HISTORIA SECRETA DE UNA NOVELA ESCRITA, REESCRITA Y RECONTRAESCRITA
agosto 19, 2010
BREVE HISTORIA DE BREVE HISTORIA DE TODAS LAS COSAS
Estas fueron las palabras que pronuncié, con amplias variaciones coloquiales, en San Isidro de El General en el Auditorio de la Universidad Nacional de Costa Rica, Sección Bruna, el 13 de agosto de 2010. (A la derecha la edición de La Flor de Buenos Aires, 1975. A la izquierda la edición colombiana de Plaza y Janés, 1976.)
Hacia fines de los años sesentas un muchacho flaco, alto, hijo de una argentina que era locutora de Radio Sinaí se pasaba el tiempo ya sea en el parque de San Isidro o en la cancha de básquet del Prado Bar, siempre con una pelota de básquet rebotando contra el suelo. Tenía todas las curiosidades de los muchachos de su edad y le llamaban la atención no sólo las chicas alegres del Bar Tico, El Bar Rojo, Los Pollitos, El Barco del Amor sino que leía con avidez de náufrago; y además de ello tenía algunas debilidades literarias que le estimulaba la profesora Vilma Alfaro de Vega, una guapa maestra que usaba muy dicientes minifaldas. Esta maestra tenía la costumbre de pedir a sus alumnos que escribieran una redacción semanal sobre lo que se les pegara la gana. Pues a este muchacho, a quien llamaremos provisionalmente Monego, se le ocurrían redacciones sobre los temas más cotidianos: contaba la historia del sargento Robustiano, que fanfarroneaba en las cantinas; de algunas damas poco finas como la llamada Musoc o de otras damas que exageraban lo fino hasta la extravagancia, como La Sietecolores; o describía a las hermosas del pueblo, cuatro hermanas que habría hecho palidecer de envidia a las musas griegas; contaba las historias de los vagos del parque, de los que presumían de intelectuales, de los profesores del Liceo Unesco, don Danilo Salas, rey de los extravagantes y de Lindor, crudelísimo profesor de matemáticas… así iba contando las historias de ese pueblo que en 1967 era San Isidro de El General y esas historias las leía Monego en las clases de la profesora Vilma Alfaro de Vega y la profesora las aplaudía y los compañeros de Monego se las celebraban.
Siete años más tarde podemos ver a Monego ya no en San Isidro sino en la ciudad de Cali, Colombia. Todavía camina por la calles haciendo rebotar su pelota de básquet pero ya no estudia el bachillerato en el Liceo Unesco sino Filosofía en la Universidad del Valle. Lo complicado del asunto es que Monego se aburre soberanamente en las clases de un profesor gordo hasta la ignominia, pecoso como un cahuaxtle, que se la pasaba la vida mirando el techo y hablando de un individuo atrabiliario llamado Emmanuel Kant. Monego descubre que al mentado profesor no le interesa la existencia de los alumnos y a los alumnos nos les interesa ni la existencia del profesor batracio ni quién diablos fue Kant y menos su imperativo categórico, por lo que decide olvidarse de la filosfía y de Kant y comienza a escribir en una enorme libreta de contabilidad las historias que escuchó en San Isidro: la historia de Tribilín, de don Juan Violinista, de Alfnoso Quesada Hidalgo, de Simón Solís, de los gringos de la Ballanger Topino and Ashville, que llegaron a San Isidro dizque a arreglar la Carretera Panamericana y de los gringos de la Aluminium Company of America, que se inventaron la bauxita. Y ahí los vemos: por un lado al profesor batracio garlando y por otro a Monego escribe y escribe y escribe, hasta llenar la primera libreta, y la segunda y la tercera. Cuando terminó de escribir sus historias nuestro Monego se enteró de dos cosas. Uno: había reprobado el curso de Introducción a Kant; y dos, había escrito una novela. Monego sopesó sus libretas y se dijo: ¿Y ahora que hago con esto? Obvio: mecanografiarlas. Pero había dos problemas: uno: no tenía máquina de escribir. Y dos: no sabía escribir a máquina. Entonces fue cuando Monego recurrió a sus armas de seductor maquiavélico y mitómano. Convenció a tres secretarias de Filosofía, Letras e Historia, de que le mecanografiaran su librote. ¿Qué argumentos usó? Dinero no, porque no tenía. Con dificultad podía comer todos los días arroz con huevo en las residencias universitarias y hasta compuso una canción que se hizo famosa y que decía
Arroz con huevo al desayuno/ Arroz con huevo al almuerzo /Arroz con huevo a la cena /Y por la noche…? / A soñar con arroz con huevo
Las tres inolvidables secretarias, Fanny, Luz Marina y Eva, mecanografiaron a marchas forzadas el manuscrito, luego juntaron los manuscritos y formaron un volumen de 500 páginas, que entregaron al improvisado novelista. ¿Y ahora qué hago con esto?, se preguntó. El único novelista en 20 kilómetros a la redonda era un cabezón escandaloso que ya había publicado varias novelas en Argentina y España y que había ganado el prestigioso premio Nadal con una novela llena de muertos, que ya era un clásico en Colombia y que quedaría como clásico para siempre. Gustavo Álvarez Gardeazábal era el novelista, que además de buen escritor era homosexual, asunto que descubriría más tarde nuestro héroe, pero eso no importa ahora. El caso es que Monego le llevó las 500 páginas a Gustavo, quien lo miró con ojos coquetos y le dijo leeré tu engendro, a ver si sirves para algo, además de mostrar desvergonzadamente tus piernas de corcel. Aclaremos el asunto: Monego por esos días era fondista, y se estaba preparando para los Juegos Panamericanos, por lo que no tenía empacho en llegar a la Universidad sudado y con esas pantalonetas de atleta que mostraban hasta la raíz del misterio. Gustavo Álvarez leyó el mamotreto y se lo devolvió lleno de signos de interrogación, de admiración y de comentarios. La conclusión del novelista fue la siguiente: Eres un buen contador de historias pero no tienes ni una puta idea de lo que es una novela. Eso dijo. Y además: Mijo, por si no lo sabes los signos de puntuación son muchos: no sólo las comas. Y le dio dos consejos: Ponte a leer las mejores novelas de la humanidad y aprende ortografía y puntuación. No saltes de una historia a otra como loco. Termina lo que estás contando y luego pasas a otra historia. Dichosos tiempos aquellos en que se pueden correr 15 kilómetros bajo el sol y leer ocho horas seguidas con pausas apenas para respirar. Eso hizo nuestro excesivo héroe: leyó La Iliada, La Odisea, El Quijote, Cien años de soledad, La Divina Comedia y la Biblia, sin saltar un solo evangelio. Mentira, dirán ustedes. Bueno, la verdad es que no me importa si creen o no. Monego participó en el selectivo de 5000 metros planos de la zona sur de Colombia y ganó con un vergonzoso tiempo de 18 minutos 30 segundos. Los ganó con el método menos ortodoxo del mundo: corría a toda velocidad 400 metros y luego trotaba 400, hacia un sprint de 400 y trotaba como una burra vieja otros cuatrocientos. El entrenador le gritaba desde la tribuna: ¡Así no se corre, loco! Agarra un ritmo. Pero no lo hizo nuestro terco amigo. Ganó esa competencia pero luego perdió el selectivo para los Juegos Panamericanos. Una vez que supo que no iba a ser campeón mundial de los 5000 metros planos, Monego se enfocó a tratar de ser famoso con la literatura. Reescribió su novela de principio a fin, le puso un título pomposo, Breve historia de todas las cosas, y lo mandó a un grandísimo concurso literario en México. No ganó el concurso pero desde entonces le quedó el vicio de los premios, que en el futuro recibiría en abundancia, pero no lo suficientemente grandes como para comprar un helicóptero y tener una finca en el Amazonas, lo que sería su sueño de senectud. Hubo por entonces un congreso de escritores en Cali, donde Monego recibió desaires de Vargas Llosa, quien le dijo: Muchacho, ¿para qué quieres ser famoso? Eso causa muchos problemas. Dio la enorme casualidad de que en ese congreso Monego conoció al escritor argentino Eduardo Gudiño Kieffer, quien resultó ser primo lejano de nuestro protagonista. Gudiño se llevó las 500 páginas de la Breve historia de todas las cosas. Leyó la novela en el avión rumbo a Buenos Aires y al llegar corrió a buscar a Daniel Divinsky, un editor judío que ya había publicado a Quino, Fontanarrosa y Umberto Eco. “Mira esta cosa”, le dijo a Daniel: “comencé a leerla al subirme al avión y no pude despegarme de ella. Creo que el único editor del mundo que se atrevería a publicar esto eres tú”. Y Gudiño Kieffer tuvo razón: Divinsky le mandó un contrato de Monego y dos meses más tarde la novela estaba publicada. Lo grave del asunto no fue que publicara la novela gorda de un muchacho colombiano que estaba haciendo sus primeras armas, sino que en la contraportada anunciara que esta novela era mejor que Cien años de soledad y que Monego era mejor escritor que el famoso Gabo. Eso desencadenó el escándalo. Pronto hubo críticos que dijeron que la novela de Monego era una mala copia de Cien años de soledad. Pero contra éstos se levantó una oleada de comentarios en España, Colombia, Estados Unidos, Argentina y otros países. En Costa Rica apareció un comentario de Alfonso Chase en el que se decía que San Isidro de El General había alcanzado la estatura de Macondo. En Costa Rica se le otorgó a la novel el Premio “Aquileo J. Echeverría”, lo que movió a varios descontentos a decir que el premio se le había asignado a un extranjero, lo que era falso, pues por esos días Monego se había naturalizado Tico. Se dijo que el premio correspondía en justicia al afamado Alberto escritor Cañas. La madre de Monego recibió el premio de manos del presidente de la república, pues por esos días Monego estaba en Kansas dando clases de español a gringos y no tenía dinero ni para el pasaje. García Márquez recibió un ejemplar del libro de manos del autor con una atrevida dedicatoria: “Para García Márquez, a quien pienso matar… literariamente”. Gabo recibió el ejemplar con una sonrisa de superioridad, se retiró a una oficina y regresó después de media hora. Dijo: “Se puede leer tu novela”. Una semana más tarde llamó por teléfono a Monego desde Barcelona y le dijo: “Me gustó mucho tu novela, pero eso no se lo voy a decir a nadie. Podrías enfermarte y nunca volver a escribir nada valioso”. La novela siguió su carrera. Se agotó la primera edición de Ediciones de la Flor y se lanzó una edición de 25 000 ejemplares de Plaza y Janés en Colombia. Y fin. La novela quedó como la primera y más representativa de una tendencia literaria que se llamó el “post boom”. A partir de entonces Monego cargó el sanbenito de ser un seguidor de García Márquez, escribió muchos libros con diverso éxito y se convirtió, andando los años, en un escritor provinciano y de segunda línea. Vinieron varios libros, de cuentos y novela, que fueron bien recibidos por la crítica, pero que tuvieron ediciones limitadas. Mujeres amadas, Paraísos hostiles, Los placeres perdidos, Las noches de Ventura-Buenabestia, La pequeña maestra de violín, La hermosa vida, El amor y la muerte, y finalmente Agua clara en el Alto Amazonas. También Cuentos para antes de hacer el amor, Cuentos para después de hacer el amor y El imperio de las mujeres. Monego, que siempre arrastraba penurias económicas, se aficionó a los concursos literarios y recibió varios nacionales de Colombia y México, así como latinoamericanos. La vida lo llevó de San Isidro de El General a Puriscal, luego a Bogotá, a Cali, Colombia, a Kansas, a Monterrey en México, y finalmente a la ciudad de Xalapa, donde se casó, tuvo hijos y actualmente vive como asesor de la Editorial de la Universidad Veracruzana.
En San Isidro de El General hubo quienes se molestaron por la novela, considerando que se había caricaturizado al pueblo; otros se molestaron porque no habían aparecido como personajes en la obra. A San Isidro llegaron pocos ejemplares, que se atesoraron, se persiguieron y quizás hasta se quemaron. Los que leyeron la novela encontraron en ella al padre Coto, a Alfonso Quesada Hidalgo, identificaron a las bellas del pueblo y a las oficiantes del amor mercenario del pueblo, a los locos y los tontos, a los profesores del Liceo Unesco, que aparecieron con sus conocidos apodos. Muchos años después Monego regresó de incógnito a San Isidro y se enteró de que había personas que lo estaban rastreando para reclamarle. No lo pudieron localizar porque Monego había hecho un rápido periplo por las casas de sus amigos: don Danilo Salas, Arnoldo Méndez, Juan Luis Camacho, Isauro Solís, Cachi y otros.
Por alguna razón que no entiendo a Monego ya no le gustaba su novela Breve historia de todas las cosas y por ello, en cuanto se agotó la segunda edición, se olvidó de ella y se puso a vivir y a escribir otros libros. Hace varios años se encontró con García Márquez en un pasillo del Hotel Xalapa y Gabo le preguntó: “Garramuño, ¿Qué pasó con la novela de todas las cosas”. “Ya no me gusta. No he querido reeditarla”. “Si serás pendejo, cachaco, eso es lo mejor que has escrito y quizás lo mejor que vayas a escribir en toda tu vida”. A partir de entonces a Monego le fue creciendo la idea de que había que resucitar la novela. Y precisamente el año pasado, se le ocurrió releerla. Se llevó la sorpresa de su vida. No sólo era una buena novela sino que le pareció apasionante. San Isidro de El General, el San Isidro de El General, era un pueblo, una ciudad que estaba cargada con una energía apasionante, arrolladora. Sus personajes estaban más vivos que los que Monego veía en su vida cotidiana… Pero a esa novela le faltaba algo. Había huecos, en la memoria de Monego subsistían ciertos personajes que había conocido en las calles de San Isidro pero que por alguna razón no aparecían en el libro. De modo que Monego sintió la necesidad de volver a escribir el libro. En un arrebato de irresponsabilidad escapó de la casa de su familia, rentó un apartamento, le dijo a su jefe en la Editorial de la Universidad Veracruzana que necesitaba un mes de permiso para reescribir la obra maestra del siglo. El jefe, Joaquín Díez Canedo, no precisamente alcahuete sino respetuoso del talento que creía hallar en su subordinado, le dijo: “Vete a escribir, pero si no regresas con una obra maestra pierdes tu trabajo. Trato hecho. Tal vez ustedes me van a decir que soy un mentiroso y que el cuento ese de los arrebatos románticos de los artistas que no duermen y no comen por culminar sus obras es un cuento chino. Ustedes pueden creerme o no. Eso en realidad no importa. Monego trabajó treinta días seguidos un promedio de 20 horas diarias. Dividió 370 páginas entre 30 días y el resultado fue 12. Debía corregir 12 páginas diarias. Y así lo hizo. Cuando terminó, la novela de 370 páginas tenía 580. Parece fácil corregir entre 12 y 20 páginas diarias pero no lo es, si consideramos que en cada página se puede gastar una hora u hora y media. Había días en que se acostaba a las cinco de la mañana y la obsesión lo levantaba a las seis. Para controlar el exceso de cigarrillos se puso una cuota: un cigarrillo por cada página terminada. Nada de licor. Sólo café. Terminada la obra, regresó Monego a su casa, donde su esposa y sus hijos. Su esposa no le reclamó nada, pero estuvo enfurruñada quince días. Monego le entregó el manuscrito a su jefe, que lo miró con un gesto indefinible y le dijo: “Te advierto que si no es una obra de arte, vas a perder tu trabajo”. “Juega”, respondió Monego. Joaquín Díez Canedo leyó el libro y llamó a Monego a su oficina. Le dijo escuetamente: “Monego, no has perdido tu trabajo” y le entregó cinco manuscritos solicitándole que entregara un informe sobre ellos a más tardar en una semana.
Supongo que no tengo que decirles que Monego es el apodo que le puse a Marco Tulio Aguilera, este amigo que tienen ustedes al frente, con el objetivo de contarles la historia de este personaje y esta novela. Y les voy a decir por qué le puse el apodo de Monego: cuando por los años sesentas yo andaba por las calles de San Isidro haciendo rebotar mi primera pelota de básquet, había escrito con tinta indeleble sobre ella precisamente esa palabra: “Monego”. Palabra formada por el artículo “mon”, que significa “mi” en español y “ego”, que significa “yo” en español. Esa pelota era mi yo, mi otro yo. Así lo que escribo: la literatura es mi otro yo, el que exhibo al mundo, mi espejo revalador, mi orgullo, mi auténtica persona… Y la otra parte de la historia: ¿Qué pasó con el mamotreto de la nueva novela? En primera instancia, le cambié de nombre: ya no se llama Breve historia de todas las cosas sino Historia de todas las cosas. Y actualmente está siendo considerada por varias editoriales de Costa Rica y México para su publicación. Supongo que aparecerá en el 2011. Y mientras tanto, si alguien quiere leerla en pantalla o imprimirla, le entregaré el archivo digital a la Universidad de Costa Rica con autorización para que se hagan reproducciones individuales.
2 comentarios
Marco Tulio: Se trata de la Universidad Nacional de Costa Rica, Sede Región Brunca (UNA-SRB).
ResponderEliminarYa esta corregido...Un saludo
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