CANADÁ: EN EL PARAISO DE LAS ARTES II
noviembre 12, 2010
Los excesos previos
Por la noche, después de cenar, L apagó las luces y encendió su cuerpo y el mío, mientras afuera se sentían los murmullos del bosque y podíamos ver las sombras de los árboles. Como no había cama, extendimos los almohadones de los sillones en el suelo, que es un verdadero tesoro, y allí pudimos ser felices, permitiéndonos gritar libremente nuestro placer, sabiendo que no hay absolutamente nadie a la redonda, solo bosque, animales nocturnos.
Hoy, después de un sueño delicioso, desperté con dolor de cabeza. L durmió hasta las nueve (no en el estudio, sino en Lloyd Hall) y cuando despertó arreglamos cuentas. Cuál es su dinero, cuál el mío. Mientras escribo esto veo pasar un ciervo pequeñito que se estaciona frente a mi ventana a mirarme. Nadie debe atreverse a acercarse a los animales. Hay multas hasta de 500 dólares. Las autoridades quieren que los pobladores se vayan de Banff, para que queden solo los animales, nos comentó una viejita en Banff Avenue.
A cambio de toda esta felicidad que me das te voy a dar pasión, lo que te gusta, dijo L, que está leyendo los Diarios Secretos de Pushkin, frente a los cuales palidecen las Cartas a Nora de Joyce.
Gracias a Rodrigo Sigal, otro de los becarios del FONCA en Banff, descubro que en la biblioteca, exactamente dos pisos bajo mi cuarto, hay una fonoteca con TODO. Y todo significa todos los cuartetos de Beethoven que he estado buscando desde hace años, y que sólo ahora podré escuchar uno tras otro, e incluso grabar, pues en mi estudio hay un equipo de sonido de primera. Mi idea es ver qué puedo aprender de Beethoven. Por lo pronto, escuchando el Cuarteto de cuerdas no. 12 opus 127, me percato de que el Beethoven tardío que lo compuso tenía la tendencia a producir un fraseo diferente a todos y frecuentes e inesperados cambios de forte a piano y viceversa.
Mientras escucho este cuarteto, estoy casi inmovilizado por el cansancio. Mi esposa me estuvo leyendo los Diarios secretos de Pushkin y después de asistir a semejante despliegue de imaginación y libertad, pasó de nuevo lo que había de suceder, por tercera vez desde que llegamos a Banff. Y todo sucedió en menos de media hora, pues comenzamos a las tres y media y a las cuatro tenía cita precisamente con Rodrigo Sigal para jugar básquet. Cumplí pues la cita, toda embarrado de amor, y supe derrotar a Rodrigo, siete veces (lo que no es mérito, pues, aunque diez o quince años menor que yo, es un jugardor bastante deficiente y pasadito de peso). Una vez que Rodrigo se retiró, seguí jugando con un equipo de gringos, hasta que ya simplemente no pude más. Regresé a mi habitación, donde ya estaba L de regreso de las compras, y ella me invitó al estudio, donde ahora escribo esto y escucho el cuarteto mencionado, antes de cenar e ir de nuevo al Edificio Sally Borden, donde nos daremos una whirlpoolazo -espero los lectores sepan disculpar este barbarísimo término- que me calmará el dolor de cintura y me dejarrá derrotado para siempre hasta mañana, día en el que todo comenzará, sin que en realidad me haya sentado a emprender mi verdadero proyecto que es la corrección de El amor pleno.
Terminé de leer La comedia de los errores, de Shakespeare, de la que me quedaron algunas frases: "El ave fría grita lejos del nido, así como la esposa habla mal de su esposo para alejar a las otras mujeres".
Algo sorprendente: en Canadá no hay Marlboro. Estuve perplejo ante una cantidad de marcas de cigarros, a precios sorprendentes, hasta que escogí du Maurier, que me costaron 6 dolares 50, casi cincuenta pesos mexicanos.
Todo está electrificado en la cabaña de Hemingway: los apagadores, la cocina, el refrigerador, la estufa, la computadora. De todo lo que uno toca sale una chispa. Yo ya me acostumbré. L sigue gritando cada vez que salta la chispa al toque de sus dedos.
Hoy martes nos levantamos a las diez de la mañana, después del ajetreo de ayer. Todavía conservo el cuerpo adolorido y me prometo no volver a incurrir en excesos. Lo primero que hago al llegar al estudio es tocar la computadora. Inmediatamente salta la chispa. Ya voy entendiendo: es como una transferencia, como una relación entre las cosas y uno. Antes estabamos separados, ahora unidos. La chispa convierte las dos cosas en una, la chispa intergra todo lo que hay alrededor con la persona. Yo estoy encantado con este descubrimiento.
Caminata por el bosque
Hoy L me dijo que me iba a llevar a un sitio especial. Caminamos por una vereda que descendía por el bosque hasta llegar a una espesura cerrada, súbitamente dijo espérate, cierra los ojos. Y entonces me llevó con los ojos cerrados, de la mano, hasta que dijo abre los ojos. Ante mí estaba un río totalmente congelado. Al frente una arboleda que ascendía a la montaña del Oso Dormido y en ella, lo que parecía un castillo de inimaginable tamaño y belleza que luego sabríamos era el Hotel Banff Springs. Caminamos río arriba, habría que decir hielo arriba, ya estaba anocheciendo y Lcomenzó a flaquear, quería que regresáramos. Yo estaba empeñado en que llegáramos al castillo, sobre el que campeaba la bandera de Canadá. Bordeamos cañadas rocosas, ascendimos y descendimos, hasta que vimos un lugar donde ya no había hielo sino un agua transparente y calma, seguimos la vereda que bordeaba el río, con la idea de que en algún punto ibamos a encontrar un puente que nos permitiera atravesar. Nunca lo logramos. Llegamos a una cañada donde el río formaba rápidos sobre una superficie rocosa. Comenzó a nevar y pensé que el castillo era una alucinación, como esos oasis que engañan a los viajeros y que seguiríamos caminando interminablemente hasta que se hiciera noche cerrada y tuviéramos que dormir a la intemperie, pero, en otra esquinita de mi ser más doméstico, yo tenía fe que en cualquier momento aparecería la carretera, y finalmente así fue. Nunca llegamos al castillo pero sí a carretera. Creíamos haber caminado millas y millas, pero al tomar la carretera nos dimos cuenta que apenas estabámos a unos cuatro kilómetros del Centro Banff. A pesar de la cintura lastimada no tuve problemas.
Cuando yo me vaya quién te va a cuidar, Colombitas, vas a querer escalar todas las montañas y nadar en todos los ríos, y correr hasta Vancouver y de regreso a Toronto y andarás persiguiendo a las pobres muchachitas que serán víctimas de tu curiosidad. Eso decía L temiendo que su esposo terminara convertido en bloque de hielo fiambre o cediendo su integérrima castidad conyugal (que, por otra parte, ya ha perdido en tantas aventuras imaginarias).
Las facilidades para los artistas de los Leighton Studios son asombrosas. Basta presentar la credencial que tiene bajo la foto correspondiente el pomposo título de artista para disponer del mejor gimnasio, sauna, pesas, la piscina, tina de hidromasaje que compartimos con las japonesas y las más hermosas criaturas del mundo, que naturalmente no miro. Ay, Colombitas, que vas a hacer con tantas tentaciones ahora que yo no esté. Seré un monje, mi amor, escribiré doce horas diarias, escucharé a Beethoven y leeré a Shakespeare y jugaré basquet hasta la extenuación y cuando regrese a Xalapa seré un esbelto mancebo que habrá terminado su novela.
El miércoles por primera vez me pude sentar a escribir. Cinco horas de trabajo ininterrumpido me permitieron revisar 70 páginas de la segunda novela, La Hermosa vida (tengo que aclarar que este título lo usé también para mis anteriores colaboraciones en sábado, pero que en realidad son dos cosas diferentes). En general me gusta la novela. Tiene la virtud de la variedad, cada capítulo aborda diferentes situaciones y personajes, hay intensidad y desolación en el protagonista, pero también una tensión constante hacia algo, que sólo se solucionará en la última novela.
Mañana L irá a Calgary y estaré solo para emprender las otras 70 páginas. El sábado habré terminado de corregir la segunda novela.
La verdad es que la vida tiene sus planes y uno no es sino instrumento de ella. En el último momento cuando vi que había espacio en el auto que llevaría a L a Calgari, me apunté, dejando a un lado las setenta páginas del día. Recorrimos algunos kilómetros de territorio de las montañas rocosas hasta llegar a Canmore, luego por terreno llano, arbolado, cubierto de nieve, hasta Calgary, que parece una típica ciudad norteamericana. Supermercados esparcidos por los alrededores y el centro de la ciudad marcado por la presencia de los edificios altos. Calgary es una ciudad petrolera y el evento al que se le da más importancia es La Estampida. Vaqueros de todo el mundo llegan a la ciudadad a mostrar sus habilidades. Fuimos a una tienda de artículos musicales. Había de todo: Lupita Dalesio y Juan Gabriel, Sandro de América y Leo Dan. Nada especial vimos en esa ciudad. Muchos chinos y japoneses. Pocos edificios altos. Calles limpias, todo ordenado. En una tienda de artículos viejos L se estuvo probando sombreros del siglo pasado. Le tomé varias fotos.
A muchos canadienses el rostro de L les causa curiosidad, dicen que parece una inuit, una esquimal. El color de sus ojos, extraño por aquí, también les gusta: son del color de la miel, muy lindos y almendrados. Vimos a dos hombres de negocios impecablemente vestidos, fumando marihuana en su limousina, en pleno centro de Calgary. También a un machote del color de los mangos de manilla con mejillas encarnadas y ropa de cuero negro.
Las guías del viaje a Calgary, Tara y Sanis, muy amables. El auto, un chevrolet Lumina 97, propiedad del Centro para las Artes de Banff, corrió a más de 120 kilómetros por hora con delicadeza de alfombra mágica. L llenó un carrito de ropa de marca a mitad de precio por cien dólares. Francamente no sé dónde ve a llevar tanta cosa. Yo me compré una pantaloneta de marca Nike por 20 dólares. El grabador mexicano Joel Rendón, que nos acompañaba, me advirtió: "Cuidado con lo que hablas, Sanis es lesbiana y puede ofenderse". Creo que más bien la advertencia tenía la intención de que protegiera a L, quien ha permitido una rápida confianza con Sanis. Ella ha invitado a mi esposa a pasear por el bosque, a ir a su casa, a ir al garage sale del sábado. Yo no me atrevo a comentarle el asunto a L, pues sé que le amargaría la estancia en Banff. Lo más probable es que Sanis se porte cortésmente y que no intente ir más allá.
Por la noche, después de cenar, L apagó las luces y encendió su cuerpo y el mío, mientras afuera se sentían los murmullos del bosque y podíamos ver las sombras de los árboles. Como no había cama, extendimos los almohadones de los sillones en el suelo, que es un verdadero tesoro, y allí pudimos ser felices, permitiéndonos gritar libremente nuestro placer, sabiendo que no hay absolutamente nadie a la redonda, solo bosque, animales nocturnos.
Hoy, después de un sueño delicioso, desperté con dolor de cabeza. L durmió hasta las nueve (no en el estudio, sino en Lloyd Hall) y cuando despertó arreglamos cuentas. Cuál es su dinero, cuál el mío. Mientras escribo esto veo pasar un ciervo pequeñito que se estaciona frente a mi ventana a mirarme. Nadie debe atreverse a acercarse a los animales. Hay multas hasta de 500 dólares. Las autoridades quieren que los pobladores se vayan de Banff, para que queden solo los animales, nos comentó una viejita en Banff Avenue.
A cambio de toda esta felicidad que me das te voy a dar pasión, lo que te gusta, dijo L, que está leyendo los Diarios Secretos de Pushkin, frente a los cuales palidecen las Cartas a Nora de Joyce.
Gracias a Rodrigo Sigal, otro de los becarios del FONCA en Banff, descubro que en la biblioteca, exactamente dos pisos bajo mi cuarto, hay una fonoteca con TODO. Y todo significa todos los cuartetos de Beethoven que he estado buscando desde hace años, y que sólo ahora podré escuchar uno tras otro, e incluso grabar, pues en mi estudio hay un equipo de sonido de primera. Mi idea es ver qué puedo aprender de Beethoven. Por lo pronto, escuchando el Cuarteto de cuerdas no. 12 opus 127, me percato de que el Beethoven tardío que lo compuso tenía la tendencia a producir un fraseo diferente a todos y frecuentes e inesperados cambios de forte a piano y viceversa.
Mientras escucho este cuarteto, estoy casi inmovilizado por el cansancio. Mi esposa me estuvo leyendo los Diarios secretos de Pushkin y después de asistir a semejante despliegue de imaginación y libertad, pasó de nuevo lo que había de suceder, por tercera vez desde que llegamos a Banff. Y todo sucedió en menos de media hora, pues comenzamos a las tres y media y a las cuatro tenía cita precisamente con Rodrigo Sigal para jugar básquet. Cumplí pues la cita, toda embarrado de amor, y supe derrotar a Rodrigo, siete veces (lo que no es mérito, pues, aunque diez o quince años menor que yo, es un jugardor bastante deficiente y pasadito de peso). Una vez que Rodrigo se retiró, seguí jugando con un equipo de gringos, hasta que ya simplemente no pude más. Regresé a mi habitación, donde ya estaba L de regreso de las compras, y ella me invitó al estudio, donde ahora escribo esto y escucho el cuarteto mencionado, antes de cenar e ir de nuevo al Edificio Sally Borden, donde nos daremos una whirlpoolazo -espero los lectores sepan disculpar este barbarísimo término- que me calmará el dolor de cintura y me dejarrá derrotado para siempre hasta mañana, día en el que todo comenzará, sin que en realidad me haya sentado a emprender mi verdadero proyecto que es la corrección de El amor pleno.
Terminé de leer La comedia de los errores, de Shakespeare, de la que me quedaron algunas frases: "El ave fría grita lejos del nido, así como la esposa habla mal de su esposo para alejar a las otras mujeres".
Algo sorprendente: en Canadá no hay Marlboro. Estuve perplejo ante una cantidad de marcas de cigarros, a precios sorprendentes, hasta que escogí du Maurier, que me costaron 6 dolares 50, casi cincuenta pesos mexicanos.
Todo está electrificado en la cabaña de Hemingway: los apagadores, la cocina, el refrigerador, la estufa, la computadora. De todo lo que uno toca sale una chispa. Yo ya me acostumbré. L sigue gritando cada vez que salta la chispa al toque de sus dedos.
Hoy martes nos levantamos a las diez de la mañana, después del ajetreo de ayer. Todavía conservo el cuerpo adolorido y me prometo no volver a incurrir en excesos. Lo primero que hago al llegar al estudio es tocar la computadora. Inmediatamente salta la chispa. Ya voy entendiendo: es como una transferencia, como una relación entre las cosas y uno. Antes estabamos separados, ahora unidos. La chispa convierte las dos cosas en una, la chispa intergra todo lo que hay alrededor con la persona. Yo estoy encantado con este descubrimiento.
Caminata por el bosque
Hoy L me dijo que me iba a llevar a un sitio especial. Caminamos por una vereda que descendía por el bosque hasta llegar a una espesura cerrada, súbitamente dijo espérate, cierra los ojos. Y entonces me llevó con los ojos cerrados, de la mano, hasta que dijo abre los ojos. Ante mí estaba un río totalmente congelado. Al frente una arboleda que ascendía a la montaña del Oso Dormido y en ella, lo que parecía un castillo de inimaginable tamaño y belleza que luego sabríamos era el Hotel Banff Springs. Caminamos río arriba, habría que decir hielo arriba, ya estaba anocheciendo y Lcomenzó a flaquear, quería que regresáramos. Yo estaba empeñado en que llegáramos al castillo, sobre el que campeaba la bandera de Canadá. Bordeamos cañadas rocosas, ascendimos y descendimos, hasta que vimos un lugar donde ya no había hielo sino un agua transparente y calma, seguimos la vereda que bordeaba el río, con la idea de que en algún punto ibamos a encontrar un puente que nos permitiera atravesar. Nunca lo logramos. Llegamos a una cañada donde el río formaba rápidos sobre una superficie rocosa. Comenzó a nevar y pensé que el castillo era una alucinación, como esos oasis que engañan a los viajeros y que seguiríamos caminando interminablemente hasta que se hiciera noche cerrada y tuviéramos que dormir a la intemperie, pero, en otra esquinita de mi ser más doméstico, yo tenía fe que en cualquier momento aparecería la carretera, y finalmente así fue. Nunca llegamos al castillo pero sí a carretera. Creíamos haber caminado millas y millas, pero al tomar la carretera nos dimos cuenta que apenas estabámos a unos cuatro kilómetros del Centro Banff. A pesar de la cintura lastimada no tuve problemas.
Cuando yo me vaya quién te va a cuidar, Colombitas, vas a querer escalar todas las montañas y nadar en todos los ríos, y correr hasta Vancouver y de regreso a Toronto y andarás persiguiendo a las pobres muchachitas que serán víctimas de tu curiosidad. Eso decía L temiendo que su esposo terminara convertido en bloque de hielo fiambre o cediendo su integérrima castidad conyugal (que, por otra parte, ya ha perdido en tantas aventuras imaginarias).
Las facilidades para los artistas de los Leighton Studios son asombrosas. Basta presentar la credencial que tiene bajo la foto correspondiente el pomposo título de artista para disponer del mejor gimnasio, sauna, pesas, la piscina, tina de hidromasaje que compartimos con las japonesas y las más hermosas criaturas del mundo, que naturalmente no miro. Ay, Colombitas, que vas a hacer con tantas tentaciones ahora que yo no esté. Seré un monje, mi amor, escribiré doce horas diarias, escucharé a Beethoven y leeré a Shakespeare y jugaré basquet hasta la extenuación y cuando regrese a Xalapa seré un esbelto mancebo que habrá terminado su novela.
El miércoles por primera vez me pude sentar a escribir. Cinco horas de trabajo ininterrumpido me permitieron revisar 70 páginas de la segunda novela, La Hermosa vida (tengo que aclarar que este título lo usé también para mis anteriores colaboraciones en sábado, pero que en realidad son dos cosas diferentes). En general me gusta la novela. Tiene la virtud de la variedad, cada capítulo aborda diferentes situaciones y personajes, hay intensidad y desolación en el protagonista, pero también una tensión constante hacia algo, que sólo se solucionará en la última novela.
Mañana L irá a Calgary y estaré solo para emprender las otras 70 páginas. El sábado habré terminado de corregir la segunda novela.
La verdad es que la vida tiene sus planes y uno no es sino instrumento de ella. En el último momento cuando vi que había espacio en el auto que llevaría a L a Calgari, me apunté, dejando a un lado las setenta páginas del día. Recorrimos algunos kilómetros de territorio de las montañas rocosas hasta llegar a Canmore, luego por terreno llano, arbolado, cubierto de nieve, hasta Calgary, que parece una típica ciudad norteamericana. Supermercados esparcidos por los alrededores y el centro de la ciudad marcado por la presencia de los edificios altos. Calgary es una ciudad petrolera y el evento al que se le da más importancia es La Estampida. Vaqueros de todo el mundo llegan a la ciudadad a mostrar sus habilidades. Fuimos a una tienda de artículos musicales. Había de todo: Lupita Dalesio y Juan Gabriel, Sandro de América y Leo Dan. Nada especial vimos en esa ciudad. Muchos chinos y japoneses. Pocos edificios altos. Calles limpias, todo ordenado. En una tienda de artículos viejos L se estuvo probando sombreros del siglo pasado. Le tomé varias fotos.
A muchos canadienses el rostro de L les causa curiosidad, dicen que parece una inuit, una esquimal. El color de sus ojos, extraño por aquí, también les gusta: son del color de la miel, muy lindos y almendrados. Vimos a dos hombres de negocios impecablemente vestidos, fumando marihuana en su limousina, en pleno centro de Calgary. También a un machote del color de los mangos de manilla con mejillas encarnadas y ropa de cuero negro.
Las guías del viaje a Calgary, Tara y Sanis, muy amables. El auto, un chevrolet Lumina 97, propiedad del Centro para las Artes de Banff, corrió a más de 120 kilómetros por hora con delicadeza de alfombra mágica. L llenó un carrito de ropa de marca a mitad de precio por cien dólares. Francamente no sé dónde ve a llevar tanta cosa. Yo me compré una pantaloneta de marca Nike por 20 dólares. El grabador mexicano Joel Rendón, que nos acompañaba, me advirtió: "Cuidado con lo que hablas, Sanis es lesbiana y puede ofenderse". Creo que más bien la advertencia tenía la intención de que protegiera a L, quien ha permitido una rápida confianza con Sanis. Ella ha invitado a mi esposa a pasear por el bosque, a ir a su casa, a ir al garage sale del sábado. Yo no me atrevo a comentarle el asunto a L, pues sé que le amargaría la estancia en Banff. Lo más probable es que Sanis se porte cortésmente y que no intente ir más allá.
0 comentarios