Nostalgia de Breve historia

mayo 17, 2008

Breve historia de todas las cosas
El siguiente texto es una carta de mi amigo costarricense Juan Murillo, en el que rescata y publica en su blog Cien palabras por minuto, un divertido y cariñoso artículo sobre Breve historia de todas las cosas, mi primera novela

100 palabras por minuto

Introducción y transcripción de la reseña escrita por
David Maradiaga realizada por Juan Murillo

Hace poco, durante la presentación póstuma que organizó la Editorial Costa Rica para el libro La tinta del olvido del recién fallecido escritor hondureño Roberto Castillo, tuve la oportunidad de felicitar a Carlos Cortés por haber sido honrado este año con el Premio Aquileo Echeverría por su novela-ensayo Historia Personal de la Literatura Costarrisible. El libro de Cortés adolece de muchas cosas, pero a mi en lo personal me mantuvo absorto con historias en las que Tito Monterroso coqueteaba con una Eunice Odio cáustica, mientras Yolanda Oreamuno se dedicaba a perder o destruir sus novelas en señal de protesta o simplemente por descuido. Es un libro de recuperación de la memoria de la literatura tica y como tal, para los escritores, es un libro importante. Cortés sonrió con humildad como diciendo “no es para tanto”, y en el fondo, tiene razón. Sobrevivir como escritor en estos países solo se logra cuando uno deja de ser humano y transita por fin al ámbito eterno de la leyenda. Ninguna obra logrará que nos recuerden, mucho menos un premio. Nos recordarán, como a los iracundos Odio, Gutierrez o Grutter: por imposibles anécdotas que nos enmarquen en una irreverencia poco “costarricense” o algún otro desaguisado que produzca risa o vergüenza ajena.
Los premios, por otra parte, no son garantía de nada. Le comente a Cortés que David Maradiaga, nuestro compañero cofundador del colectivo literario Octubre Alfil 4 y el poeta más importante en Costa Rica de fin de siglo, nos había contado alguna vez sobre un escritor que había hecho una copia de Cien años de Soledad pero basada en San Isidro del General. Según David, el libro era divertidísimo, lo había publicado Ediciones La Flor, una editorial de
historietas, en Argentina. Nada se sabía del paradero del autor, que para colmo de males era colombiano.
Cortés se echó una risilla.
-Supongo que será uno de esos autores inventados que le gustaban a ustedes, -me dijo.
No estaba lejos de la verdad, todo mundo sabía de la afición devota de David por la mitomanía. El perfil del colombo sonaba a puro invento, los detalles de la novela a pura imposibilidad. Yo pensé, desde que David me contó,un año antes de morir, sobre Aguilera Garramuño, que efectivamente Aguilera Garramuño vivía en el club metaliterario donde el Cide Hamete Bengalí, Pierre Menard y Nicolae Orescu se reúnen los jueves a jugar churuco y beber ajenjo. Este año, sin embargo, un post en el blog de Magda Díaz (Apostillas literarias) me sacó brúscamente de mi engaño. Magda presentaba, con mucho cariño, el recién estrenado blog de Marco Tulio Aguilera. Le escribí de inmediato al tal Aguilera para confirmar lo imposible, que fuera el autor de Breve historia de todas las cosas (que él mismo no incluía entre sus obras publicadas según lo que pude leer en su blog). Aguilera Garramuño respondió rápidamente que no solo era el autor de Breve Hisotira, sino que además me dijo que le hiciera el favor de buscarle al editor de Alfaguara en Costa Rica para reeditar la novela. Cuando leí ese correo me invadió una sensación de irrealidad e imagine a David, que tiene 13 años de muerto, sentado en algún cybercafe, partido de risa porque aún ahora nos seguía engañando, igual que antes, para su gran placer.
La verdad es esta: Aguilera Garramuño existe. No sólo existe, sino que además ganó, en 1975, el Premio Nacional Aquileo Echeverría de novela con Breve historia de todas las cosas. Que nosotros, acá en Costa Rica, nos olvidemos tan completa y minuciosamente de un ganador de un premio nacional que vive apenas al otro lado del istmo (en Xalapa, Veracruz, México) y lo imaginemos imaginario, nos enseña una sola lección: No meterse contra el Gabo y su magia negra, so pena de vagar eternamente en Macondo (o San Isidro del General o Xalapa) sin lograr encontrar a nuestros lectores. Nota para mi mismo (no olvidar): La posteridad depende de un insulto público espetado con gracia y arrojo en el momento adecuado. Los premios más bien sirven para sostener papeles y rellenar curriculos.
Ahora me toca a mí, con cariño, reproducir esta reseña de Breve Hisotira de todas las cosas que David Maradiaga escribiera para nuestra abortada revista de Octubre Alfil 4 en Agosto del 1994:

Gabiante o isidreña pura
Breve historia de todas las cosas
Marco Tulio Aguilera Garramuño
Buenos Aires: Ediciones La Flor, 1975

Era necesario recordar la oportunidad en que Charles Chaplin concursó en un Certamen de Parecidos a Charles Chaplin y quedo en tercer lugar. O bien, cuando el diablo, tan ingenuo, pretendió tentar a Cristo en el desierto. Porque se trataba de un autor supuestamente caleño (que firmó su novela en la Casa de los Enanos Pitagóricos, en 1974) el que sometía a una editorial argentina nombres tan absurdos y estrambóticos como San Isidro del General, el Cerro de la Muerte, Pepe Figueres y Turrialba. Era evidente que no podía ser otra cosa que un plagio divertidísimo de Cien años de soledad, escrito por un joven colombiano con cara de universitario sin beca, llamado Marco Tulio Aguilera Garramuño.
Hace unos años, un anciano coplero nos mencionó el nombre. Imaginamos entonces que Aguilera Garramuño era otro anciano que había escrito un libro costumbrista sobre San Isidro. Pinche prejuicio. Ediciones La Flor (la de Boogie y Mafalda) le publicó la obra, con la advertencia a los lectores de que el autor no era Gabo (“Aguilera Garramuño no es un seudónimo utilizado por García Márquez para escribir una novela más divertida que Cien años de soledad. Aguilera Garramuño es el de la fotografía y, como se verá, no tiene bigotes”).
En el inciso tres de la advertencia, los porteños terminan de demostrar su conocimiento de la tiquidad: garantizamos “que el mencionado pueblo de San Isidro del General no es Macondo y su único parecido es que ambos sólo podrían estar en Colombia”.
Así, Breve historia de todas las cosas, pasa a las cosas de la historia como la fabulación de un pueblo que de pura casualidad (como en Pierre Menard, autor del Quijote) parece luego en un país llamado Costa Rica.
Hasta aquí los hechos extraliterarios que parecen, inicialmente un chiste, luego una tomada de pelo (¡Ché, macanudo, el papelón que hicimos!) y por último, una broma del tamaño de la luna, que por demás, nos deja por dentro la aparición de un excelente narrador, poco percibido (o mencionado) en la literatura costarricense.
Esta novela frenáptera es no más que una colección de cuadernillos ordenada y narrada por Mateo Albán, historiador literarto y que describe los ires y venires, la prehistoria y el destino, los personajes, arquitetura, temores de segua y fantasmagorías de un pequeño y aislado pueblo costarricense. Su autor nos vuelve al humor y a la locura dentro de un tema que perfectamente pudo ser otra conchería (y no más), con una extraordinaria habilidad para narrar oscilando entre la sordidez y el desconocimiento y la erudición vana, la ociosidad de escribiente que se deleita sádicamente, poniendo y quitando cosas de la historia oficial, para transmutar a sus monstruos y mentiras y soltarlos, con fondo de carcajadas, al haber literario del boom y el realismo mágico, que, en ese momento tanta significación tenían para el futuro de la escritura latinoamericana.
Es una cosa humilde, con la compleja sencillez de la que hablaba Borges. Aquí se reúnen los próceres acomplejados y los inmigrantes (negros, judíos, árabes y españoles, por ejemplo) con los matones y maleantes, los músicos de cimarrona que esperaban la inspiración divina como Benito Chúber o Don Juan el Violinista,los poetas de pacotilla, las doncellas quintaescenciadas entre las cursis brillantinas y cortejos de los amadores pueblerinos. Como en un burdo, pero besable, carnaval, Aguilera Garramuño, nos muestra el mundo de sus percepciones.
Su aberrada contemplación de poeta, en un estrecho mar, donde no pasaba otra cosa que la vida. Extraña forma de contarnos que “Hola ñor José Maria, traiga la leña pa vela”, podía revisarse, sacárle las visceras que más de un monstruo interesante iba a salir. La Sacrosanta formación del Estado Costarricense, Doña Tradición y las demás señoras, pueden desde entonces reconocer a esta pariente, tan traspapelada como significativa para entender a los ticos.
No sabemos mucho más que los de Ediciones La Flor sobre Aguilera Garramuño, excepto que, obviamente, no nos tragamos ciertos incisos de la contraportada. Pero caleño o no, isidreño sincero y puro o gabiante atrevido, su trabajo es de enorme interés para la literatura, la imaginación y la risa costarricenses, las cuales no siempre van tan bien pegadas en una novela de escasas 270 páginas, ya amarillentas y arrugadas por el olvido.
Si quedan problemas para lectores prejuiciados, el mismo frenáptero novelista nos aclara: sobre el tal costeño don Gabriel, dicharachero y nobelable y el carioca Chepe Amado, escribidores de ranaciones tan parecidas a esta, “me parece muy venida al ángulo la orientación y difícil de responder porque el día que le quieran robar los hijos que uno fabricó con su propia y espiritual pinga, ese día se le ofusca a uno la mollera, se le rebota el higado y se le apasiona la región pancreática, sin embargo puedo decirle que el mundo es uno: La Tierra; las personas dos: el hombre y la mujer; la lengua nuestra una: el castellano de Cervantes; y el tiempo y los autores muchos; y con aquella cortedad de tema y esta cantidad de escribientes, no le parece a usted que necesariamente tiene que haber quienes hablemos de parecida forma y pensemos las mismas obscenidades desde que Eva se equivocó de árbol. Además mi seño, ¿cómo nosotros, enanos subidos en hombros de gigantes (digo las palabras repitiendo al colega Escopenauer) podemos
despreciar la ayuda de éstos si queremos medrar y dar buen provecho en la profesión?”
Sobre pedir, cuando el ranador hace mutis, “otra vez”. Las relecturas adquieren a veces el fulgor de los logros no ponderados en su momento. Breve historia de todas las cosas es un chiste gigante, un chaparrito de oro, un mundialito italianoventa, que la narrativa costarricense (en el entendido de que el maje sea maje en todo sentido) no debe olvidar.

David Maradiaga
23-8-94

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