MISTERCOLOMBIAS EN SAN ISIDRO DE EL GENERAL

agosto 09, 2010

Conferencia de Marco Tulio Aguilera Garramuño
Universidad Nacional, Heredia, 4 de agosto del 2010

Crónica con algunos elementos imaginativos
Gabriel Vargas Acuña
gvargasac@yahoo.es

El auditorio de la Facultad de Ciencias y Letras de la UNA, Costa Rica, tiene dos tipos de asientos. Los de la izquierda están perpendiculares al escenario; los de la derecha oblicuos. Esto podría significar que los escépticos, los distantes, los castigadores tienen su opción a la derecha, desde donde pueden lanzar sus miradas tangenciales sobre conferencistas y otros que por allí se asomen. En cambio, en el lado izquierdo (¡qué paradoja!) se sientan los atentos, los directos, los parientes y todos los que confían en quien diserta o al menos allí se expone. Tuve que sentarme en el lado perpendicular debido a que no había campo en el oblicuo, y allí esperé.
Marco Tulio Aguilera Garramuño, anunciado como novelista frenáptero, entró al auditorio acompañado de una amplia comitiva de académicos de la UNA, encantadoras damas y de unos señores altos, fornidos, calvos, que podría presumirse eran sus guardaespaldas. El escritor me pareció más joven que su trayectoria, más delgado que su currículum y, apenas tomó los papeles de su conferencia, noté que era bizco, rasgo que, por supuesto, no se pone en las biografías ni se menciona en las presentaciones porque es obvio, está a la vista.
Después de las presentaciones, empezó su conferencia “Escenas de amor y eros en Gabriel García Márquez”. Se esforzaba en leer fragmentos de novelas y no podía, hasta que reveló: “Olvidé mis anteojos, no crean que soy bizco”. Hubo risitas y yo borré la nota subrayada de mi retrato. La decana, que estaba a mi lado, dio una instrucción en el oído a su secretario y de inmediato inició un operativo en el salón que consistía en decomisar los anteojos de todos los presentes a fin de que el invitado se los probara para ver si podía leer. Yo entregué unos comerciales que tengo para esos efectos, y vi cómo le disponían una pila de esas prótesis en el escritorio. Se los fue probando pero ninguno le asentaba y, aunque quiso dejarse unos de oro de algún vicerrector presente, acabó rechazando todos. Después de algunos minutos de expectación, al fin le trajeron los suyos de seguro rescatados del fondo de la valija de viaje, y empezó la conferencia con gran propiedad pero con una advertencia: “Ahora al menos veo el texto, aunque a Uds. no.”
Habló el señor Aguilera Garramuño sobre la novelistíca de G. Márquez y específicamente del evidente dominio del eros sobre el amor. Para ese fin, después de explicar los fundamentos de su tesis, procedió a leer picantes textos de las diversas novelas del autor mencionado: Cien años…, El otoño…, Historia de la cándida…, El amor en los tiempos…, Memoria de mis putas…, etc. Analizando las imágenes suscitadas en la lectura, el eros se percibe como una manifestación irracional, violenta que puede conducir a lo grotesco, en tanto que expresión de dominio del varón patriarcal. En cambio, a la mujer, completamente dominada en el esquema, sólo se le atribuye la virtud de la misericordia con la cual acoge los desmanes de los machos desbordados. En forma más o menos textual, señala el conferencista que el patriarca, por su poder intrínseco, es incapaz del amor y que este sentimiento sólo es posible en el que está privado de la satisfacción, es decir, en el estreñimiento de tal potestad.
En este punto, da por concluida su intervención formal el señor Aguilera y expresa su deseo de pasar a un diálogo. Tal vez por haberse quitado los anteojos de leer y distinguir mejor a su auditorio, nos juzga un poco distantes y pide que nos acerquemos. Los de la luneta oblicua no se mueven de su puesto porque, según sabe esa clase de gentes, si uno se acerca al profesor le pueden preguntar. En cambio, los de la luneta perpendicular, obedientes académicos y afines, sí nos acercamos para iniciar el diálogo. En la primera fila, que sólo se ocupa en casos de emergencia, se sientan los señores altos, fornidos, calvos, que me han parecido guardaespaldas.
Por ser una conferencia sobre García Márquez, la pregunta de rigor es la relación entre la obra del Premio Nobel y la suya. La hace un académico presente y Aguilera admite que ha tenido influencia pero que ya la ha superado. Señala que su célebre coterráneo tiene en mucha estima sus obras. Sin pudor señala que don Gabriel tiene en un rinconcito apartado de su biblioteca, las obras de Alvaro Mutis y las de Aguilera. “La primera vez que hablé con el le di mi libro Breve historia de todas las cosas con una dedicatoria que decía: Te voy a matar… literariamente. Entonces, el viejo de Aracataca me preguntó, mientras tentaba el aire con ambas manos: “¿Estás seguro de que tienes los huevos de dinosaurio?”.
Como bien se sabe, Aguilera Garramuño tiene una copiosa obra narrativa, ensayística y hasta poética. No obstante, por la particularidad de su temática, el tema recurrente en Costa Rica es su primera novela: Breve historia de todas las cosas, de 1975. Esta obra, premio nacional de ese año, ha sido polémica por todo: porque se dijo erradamente que el autor no era costarricense, porque contenía caricaturas y parodias de muy serias personalidades de un progresista cantón del país, porque en opinión de muchos difamaba a familias honorables de allí, etc. Por ello, inicia el escritor a explicar que lo suyo es una visión artística de una comunidad que él llegó a querer mucho cuando vivió en Costa Rica, que no quiso ofender a nadie, que él se sabe las canciones costarricenses. (Pasa a cantar en forma entonada estrofas de La patriótica costarricense y De la caña se hace el guaro.)
Fue en este momento un poco suplicante, cuando levantó la mano uno de los señores altos, fornidos, calvos, que me habían parecido guardaespaldas pero que de pronto los vi como sicarios refinados tal vez al servicio de algún ofendido, y después de identificarse como originario de ese cantón del sur costarricense, expresó su admiración por la obra y los esfuerzos que había hecho para que circulara. De inmediato, otro de los señores altos, fornidos, calvos, se identificó como amigo de juegos del autor y le recordó los gratos tiempos de entonces. Y cuando se acabaron los señores altos, fornidos y calvos que ahora ya se veían como sus amigos, le habló una excuñada y luego un profesor que le recomendó la segunda edición de esta obra tan apreciada en nuestro país.
De inmediato se pasó a la sesión nostálgica, en la que Aguilera contó que había llegado a Pérez Zeledón con su madre hacía unos 45 años, huyendo de las erupciones del volcán Irazú, que allí había estudiado en el célebre Liceo Unesco y en la Escuela Normal y que era maestro titulado. Señaló también que en ese colegio le había enseñado a escribir la profesora Vilma Alfaro de Vega y que en la Normal de entonces le había inducido a la disciplina el ilustre profesor Faustino Chamorro (presente en esos momentos en el auditorio, lado perpendicular).
A esta altura de la charla, aunque era la hora de almuerzo, los ocupantes del lado oblicuo se mantenían en sus puestos y uno, advirtiendo que no conocía ninguna obra del autor, preguntó sobre cómo se aprende a escribir, pretexto con el cual Aguilera esbozó algunas recomendaciones. “Leer y escribir mucho es el secreto. También se necesita un rincón oculto, preferiblemente debajo de una escalera adonde la luz llegue en forma oblicua. Allí hay que esconderse con una biblioteca y no estar para nadie. Es mejor escribir del mundo prostibulario que del mundo mesurado y normal. Ni siquiera las súplicas de la madre, pidiéndote que no hables de lo hiperbólico y torcido, deben hacerte cambiar. Vale más escribir composiciones escolares salvajes y bárbaras, que buenos trabajos comedidos. Hay que apreciarse uno como creador; por ejemplo cuando me propuse escribir sobre Beethoven para ganar un concurso cuyo premio era ir al Teatro Nacional a escuchar la Novena Sinfonía, me comparé en mi redacción con ese gran genio. Pude, entonces, ir al teatro con un traje que había sido de un fabricante de fideos y que mi madre me arregló. De pie, escuché solemnemente la gran obra.” (No explica Aguilera si el traje es estrecho por lo de los fideos, o ancho por lo de las harinas).
Va concluyendo la primera etapa de este diálogo, demasiado pospuesto, entre el escritor Marco T. Aguilera Garramuño y la comunidad académica y literaria de Costa Rica. De manera informal, por los pasillos vamos comentando que si bien este autor se ha formado principalmente en Colombia y en México y su obra es universal, su primera formación literaria, con maestros costarricenses, y su primera gran obra, inspirada en una aldea de nuestra geografía, le dan una legítima causa de orgullo a nuestro país.

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1 comentarios

  1. Los escritores de San Isidro de El General se sienten muy honrados con la visita de don Marco Tulio Aguilera y esperan compartir con él este lunes 9 de agosto a las 2 de la tarde en la oficina que se encuentra ubicada en el Complejo Cultural.
    Marta Barboza
    Miembro de la Asociación

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