BANFF 1997. EL AMOR Y LA MUERTE.. EL PARAISO DE LAS ARTES IV

noviembre 16, 2010

                                    El amor y la muerte

Caminata hasta el Hotel Banff Springs, uno de los sitios mas lujosos 
que haya visto en la vida, con hermosos ventanales que dan a las 
montañas nevadas y al Bow Valley. De regreso vimos una 
ardilla atropellada. Japoneses por todas partes, como una plaga, 
con sus cámaras y su amabilidad insuperable. El balance de una 
semana son ciento ochenta y cinco páginas revisadas, unas 
cuantas lecturas de Shakespeare y de Pushkin, un par de kilos 
menos a causa del básquet diario con Rodrigo Sigal y un jolgorio de 
amore cada noche. Hoy que es domingo (mi primer domingo en 
Canadá) no escribi e hice poco ejercicio. He cambiado de música. 
Ahora escucho las sonatas de Mozart para piano forte. Concluimos 
este día en la piscina de hidromasaje, compartiendo el agua con 
quince adolescentes japonesas de belleza turbadora, mientras L estaba 
sentada a dos metros, mirando de reojo y pensando, sin duda, qué no 
hará este loco cuando yo regrese a Xalapa. Supongo que no me 
meteré en el río de aguas heladas  ni jugaré mi máscara contra 
ninguna cabellera canadiense, pero llevaré a cabo mis 
habituales indagaciones en la vida de alguina chica propicia. De 
todos modos me queda la imaginación, que es más poderosa y 
menos peligrosa que la realidad.
            El 6 de mayo me levanté antes de que L despertara y me 
fui al estudio. Logré corregir casi cien páginas, con lo que la novela 
avanzó bastante. Por la noche hubo fiesta mexicana en casa de 
Mónica, una canadiense. El director de orquesta Sergio Cárdenas 
hizo desaparecer una botella de tequila Sauza por su gaznate y 
luego comenzó a hacer preguntas trascendentales, tomando como 
víctima al director de difusión de eventos culturales del Centro 
para las Artes de Banff. Mientras hablaba parecía querer dirigir 
a su auditorio como una orquesta, ordenándole a unos que se 
callaran, a otros que hablaran, incluso dando cariñosas palmadas 
en la cabeza de sus músicos para lograr los efectos que quería. 
Su borrachera fue agradable, pues Sergio es simpático y tiene 
suficiente mundo para saber cuándo es inoportuno y cuando no. 
Luego regresamos caminando mientras filosofábamos sobre el acto 
de la creación. Sergio sostenía que lo importante para el
artista es estar satisfecho sexualmente, que lo demás eses secundario. Yo le dije
que la sexualidad satisfecha era la base para todo. Regresando al Centro de Artes
fuimos con Lety al estudio de Sergio Cárdenas, donde nos estuvo tocando en piano
partes de su Cantata para barítono solo. Creí entender algo, pero no muy bien, de
lo que estaba componiendo nuestro amigo. No quise emitir un juicio. Arguí que nadie
tenía derecho a juzgar el trabajo en marcha de un artista sino el artista mismo.
Sergio le estuvo dando instrucciones a Lety de cómo comportarse conmigo y de
políticas de difusión literaria. Ya de regreso en mi estudio, Sergio nos comentó 
que estaba en una encrucijada, pues el candidato del PRI le había 
pedido que fuera el jefe de Cultura de su campaña y él no hallaba 
forma de negarse, pues le debía favores. Y entonces yo pensé en 
Pushkin, que le debía tantos favores al zar Nicolás, que incluso su 
propia mujer tuvo que ofrecerle favores sexuales en prenda. Mal 
negocio para un artista ha siempre sido la amistad de los poderosos.
            Ya se acerca la partida de L. Ella está algo inquieta por la 
cantidad de tentaciones que hay a mi alrededor. Las mujeres son 
muy simpáticas, muy agradables y es fácil acercarse a ellas. A L le 
preocupa la atención que le he puesto a Tara, que es una mujer 
algo masculina, de ojos verdes muy tristes. Hoy fuimos con ella y 
Sanis a la cima de la montaña que queda tras mi estudio. Todo el 
Valle del Bow River se ve desde allí. El aire es muy puro. 
Regresamos a nuestra habitación y estuvimos acariciándonos 
pero preferimos guardarnos para la noche. Somos amantes 
irreconciliables. Si estamos juntos y solos no podemos evitar 
acabarnos el uno con el otro. Anoche de nuevo visitamos la 
alfombra y Lety me dijo: Cada vez que alcanzo este placer siento 
que me muero un poco, pero sé que tú te mueres más que yo, 
porque yo soy como un árbol que tu riegas. Yo crezco y tú te vas 
agotando lentamente. Pero qué es el amor sino ese irse acabando el 
uno al otro, el acercarse cada vez más a la muerte, sólo que en el 
acto amoroso uno acelera esa muerte, la va disfrutando. El amor es 
como una droga que te hace vivir a plenitud y que te deja 
exhausto y derrotado, pero listo para un nuevo encuentro. Los            
amantes son los perfectos suicidas. L ahora terminó de leer el 
diario de Pushkin y está leyendo, a marchas forzadas, el manuscrito 
de mi novela El amor pleno, que dice le está gustando. Sin embargo 
critica la facilidad con que yo me desvío de lo básico y luego
regreso al tema central. Eres igual en la vida y en las novelas: 
estás haciendo algo, lo suspendes y vas a hacer otra cosa. 
De pronto estás hablando conmigo y sin transición te paras y te vas.
Eso que hago en la vida se llama anacoluto. Yo soy don Anacoluto.
Supongo que esa tendencia tiene que ver con el deseo de no 
agotar la intensidad del instante, de paladearlo y de engañar de 
alguna manera a la vida que quiere matarnos lo más pronto 
posible. La literatura es eso: ese intento de retrasar el instante de la 
muerte, de hacernos vivir de otra forma menos violenta. O al revés. 
Quién puede saberlo.

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