EL BUEN SALVAJE
noviembre 09, 2010Diario de 1996
En una notita de tres líneas aparecida en la columna de Patricia Zama en El Buho, me entero que mi cuento "Los últimos hervores" recibió una mención especial en el concurso de la Fundación Alicia de Nayarit. El concurso lo ganó Luis Girarte, de Sahuayo, Michoacán, a quien felicito desde esta encantadora columna. Me explico a mí mismo el hecho de no haber ganado el concurso en que el cuento era, es algo fuerte y se necesitaría ser un jurado duro para premiarlo. El cuento "Los últimos hervores" es uno de los tres que escribí el año pasado y que superaron el umbral de calidad que exijo de mis textos para acceder a su publicación. Y sí, sigo participando aquí y allá, porque me divierte tener algo que esperar y poner a competir mis textos con los que hoy se producen por cantidades. No dudo que al concurso de Nayarit llegaran 300 o 400 cuentos, muchos de ellos excelentes. La prueba de la abundancia de buenos cuentistas en México está en un muestreo realizado el año pasado en un concurso convocado por Mario Rey y la revista colombo-mexicana La casa grande. (Que, de paso, ya con su primer número, recibió un apoyo de 10 000 dólares por parte de Colcultura, que es el FONCA colombiano. Felicidades Mario y adelante). El premio del concurso de Mario Rey era nada más un pasaje redondo de México-Bogotá-Mexico y llegaron como ochenta cuentos, diez de los cuales eran excelentes. Se premió, como de costumbre, uno mediocre. Yo era miembro del jurado y mandé mi voto por teléfono. Luego supe que el que yo había colocado en décimo lugar, había sido situado por los otros jurados en primer lugar. El año pasado participé en otro concurso: el Juan Rulfo de París, que ganó Mario Monteforte Toledo. Hay que aclarar un asunto algo confuso: generalmente en los concursos no ganan los mejores cuentos, sino los que más coinciden con las debilidades de los jurados).
El viaje de regreso a Xalapa lo inicié a las tres de la mañana de un sábado. Todo resultó bien en este viaje, milimétrico, me trataron como si en verdad yo fuera muy importante, me hicieroon sentir que yo valía algo. Llegando me encuentro con la novedad de que muy pronto deberé regresar al norte, incluso con mayores ventajas que ahora.
La hermosa vida. Cualquiera diría que todos son privilegios en mi vida. Les respondo: me los he ganado con 47 años de trabajo constante: fui vendedor de macetas en San Isidro y violinista ambulante en cantinas de pueblo chico, vendedor de revistas Vanidades, de tarjetas navideñas, de semillas, fui maestro rural a los 17 años en un pueblo cercano a la frontera de Costa Rica con Panamá, fui peón de carreteras y luego tomador de tiempo y después intérprete, fui guía de exploradores en las selvas de San Vito de Java (y esa es una aventura digna de una novela de Alvaro Mutis), fui ayudante de mecánico en Port Salerno, en Florida, fundé los talleres literarios del Instituto de Artes en Monterrey y profesor en la Universidad de Kansas. Traduje libros religiosos para una secta noteamericana. Fui reportero en el congreso de los brujos en Bogotá y en las guerras sandinistas, aunque nunca pude manejar una ametralladora. En el congreso de los brujos conocí que efectivamente existen personas con poderes sobrenaturales. Ello lo entendí cuando recibí un abrazo y unos topes de la frente de una bruja africana. Fui guionista y actor y efectista de radio y finalmente soy el que soy. A los 47 años, después de tanto trabajar, tengo mis privilegios, gozo de ellos y me río de mis enemigos, incluso de los que dicen que nunca leen mis colaboraciones en este medio. Soy un buen salvaje.
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