BANFF III. PUSHKIN Y YO

noviembre 13, 2010

Nuevos excesos y escritura

Las mujeres bellas abundan en Banff, pero bellísimas, como Ambrosia, la mesera del restaurante 
donde comemos habitualmente. Es bella y muy simpática. También se ven las hembras elefantiásicas,
que caminan como una montaña de carne de búfalo. Ambrosia (se pronuncia Ambroshia) es 
muy confianzuda. Al segundo día de conocerme, ya me estaba palmeando la espalda. Así es ella,
Dicen sus compañeros, los meseros del restaurante donde comemos todos los días.
            De regreso al estudio en Banff, con L herida por la naturaleza, ponemos música de Celia Cruz 
y eso la anima. Me obliga a bailar, a mí que soy un tronco y no me deja en paz hasta que saco en
Limpio los pasos. Ella está feliz con mis avances. Se ha portado muy bien: desparecece cinco horas 
cada mañana para que yo pueda escribir. Durante esas horas anda veleidosamente por las calles de 
Banff, tratando de comunicarse con quien se deje.
            Hace varios días, andando por el bosque, L vio a un oso grizzly, lo que es, según parece, un 
privilegio y un gran peligro. Rodrigo Sigal, otro de los becarios del FONCA, el compositor con quien
juego básquet todas las tardes a las cuatro --es un verdadero tronco-- quiso darles una manzana a 
unos elks y se le tiraron encima. Tuvo que correr a refugiarse en su estudio.
            Cita con Don Stein, Jefe de Publicaciones del Centro para las Artes, con quien arreglé para 
dar dos conferencias en Banff: una sobre mi obra en general y otra sobre la novela en la 
que estoy trabajando. Les dije que no me importaba si asistían dos o cien personas, me daba lo mismo 
y que si no les interesaba mucho mi conferencia, les garantizaba diversión con mi inglés lleno de barbaridades. El día de hoy corregí las 70 páginas de ley pero me di cuenta de que la novela, 
La hermosa vida, está llena de asimetrías que podría arreglar o no. El asunto es: ¿hago una novela 
llena de trozos diversos, en temática, tamaño, intensidad, tiempo, espacio, como la vida?  ¿O me 
empeño en hacer una obra simétrica al milímetro, con capítulos del mismo número de páginas, como 
lo hace García Márquez? Quizá mi arte no radique en la perfección sino en la imperfección, lo que, de 
paso, resulta más sencillo y quizás más tramposo.
            El día de ayer no pude corregir sino unas cuantas páginas. No recuerdo por qué. De todos 
modos sentí que me reconciliaba con la novela. Es divertida, a pesar de la pasmosa soledad y 
angustia del protagonista, que busca desesperadamente un sentido a su vida y una relación 
erótica o amorosa, al tiempo que intenta escribir una novela y aprender a tocar violín.
            Ya es casi un exceso esto de acostarme cada noche con mi esposa y no poder permanecer 
tranquilo, aunque tenga a Skakespearse y a Pushkin al lado. O tal vez sea la lectura del Diario 
Secreto de Pushkin lo que nos tenga tan sensibles. Qué no hizo el gran poeta ruso en su vida de 
deleites. Todo, absolutamente todo: se llevó a sus cuñadas a su casa y se las peinó. A su hija Sasha 
también la inauguró. A su suegra le bajó los calzones y cuando vio que ella estaba dispuesta, huyó. Con sangre, con excrecencias, con orines, con todo le entró al relajito. Le gustaba mirar y ser mirado, 
iniciaba a los muchachos, hacía orgías en grupo, y siempre filosofando sobre el asunto y 
asumiendo su machismo y sus debilidades. Sus pretextos para liberar sus más escandalosas 
fantasías: uno, que era poeta, y necesitaba experiencias intensas que no hallaría en el matrimonio, 
y dos, el deseo de no ofender a su esposa, que generalmente estaba embarazada (y generalmente 
estaba embarazada porque Pushkin no quería que los hombres se le acercaran pues era muy 
hermosa, y la única forma de alejarlos era tenerla embarazada).        L lee escandalizada y dice 
¡era un demonio ese Pushkin!, y yo sé que en el fondo simpatiza con él y a medida que lee piensa 
en mi persona, tan dada a los excesos, luego intenta dormir, pero es inútil. Nos trenzamos en un 
larguísimo beso, que termina con nosotros sobre la alfombra haciendo un estropicio cateto, que 
intentarán ordenar los limpiadores de la habitación que mañana vendrán. Y así han sido 
todas, absolutamente todas las noches desde que llegamos, incluso inauguramos el Leighton Studio 
number one en el bosque con música de Beethoven y pasos de baile de Celia Cruz, para luego 
dedicarnos a hacernos girar mutuamente en la sillas con rueditas perfectamente aceitadas y 
proceder a lo pertinente, gritando como posesos al saber que nadie nos escuchaba, y quedar unidos 
durante casi dos horas, hasta que llegó el momento de retirarnos hacia la habitación en Lloyd 
Hall, caminando entre el frío bosque todavía cubierto de nieve en el que luces extrañas se 
encienden y se apagan a nuestro paso. Ni siquiera los ciclos de la naturaleza nos han impedido 
emprender nuestros jolgorios. Tras el más reciente, L se refugió en mis brazos a dormir y dijo: 
"Ya casi estoy sintiendo las llamas del infierno". No te preocupes, le respondí, allí te encontrarás 
con gente muy divertida, como Pushkin.


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