Ahora al teatro

agosto 24, 2008

Cambios in my life

La Universidad Veracruzana me ha solicitado que dicte clases en la Facultad de Teatro. Al principio me dije que no me convenía: imaginar un grupo de 40 alumnos que exigen atención, trabajo, corrección de trabajos, el cumplimiento de un horario vespertino (al que no estoy acostumbrado: mis tardes son basquetbol, descansar, comer, mirar televisión, leer algo, tomar café y a dormir). Imaginar dos de mis días semanales ocupados en asuntos extraliterarios. Imaginar que no podría cumplir mis compromisos, mis viajes, mis conferencias, mis ocios... En fin, después reflexioné y me dije que si no regresaba a dictar clases era por dos razones: vanidad y pereza. Vanidad porque el ocuparme de mi literatura es una especie de autocelebración y si dicto clases tendré que abandonar algunos proyectos que alimentan mi ya de por sí insoportable autoaprecio. Pereza porque no estoy acostumbrado a cumplir horarios estrictos y a obedecer programas académicos. La verdad es que las condiciones de trabajo son inmejorables: se me respetarán mis viajes y conferencias. Dictaré mis clases como Frank Sinatra: a mi manera. ¿De qué se trata? Simple. De enseñar a escribir a los estudiantes de Teatro. Está el otro detalle: la marejada de personas y personalidades que conoceré será un estímulo grande para una persona como yo que he permanecido casi aislado por años, sin ver a casi nadie, dedicado a tramar mis fantaseos literarios. Serán seis meses de prueba. Si no me gusta ni me conviene, simplemente me retiro. No se trata de seducción económica lo que me lleva a dar clases: no cobraré ni cinco centavos extra. Claro que a largo plazo habrá remuneraciones. En fin... casi estoy decidido a entrarle a ese toro de cuarenta cabezas. El lunes tengo que aceptar o declinar la invitación. Hace 25 años dirigí talleres en Monterrey, diez o quince años más tarde me ocupé de enseñar a escribir a alumnos de la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana. Tengo buenos recuerdos de aquellos tiempos y muchos de los que entonces fueron mis alumnos hoy son buenos escritores.
(No se crea que me ofrecieran las clases en teatro porque soy guapo y famoso. Nada de eso: Tuve que someterme a un difícil examen que pasé con dificultades. Ya hace más de 30 años que no me interesan las pedagogías, los avances de la semiótica, los estructuralismos, las técnicas de enseñanza, etc. El caso es que presenté el examen, recibí mi certificación como democrático y llano Maestro de Lectura y Redacción y listo... A regresar a la dura realidad. De la que probaré un poquito. Si me gusta sigo, y si no, volveré jubiloso a la mansión de Bruno Díaz a tramar mis insensateces literarias...Wish me luck!
Y varias horas más tarde...
Les voy a decir la verdad. Es la siguiente: desde hace más o menos dos meses estoy durmiendo muy poco. Entre cuatro y cinco horas. Y lo curioso es que no amanezco cansado. Además todo el día lo paso lleno de energía. Es como si me hubieran conectado a un generador y no me pudiera desconectar sino a costa de excesos en el ejercicio físico, la lectura, el trabajo y otras actividades inéditables. Este año terminé la penúltima versión de Historia de todas las cosas (570 páginas), escribí dos cuentos infantiles, un cuento de mis textos acostumbrados (largo, de amor, erotismo y cosas de esas), terminé el libro que he llamado El hoyo negro (que ya fue entregado a la editorial), revisé El imperio de las mujeres. Cuentos EN LUGAR DE hacer el amor (próxima publicación); he leído frenéticamente, he escrito cantidad de reseñas de autores colombianos y mexicanos (Gustavo Álvarez, Lara Zavala, Rosa Beltrán, Juan Villoro, Eusebio Ruvalcanba y los que ahora se me olvidan). He cumplido mi horario en la Editorial donde he dictaminado aproximadamente 12 libros -en los últimos tiempos no he dictaminado nada-, he jugado básquet seis de cada siete días. Mi querida wife, que ve tanta actividad, dice que estoy ciflado... lo que no es novedad. Pues se me ocurrió que como no se me apaga el fuegode Aristóteles (¿conocen lo del fuego de Aristóteles?) por vías naturales, lo voy a forzar con aguas de bomberos pedagógicos: he decidido dictar clases cuatro horas por semana. Corregiré 40 trabajos semanales, prepararé clases, gastaré saliva y ánimo. Y además de todo esto me he metido en el rollo de hacer un taller de cuento y novela por internet. No les miento, queridos tres lectores, ni estoy presumiendo de nada. Ese soy yo: frenético, acelerado. Y entonces, trabajando con tanta gente y corrigiendo tantos trabajos, pues ayudaré a apagar el fuego. Mi amigo cubano Félix Luis Viera -grande talento el hombre y muy buen amigo- dice que no me meta a dar clases, que me voy a fundir. Y yo le respondo: Chico, es un experimento. Si no aguanto, pus, me retiro y regreso a mi bucólica mansión de Bruno Díaz y a la paz placentera de la Editorial de la Veracruzana, que desde que llegó Díaz Canedo, se me ha hecho más amable. Caso curioso: en la Editorial nunca ha habido grillas, pleitos, envidias. Ha sido un oasis por treinta años (los anteriores directores han sido buena gente: en general han usado la editorial para su beneficio, lo que es perfectamente normal por estos lares) ... A eso atribuyo que yo haya soportado tantos años en el mismo sitio, y sobre todo, que la Editorial me haya sobrellevado sin conflictos.
Say a little pray for me!

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2 comentarios

  1. Querido MT, casi puedo asegurar que en tres meses te sentirás abatido pensando en las cuartillas que estás dejando de escribir. Un fuerte abrazo:
    FLV

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  2. Dar clases es precioso. Los estudiantes siempre nos enseñan.

    Será una bonita experiencia de la que no tienes que cansarte ni aburrirte, cuatro horas a la semana son pocas y se puede perfectamente con ellas sin abandonar nada. Todo es como uno vea las cosas y las asuma.

    Será una grata experiencia, seguro.

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