FIN DE NEW PALTZ. DIARIO DE 1966
octubre 13, 2010Hay una tendencia en Estados Unidos a deshumanizarse, a uniformarse, a volverse todos unánimamente decentes, pulcros, a limitar los excesos, los sabores, los olores. Se trata a los fumadores como criminales. Tienen que salir de edificios y casas a fumar. Si una persona le pone sal a la comida, o azúcar al café, o pimienta o salsa a los alimentos, inmediatamente los circundantes le lanzan el discurso. Si come carne de cerdo, si eleva la voz, si hace chistes sobre negros, gordos, judíos, anglos, hispanos, la imprudente persona tiene que someterse a las consecuencias. Hay que vivir controlándose y nivelarse en un nadadito de perro que no lleva a ninguna parte, apenas sirve para mantenerse a flote en la línea de la cordura, hay que ser political correct, es decir, no ofender a nadie, no incurrir en ningún irrespeto, en ningún desliz, siempre hay que tener una media sonrisa de pendejo en el rostro. Cualquier gesto brusco puede ser objeto de una demanda.
Anuncio puesto en una tienda de renta de videos pornográficos: "Este día del padre regálele una película Triple X al autor de sus días".
Fui a correr a los bosques al lado del río Kilwall acompañado por Rafael y dos de sus amigos: un hindú encantador (casi todos los hindúes que he conocido son encantadores) matemático, canoso, agradable y grácil, de nombre impronunciable y Kevin, un fisioterapeuta semicalvo. Vimos pasar un zorro y un venado. Luego bebimos cerveza en el balcón de una cabaña con aires del medio oeste que dejaba ver al pie un interminable campo de golf. Al anochecer se retiraron los golfistas con sus carritos y empezaron a aparecer los venados bajo la luz de la luna. Pronto comenzará la temporada de caza y ya no podré dormir tranquilo, dijo Rafael. Cada vez que escuche un disparo sabré que una de esas obras maestras de la naturaleza habrá sido masacrada.
A las siete de la noche nos despedimos de los amigos. Rafa me comentó que yo había impresionado gratamente a sus amigos. "Dijeron que era raro que una persona tan bien hecha como tú tuviera tanto talento". Le agradecí el comentario. Luego fuimos a comer comida china y regresamos a casa.
Ya no me queda duda alguna: Rafael es homosexual y por alguna razón lo oculta. Es discreto y absolutamente respetuoso de las preferencias sexuales ajenas. Elisa, la directora del departamento de Lenguas Extranjeras, me regaló un uniforme deportivo completo de SUNY. Bellísimo. Venía envuelto en papel de regalo y traía una tarjeta: "Esto es para que nos recuerdes cada vez que hagas deporte y para que quieras regresar".
Ironías. Me atendieron como al presidente de Zaire, pero se disculparon por no haberme atendido mejor. Esto fue un desastre, dice Rafael, debimos haber organizado una gran conferencia para toda la comunidad universitaria en el teatro de SUNY. Me pregunto si no exagera un poconón. Me aprecia demasiado. Voy a escribir algo ridículo pero sincero: qué orgullosa se habría sentido mi dueña de ver el respeto que me profesan en las univeridades norteamericanas, a mí que lavo platos y cuido niños todas las tardes y no tengo tiempo para escribir (Pero voy a tener. ¿Ya les conté? Pues se me ocurrió solicitar una residencia artística en Canadá para el 97, y me la dieron. Había exactamente dos cupos, y uno de ellos es para mí. Estaré en Banff, uno de los centros de Artes más grandes del mundo, en una cabaña rodeada de bosques y con fondo de montañas, del 30 de abril al 5 de julio. Tendré todo lo que quiero, además de una computadora con internet y correo electrónico).
Regreso a New Paltz. Rafael ha alcanzado, según parece, la paz, gracias a los dones de la amistad desinteresada y a la contemplación de revistas aparentemente inocentes: Mens Journal, en la que aparecen hermosos machos semidesnudos, caballeros poderosos, inteligentes y cultos, deportistas, especímenes privilegiados de la especie humana de todas las razas. Rafael insiste: dentro de unos años, cuando comience su senectud, pagará su ingreso a un monasterio al lado del río Hudson, en el Valle del mismo nombre. Allí se dedicará a escribir un libro y cuando ya sea un viejo inútil no será una carga para su familia. Sus propiedades las donará para obras de caridad.
El balance de mi estadía en New Paltz es positivo. El ambiente de la universidad es agradable, pero excesivamente provinciano. A pesar de estar a hora y media de Nueva York, el pueblo de New Paltz puede llegar a ser profundamente aburridor. Hay escasas actividades culturales de altura y la gente vive atareadísima estudiando, dictando clases. Hay fuertes tensiones sociales entre los anglosajones, los negros, los latinos y los de otras etnias. Cada grupo vive en un círculo cerrado, peleando por alcanzar más derechos. Pero si uno piensa que las universidades se hicieron específicamente para estudiar, es correcto que no haya tantas distracciones. Por eso es que las universidades norteamericanas impusieron el modelo de situarse lejos de las grandes ciudades. De todos modos hay universidades muy importantes en las grandes ciudades de Estados Unidos: la de Columbia, la de Chicago, por ejemplo.
Aventuro que no serán muchas las imágenes que perdurarán de New Paltz: tal vez sólo quede en mi memoria el inmenso campo de golf bajo la luna y los venados saliendo a pastar, una vez que los golfistas se retiraron.
Ahora, a Nueva York, al apartamento de Tomás González, el más tímido y más talentoso de los escritores colombianos.
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