septiembre 24, 2008
Hoy descubrí, soy un romántico
Y no me arrepiento de ello
Como dice uno de mis héroes favoritos, el poeta, actor de telenovelas y vendedor de carne de caballo Francisco Cenamor, no me arrepiento de ser romántico. La verdad es que hasta ayer no sabía que lo era. Lo descubrí en el ensayo de la Orquesta Sinfónica de la Faculta de Música de la Universidad Veracruzana al que fui invitado por Fernando Ávila, su director. Estaban ensayando la Tercera Sinfonía de Brahms en un cuchitril infecto en la Unidad de Artes de la Universidad Veracruzana. De entrada aquello me pareció un caos espantoso, una disfonía más que una sinfonía, un atentado contra el espíritu de la música: los violines desafinando por su lado, los metales un poco más coherentes, las percusiones cumpliendo dignamente. Poco a poco, repetición tras repetición, comenzó a organizarse el caos y la música fue surguiendo soberana. Fernando sudaba, no perdía la paciencia, se sometía a los dictados de una partitura diminuta y manchada de café, no se inmutaba ante el parloteo de los muchachos. El aire estaba caldeado. En un recinto completamente sellado que tendría apenas diez por veinte se hacinaban aproximadamente sesenta personas que, curiosamente, no parecían sentir sopor, cansancio, impaciencia. Repetición tras repetición se iba organizando el caos del mundo hasta llegar a la culminación de la Tercera Sinfonía. Entendí en ese momento que yo era y siempre había sido romántico y me expliqué una serie de actos aparentemente descabellados que emprendí en mi vida. Uno de ellos, estudiar violín en San Isidro de El General --pequeño pueblo de Costa Rica-- y querer interpretar la Campanella de Paganini. Otro, correr bajo el sol torrencial en las inmediaciones de Cali veinte kilómetros cada mañana durante todo un año. Otro, querer escribir una novela del tamaño de la novela más importante y más querida del mundo contemporáneo. Otro, querer escribir una inmensa novela del tamaño de En busca del tiempo perdido. Otro, nadar saliendo de la Villarrica de la Veracruz y darle la vuelta completa a la gran piedra en la que Cortés amarró sus naves. Otro, meterme en un ruedo con camisa roja y sin capote a retar a una vaquilla que estuvo a punto de sacarme un ojo. Otro, atravesar el lago Calima de noche ida y vuelta. Otro, subir solo, sin más guía que los postes del alumbrado al Cofre de Perote. Otro, meterme a nadar en el río más contaminado del mundo, el Coatzacoalcos. Es claro: el romántico se ama a sí mismo, es un ególatra y un narcisisita. El romántico se ama a sí mismo sobre todas las cosas. Por eso en verdad no puede amar a nadie. Me amo sobre todas las cosas, so help me God!
¡HOY ES EL DÍA MÁS IMPORTANTE DE MI VIDA! No solo porque descubrí que soy un romántrico sino por otra razón que quizás les cuente a mis queridos tres lectores some day.
1 comentarios
Yo por lo menos ya sabía que eras un romántico, como de rock duro,pero romántico. Te convoco a que lo seas siempre.
ResponderEliminarUn abrazo:
Félix Luis Viera