BANFF V: EL AMOR PLENO
noviembre 17, 2010
DIARIO DE 1977
Me despierto tras una noche de sueño placentero y un descanso de las batallas del amor que
han sido dignas de una Troya interminable y me siento dispuesto a terminar la conferencia
de esta noche, pero mi querida Helena surge del descanso convertida en una avalancha y me pide
que me someta uno de sus conciertos, me entrego una primera vez, me baño y regreso
dispuesto a vestirme para ir al estudio, pero L solicita un segundo movimiento al que no
puedo resistirme con el resultado de que me descarga por compelto. Me siento luego laxo e inútil
y sin embargo huyo al estudio y en cuanto me siento a la computadora fluye la conferencia como
si el inglés fuera mi lengua nativa. Regreso a Lloyd Hall y lo imprimo. Jill Swartz, una
de las coordinadoras de los Leighton Studios, me ayuda a corregir el texto y se despeña en risas,
luego Erin, la secretaria, pide el favor de que la deje leer el texto, pues Jill le contó que le
había gustado muchísimo. El resultado es que Erin encuentra los últimos errores y la conferencia
queda perfecta. Jill y Erin son escritoras, pero no tienen tiempo para ejercer sus vocaciones.
Ambas se pasan la vida con los ojos clavados en las pantallas de las computadoras. Más
que el internet, lo que tiene absortos a los canadienses, son los correos electrónicos: se pasan
la vida mandando mensajes y recibiendo mensajes.
han sido dignas de una Troya interminable y me siento dispuesto a terminar la conferencia
de esta noche, pero mi querida Helena surge del descanso convertida en una avalancha y me pide
que me someta uno de sus conciertos, me entrego una primera vez, me baño y regreso
dispuesto a vestirme para ir al estudio, pero L solicita un segundo movimiento al que no
puedo resistirme con el resultado de que me descarga por compelto. Me siento luego laxo e inútil
y sin embargo huyo al estudio y en cuanto me siento a la computadora fluye la conferencia como
si el inglés fuera mi lengua nativa. Regreso a Lloyd Hall y lo imprimo. Jill Swartz, una
de las coordinadoras de los Leighton Studios, me ayuda a corregir el texto y se despeña en risas,
luego Erin, la secretaria, pide el favor de que la deje leer el texto, pues Jill le contó que le
había gustado muchísimo. El resultado es que Erin encuentra los últimos errores y la conferencia
queda perfecta. Jill y Erin son escritoras, pero no tienen tiempo para ejercer sus vocaciones.
Ambas se pasan la vida con los ojos clavados en las pantallas de las computadoras. Más
que el internet, lo que tiene absortos a los canadienses, son los correos electrónicos: se pasan
la vida mandando mensajes y recibiendo mensajes.
Una vez terminada la conferencia sólo falta que la pronuncie con ánimo y buen acento.
L sale con Carol Holmes a ayudarle a leer unas obras de teatro de Carballido y Rascón Banda,
lo que hace casi a regañadientes, pues se pasó la noche anterior leyendo El amor pleno, la novela
que corregiré en mis últimos días en Banff. La leyó en un día y medio, 281 páginas, lo que es una
proeza y me hace algunas observaciones con respecto a la repetición y a la verosimilitud
de la protagonista, que ella conoce bien.
La conferencia fue inmejorable. La pronucié de pie, ante un atril, casi sin desviarme del
texto escrito. El auditorio, constituido en su mayoría por solistas de ópera, pianistas y algunos
escritores y artistas plásticos canadienses que están en residencia en los Leighton Studios, escuchó
con atención y se rió mucho. Hubo preguntas -no muy diferentes de las que habitualmente me hacen en todas mis charlas- en abundancia y se prolongó tanto el asunto que yo tuve que solicitar pasar a la
etapa de las galletitas y el vino, lo que debí hacer tres veces antes de que el público terminara las preguntas.
Los asistentes a la conferencia no querían retirarse y fue necesario que los organizadores apagaran las
las luces para que se comenzara a vaciar el salón. Pienso que ésta es una de las mejores
conferencias que he pronunciado en mi vida. (El texto está en este oneroso blog). L me criticó por querer terminar el asunto tan apresuradamente. Eres como las mujeres que usan minifalda, dijo,
andan provocando a los hombres, y cuando les tocan el trasero ponen el grito en el cielo. Es cierto: busco el éxito, y cuando lo consigo comienza a molestarme y tengo que echar todo a perder. De
todos modos resultó muy bien la conferencia aunque estaba agotado por los excesos pasados. La publicidad cubrió todos los lugares públicos del Centro de Artes y compitió con la de la cantante de música country Michelle Wrigth.
texto escrito. El auditorio, constituido en su mayoría por solistas de ópera, pianistas y algunos
escritores y artistas plásticos canadienses que están en residencia en los Leighton Studios, escuchó
con atención y se rió mucho. Hubo preguntas -no muy diferentes de las que habitualmente me hacen en todas mis charlas- en abundancia y se prolongó tanto el asunto que yo tuve que solicitar pasar a la
etapa de las galletitas y el vino, lo que debí hacer tres veces antes de que el público terminara las preguntas.
Los asistentes a la conferencia no querían retirarse y fue necesario que los organizadores apagaran las
las luces para que se comenzara a vaciar el salón. Pienso que ésta es una de las mejores
conferencias que he pronunciado en mi vida. (El texto está en este oneroso blog). L me criticó por querer terminar el asunto tan apresuradamente. Eres como las mujeres que usan minifalda, dijo,
andan provocando a los hombres, y cuando les tocan el trasero ponen el grito en el cielo. Es cierto: busco el éxito, y cuando lo consigo comienza a molestarme y tengo que echar todo a perder. De
todos modos resultó muy bien la conferencia aunque estaba agotado por los excesos pasados. La publicidad cubrió todos los lugares públicos del Centro de Artes y compitió con la de la cantante de música country Michelle Wrigth.
La despedida fue difícil. L lloró como si fuera para siempre. Visitamos el Leighton Studio
número uno a media noche y de alguna forma sentimos que el espíritu de mi madre muerta estaba
allí. Se me erizaron todos pelos. Ah, doña Ruth, qué indiscreta. Había muchas estrellas en el cielo. Quisimos hacer el amor pero yo ya estaba seco del todo. Qué bueno que me voy, dijo L, porque no
te quiero ver así tan acabado. Y es que entre el básquet, las batallas del amor y el trabajo en la
novela, me estoy quedando mustio. Me alegra que L regrese a casa y que yo me pueda quedar aquí
a trabajar y a hacerle justicia a esa novela que he aplazado tantos años.
número uno a media noche y de alguna forma sentimos que el espíritu de mi madre muerta estaba
allí. Se me erizaron todos pelos. Ah, doña Ruth, qué indiscreta. Había muchas estrellas en el cielo. Quisimos hacer el amor pero yo ya estaba seco del todo. Qué bueno que me voy, dijo L, porque no
te quiero ver así tan acabado. Y es que entre el básquet, las batallas del amor y el trabajo en la
novela, me estoy quedando mustio. Me alegra que L regrese a casa y que yo me pueda quedar aquí
a trabajar y a hacerle justicia a esa novela que he aplazado tantos años.
Acompañé a L al aeropurto de Calgary. Cuando volví a entrar en el elevador de Lloyd Hall extrañé su pequeña presencia y la posibilidad de arrinconarla allí como siempre lo hago. Por una especie de superstición me siento obligado a besarla en todas las escaleras metálicas y en los elavadores ,siempre que estmos solos. Las despedidas de L de todas las personas hermosas que encontramos en Banff fueron largas, sentimentales e insoportables.
Siendo las dos de la tarde acabo de terminar la lectura, lápiz en mano, de La pequeña
maestra de violín, tercera novela de la serie El Libro de la Vida. Desde las nueve de la mañana a
las dos. Cinco horas sentado leyendo. Me gustó la novela, incluso me sorprendió, con todo y que
la he corregido por lo menos cuatro veces.
Por otra parte estoy tomando notas sobre mi experiencia en Canadá. Temas a desarrollar:
la distancia entre los canadienses y la realidad. El triunfo de la realidad virtual. Las mujeres y los perros. Una de las supervisoras de limpieza de Lloyd Hall me dijo entre apenada y resignada: Será divertido pasar mi fin de semana con mis perros. Muchos canadienses han concentrado sus afectos
en los animales doméstico por temor a los seres humanos.
Hay en la sociedad canadiense, por lo menos en la que he alcanzado a conocer, varios rasgos
en extremo positivos y algunos que anuncian terribles consecuencias. Entre los primeros, un orden verdaderamente envidiable y una devoción al trabajo y al cumplimiento. Si un canadiense dice que
va a hacer algo, lo hace, tan prontamente como le sea posible. Son limpios, ordenados, respetan la naturaleza por encima de la humanidad. Lo que se me hace detestable es la falta de naturalidad en
las relaciones humanas; su rigor en las reglas del trato entre las personas. A veces basta una
mirada ambigua para crear una discordia que puede llegar a los tribunales.
2 comentarios
Leerte Marco Tulio,es como que estás dialogando con el lector,sin ambages ni disfraces,eso sí,imbuído en el extasis que te significa la belleza de los lugares,y el paisaje continuo de la hermosura de las mujeres que haces intuir,mezclado con el perfume cambiante de las ciudades y selvas que has recorrido.Si no existieras,habría que haberte inventado,para el bien de las letras.Gracias.
ResponderEliminarGracias, Roberto. mensajes como el tuyo son oro en lingotes para un escritor.
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