LOS PLACERES DE MARCO TULIO

noviembre 28, 2008


LECTURA DE LOS PLACERES PERDIDOS

Mauricio León g. VáSquez, lector entusiasta, comenta su lectura de mi novela Los placeres perdidos (Tierra de Fundación, Colombia; Edamex, México) obra que hace más de una década recibiera el Premio José Eustasio Rivera en Colombia, precisamente en su primera convocatoria. Esta es una de mis novelas favoritas, en las que no hay absolutamente nada autobiográfico. En ella el protagonista es Adolfo Montaño Vivas, el frenáptero por excelencia… Y mis cuatro cinco lectores sabrán a qué me refiero cuando digo “frenáptero”. Podría decir que Mauricio es mi fan número dos. El número uno desapareció.

Adolfo Montañovivas, recorre Cali: la finura de su figura, sus traviesas ocurrencias, sus pretensiones. configuran la alborada de un ser maravilloso. La novela Placeres Perdidos de Marco Tulio Aguilera Garramuño, nos transporta en alas de vitalidad con el periplo del frenáptero.
La tía Luisa Fernanda, los sobrinos, Gandulín, Brambila, Serafina y Albamarina, conforman el círculo más cercano al frenáptero. Adolfo ambiciona un instrumento musical que reposa en Holanda; también construye un pianociclo para dar conciertos a través de la ciudad. Además, desafía la provinciana estolidez de damas encopetadas.
En la grieta del asedio por parte de inmfinidad de mujeres, Adolfo Montañovivas, espeta "todas quieren lo mismo". Es con Albamarina que encuentra el amor y bate el récord de conjunciones carnales; con esa muchacha que conoció a la entrada de la antigua Facultad de Música en el barrio Sanfercho. Habita en las páginas de esta novela el eco de barrios caleños: Alameda, los Cristales, San Fernando y, los cerros por donde caminan sus habitantes al igual que esas caletas de hongos adyacentes al río Pance. El paisaje no aparece como recodo de la descripción.
Aguilera Garramuño es un narrador honesto; en sus líneas late, grita, la vida, por eso
en este paisaje deambulan, gozan y sufren los personajes de la novela.
Adolfo grita consignas lúcidas en las manifestaciones; increpa al rector de la Universidad del Valle ante quien expresa sus planes para una verdadera ciudad universitaria sin prohibirse unos cuantos tragos de licor; desafía la mediocridad de un medio; recorre y traslada las calles de la ciudad.
Cuando el amor parece enrarecerse, el frenáptero no vacila en habitar junto a los llamados locos (que son más normales que toda la caterva de los presumidos normales), gana su aprecio y conforma un coro nunca antes imaginado. Albamarina, que se ausenta de la casa abandonada donde ambos compartían se ha unido a un potentado. Adolfo cuando lo sabe, la busca y la fuerza del amor los envuelve; el esposo de Albamarina pide el divorcio, ambos —Albamarina y Adolfo—hacen de la casa un lugar de albergue para los que no desean ser frenolitos. Finalmente, el frenáptero y Albamarina, en el paisaje subeño, cerca de la corpas, acompañados de animales y árboles, llevan una existencia donde prima el afecto.
Un retraso en el ciclo vital de su amada anuncia la posibilidad de una niña, a quien llamarán, Colombia.


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