cuentos para después de hacer el amor (1988) y Las noches de Ventura (1992)—, en esta nueva novela parece decidido a elevar a la categoría de heroína a una mujer cuya definición de sí misma era la de haber sido “una sombra de los demás”. La pasividad, la condición servil, en el caso de Edith Viscontini, son meras circunstancias que paradójicamente se convierten en garantía de supervivencia. Porque doña Edith rompe reglas, transgrede, sigue adelante con sus hijos, sus perros y sus amantes hasta que las circunstancias la obligan a refrenar sus impulsos y someterse al arbitrio del otro, el hombre controlador, réplica del padre y el primer esposo, un hombre casi 30 años mayor, que casó con ella en circunstancias anómalas y la llevó a vivir a Colombia, donde se encargó de tenerla encinta durante varios años. A su muerte Edith empieza un periplo que dura hasta que el cáncer la detiene y la lleva por Florida, Texas, México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y de vuelta a Colombia, donde muere.
Pero esta vida aventurera sólo cobra cariz de leyenda cuando el empeño del narrador construye el pedestal donde coloca la historia de su madre y, de paso, la historia de la familia. Las diferentes voces, los distintos puntos de vista saltan de un acontecimiento al otro, fragmentan el tiempo, zurcen la leyenda que doña Edith se niega a confirmar. Y en torno de este enigma se revelan las vidas de otros personajes, la historia de una familia, que, como la historia de todas las familias, esconde secretos, odios, verdades insoportables.
Ruggiero fue el único que se atrevió a mantener vivo el vínculo con su hermana, después de sus travesuras. Una vez que la niña (tendría dieciséis años) huyó con el conde ruso… su padre, un hombre de severidad militar, sacó todas las cosas de la niña al patio, las bañó en bencina, llamó a su familia y le dijo: Ésta es la última vez que se menciona el nombre de Edith en el hogar de los Viscontini. Para nosotros ella está muerta. Pero Ruggiero, que amaba en Edith ese espíritu rebelde hasta la raíz que tuvo él mismo, logró investigar su paradero año tras año, aunque su hermana se empeñara en extraviarlo.
Espíritu rebelde, afirma el narrador, ese Ricardo escritor, el autor vergonzante de una novela sobre una mujer que se entregaba en brazos de “entidades inferiores”, parásitos que conmovían su corazón de madre y se colaban entre sus sábanas para espanto de los hijos, en particular Alejandro-Ricardo, “el hombre que lloraba en la oscuridad porque su madre había traicionado su apellido al entregarse a unos tipos deplorables”. Y mientras todo el mundo parece sufrir y maravillarse y asustarse con su conducta, Edith canta “Rien de rien, je ne regrette rien”, y se convierte en hipnotista, musa radiofónica, maestra de francés y Madre de la revolución nicaragüense al lado del comandante Buenrostro, su último amante, con el cual permaneció diez años en una especie de regreso a los tiempos de su padre o su primer esposo, el doctor Rivera Castillo. Del espanto de la guerra y de sus propios impulsos la salva su vocación libertaria, y, sobre todo, su enorme capacidad de amar: Edith Viscontini es un personaje inquietante porque le mueve la fuerza de una maldición: el amor, esa pasión íntima, personal que inventa mundos mejores o que al menos disiente del que le presentan como el único posible. Por eso alcanza la muerte como una conquista, último bastión arrebatado por esta mujer que conquistó incluso sus derrotas, que no supo de un tiempo distinto al del cuerpo y el presente. Doña Edith enfrenta a la muerte con una sonrisa porque sabe que detrás no se halla la vida eterna, sólo el último, glorioso instante final.
Dice Ricardo:
Días antes quise mover a mi madre a que hablara sobre la muerte. Ella eludió el tema con una mirada de cansancio.
—Ruca, tengo una idea sobre la muerte.
—Puedes decirla, aunque no te la voy a creer. Sobre la muerte ningún vivo puede escribir o decir nada que valga la pena. Ni el pobre de Dante.
La enorme cantidad de datos sobre los personajes que rodean a Edith hace de esta novela un mosaico de repente abigarrado, donde las reflexiones de corte filosófico se mezclan incesantes con las obsesiones, dudas, acontecimientos de un pasado ya acariciado por la nostalgia, ya por la exasperación.
—¿Cómo le va, mamá? —pregunta Iñigo.
—Como decía mi general Pancho Villa: A mí me va bien. Sólo a los pendejos les va mal.
Es su forma de eludir cualquier investigación. Doña Edith no quiere comentar sobre la ruptura con su marido, la dolorosa despedida, cerrar la puerta de su Villa en Nicaragua y saber que nunca volvería a ver las cosas que la acompañaron por tantos años, las flores cuyo esplendor atisbó por meses, la gente que quiso, los paisajes que disfrutó; luego cerrar la puerta de su otra casa, en Desamparados, ¡sus perros!, ¡su jardín!, ¡sus libros!, ¡sus discos!, todo lo abandonó cuando tuvo que optar entre morirse al lado del ex comandante sandinista o terminar sus días rodeada por sus hijos.
Al final, doña Edith no se arrepiente de nada. Como muchas otras mujeres (de ficción o reales) sus mayores logros permanecen ocultos incluso para la mirada de taxidermista de su hijo escritor. Son los logros del amor, de la entrega y la generosidad. En esa medida doña Edith no es muy diferente de otras mujeres, las cuales viven odiseas apasionadas, huyen y se debaten entre los convencionalismos y la libertad de elección, entre el temor y el deseo. Quizá lo único que cambia sean las circunstancias. Lo interesante es la forma en que Marco Tulio Aguilera se asoma a la vida de una mujer como tal vez no había hecho antes: con enorme respeto pero a la vez con la curiosidad de un entomólogo a la vista de un insecto desconocido. Porque Edith, como muchas otras mujeres, mantuvo relaciones desastrosas con los hombres más inconvenientes, trabajó hasta catorce horas diarias para mantener a sus siete hijos, amantes y entenados, sucumbió ante los halagos cuando menos debía, se entregó a causas perdidas, peleó revoluciones que ni le iban ni le venían, se solidarizó con los caídos y, sobre todo, amó hasta el cansancio, hasta quedar exhausta, hasta gritar desde el fondo de sus convicciones: ¡Non! Rien de rien, je ne regrette rien… El personaje se convierte en mero pretexto para el despliegue técnico y la precisión lingüística: la mirada del autor se precipita, se desplaza de un ángulo a otro, salta en el tiempo y los espacios para crear la cuerda floja por donde transitará el lector atraído por el barullo de voces. Abajo, el abismo, la derrota. Sólo el amor, las bocas que dicen su nombre y cuentan su historia pueden salvarla del olvido. Porque Edith no se arrepiente de nada pero tampoco aspira a nada. Tuvo su parte. El asombro es para los otros, testigos azorados de su vida y su muerte. Las voces cuentan, señalan. No les importa que Edith, capaz de crear epopeyas, se deje llevar simplemente por las circunstancias. Ni tampoco que se lance al camino sólo cuando es posible hacerlo, cuando el primer marido muere, no antes; cuando sus hijos son pequeños y no les queda más que seguir a la madre en sus constantes cambios de residencia. Mujer preparada, consigue trabajo, se las ingenia para convencer, guapa, seduce, encanta a los hombres y se codea con el poder. Sus atributos físicos e intelectuales la colocan a salvo incluso de sus propios errores. Aun la muerte le llega cuando ella ya no aspira a la belleza. Ahí deja el recuerdo, la leyenda que sus allegados tejen en una especie de romance con las sombras. Hasta en eso es una mujer privilegiada, que logra evadir con inmensa elegancia el juicio de los hijos y en una de esas hasta el juicio divino. Su gloria estuvo en la tierra, concluye el narrador.
Marco Tulio Aguilera Garramuño no dice nada nuevo, no crea una heroína, no consigna situaciones desconocidas para muchas mujeres. Su ambición es otra: más allá de la fanática mirada del testigo, la historia de Edith deviene historia colectiva, el encuentro con el origen. La extraordinaria eficacia narrativa hace de la lectura de El amor y la muerte un monumento a la más secreta de las convicciones humanas: el reconocimiento de que el tiempo, o su sinrazón, sólo se convierte en derrota si deviene olvido. Donde antes hubo un cuerpo, un gesto o una risa ahora queda la pasión que los alentó. “Para tan largo amor, tan corta vida”, dijo Camôens. Y a los lectores nos deja la esperanza de que, con un poco de suerte al final de nuestra vida, como a doña Edith, nuestra memoria nos revelará el momento exacto en que —quizás alguna noche luminosa— se abrirán para nosotros las puertas del Paraíso.
FRAGMENTACIÓN NARRATIVA E HISTORIA EN
EL AMOR Y LA MUERTE DE MARCO TULIO AGUILERA GARRAMUÑO
José Cardona López, revista Hispamérica, Estados Unidos
Por ello, desde las primeras líneas de su novela que lleva por título, precisamente, El amor y la muerte (Bogotá, Alfaguara, 2002), y con la cual fue finalista en el Premio Internacional Alfaguara 2001 (en cerrada competencia con La piel del cielo de Elena Poniatowska), Ricardo, el relator principal de esta obra de muchas voces, balzacianamente afirma con plena convicción:
“Sólo hay dos misterios grandes en la vida de los seres humanos: la muerte y el amor. El guardián de esos dos misterios es el tiempo, ese bromista que todo lo muda y lo transforma y que tras la máscara más bufa oculta la carroña y en los abismos acrisola la luz. Hacia el pasado se van desvaneciendo los recuerdos de las personas que se han ido, hasta transformarse en mito, en mentira piadosa o simple olvido. Los muertos son el polvo que pisamos y la sombra que nos dicta al oído lo que somos”.
Novela, en efecto, de grandes ambiciones, de lograda profundidad y de plenitud en sus conflictos, El amor y la muerte es una de las obras mayores de la narrativa colombiana y uno de los mejores libros de Aguilera Garramuño, quien ya había abordado los aspectos decisivos de la existencia en muchos de sus relatos breves (Cuentos para después de hacer el amor, Los grandes y los pequeños amores) y sobre todo en varias de sus novelas (Breve historia de todas las cosas, Mujeres amadas, El juego de las seducciones y Los placeres perdidos, entre otras).
Con esta obra, que relata la apasionante historia del amor y la muerte de Edith Viscontini, Aguilera Garramuño logra, a los 52 años, el reconocimiento unánime de la crítica y los lectores de su patria, al grado que Gustavo Álvarez Gardeazábal expresa que “debemos reconocerlo como un señor narrador de nuestras letras”.
A través de una multiplicidad de voces familiares que confluyen en la novela que “investiga” y escribe Ricardo acerca de su madre, admiradora irredenta de Edith Piaf, el escritor colombiano no cuenta únicamente una historia sino que reflexiona sobre la trascendencia de nuestros actos. A lo largo de esta obra se despliega, como en las mejores páginas de la moderna narrativa colombiana (que nos remite, por fuerza, a García Márquez y Cepeda Zamudio, por poner dos ejemplos), el relato de una dinastía, de una estirpe que, con su existencia, narra también una época. De alguna forma, la vida de Edith Viscontini es el pretexto para que el novelista aborde los temas fundamentales de los que se ha ocupado la mejor creación literaria en todos los tiempos: el amor y la muerte, sí, pero también, la soledad, el poder, el éxito, el fracaso y, en general, las pasiones de hombres y mujeres.
Cultivador del erotismo y frecuentador de los temas de la sexualidad, Aguilera Garramuño lleva a cabo en El amor y la muerte una especie de homenaje a la libertad de acción de un personaje femenino que rompe con los preceptos de su época para adquirir, gozosamente, un estigma y una mitología. El primer epígrafe de la novela, y su repetición a lo largo de las páginas, en la insistente voz de Edith Piaf, es la definición mejor del balance que hace la protagonista al final de su existencia: “No me arrepiento de nada”.
En la idea de que una buena novela no es la simple concatenación de los hechos autobiográficos, debemos saber que Ricardo, el narrador, no es Marco Tulio, ni Edith Viscontini, es su madre, sino la suma de todas las experiencias que han madurado en personajes singulares y en una obra deleitosa de profunda ficción real.
Tiene razón Álvarez Gardeazábal cuando enfatiza la calidad de esta novela de un autor que, durante muchos años, ha jugado a ser un “antipático lleno de energía” (la frase es del propio Aguilera Garramuño) pero cuya autodefinición nosotros corregiríamos así: Un placentero y vital escritor lleno de energía que, para llamar la atención, juega a ser antipático. Y que, invariablemente, lo consigue.
El amor y la muerte
Beatriz Meyer
Palabras pronunciadas durante la presentación de la novela en la Feria del Libro Universitario de Xalapa, 2003.
Marco Tulio Aguilera Garramuño, El amor y la muerte, Alfaguara, Colombia, 2002, 244 pp.
Un inevitable desconcierto sorprenderá al lector ante el título de la nueva novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño: El amor y la muerte. Ni más ni menos que los dos únicos temas, según Rulfo, de la épica humana. Absolutos entre cuyos extremos transitan la voluntad, el temor y el deseo. Límites y origen, caras de la misma moneda, misterios insondables, fuerzas que convergen en un mismo punto: la anulación del tiempo y sus criaturas, que en el vértigo de la destrucción hablan, nos hablan de una vida, la de Edith Viscontini, una mujer que se negó a explicar, a la hora de la muerte, “la más leve sombra del misterio —de los misterios— de su vida llena de tropiezos y bifurcaciones, de cambios feroces, de derroches y aparentes fracasos”. Pero, ¿qué vida, de hombre o mujer, no está llena de cambios feroces, derroches y aparentes fracasos? La vida de Edith Viscontini deviene enigma gracias al relato, a la construcción o reconstrucción de una suerte de memoria colectiva que la coloca en el centro de una vorágine de voces: hijos, hermanos, personajes que la acompañaron por el desigual sendero de sus pasiones. Testigos maravillados, sus siete hijos, un hermano, la recuerdan, la explican, la vuelven relato en una sucesión de cuadros que intentan conformar un solo mural donde quedan una infancia en la argentina de Perón, la adolescencia y matrimonio en la Colombia de entreguerras y la madurez en Costa Rica y Nicaragua. Una voz destaca entre todas: Ricardo, alter ego del autor, un hombre que no resiste la tentación de perseguir los pasos de su madre en una novela (escrita dentro de la novela) que a su vez es otra voz, otra mirada dentro del conjunto. La voz de doña Edith, a excepción de pequeños fragmentos de cartas, misivas y una grabación que uno de sus hijos logra obtener, queda en la niebla de los recuerdos, en la intimidad de la memoria de cada narrador. Rara vez se escucha el acento argentino de esa mujer, quizá porque el autor entrevera su propio acento, su voz y su emoción de hijo apabullado por el fenómeno de la muerte y la vida sui generis de su madre. Una multiplicidad de voces plantea un nada desdeñable desafío técnico: la diferenciación de esas voces, un coro en el cual resalte cada tono, cada vibración individual. Y el lector queda atrapado en el remolino que lo lleva de un punto geográfico a otro, de una mirada a otra. Por medio de capítulos breves, el autor recorre el camino de regreso en la vida de doña Edith: la huida de casa, los primeros años de matrimonio, la infancia y adolescencia de los hijos, los amantes, las mudanzas. Sin embargo, no basta un personaje interesante, una historia digna de contarse, la ambición totalizadora del novelista: se necesita desgarrar la piel de las buenas intenciones para permitir que la verdad asome. El juego de distancias que establece la propuesta estructural esconde no una falta de recursos sino un exceso de prudencia a la hora de desmenuzar los instantes de una biografía. Edith Viscontini, la “presencia del mundo”, lo otro, lo distinto, la negación del autor-hijo. La presencia enigmática de la madre, del placer erótico, el abismo al cual se arriesga el hombre (el varón) como parte de la experiencia vital. Sin embargo, aunque Marco Tulio Aguilera ha hecho de la mujer el eje de su escritura en las casi dos decenas de títulos de su producción literaria —entre los que destacan Breve historia de todas las cosas (1975), Cuentos para después de hacer el amor (1988) y Las noches de Ventura (1992)—, en esta nueva novela parece decidido a elevar a la categoría de heroína a una mujer cuya definición de sí misma era la de haber sido “una sombra de los demás”. La pasividad, la condición servil, en el caso de Edith Viscontini, son meras circunstancias que paradójicamente se convierten en garantía de supervivencia. Porque doña Edith rompe reglas, transgrede, sigue adelante con sus hijos, sus perros y sus amantes hasta que las circunstancias la obligan a refrenar sus impulsos y someterse al arbitrio del otro, el hombre controlador, réplica del padre y el primer esposo, un hombre casi 30 años mayor, que casó con ella en circunstancias anómalas y la llevó a vivir a Colombia, donde se encargó de tenerla encinta durante varios años. A su muerte Edith empieza un periplo que dura hasta que el cáncer la detiene y la lleva por Florida, Texas, México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y de vuelta a Colombia, donde muere.
Pero esta vida aventurera sólo cobra cariz de leyenda cuando el empeño del narrador construye el pedestal donde coloca la historia de su madre y, de paso, la historia de la familia. Las diferentes voces, los distintos puntos de vista saltan de un acontecimiento al otro, fragmentan el tiempo, zurcen la leyenda que doña Edith se niega a confirmar. Y en torno de este enigma se revelan las vidas de otros personajes, la historia de una familia, que, como la historia de todas las familias, esconde secretos, odios, verdades insoportables.
Ruggiero fue el único que se atrevió a mantener vivo el vínculo con su hermana, después de sus travesuras. Una vez que la niña (tendría dieciséis años) huyó con el conde ruso… su padre, un hombre de severidad militar, sacó todas las cosas de la niña al patio, las bañó en bencina, llamó a su familia y le dijo: Ésta es la última vez que se menciona el nombre de Edith en el hogar de los Viscontini. Para nosotros ella está muerta. Pero Ruggiero, que amaba en Edith ese espíritu rebelde hasta la raíz que tuvo él mismo, logró investigar su paradero año tras año, aunque su hermana se empeñara en extraviarlo.
Espíritu rebelde, afirma el narrador, ese Ricardo escritor, el autor vergonzante de una novela sobre una mujer que se entregaba en brazos de “entidades inferiores”, parásitos que conmovían su corazón de madre y se colaban entre sus sábanas para espanto de los hijos, en particular Alejandro-Ricardo, “el hombre que lloraba en la oscuridad porque su madre había traicionado su apellido al entregarse a unos tipos deplorables”. Y mientras todo el mundo parece sufrir y maravillarse y asustarse con su conducta, Edith canta “Rien de rien, je ne regrette rien”, y se convierte en hipnotista, musa radiofónica, maestra de francés y Madre de la revolución nicaragüense al lado del comandante Buenrostro, su último amante, con el cual permaneció diez años en una especie de regreso a los tiempos de su padre o su primer esposo, el doctor Rivera Castillo. Del espanto de la guerra y de sus propios impulsos la salva su vocación libertaria, y, sobre todo, su enorme capacidad de amar: Edith Viscontini es un personaje inquietante porque le mueve la fuerza de una maldición: el amor, esa pasión íntima, personal que inventa mundos mejores o que al menos disiente del que le presentan como el único posible. Por eso alcanza la muerte como una conquista, último bastión arrebatado por esta mujer que conquistó incluso sus derrotas, que no supo de un tiempo distinto al del cuerpo y el presente. Doña Edith enfrenta a la muerte con una sonrisa porque sabe que detrás no se halla la vida eterna, sólo el último, glorioso instante final.
Dice Ricardo:
Días antes quise mover a mi madre a que hablara sobre la muerte. Ella eludió el tema con una mirada de cansancio.
—Ruca, tengo una idea sobre la muerte.
—Puedes decirla, aunque no te la voy a creer. Sobre la muerte ningún vivo puede escribir o decir nada que valga la pena. Ni el pobre de Dante.
La enorme cantidad de datos sobre los personajes que rodean a Edith hace de esta novela un mosaico de repente abigarrado, donde las reflexiones de corte filosófico se mezclan incesantes con las obsesiones, dudas, acontecimientos de un pasado ya acariciado por la nostalgia, ya por la exasperación.
—¿Cómo le va, mamá? —pregunta Iñigo.
—Como decía mi general Pancho Villa: A mí me va bien. Sólo a los pendejos les va mal.
Es su forma de eludir cualquier investigación. Doña Edith no quiere comentar sobre la ruptura con su marido, la dolorosa despedida, cerrar la puerta de su Villa en Nicaragua y saber que nunca volvería a ver las cosas que la acompañaron por tantos años, las flores cuyo esplendor atisbó por meses, la gente que quiso, los paisajes que disfrutó; luego cerrar la puerta de su otra casa, en Desamparados, ¡sus perros!, ¡su jardín!, ¡sus libros!, ¡sus discos!, todo lo abandonó cuando tuvo que optar entre morirse al lado del ex comandante sandinista o terminar sus días rodeada por sus hijos.
Al final, doña Edith no se arrepiente de nada. Como muchas otras mujeres (de ficción o reales) sus mayores logros permanecen ocultos incluso para la mirada de taxidermista de su hijo escritor. Son los logros del amor, de la entrega y la generosidad. En esa medida doña Edith no es muy diferente de otras mujeres, las cuales viven odiseas apasionadas, huyen y se debaten entre los convencionalismos y la libertad de elección, entre el temor y el deseo. Quizá lo único que cambia sean las circunstancias. Lo interesante es la forma en que Marco Tulio Aguilera se asoma a la vida de una mujer como tal vez no había hecho antes: con enorme respeto pero a la vez con la curiosidad de un entomólogo a la vista de un insecto desconocido. Porque Edith, como muchas otras mujeres, mantuvo relaciones desastrosas con los hombres más inconvenientes, trabajó hasta catorce horas diarias para mantener a sus siete hijos, amantes y entenados, sucumbió ante los halagos cuando menos debía, se entregó a causas perdidas, peleó revoluciones que ni le iban ni le venían, se solidarizó con los caídos y, sobre todo, amó hasta el cansancio, hasta quedar exhausta, hasta gritar desde el fondo de sus convicciones: ¡Non! Rien de rien, je ne regrette rien… El personaje se convierte en mero pretexto para el despliegue técnico y la precisión lingüística: la mirada del autor se precipita, se desplaza de un ángulo a otro, salta en el tiempo y los espacios para crear la cuerda floja por donde transitará el lector atraído por el barullo de voces. Abajo, el abismo, la derrota. Sólo el amor, las bocas que dicen su nombre y cuentan su historia pueden salvarla del olvido. Porque Edith no se arrepiente de nada pero tampoco aspira a nada. Tuvo su parte. El asombro es para los otros, testigos azorados de su vida y su muerte. Las voces cuentan, señalan. No les importa que Edith, capaz de crear epopeyas, se deje llevar simplemente por las circunstancias. Ni tampoco que se lance al camino sólo cuando es posible hacerlo, cuando el primer marido muere, no antes; cuando sus hijos son pequeños y no les queda más que seguir a la madre en sus constantes cambios de residencia. Mujer preparada, consigue trabajo, se las ingenia para convencer, guapa, seduce, encanta a los hombres y se codea con el poder. Sus atributos físicos e intelectuales la colocan a salvo incluso de sus propios errores. Aun la muerte le llega cuando ella ya no aspira a la belleza. Ahí deja el recuerdo, la leyenda que sus allegados tejen en una especie de romance con las sombras. Hasta en eso es una mujer privilegiada, que logra evadir con inmensa elegancia el juicio de los hijos y en una de esas hasta el juicio divino. Su gloria estuvo en la tierra, concluye el narrador.
Marco Tulio Aguilera Garramuño no dice nada nuevo, no crea una heroína, no consigna situaciones desconocidas para muchas mujeres. Su ambición es otra: más allá de la fanática mirada del testigo, la historia de Edith deviene historia colectiva, el encuentro con el origen. La extraordinaria eficacia narrativa hace de la lectura de El amor y la muerte un monumento a la más secreta de las convicciones humanas: el reconocimiento de que el tiempo, o su sinrazón, sólo se convierte en derrota si deviene olvido. Donde antes hubo un cuerpo, un gesto o una risa ahora queda la pasión que los alentó. “Para tan largo amor, tan corta vida”, dijo Camôens. Y a los lectores nos deja la esperanza de que, con un poco de suerte al final de nuestra vida, como a doña Edith, nuestra memoria nos revelará el momento exacto en que —quizás alguna noche luminosa— se abrirán para nosotros las puertas del Paraíso.
FRAGMENTACIÓN NARRATIVA E HISTORIA EN
EL AMOR Y LA MUERTE DE MARCO TULIO AGUILERA GARRAMUÑO
José Cardona López, revista Hispamérica, Estados Unidos
Con El amor y la muerte (2002), el escritor colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño fue finalista en el concurso internacional de novela Alfaguara de 2001. En esta obra, Edith Viscontini, el personaje central, en atención de sus compromisos personales y familiares tiene una vida que va a llevarla desde su Argentina natal a Colombia, Estados Unidos, Costa Rica, Nicaragua y por último de nuevo a Colombia, adonde va a morir de cáncer en Tuluá, junto a sus hijos.
En esta novela, Aguilera Garramuño demuestra de nuevo su enorme capacidad creativa. Luego de una larga trayectoria novelística y cuentística en la que ha destacado la gramática del cuerpo y el deseo, con El amor y la muerte su quehacer literario opta ahora por una feliz indagación sobre dos temas que definen el ser humano: el amor y la muerte. Valga decir, dos de los temas eternos de la literatura y el arte. Para lograrlo, Aguilera Garramuño echa mano de un gran personaje femenino que a pulso de amor construye su propia épica hasta llegar a la muerte con los ojos abiertos. Atrás, Edith Viscontini ha dejado la memoria amable de quienes la conocieron y estuvieron con ella: sus hijos.
La novela es precedida por cuatro epígrafes. Dos de ellos, que son los primeros, corresponden a unos versos de “No me arrepiento de nada,” canción emblemática de Edith Piaff y su vida., y otros son de Cantos de Huexotzingo, cuyo último verso demanda que al morir quede de nosotros “¡Al menos flores, al menos cantos!” Edith Viscontini vivirá una vida en la que con frecuencia citará los versos de la canción de Edith Piaf. Hasta en los momentos de su muerte dirá que no se arrepiente de nada, mientras sus hijos exhiben e intercambian entre sí pasajes de la memoria que guardan de ella, expresiones de lo que reclama el poeta prehispánico: al menos cantos. La novela termina con los mismos versos de Edith Piaff.
El ispanoPor otra plector sabrá de la vida de la protagonista mediante un discurso hecho de múltiples voces en una narración de estructrura fragmentada. El trasegar de Edith por los países ya mencionados va a favorecer que algunos episodios de la historia de ellos durante la segunda mitad del siglo XX, sobre todo de Colombia y Nicaragua, se recreen en la narración. La fragmentación y la presencia de la historia en El amor y la muerte es lo que voy a discutir en las líneas que siguen.
Con motivo del regreso de Edith a Colombia para esperar su muerte, sus hijos se han reunido alrededor de ella. Mientras llega la muerte de Edith, su vida es reconstruida principalmente por la memoria de ellos, siete voces narrativas entre las que destaca, la de Ricardo, quien es escritor. Este último personaje viene a ser el alter ego del autor, con lo que en la novela aparecerán pasajes que corresponden a la vida suya y aún de su familia materna. Además de las voces de los hijos de Edith Viscontini, Ruggiero, un hermano de ella, en forma epistolar manifiesta su voz en la narración. También, a reconstruir la vida de Edith contribuyen otras voces, que corresponden a parientes y amigos de la familia Rivera Viscontini. La voz de la protagonista sobre todo aparece en cartas suyas que Ruggiero le ha enviado a Ricardo y en una grabación que de ella hace Iñigo, uno de sus hijos.
Con la información que Edith brinda en la grabación, ella enseña un carácter modesto en medio de la épica familiar que sus hijos reconstruyen con la memoria. AMamá, )quiere hablar para la posteridad?,@ le pregunta Iñigo. ANo, hijo. Yo he vivido para el presente. La posteridad son ustedes, mis hijos,@ responde ella (115). Luego, Edith hablará en forma extensa de su vida en Argentina, y referirá los dos hombres que más llenaron su corazón: el doctor Rivera Camacho y el comandante sandinista Buenrostro. Ya al final de la entrevista dice: APara hacer algo grande en la vida hay que ser impío e implacable, como tu padre y tal vez como Buenrostro. La piedad en los grandes es el peor defecto. Yo, hijo, no fui más que una sombra de los demás y con ello me doy por satisfecha@ (123).
Edith Viscontini es un personaje que destaca con fuerza, a pesar de Asu modestia, su falta de deseo de figuración, su intento de vivir sin pena ni arrepentimiento@ (Juan Fernando Argüello, par. 1). Es un personaje protagonista elaborado a partir del lugar secundario frente a sus hombres, lo que no es motivo para que ella avance en la construcción de su propia épica. Y la construye con un carácter rebelde que sabe indicarle en qué momento debe cambiar de rumbo en su vida. Beatriz Meyer la caracteriza como una mujer que Arompe reglas, transgrede, sigue adelante con sus hijos, sus perros y sus amantes hasta que las circunstancias la obligan a refrenar sus impulsos y someterse al arbitrio del otro@ (169). Peter Broad, estudioso y crítico de la producción literaria de Aguilera Garramuño, va más allá en la caracterización de Edith Viscontini. Para él, Edith es el prototipo de Ala madre mítica, la madre cuya vida sobrepasa los límites de lo verosímil mientras sus hijos viven en el mundo real, adaptándose como pueden, según sus habilidades y gustos, a las condiciones que ofrece una Colombia en crisis@ (“Madre mágica” 150).
Edith, mujer libre que se ha opuesto a las barreras y reclusiones sociales, es una mujer que ha sido ‘una sombra de los demás,’ sobre todo de los hombres que ella más amó. Edith es, pues, prisionera del amor hacia sus hombres principales. Si esta ha sido la paradoja ensencial de su vida, ya en la enunciación de la novela ella deberá vivir otra clase de cautiverio, el de ser objeto en las voces narrativas que son sus hijos. De esta manera, Edith alcanza dos de las glorias, quizás las únicas posibles y más a la mano, a las que puede aspirar todo mortal: el amor de los suyos en vida y la buena memoria en los mismos luego de la muerte.
Las diversas voces narrativas que aparecen en esta novela hacen que ella posea un carácter polifónico. Mediante el recurso de la polifonía, plantea Mikhail Bakhtin, lo que aparece en una novela se muestra en todos sus lados y de manera simultánea (28). A diferencia de la novela monológica, discute Bakhtin, en la polifónica los personajes son sujetos autónomos, no objetos (7), lo que se alcanza debido a que el discurso se sitúa por fuera del campo de una visión monológica y autoritaria (65). En razón de la autonomía que mediante la polifonía adquieren los personajes de El amor y la muerte, cada uno poseerá su espacio propio para expresar su discurso, y ese espacio lo legitima la estructura fragmentada que adopta la novela.
Puesto que la situación narrativa es una larga y compartida rememoración de la vida de Edith hecha por sus hijos y algunos parientes mientras ella agoniza, la fragmentación de la estructura lo es también del discurso. Las voces de los hijos de Edith y los parientes alternan su intervención en 44 fragmentos, en tanto que la de Edith Viscontini aparece en los 5 restantes, formados por los que contiene las cartas suyas y por la grabación ya mencionada. Cada fragmento tiene su nombre propio y es frecuente que en ellos la voz narrativa se dirija a un narratario que a veces es plural (“ustedes”) y otras singular (“tú”), con lo que se acentúa el hecho de que la narración reproduce el aquí y el ahora de la convocación familiar con motivo de la muerte de Edith. A lo anterior también contribuye las acotaciones que Ricardo hace cuando una voz interviene. Empieza su fragmento la voz correspondiente, y Ricardo incluye un “dice” o un “dijo” y da el nombre de a quien corresponden las palabras que siguen, como si él fuese el escriba in situ de lo que en ese aquí y ahora se habla. Después del fragmento llamado “La voz de doña Edith,” que está aproximadamente en la mitad de la novela, estas acotaciones del narrador ya son pocas. En esta parte de la novela adquiere mayor presencia el diálogo y la réplica entre Ricardo y las otras voces, como ocurrre en los fragmentos “Ricardo en Nicaragua” (126-33), “El suicida” (175-9), “¿La vida es dura, hermano? (197-201) y “La felicidad y la guerra perpetua” (202-27).
La fragmentación de la estructura y del discurso de esta novela va en correspondencia con el ejercicio compartido de la memroia que todas las voces ejecutan al exponer entre sí pasajes de sus vidas y de la protagonista.. El aparente caos que pudiera tener la acumulación de fragmentos en esa memoria elaborada a varias voces desaparece con la participación de Ricardo como narrador principal. Sin embargo, tal participación no evita que cada fragmento de la novela pueda leerse como un relato independiente. Esta característica es subrayada por el hecho de que los fragmentos no aparecen numerados, mas si cada uno con nombre propio.
El discurso polifónico y fragmentado que construyen las diferentes voces narrativas de esta novela aparece como una especie de glosa que recrea y suplementa la información de las cartas que ha escrito Edith y, de manera particular, la que ella brinda en el fragmento que contiene la grabación de la entrevista. Este fragmento se llama “La voz de doña Edith” y contiene revelaciones de ella sobre los pasajes más esenciales de su vida, los que han sido y serán motivo de lo narrado por cada una de las otras voces que conforman la polifonía de esta novela. Pareciera que este fragmento hubiera sido el núcleo del que parte toda la reproducción de la narración que agencian las otras voces, y cuyo fin es la elaboración de un gran retrato hablado de la protagonista y su mundo.
Los episodios que más destacan en la vida de Edith y que ella ha mencionado en la entrevista, en las otras voces narrativas pasarán a ser motivo de su discurso. Así, Byron, César, Ricardo, Francisco de Asís, Iñigo, Leonardo y Felicia, hablarán de sus vidas en los diversos países donde han vivido con ella.. Cuentan de sus adolescencias en Costa Rica. Por su parte, Leonardo y Ricardo hablan de su madre en Nicaragua. Como César y Ricardo han vivido por muchos años en el exterior, es a los otros a quienes les corresponde narrar de sus vidas en Colombia. La memoria de los años de Edith y su familia en la Colombia de mediados del siglo XX se recrea, sobre todo, apoyada en las voces de algunos familiares o parientes del doctor Rivera Camacho. También el tío Ruggiero, hermano de Edith, en su carta hablará de la vida de ella en Argentina, caracterizada por la rebeldía que siempre tuvo, la que acabó por ocasionarle un odio hacia la religión (51). Otras voces que estarán presentes es la de Saraí, amiga confidente de Ricardo y que se ha leído todas sus novelas, y Esplenda, una prima de los hijos de Edith.
Para contribuir a presentar las diversas facetas que tiene la realidad objeto de esta narración polifónica, en seis capítulos Ricardo incluye fragmentos de una novela que ha escrito, en la que también habla de su familia. La novela es El juego de la seducciones, la misma que en 1989 publicara Aguilera Garramuño. En ella Edith se llama Judith, Ricardo se llama Alejandro, y sobre todo se narra de los años de la familia en San Isidro del General y en la Bogotá de mediados del siglo XX.
Los fragmentos de la otra novela presente en El amor y la muerte, además de complementar pasajes de la vida de Edith y su familia, sirve para que el narrador dialogue consigo mismo sobre su oficio de escritor, establezca una autorreflexión narrativa. De esta novela, Ricardo dice que fue Aun auténtico fracaso editorial, hija de mis lecturas de Dostoievsky@ (147). También Iñigo lee la misma novela y se queja ante Ricardo por el lenguaje engolado que éste le adjudica a César, además le reclama que haya inventado acontecimientos y tergiversado la historia de Edith, a lo que Ricardo responde que ya no sabe Adiferenciar lo que inventé de lo que viví@ (36). Otra lectora de la novela es Saraí, quien lo hace de manera burlona, criticando el estilo, las influencias presentes y la pedantería narrativa de Ricardo (85-96).
Las autorreflexión narrativa aparece de nuevo y en forma más ampliada en el fragmento llamado ANovelerías.@ Ya ha muerto Edith, ya la novela está agotándose en su material objeto de narración, y Ricardo decide añadir un fragmento que empieza diciendo: AAquí terminaría todo si no fuera yo quien soy, si no privilegiara lo novelesco sobre lo objetivo, aun a riesgo de ofender a algunas personas, que no a la memoria de mi madre@ (228). Es un fragmento en que se introducen elementos propios de la literatura de misterio. Saraí es alguien que sabe más de Ricardo que lo que él mismo sabe de sí. Ella tiene poderes parasicológicos que sólo en este capítulo Ricardo llega a conocer. Mientras él la escucha y lava platos, Saraí se transforma y ve un episodio de la vida de Edith en Argentina en el que en una escuela un hombre Ala fuerza a acostarse boca abajo sobre sus piernas, mete una mano bajo sus faldas ...@ (233). Lo que ahora ve Saraí con sus dotes extrañas, para Ricardo equivale a lo que Edith nunca se atrevió a revelar (234). Quizás este misterio que insinúa Saraí, y que como parte de su pasado se llevó Edith a la tumba, sean violaciones de las que fuera víctima por parte de su hermano mayor.
Con lo revelado en este fragmento se insinúa un lado desconocido de la vida de Edith, un pasado extraño de la protagonista hasta ahora no presentado en la novela. Ricardo, luego de escuchar a Saraí, hace una reflexión de escritor y con la que se justifica por todo lo que ha escrito: ALa verdad, cuando se convierte en verdad literaria, es por lo menos soportable. Entiendo que las páginas anteriores son confusas y así quiero dejarlas@ (235). Esta declaración de Ricardo, y el señalamiento de no saber diferenciar entre lo que vivió y lo que inventó que en otro fragmento le ha mencionado a Iñigo, sancionan la labor creativa que la ficción ha jugado frente al pasado del narrador y los suyos.
En razón de que Ricardo es el alter ego del autor, es legítimo asumir que el papel que la ficción ha tenido en El amor y la muerte hace posible que esta novela sea, como lo discute Broad, “una autobiografía ligeramente novelada que toma como punto de partida la muerte lenta de una mujer extraordinaria” (“Madre mágica” 146). Por su parte, Gustavo Alvarez Gardeazábal sugiere al carácter autobiográfico de esta novela cuando dice que en ella el autor hace uso de Ala mejor veta que un novelista [tiene]: su familia,@ y luego afirma que Edith Viscontini es la misma madre del autor y el primer esposo de ella es el padre de Aguilera Garramuño y de todos sus hermanos (par. 6). El mismo Aguilera Garramuño no oculta que creó a la protagonista a partir de su madre y Edith Piaf. Y va más allá en sus declaraciones al indicar que A[l]a Argentina de Perón, la Colombia de las guabinas y los bambucos, la Nicaragua Sandinista, la Universidad del Valle en San Fernando [Cali], son elementos históricos. Sin embargo lo que importa en la novela es el producto, no sus fuentes@ (Alvarado Tenorio, par. 3). En lo dicho por Broad y Alvarez Gardeazábal, y en lo declarado por el autor, se encuentran tres aspectos fundamentales de la elaboración esta novela: el carácter autobiográfico, sus referentes históricos y el resultado artístico final.
Los episodios autobiográficos presentes en la obra de un escritor, así como el arte creador del mismo, fueron objeto de atención por parte de Georg Luckás cuando a mediados del Siglo XX europeo identificaba la novela biográfica como una tendencia de la novela histórica. Al discutir el proceso de elaboración artística que Goethe realizó para escribir Las desventuras del joven Werther, Luckás dice que en esta obra su Aefecto tan intempestivo y eternamente fresco es >biográficamente inauténtico=@ (379). A partir de esta afirmación, concluye que la Aimpresión similar a la riqueza de la realidad@ que aparece en una obra biográfica o autobiográfica descansa justamente en la necesidad de Aalterar todo el contexto de la vida; la composición entera debe estructurarse de nuevo@ (380). En este tipo de obras, pues, debe haber una recreación de la realidad de la que parten para poder crear la ilusión de vida que deben sostener. Lo que indica Luckás es, claro está, propio de los fundamentos de toda labor literaria creativa, sólo que en el caso particular de la que tiene como destino la escritura de una novela autobiográfica o biográfica lo que aparece en el primer plano de su elaboración es el binomio que conforman la ficción y la historia. En este encuentro, que en la novela autobiográfica o biográfica es particularmente solidario, el tiempo acaba por ser reimaginado, tal como lo señala Paul Ricoeur al hablar de la interconexión entre historia y ficción (Time 181). Esta reimaginación del tiempo conlleva, claro está, igual proceder con el espacio, que es donde sobre todo la imagen y las relaciones de asociación que ésta desencadena también serán parte esencial de la creación literaria en una novela autobiográfica o biográfica.
Al considerar que El amor y la muerte trasciende hacia sus compromisos con la historia de América Latina, algunos episodios de ésta han sido recreados y alterados gracias a la reimaginación del tiempo y el espacio que subyace en la ficcionalización de la realidad autobiográfica que en la novela aparece. Tal circunstancia narrativa conduce a que esta novela se emparente con la nueva novela histórica latinoamericana que estudia Seymour Menton. Entre las característica que Menton señala respecto de la nueva novela histórica de América Latina, dos convienen a este análisis de El amor y la muerte: ALa distorsión consciente de la historia mediante omisiones, exageraciones y anacronismos@ y A[l]a ficcionalización de personajes históricos@ (43).
En esta novela los pasajes de la historia de Colombia y de Nicaragua de la segunda parte del Siglo XX son presentados de manera que la voluntad creativa del autor interviene recreándolos, añadiendo distorsiones, exageraciones y anacronismos. Tal procedimiento narrativo sobre todo tiene como fin el favorecer el crecimiento y desarrollo de la protagonista de El amor y la muerte, como también para hacer crecer la figura del doctor Rivera Camacho.
Antes de que Edith Viscontini construya su vida apuntalada por las fuerzas del amor que entrega a sus hombres, su primer esposo y padre de los hijos ha ocupado en su vida muchos lugares. Ricardo Rivera Camacho es un ser que aparece con características de héroe casi mítico. Edith tendrá sus hijos año tras año en Bogota, Amientras su marido, ese indio elegante de casi dos metros que vestía trajes cosidos en Londres, se paseaba por Europa y Estados Unidos con un bisturí certero, que lo hizo famoso, y con un humor de patriarca del Antiguo Testamento@ (144). Durante los años en que empieza La Violencia en Colombia, aquélla de los años cincuentas, la presencia del doctor Rivera Camacho ya ha crecido mucho en Bogotá, tanto que llega a preocupar a la Iglesia. Su presencia era arrolladora, Ani el papa ni los reyes ni los santos@ la tuvieron, dice Edith (167). Más tarde, como consecuencia de la crisis que vive el país, el doctor deberá instalar su consultorio en el barrio La Candelaria, al que irán a desfilar suplicantes las ancianas millonarias de Bogotá, con Atumores en sus pechos y piedras en su riñones, enfermedades y lacras que sólo un bisturí milagroso podría expulsar sin riesgo@ (168). Pero el doctor Rivera Camacho las rechazaba.
En 1952 ó 1945, no recuerda bien Esplenda, una prima de los Rivera Viscontini, Edith defendió, con una escopeta de cacería de pájaros, una finca de su esposo que iba a ser arrasada por una banda de chulos (delincuentes, bandoleros) conservadores que ante ella esgrimían machetes, teas e insultos. Esplenda dice que Edith hizo ceder a los chulos a lo mejor hablándoles como una madre, y que no duda Aque la señora los haya invitado a pasar a tomarse unos guarapos, a descansar e incluso acaso logró que algunos de ellos se quedaran a trabajar en la hacienda y se tornaran liberales@ (146).
Una vez muerto el doctor Rivera Camacho, Edith comienza a ser una mujer que lleva una vida de entrega completa a los hombres que ama. Según confiesa ella, A[s]iempre que elegí a un hombre fue por amor y le fui fiel hasta la penuria, hasta el suplicio, pero cuando la soga reventaba, a volar@(123). De Colombia sale con sus hijos hacia los Estados Unidos, siguiendo a uno de sus amores. Allá ‘la soga se revienta= y empieza su trashumancia con sus hijos, hasta llegar a Costa Rica, donde en San Isidro del General se establece. Para sobrevivir y sostener a su familia y a sus amantes, allá es maestra de francés, hipnotista y consejera radial, entre otros tantos oficios que tiene que desempeñar. Sus hijos ya crecidos regresan a Colombia y empiezan a hacer allá sus vidas. Con la revolución sandinista de Nicaragua, a Edith la seduce de nuevo al amor y se casa con un comandante revolucionario. En Nicaragua es nombrada Madre de la Revolución por sus labores con la infancia y la juventud durante aquellos años. Después de volver a vivir en Costa Rica, con un cáncer que ya le muerde su humanidad, decide ir a morir a Colombia.
Durante los años que siguieron al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el doctor Rivera Camacho trabajó en el hospital San Juan de Dios de Bogotá. A ese hospital llegaban víctimas sobrevivientes de La Violencia, con mutilaciones de diversa índole. El doctor, entonces, podrá demostrar toda su capacidad de cirujano, pues hará Areimplantación de manos, transplantes de órganos, reconstrucción de rostros deshechos, operaciones de cráneo y a corazón abierto@ (166). Procedimientos médicos que en la novela aparecen anacrónicamente.
A la exageración, distorsión y anacronismos que la novela presenta en el marco de la historia de Colombia de la segunda mitad del siglo XX, se agrega la ficcionalización de personajes históricos. Este procedimiento narrativo compromete, sobre todo, la revolución sandinista de Nicaragua y sus actores. En El amor y la muerte la historia de la Nicaragua sandinista no aparece referida como una reflexión ideológica del autor. Ella más bien está presente como una elaboración narrativa con propósitos satíricos.
En aquel país Edith Viscontini vivirá el ascenso y caída del proyecto revolucionario. En Costa Rica conoce al comandante sandinista Buenrostro, un personaje que le ha puesto códigos militares e idealismo revolucionario a su machismo. Edith se une a él en matrimonio, y desde Costa Rica se entrega con fervor a la revolución sandinista. Su casa se convertirá en refugio de guerrilleros. Ella sufrirá por las muertes y las torturas del gobierno de Somoza contra sus compañeros, y llegará a convertirse en correo de la guerrilla.
Ricardo viaja a Nicaragua en 1981 y guiado por el comandante Buenrostro recorre Managua. Ricardo ve imágenes asombrosas, cargadas de contrastes y paradojas. Es la Managua que está construyendo la revolución y que todavía no sale de los estragos del terremoto de 1972. Ricardo se asombra de la juventud de los que participan del gobierno y el control sandinista (126). Buenrostro le narra las atrocidades del gobierno somocista, lo que ha producido que los nicas le hayan perdido Ael sentido del horror y el respeto a la muerte. Un niño de cinco años es capaz de contar las torturas más abominables sin perder la sonrisa@ (128). Después de explicarle a Ricardo algunas acciones revolucionarias, el comandante adopta un aire de profeta desde una piedra de la catedral azotada por el terremoto. Ante esta imagen, Ricardo piensa que AManagua destruida a los pies de Buenrostro es como una catedral donde oficia el comandante, un pequeño Nerón mulato@ (130).
Más tarde Ricardo conocerá a personajes clave de la revolución sandinista como Edén Pastora, Humberto y Daniel Ortega. Ricardo se siente Atestigo privilegiado de la historia@ (133), y en una fiesta de navidad en casa de Humberto Ortega ve cómo A[l]os revolucinarios asumen aires de potentados, beben whisky, hablan de viajes, de autos,@ por lo que se dice que ellos A[n]o son los santos fanáticos que hicieron la revolución sino otros hombres@ (133). Ya antes ha dicho que su madre ha sido matriarca de la revolución y que a los hijos de ésta les dio de comer, quienes luego Ade ser una banda de delincuentes internacionales, pasaron a ser presidentes, ministros, altos mandos militares@ (131).
Al referirse la historia de Nicaragua, de nuevo aparece la exageración. La Sebastiana, un travesti amigo de Edith, cuenta en forma jocosa las hazañas que en medio de la revolución ha hecho, sola o acompañada de otros diez travestis. La Sebastiana llega a ser “héroa de guerra,@ como lo llama Edith, gracias a que en una oportunidad dinamitó varios tanques de guerra del ejército de Somoza (134-8).
La historia de Colombia volverá a mostrar sus telones en los días en que Edith ha regresado a morir entre sus hijos. Es la Colombia de la violencia de finales del Siglo XX. Este referente histórico sirve para que en la narración Iñigo, el hijo de Edith que no ha logrado instalarse tan civilmente en la vida, como lo han hecho los otros seis, se redima como un ser consciente de las laceraciones que ha producido la nueva violencia. También sirve para que el narrador emita sus propias opiniones, las que no distan mucho de las de aquél. De esta manera, la historia reciente de Colombia aparece en la novela mediante la reflexión que sobre ella tienen Iñigo y el narrador.
Iñigo lleva a Ricardo a dar Aun paseo por el infierno@ (204). Los dos caminan por un barrio marginal de Cali, situado en las faldas del cerro de las Tres Cruces. Es un barrio donde la gente apenas sobrevive en la más absoluta miseria. Más tarde, Iñigo le reprocha a Ricardo su vida de novelista en México y le explica lo que es la miseria y la violencia en su país. Le dice que Colombia Aha hecho de la violencia y la miseria un medio de vida, casi un placer. En este país casi todos estamos embarrados de mierda, casi todos. Desde el homosexual que tenemos como presidente, hasta tu hermanito Byron, que está haciendo fortuna de una manera que nunca te voy a decir@ (224). Antes Ricardo ha mencionado la nueva violencia de Colombia, lo ha hecho al hablar de Francisco de Asís, el hermano especializado en medicina forense. En esta ocasión escribe que su hermano ha hecho Ael levantamiento de batallones enteros de cadáveres en un país donde la muerte violenta es el negocio más frecuente y quizás más lucrativo@ (75).
A pesar de que, como apunta Broad, Aguilera Garramuño en su obra literaria Ano aborda las grandes corrientes de la historia@ ni Apretende defender una ideología o criticar una política@ (APrólogo@ 7), en esta oportunidad el autor no podrá escaparse de dejar que la historia entre en las páginas de El amor y la muerte. Y todo se debe a que el espíritu de trashumancia y rebeldía de Edith Viscontini la llevará a vivir en diversos países de la América Latina.
Desde el punto de vista de la construción narrativa de El amor y la muerte, la fuerza y riqueza del personaje protagonista ha requerido la adopción de una estructura fragmentada que conlleva la presencia de un discurso polifónico. La vida y avatares de Edith Viscontini se conocerá a partir de la expresión verbal de la memoria de sus hijos, como también de algunos parientes y amigos de la familia, entre quienes predomina la voz de Ricardo como narrador central. Por otra parte, los crecimientos de ella como personaje protagonista ocurrirán favorecidos por acontecimientos que han marcado la historia de la Colombia de mediados del Siglo XX y la Nicaragua de los setentas. Y mientras ella muere ante sus hijos, estos no pueden soslayar en sus vidas los efectos de una Colombia que termina el siglo en medio de la nueva violencia.
En razón de las audacias narrativas y los logros con el personaje protagonista, El amor y la muerte destaca en la novela colombiana actual. Destaca también porque, hay que decirlo, Aguilera Garramuño se niega a la recreación literaria del tema de la violencia, el que ahora ha vuelto a aparecer como uno de los principales en las realidades noveladas de la narrativa colombiana.
Obras citadas
Aguilera Garramuño, Marco Tulio. El amor y la muerte. Bogotá: Alfaguara, 2002.
Alvarado Tenorio, Harold. Conversando con M. T. Aguilera Garramuño.” Enfocarte 18
(2002): 6 pars. 6 septiembre 2006 << ttp://www.enfocarte.com/3.18/libro.html>>
Alvarez Gardeazábal, Gustavo. APresentación.@ Noticiasliterarias.com: 7 pars. 16
septiembre 2006
Argüello, Fernando, El amor y la muerte: la novela grande de Marco Tulio Aguilera
Garramuño.@ Enfocarte 18 (2002): 64 pars. 6 septiembre 2006 <>
Bakhtin, Mikhail. Problems on Dostoevsky’s Poetics. Trad. Caryl Emerson. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1984.
Broad, Peter. Madre mágica, madre mítica, madre mala: el retorno a la familia en tres
novelas colombinas recientes.@ Hispanic Journal 25.1-2 (2004): 145-53.
___, ed. Prólogo. El ojo en la sombra. Antología narrativa de Marco Tulio Aguilera
Garramuño. Xalapa: Universidad Veracruzana, 2002.
Luckás, Georg. La novela histórica. Trad. Jasmín Reuter. México: Era, 1971.
Menton, Seymour. La nueva novela histórica de América Latina 1979-1992. México:
Fondo de Cultura Económica, 1993.
Meyer, Beatriz. Reseña de El amor y la muerte. Hojas universitarias. 54 (2003): 168-
171.
Ricoeur, Paul. Time and Narrative. Trad. Kathleen Blamey y David Pellauer. Chicago:
The University of Chicago Press, 1988.
El amor y la muerte
Friné Santisteban
El amor y la muerte es el relato de la vida de Edith Visconti, es también, la historia de la vida de cada uno de sus hijos, que a través de monólogos van reconstruyendo a su madre, se van revelando a sí mismos, dibujan a Latinoamérica y sus personajes, sus revoluciones, la violencia y la gran fiesta que es amar y morir en estas tierras. Es un libro lleno de voces fuertes, locuaces,
atrevidas, lleno de esa nostalgia que te dejan las preguntas que hiciste y no tuvieron respuesta.
El amor y la muerte es un relato lleno de humanidad, sin juicios: “Porque se vive como se puede, no como se debe”. Y de lo que fue pudiendo, Edith creó una vida de novela: nacida en Argentina, esposa de un médico insigne en Colombia, aventurera por Estados Unidos, maestra de francés y locutora en Costa Rica, madre de la Revolución en Nicaragua; amante de los hombres y Francia. Por el relato de su existencia pasan muchas personajes, cada una con una historia que
contar: solteronas de la alta sociedad colombiana, seductores sin oficio, un hermano siempre lejano, guerrilleros sandinistas, homosexuales heroicos, y por supuesto, sus siete hijos, que al igual que su madre son personajes aventureros, enamorados, bullangueros o silenciosos, soñadores, llenos de un andar que a fuerza debe ser notado, atrevidos como su madre.
El amor y la muerte es el relato de una mujer que entendió que la gloria está en la vida, y es también el relato de un hombre que tratando de entender a su madre, se volcó en un diálogo sin pausas ni vueltas atrás para entender a la mujer.
(Friné Santistéban es asistente al Taller de Novela de la Escuela de Escritores de Veracruz)
EL AMOR Y LA MUERTE
Luis Arturo Ramos
El escritor veracruzano Luis Arturo Ramos comenta la novela El amor y la muerte, de Marco Tulio Aguilera Garramuño, editada por Alfaguara, Colombia.
Las sagas familiares abundan en la literatura universal. Los Buddenbrook, los Buendía, los Karamazoff y hasta los Páramo, forman parte del referente dinástico obligado al leer El amor y la muerte*, publicada por la editorial Alfaguara, obra que fuera finalista en el Concurso Internacional de dicha editorial celebrado en España. En su novela, Aguilera Garramuño aporta lo suyo para la conformación del genoma literario con la reconstrucción de la historia de los Rivera Constantini. Aunque en su caso el autor, tanto real como ficticio, no acude a Comala para conocer a su padre, sino al recuerdo personal y colectivo para conocer a su madre y, de paso, verificar y estimar los veneros de las dos fuentes fundamentales: los Rivera de Colombia por el lado paterno y los Constantini de Argentina, por el materno. Para conseguirlo, el autor explícito, Ricardo de los mismos apellidos, acude a las voces disímbolas y complementarias, contradictorias y persuasivas, que desde perspectivas internas o periféricas, aportan datos para elaborar la genealogía.
Será Ricardo, el hijo escritor, el más interesado en recabar mediante provocaciones, la información que le permita consolidar un panorama construido a base de mosaicos y fragmentos, cuyo dibujo total consolidará la memoria general y, a partir de ella, emblemática y en apariencia definitiva, de esta especie de auto-biografía colectiva. Serán todos y a la vez ninguno, los verdaderos protagonistas de El amor y la muerte, a pesar de que el pretexto sea saldar las cuentas con el ombligo o útero fundamental: Edith Cosntantini, la madre de más de siete, y que como su tocaya, la Edith Piaff, ni siquiera en el lecho de muerte se arrepentirá de nada: “Non! Rien de rien/ Je ne regrette rien…”, será el estribillo novelístico, pero también mandato o legado materno para las futuras generaciones de Riveras y de Cosntantinis.
A la muerte del padre y lidereados por su viuda, los Rivera Constantini abandonan Colombia, reaparecen en Estados Unidos y terminan en un misérrimo lugar de Costa Rica; mas no sin antes que la suerte, el otro nombre de la existencia, los haya vapuleado con distintos grados de inmisericordia en varias partes del planeta (México, Costa Rica, Nicaragua), o engañado revestida con los disfraces del amor, la soledad o la muerte.
Lo que al principio aparece como la reconstrucción de una mujer peculiar, termina siendo el relato de cómo se reconstruyó la historia de esa mujer. Más importante que la re-edificación y su metodología, es el icono, la imago materna que Ricardo pretende modelar. La novela va escribiéndose bajo los ojos (u oídos) del lector-oidor, en la medida que surge relatada por una polifonía vocal o coral. Y agrego esto porque tan importante como la conformación del personaje femenino, resultan también las voces y las versiones mediante las que Edith, la Piaf argentino-colombiana, está siendo recordada.
Mediante el recurso de una historia edificada con base en fragmentos, donde el recuento corre a cargo de una primera persona que relata a un narratario presente, este último siempre uno de los Riviera Constantini, los hijos hablan de ellos mismo, de la mujer que les dio el ser, del padre que los dejó huérfanos a corta edad y de la mitología sobre la que se asienta la dinastía. En esta medida, la novela se convierte en la historia de una biografía demencial y apasionante que incorpora ancestros y contemporáneos.
Un hijo de la familia, en ocasiones algún pariente lejano o conocido cercano, asume el papel de rememorador y relata a un Rivera, o a un grupo de Riveras, la parte de la historia que le correspondió atestiguar. Apesadumbrados por la agonía o reciente muerte de Edith Constantini, el hijo rememorador en turno, o alguno de los parientes cercanos, relata la escapatoria de Edith de Argentina ante la posibilidad, siempre velada, del incesto; su casamiento con un connotado médico colombiano casi treinta años mayor que ella, su vocación de parir con fruiciones de coneja y cómo, ya viuda, dilapida en compañía de sus hombres amados la fortuna y las energías que le restan, en un periplo que la deposita en brazos de la acogedora revolución sandinista. En Managua, la cual abandona ya señalada por el índice de la muerte, comparte vida, fortuna y honores con un héroe de la lucha clandestina y posterior funcionario de la revolución. Escandalizada por los excesos de los corruptos y mediocres, regresa a Colombia para morir. En su pecho yerto, reposará la medalla que la acredita como Madre de la revolución sandinista y a sus pies, los libros de su hijo Ricardo, el único interesado en recuperar la historia que aparece consignada en la novela que comento.
Saga familiar, mitología dinástica, construcción del icono materno, larga reflexión acerca del sentido de la existencia, pago o cobro de cuentas ante el lecho de la madre muerta o agonizante, la estructura fragmentada y llena de información (Garramuño interpola fragmentos de otras novelas de su autoría), cancela la posibilidad, cursi por otra parte, de canonizar a la madre o celebrar la supuesta perfección de la familia entera. Junto a esto, el humor y la ironía, tanto amoral como inmoral, salpica la novela con alusiones que muchos lectores, como fue mi caso, podrán asimilar o aplicar a su propia existencia.
La fragmentación permite abordar la novela en cualquiera de sus capítulos sin afectar la totalidad; la opción de llegar a la historia por sus extremos o partes intermedias, elimina el “antes” y el “después” necesarios en una novela convencionalmente tramada. Con todo, permite también detectar sin mucho esfuerzo las partes más interesantes y divertidas de aquellas redundantes, aburridillas (por repetitivas) y hasta moralistas. No hay trama en el sentido convencional, sólo situaciones, ambientes y personajes, en especial Ricardo, receptor de casi todas las voces y enunciador de muchas de ellas, mediante un lenguaje pulcro, incisivo, donde metáforas y comparaciones eficaces, permiten y hasta exigen el subrayado.
Si bien la novela también busca el origen, es también un canto emocionado al amor fraternal, filial: a los desvaríos de los hermanos iconoclastas y al aburguesamiento de los adaptados. El conjunto ofrece la sensación de un texto catártico, una toma de cuentas con el origen sin dejar por ello de parecer la expiación por el desapego emocional o un alegato a favor del amor como única forma viable para transitar la existencia. Rito funerario o acción de despedida, la novela termina con la inhumación de Edith Constantini rodeada de todos sus hijos y con ello, la revelación fundamental: “Ustedes, los Rivera Cosntantini (…) son el producto de dos herejes que rompieron lo que parecía escrito, y es por eso que sus vidas son tan caóticas, tan dispersas, tan llenas de sutilezas e infidelidades. El doctor y Edith hicieron pedazos ese libro de contabilidad que parecía ser su destino. El castigo por esa impiedad son ustedes, niños”.
El final de la novela remite al fragmento antes citado aparecido a mitad de la novela; pero que bien puede servir de colofón y, con ello, concitar la posible conjetura del lector escéptico: si los Rivera Constantini no fueron lo que hubieran deseado ser, al menos el intento por conseguirlo a toda costa, les medio confeccionó el sanbenito de herejes.
Si Cervantes no tuviera razón esta hubiera sido la novela que habría catapultado a Garramuño a la gran difusión masiva. Cervantes dijo que en los concursos de novela el verdadero primer lugar es el segundo lugar. Y en el actual caso se cumplió: la novela premiada, La piel delcielo, de Elena Poniatowska es un fiasco de principio a fin. Aburridora, pedestre, mal escrita, mal estructurada, larga y sosa. Todo lo que tiene de valioso El amor y la muerte, lo tiene de cargante La piel del cielo. Y las pruebas son contundentes: la novela de Poniatowska recibió una sola reseña en México, en la revista Proceso, y en esa nota destrozaron la obra impíamente. La novela de Garramuño ha recibido reseñas incontables en La Palabra y el Hombre, en Crítica, en El Universal en La Jornada y en veinte, treinta o más medios no solo mexicanos y colombianos sino de varios países. Aunque eso no es novedad: si alguien quiere leer una buena novela, por favor no compre la premiada, sino la finalista. Miguel de Cervantes tenía autoridad y la sigue teniendo. Los premios se dan por compromiso. Los segundos lugares o finalistas se dan por arrepentimiento de jurados habitualmente obedientes a los dictados de las grandes empresas. Y en el fondo le hacen un favor a Garramuño: podrá seguir escribiendo con tranquilidad.
*Bogotá: Alfaguara, 2002, 244pp.
Aguilera Garramuño, Marco Tulio. El amor y la muerte. Bogotá: Alfaguara, 2002.
Alvarado Tenorio, Harold. Conversando con M. T. Aguilera Garramuño.” Enfocarte 18
(2002): 6 pars. 6 septiembre 2006 << ttp://www.enfocarte.com/3.18/libro.html>>
Alvarez Gardeazábal, Gustavo. APresentación.@ Noticiasliterarias.com: 7 pars. 16
septiembre 2006
Argüello, Fernando, El amor y la muerte: la novela grande de Marco Tulio Aguilera
Garramuño.@ Enfocarte 18 (2002): 64 pars. 6 septiembre 2006 <
Bakhtin, Mikhail. Problems on Dostoevsky’s Poetics. Trad. Caryl Emerson. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1984.
Broad, Peter. Madre mágica, madre mítica, madre mala: el retorno a la familia en tres
novelas colombinas recientes.@ Hispanic Journal 25.1-2 (2004): 145-53.
___, ed. Prólogo. El ojo en la sombra. Antología narrativa de Marco Tulio Aguilera
Garramuño. Xalapa: Universidad Veracruzana, 2002.
Luckás, Georg. La novela histórica. Trad. Jasmín Reuter. México: Era, 1971.
Menton, Seymour. La nueva novela histórica de América Latina 1979-1992. México:
Fondo de Cultura Económica, 1993.
Meyer, Beatriz. Reseña de El amor y la muerte. Hojas universitarias. 54 (2003): 168-
171.
Ricoeur, Paul. Time and Narrative. Trad. Kathleen Blamey y David Pellauer. Chicago:
The University of Chicago Press, 1988.
Friné Santisteban
El amor y la muerte es el relato de la vida de Edith Visconti, es también, la historia de la vida de cada uno de sus hijos, que a través de monólogos van reconstruyendo a su madre, se van revelando a sí mismos, dibujan a Latinoamérica y sus personajes, sus revoluciones, la violencia y la gran fiesta que es amar y morir en estas tierras. Es un libro lleno de voces fuertes, locuaces,
atrevidas, lleno de esa nostalgia que te dejan las preguntas que hiciste y no tuvieron respuesta.
El amor y la muerte es un relato lleno de humanidad, sin juicios: “Porque se vive como se puede, no como se debe”. Y de lo que fue pudiendo, Edith creó una vida de novela: nacida en Argentina, esposa de un médico insigne en Colombia, aventurera por Estados Unidos, maestra de francés y locutora en Costa Rica, madre de la Revolución en Nicaragua; amante de los hombres y Francia. Por el relato de su existencia pasan muchas personajes, cada una con una historia que
contar: solteronas de la alta sociedad colombiana, seductores sin oficio, un hermano siempre lejano, guerrilleros sandinistas, homosexuales heroicos, y por supuesto, sus siete hijos, que al igual que su madre son personajes aventureros, enamorados, bullangueros o silenciosos, soñadores, llenos de un andar que a fuerza debe ser notado, atrevidos como su madre.
El amor y la muerte es el relato de una mujer que entendió que la gloria está en la vida, y es también el relato de un hombre que tratando de entender a su madre, se volcó en un diálogo sin pausas ni vueltas atrás para entender a la mujer.
(Friné Santistéban es asistente al Taller de Novela de la Escuela de Escritores de Veracruz)
EL AMOR Y LA MUERTE
Luis Arturo Ramos
El escritor veracruzano Luis Arturo Ramos comenta la novela El amor y la muerte, de Marco Tulio Aguilera Garramuño, editada por Alfaguara, Colombia.
Las sagas familiares abundan en la literatura universal. Los Buddenbrook, los Buendía, los Karamazoff y hasta los Páramo, forman parte del referente dinástico obligado al leer El amor y la muerte*, publicada por la editorial Alfaguara, obra que fuera finalista en el Concurso Internacional de dicha editorial celebrado en España. En su novela, Aguilera Garramuño aporta lo suyo para la conformación del genoma literario con la reconstrucción de la historia de los Rivera Constantini. Aunque en su caso el autor, tanto real como ficticio, no acude a Comala para conocer a su padre, sino al recuerdo personal y colectivo para conocer a su madre y, de paso, verificar y estimar los veneros de las dos fuentes fundamentales: los Rivera de Colombia por el lado paterno y los Constantini de Argentina, por el materno. Para conseguirlo, el autor explícito, Ricardo de los mismos apellidos, acude a las voces disímbolas y complementarias, contradictorias y persuasivas, que desde perspectivas internas o periféricas, aportan datos para elaborar la genealogía.
Será Ricardo, el hijo escritor, el más interesado en recabar mediante provocaciones, la información que le permita consolidar un panorama construido a base de mosaicos y fragmentos, cuyo dibujo total consolidará la memoria general y, a partir de ella, emblemática y en apariencia definitiva, de esta especie de auto-biografía colectiva. Serán todos y a la vez ninguno, los verdaderos protagonistas de El amor y la muerte, a pesar de que el pretexto sea saldar las cuentas con el ombligo o útero fundamental: Edith Cosntantini, la madre de más de siete, y que como su tocaya, la Edith Piaff, ni siquiera en el lecho de muerte se arrepentirá de nada: “Non! Rien de rien/ Je ne regrette rien…”, será el estribillo novelístico, pero también mandato o legado materno para las futuras generaciones de Riveras y de Cosntantinis.
A la muerte del padre y lidereados por su viuda, los Rivera Constantini abandonan Colombia, reaparecen en Estados Unidos y terminan en un misérrimo lugar de Costa Rica; mas no sin antes que la suerte, el otro nombre de la existencia, los haya vapuleado con distintos grados de inmisericordia en varias partes del planeta (México, Costa Rica, Nicaragua), o engañado revestida con los disfraces del amor, la soledad o la muerte.
Lo que al principio aparece como la reconstrucción de una mujer peculiar, termina siendo el relato de cómo se reconstruyó la historia de esa mujer. Más importante que la re-edificación y su metodología, es el icono, la imago materna que Ricardo pretende modelar. La novela va escribiéndose bajo los ojos (u oídos) del lector-oidor, en la medida que surge relatada por una polifonía vocal o coral. Y agrego esto porque tan importante como la conformación del personaje femenino, resultan también las voces y las versiones mediante las que Edith, la Piaf argentino-colombiana, está siendo recordada.
Mediante el recurso de una historia edificada con base en fragmentos, donde el recuento corre a cargo de una primera persona que relata a un narratario presente, este último siempre uno de los Riviera Constantini, los hijos hablan de ellos mismo, de la mujer que les dio el ser, del padre que los dejó huérfanos a corta edad y de la mitología sobre la que se asienta la dinastía. En esta medida, la novela se convierte en la historia de una biografía demencial y apasionante que incorpora ancestros y contemporáneos.
Un hijo de la familia, en ocasiones algún pariente lejano o conocido cercano, asume el papel de rememorador y relata a un Rivera, o a un grupo de Riveras, la parte de la historia que le correspondió atestiguar. Apesadumbrados por la agonía o reciente muerte de Edith Constantini, el hijo rememorador en turno, o alguno de los parientes cercanos, relata la escapatoria de Edith de Argentina ante la posibilidad, siempre velada, del incesto; su casamiento con un connotado médico colombiano casi treinta años mayor que ella, su vocación de parir con fruiciones de coneja y cómo, ya viuda, dilapida en compañía de sus hombres amados la fortuna y las energías que le restan, en un periplo que la deposita en brazos de la acogedora revolución sandinista. En Managua, la cual abandona ya señalada por el índice de la muerte, comparte vida, fortuna y honores con un héroe de la lucha clandestina y posterior funcionario de la revolución. Escandalizada por los excesos de los corruptos y mediocres, regresa a Colombia para morir. En su pecho yerto, reposará la medalla que la acredita como Madre de la revolución sandinista y a sus pies, los libros de su hijo Ricardo, el único interesado en recuperar la historia que aparece consignada en la novela que comento.
Saga familiar, mitología dinástica, construcción del icono materno, larga reflexión acerca del sentido de la existencia, pago o cobro de cuentas ante el lecho de la madre muerta o agonizante, la estructura fragmentada y llena de información (Garramuño interpola fragmentos de otras novelas de su autoría), cancela la posibilidad, cursi por otra parte, de canonizar a la madre o celebrar la supuesta perfección de la familia entera. Junto a esto, el humor y la ironía, tanto amoral como inmoral, salpica la novela con alusiones que muchos lectores, como fue mi caso, podrán asimilar o aplicar a su propia existencia.
La fragmentación permite abordar la novela en cualquiera de sus capítulos sin afectar la totalidad; la opción de llegar a la historia por sus extremos o partes intermedias, elimina el “antes” y el “después” necesarios en una novela convencionalmente tramada. Con todo, permite también detectar sin mucho esfuerzo las partes más interesantes y divertidas de aquellas redundantes, aburridillas (por repetitivas) y hasta moralistas. No hay trama en el sentido convencional, sólo situaciones, ambientes y personajes, en especial Ricardo, receptor de casi todas las voces y enunciador de muchas de ellas, mediante un lenguaje pulcro, incisivo, donde metáforas y comparaciones eficaces, permiten y hasta exigen el subrayado.
Si bien la novela también busca el origen, es también un canto emocionado al amor fraternal, filial: a los desvaríos de los hermanos iconoclastas y al aburguesamiento de los adaptados. El conjunto ofrece la sensación de un texto catártico, una toma de cuentas con el origen sin dejar por ello de parecer la expiación por el desapego emocional o un alegato a favor del amor como única forma viable para transitar la existencia. Rito funerario o acción de despedida, la novela termina con la inhumación de Edith Constantini rodeada de todos sus hijos y con ello, la revelación fundamental: “Ustedes, los Rivera Cosntantini (…) son el producto de dos herejes que rompieron lo que parecía escrito, y es por eso que sus vidas son tan caóticas, tan dispersas, tan llenas de sutilezas e infidelidades. El doctor y Edith hicieron pedazos ese libro de contabilidad que parecía ser su destino. El castigo por esa impiedad son ustedes, niños”.
El final de la novela remite al fragmento antes citado aparecido a mitad de la novela; pero que bien puede servir de colofón y, con ello, concitar la posible conjetura del lector escéptico: si los Rivera Constantini no fueron lo que hubieran deseado ser, al menos el intento por conseguirlo a toda costa, les medio confeccionó el sanbenito de herejes.
Si Cervantes no tuviera razón esta hubiera sido la novela que habría catapultado a Garramuño a la gran difusión masiva. Cervantes dijo que en los concursos de novela el verdadero primer lugar es el segundo lugar. Y en el actual caso se cumplió: la novela premiada, La piel delcielo, de Elena Poniatowska es un fiasco de principio a fin. Aburridora, pedestre, mal escrita, mal estructurada, larga y sosa. Todo lo que tiene de valioso El amor y la muerte, lo tiene de cargante La piel del cielo. Y las pruebas son contundentes: la novela de Poniatowska recibió una sola reseña en México, en la revista Proceso, y en esa nota destrozaron la obra impíamente. La novela de Garramuño ha recibido reseñas incontables en La Palabra y el Hombre, en Crítica, en El Universal en La Jornada y en veinte, treinta o más medios no solo mexicanos y colombianos sino de varios países. Aunque eso no es novedad: si alguien quiere leer una buena novela, por favor no compre la premiada, sino la finalista. Miguel de Cervantes tenía autoridad y la sigue teniendo. Los premios se dan por compromiso. Los segundos lugares o finalistas se dan por arrepentimiento de jurados habitualmente obedientes a los dictados de las grandes empresas. Y en el fondo le hacen un favor a Garramuño: podrá seguir escribiendo con tranquilidad.
*Bogotá: Alfaguara, 2002, 244pp.
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