Calentamiento global de los cuerpos

septiembre 22, 2008

CUENTO PARA SALVAR A LA TIERRA
(EL MEJOR CALENTAMIENTO GLOBAL)
(Cuento para presentar La Ciencia y el hombre en su vigésimo aniversario)
Leí este cuento en la Feria del libro FILU pero no hubo tiempo para terminar la lectura. Aquí va completo para mis queridos tres lectores.

En el año de gracia de 2059 terminaron de derretirse los polos y un agua de desastre cargada de vacas muertas y cadáveres tumefactos subió hasta el nivel del helipuerto de las Torres Petronas. Desaparecieron Nueva York, Miami, Veracruz, Londres, Tai Pei, Nueva Orleans, las islas de Grecia y del Archipliélago Malayo y todos los puertos costeros del mundo. Sobre el cielo de todo el planeta campeaban unas nubes barrigonas de color entre café con leche y chocolate que escurrían su inmundicia en aguaceros llenos de escoria, envases de coca cola y condones. Toda el agua del planeta que no había sido guardada en reservas al alto vacío fue contaminada por gases mefíticos emitidos por las nanopilas atómicas patentadas por un nieto de Bill Gates, el famoso o infame archimillonario que murió comiendo caca de perro en un monasterio del Tibet. Lo último que dijo Bill Gates antes de despedirse del mundo consumido por un tifo cuaternario fue: “Ahí les dejo su planeta. Yo ya me voy. Ya tengo comprado mi lugar en el cielo —susurró en secreto el muy socarrón—: no es una habitación de cinco estrellas en el Waldorf Astoria sino un cuchitril de medio pelo”.
--Lo confieso –continuó diciendo Bill Gates--: hubiera preferido ser la madre Teresa de Calcuta que este triste magnate comemierda que soy y voy a dejar de ser. Ya me fregué: la monjita enana y jorobada va a habitar toda la eternidad en un penthaus del séptimo empíreo y yo viviré mi muerte en el último rincón del cielo, y todo por haber tenido la peregrina idea de facilitar la vida de un hatajo de holgazanes, sinvergüenzas y oportunistas.
Luego Gill Gates engulló su ración doble de estiércol muy bien aderezada con salsa de tomate, mostaza y mayonesa rancia, lechuga fresca y pepinillos, todo ello entre dos robustas piezas de pan que le trajeron expresamente desde Chignahuapan, en el remoto y desértico estado de Puebla, localizado en un país otrora llamado México.
Bill Gates, el hombre más rico del mundo en los siglos XX y XXI había hecho profesión de miseria desde que supo que invento final, la pantalla de vidrio acerado ultrasensible, esa que permitía ir más allá de la percepción de volúmenes y tactos en caliente y que facilitaba a los cibernautas el disfrute del placer venal con cualquier mujer u hombre del planeta --vivo, muerto o apenas imaginado--, había terminado por volver locos y manipeludos a dos mil millones de chinos que se olvidaron de ir a trabajar, se olvidaron de comer y de atender sus familiares obligaciones por estar fornicando con Marylin Monroe o Brad Pit, a los que sacaban mediante programas piratas de sus ordenadores y amarraban a las patas de sus camas para posteriores usos y abusos.
Bill Gates engulló su hamburguesa de caca de perro y sin decir adiós estiró literalmente la pata y dejó al mundo hundido en los avatares del ciberespacio que había abierto tan irresponsablemente.
Eso de despertarse y no encontrar a la esposa en chanclas y con rulos, eso de abrir la puerta que habitualmente da a la calle y ver el doméstico coche, más fiel que un perro, no ver a la vecinita mensa de la casa del frente en paños menores, no ver a Petronila paseando sus tres perros, no escuchar la campana de la basura y el escándalo del camión de gas, sino desembocar directamente en un centro comercial o un burdel de Plutón, Alfa Centauro o Ganímedes, eso y otros mil embelecos que permitían hacer lo que antes parecía imposible, todo eso ya se había hecho costumbre aburridora en el siglo XXI y medio y cualquier hijo de vecino podía dar tres vueltas al universo con el ahorro de seis meses de salario… En caso, claro, de que tuviera trabajo. Lo que no era nada frecuente desde que los sistemas robotizados sustituyeron a los seres humanos en todas las actividades físicas.
Ya nadie hacía deporte, sino que se quedaban en bolas en casa frente al simulador y el resultado de ello fue una humanidad obesa, inculta, inepta, neurótica y procastrinadora a morir. Asunto que tuvo sus ventajas pues permitió desarrollar la tecnología del autotransporte.
Aquello, amigos, era una belleza: imaginen ver flotando poéticamente sobre la ciudad a una dama de cuatrocientos kilos viajando a una velocidad de cien kilómetros por hora, esquivando multitudes de criaturas elefantiásicas que pasaban a su lado sin rozarla, todos volando para aquí y para allá, en realidad sin rumbo fijo y sin otro objetivo que salir de sus casas unos minutos para recuperar el ánimo de vivir.
A partir del año 2008 La humanidad en pleno fue azotada por muchos males, pero ninguno tan elevadamente bucólico como el llamado Mal de Burton: consistía en el hecho de que un día y sin razón razonable y aparente a las personas se les acababa la voluntad y el ánimo de vivir de la misma forma en que se le acaba el combustible a un coche. Y ahí se quedaban inmóviles, acostados sobre sus camas o con las cabezas apoyadas en el teclado de sus simuladores o a mitad de un paso que no terminaban de dar, y ahí se quedaban adensadas las personas, amojamadas, constipadas, estreñidas, procastrinando todas sus obligaciones no una hora ni dos ni tres, sino días, semanas, meses, años, décadas, de pie o acostados o a medio paso entre la sala y el comedor o entre azul celeste y patitas pa qué las quiero. Y los que no cayeron en el Mal de Burton, también llamado Azote Melancólico, formaron grupos, sectas, asociaciones, entre las cuales la que tuvo más adeptos fue la de los célebres Procastrinadores Anónimos, individuos que se especializaban en el arte de aplazar sus deberes hasta el infinito, con el resultado de que el más mínimo trabajo que se podría agotar en media hora, se prolongaba hasta el infinito. Y hubo entre los procastrinadores quienes tardaron cinco años en levantarse de la cama, una década en anudarse la corbata y el resto de la vida en un viaje hacia la oficina, que a última hora se convertía en un en la primera estación hacia la tumba. Había, claro, la secta de los heterodoxos o frenéticos, que no posponían sus labores sino que las hacían antes de tiempo y si sembraban un árbol se sentaban al lado a esperar que creciera y diera frutos.
En una ciudad llamada Xalapa –una de las tres ciudades del país llamado México que sobrevivieron al Huracán Mega Britney Spears Vigésimosegundo-- un grupo de sabios desorientados y muy responsables convocaron a un congreso para debatir el asunto del calentamiento global.
--Es muy urgente --dijo Gualerto Tejocotes-- retornar el hielo a los polos, lo que en verdad no es tan difícil. Basta juntar la mitad de los refrigeradores del mundo en el Polo Sur y la otra mitad en el Polo Norte y la otra mitad en el Polo Centro.
Alguien entre el público levantó tímidamente la mano y dijo:
—Pero gran maestro: no existe el Polo Centro. Y además no existe la posibilidad que una unidad se divida en más de dos mitades.
—No hay problema —respondió Tejocotes—: si no hay un Polo Centro lo inventamos. Lo colocamos en Colombia, y de paso enfriamos la guerra eterna entre narcos, nacos, descendientes de Ricardo Corazón de León, paramilitares, zetas, rambos, zambos, guangos, judiciales, perjudiciales, boinas verdes, cuerpos de paz, almas de guerra, pederastas, agelastas, heresiarcas, obispos, arzobispos, diputados y frenólitos.
--¿Y el problema de las dos mitades?
--Ese ya lo resolvió Albert Einstein… --dijo Tejocotes -Pasemos a otra cosa.
El sabio Tejocotes tardó tres días en terminar su enumeración de causas, consecuencias, colofones, exordios, ditirambos y clavicordios. Enumeración que pasaremos por alto para seguir contando que…
En el año 2015 el calentamiento global cedió paso a una era glacial que congeló la capa de nubes color café con leche y chocolate y evitó la llegada de los rayos de sol —ya de por sí manchados con los tintes de pelo y las ferominas que usaban las mujeres, bastante casquivanas del planeta Mercurio, donde, de paso—les revelo el dato—, se pueden encontrar las más entusiastas hetairas del Sistema Solar—. Las nubes color café con leche y chocolate se congelaron y crearon un casco compacto e impenetrable que evitaba la llegada de los rayos de sol a la atribulada Tierra donde, hay que decirlo, ya no se cosechaba absolutamente nada que no fueran infecciones. Sobre el casco de nubes se formaron lagos de mierda que ocasionalmente rompían la capa de hielo y bañaban las pocas ciudades sobrevivientes con diluvios de caca. Claro que alimento nunca faltó en la Tierra, ya que la sofisticación computacional llegó al extremo de crear alimentos virtuales que satisfacían todos los apetitos y gustos. Y como en verdad nadie comía nada real y concreto, pues llegó la era de los flacos. Y eran flacos y flaquérrimos los habitantes de la Tierra, sí, flacos pero felices, pues les bastaba pagar la cuenta de luz para tener mujeres, hombres, comidas, viajes, hamburguesas, todas virtuales, pero no por ello menos satisfactorias. El filósofo de moda fue entonces Paquito Berkeley, quien afirmaba que para que las cosas existieran bastaba con imaginarlas. Y ahí tenemos a la humanidad entera imaginando viajes a las Islas Pléyades y baños de energía en los más espléndidos hoyos negros allende los límites de la Vía Láctea. Pero, señores, el frío que comenzó a sentirse en la Tierra no era virtual sino absolutamente real y se agotaron todas las fuentes de energía animales, vegetales y minerales tragadas por los mecanismos de calefacción cada vez más voraces.
Y de nuevo se reunió el famoso congreso de eminentes en la ciudad de Xalapa, que seguía existiendo tercamente a pesar de que ya todas las otras ciudades del país llamado México, a excepción del Distrito Federal, que mantenía la protección especial de la virgencita de Guadalupe, habían sido borradas del mapa. Hay que agregar que para entonces todo del planeta estaba cubierto por una hermosa capa de cemento y el 99 por ciento de la superficie estaba urbanizada.
Volvamos al congreso de eminentes. En ese congreso se debatieron las medidas que se debían tomar para restaurar el calor en los hogares y en los corazones. Hubo 45 000 propuestas, pero la más descabellada y paradójicamente providencial fue la que propuso el sabio Tejocotes. He aquí su exposición:
—Señoras y señores: hay que salvar la Tierra y yo tengo la forma más expedita, pluscuamperfecta y divertida de hacerlo. Pero antes de decirles esta sencillísima fórmula expondré las bases científicas de ella. Sabio Mario Miguel Ojeis —dijo dirijiéndose a un rubio ojiclaro y patizambo de pelos parados que estaba entre la concurrencia:
--Por favor , Mario, haz el favor de favorecernos con las estadísticas orgásmicas, anorgásmicas y multiorgásmicas del muestreo exponencial de frecuencias coitales en las diversas partes del planeta y sus relaciones con los bolsones de luz que se han columbrado en los diversos horizontes.
He aquí lo que expuso con toda atingencia y con pruebas documentales el sabio Mario Miguel Ojeis: En los lugares como Melanesia, Cali, Nuturambo, Palmira-Valle y Cardel, donde la frecuencia coital es mayor de veinticinco intercursos semanales por pareja, se ha observado que el hielo de las nubes cochinas que cubren las ciudades se está derritiendo y están entrando por los huecos homocigótoicos tímidos pero entusiastas rayos solares que hacen germinar todo lo que tocan.
Y aquí intervino el doctor honoris causa Marino Velascuences Treponema:
—En efecto: en esos lugares las variedades plantares y animales se han diversificado a tal extremo que yo y todos mis estudiantes no damos abasto para clasificarlos: en el curso de quince minutos hemos visto aparecer veintisiete variedades de cicadofitas, treinta de onomatopeyas y cuarenta y cinco oximorónicas gusanea maleficorum —que por cierto son plantas más venenosas que las nauyacas. Hemos reconocido y clasificado nuevas especies animales: los rinocerópteros, las saúdes, los frenólitos, los toxítoles y los hipercacuanos caucásicos omnívoros, muy peligrosos, por cierto.
Y siguió hablando el sabio Ojeis:
—Y en los lugares como Oslo, Reikiavik, Kilimanjaro, Ostocotroco y las estribaciones de los Urales, donde hay una frecuencia de un íngrimo y solitario comercio carnal mensual por mujer cuadrada, se ha observado que las nubes cochinas se adensan a tales extremos que llegan a solidificarse en nimbos, cúmulos y culiculiambros que caen sobre la indefensa y cada vez mas escueta humanidad a manera de asteroides descalabrantes.
Entonces el sabio Ojeis gritó su conclusión:
—¡Señoras y señores: la única salvación del mundo contra el calentamiento global es…!
Hubo una pausa dramática y luego el grito de Ojeis:
—¡El calentamiento global!
El asombro dejó estupefacientes a los concurrentes:
—¡La única solución contra el calentamiento global es el calentamiento global! ¡Hay que salvar al mundo poniendo en riesgo nuestra columna vertebral y nuestro recuento de espermatozoides!
Nueva manifestación de asombro. Nuevo grito casi de histérico entusiasmo por parte del sabio Ojeis:
--¡Hay que poner a la humanidad entera a trabajar en la cama, en las oficinas, en el metro y los hospitales, abandonar las computadoras, los ordenadores, los simuladores, romperlos, olvidarse de hombres y mujeres virtuales y regresar a lo concreto, a lo carnal, a lo real! ¡Señoras y señores, toda la humanidad tiene que ponerse en este mismo instante e ipso facto a disfrutar de las mieles de amor, a gozar de los cuerpos, a darle cuerda al pescado, a tirarse desde el ropero, a volarse la barda, a despellejarse el alma y a quitarse el sombrero, a abrir todas las bellas damas las puertas, a entrar a los campamentos vedados y a los conventos los caballeros andantes con sus bermejos y brillantes arietes, sus bombardinas, sus tuertos señores, despojándose de sus armaduras y represiones!
--¡Señoras y señores, hay que sacar las lanzas de los astilleros! ¡La solución contra el calentamiento global de la Tierra es el calentamiento global de los cuerpos! –concluyó el irrefutable e irreversible sabio Ojeis.
Aunque hubo escépticos también hubo entusiastas e incluso promotores globales y multitudinarios de actos públicos.
En el Zócalo de la Ciudad de México, la ciudad más contaminada del mundo donde había un drenaje profundo y un drenaje aéreo que aliviaba los bolsones de caca que se formaban en las nubes y bajo ellas, se reunieron dos millones de personas que al tañido de las campanas del regente Marcel Proust Tercero comenzaron una grandiosa fornicación que duró quince días. Y, señoras y señores, a los quince días se abrió un enorme boquete en el cielo, entraron unos vigorosos rayos de sol y tras ellos se asomó la enorme y resplandeciente cabeza del Señor Dios que dijo:
—Criaturas obstinadas: les advierto que esta es la última oportunidad. Les he dado lo más espléndido planeta que pudo imaginar mi divina imaginación y miren lo que hicieron. Ahora, muchachos, terminan lo que estaban haciendo. ¡Arriba y adelante!
En el cielo apareció una gran filacteria que no decía FIN como en las películas sino ESTA HISTORIA CONTINUARÁ.
El sabio Tejocotes agregó por lo bajo:
--Si, continuará a pesar de los hombres.
El Señor Dios estuvo de acuerdo y procedió a retirarse.
Algún criticón hizo notar que la túnica del Divino Maestro estaba sucia y conjeturó que la contaminación había llegado al colmo de invadir el mismísimo cielo.
El letrero que decía ESTA HISTORIA CONTINUARÁ muy pronto fue ilegible a causa de la aparición de un nuevo e infalible contaminante universal que comenzó a teñir hasta los pensamientos más castos del color negro más negro que se pueda imaginar.
La conclusión del sabio Tejocotes fue elemental.
Esto ni Dios mismo lo puede arreglar.
Dios, que lo estaba escuchando, le respondió:
--Amigo Tejocotes: nos queda una carta bajo la manga.
--¿Cuál?
No hubo contestación. Tejocotes y la humanidad siguen esperando la respuesta.
Marco Tulio Aguilera, 20 de septiembre de 2008
Mi queridisima Liriam Marulanda, bruja mayor de mis tiempos como estudiante de filosofía en la Universidad del Valle en Cali, me mandó este comentario que reproduzco a continuación: Cada semana saco el tiempo para leer tu blog. No creas que solo tienes tres lectores, creo que son muchos más. Me divertí con la historia del dosmilnosecuanto, imaginando a Bill Gate comiendo mierda de mi mascota. La historia es chévere, como cuento todavía le falta crecer un poco más. Definitivamente eres lo mejor de lo mejor, en materia de cuentos, en lengua castellana. Todavía tengo mis dudas respecto a tu labor como novelista. Cada día me reafirmo en eso que te dije hace mucho más de 30 años, por allá en los 70, cuando todavía nos enamorábamos sin enamorarnos. Si tu ego, amor propio, autoestima y vanidad lo permiten, puedes publicar esta nota en los comentarios de tu blog. ¿Cómo vas dictando clase? ¿Corrigiendo trabajos y esa rutina académica? Te amo Lirian

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4 comentarios

  1. Querido Marco, ya me cuento entre uno de tus tres lectores y eso me me hará merecedora de un abrazo. Volví a leerlo desde el principio. Es fantásticamente sarcástico, divertidamente grotesco, preciso y actual. Me complace lo hayas escrito ex profeso para la presentación de La ciencia.. y una pena que no te hayan permitido concluir pues estabas a un paso. Recomiendo más necedad, sigue así y rebasarás esas nubes chocolatosas y dejarás comiendo mierda a quien mierda merece. Un abrazo

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  2. excelente cuento!!! lastima que no lo dejaron terminar!!!

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  3. Gracias, anónimos amigos. Sus comentarios valen más que las majaderías que me recetan día a día y que son más divertidas que insultantes.

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  4. Alegra el corazón leerte. Muy divertido!!!
    Hoy es un día maravilloso, gracias por este cuento que regalas a tus muy escasos y selectos lectores. Gracias
    Lirian

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