EL EGO, EL MACHO DEPREDADOR Y HAWKING (MÁSCARA)
mayo 16, 2012
Hoy:
camino como señora que acaba de salir de parto, mis dos manos en la región
lumbar. El viernes pasado jugué bajo la lluvia y el domingo fui a jugar ya con
el dolor de ciática. ¿No entiendes que ya tienes 63 años, Garrik? (La rafflesia arnoldii, es
popularmente conocida como flor-monstruo. Se encuentra en las selvas de Sumatra,
sus pétalos llegan a tener de un metro y a
pesar hasta un kilo. Otro buen nombre para La Nauyaca). Todo quedaría en una
presunción de macho depredador si yo (o mi protagonista, Ventura) no hubiéramos
tratado de encontrarle un sentido, el sentido, a la especie de manía
coleccionista de mujeres, en general ejemplares raros, pero (creo) no fue algo
tan elemental y digno de un macho inmaduro o adolescente con sueños de don
Juan: se trataba más en el fondo que en la superficie, de encontrar algo como
un big-bang, un suceso trascendente, fundacional o una ruptura en mi vida, algo
que me sacara del natural narcicismo que ha regido mi vida: encontrar en el
mundo que existe algo fuera, algo allende mi persona: no solamente un reflejo digno, a mi altura o quizás mejor,
sino un ser, un ser exterior, una estrella de magnitud suficientemente poderosa
como para que yo, el gran ego, pudiera girar en torno a ella y sin embargo
seguir conservando mi esencia, mi ser espiritual, en síntesis, buscar el amor,
que si mueve el cielo y las estrellas
también debería moverme a mí, que por más grande que me crea, debo reconocerme
parte de la enorme inconmensurable creación. El universo, dice Hawking, tiene
miles de millones de galaxias en las que hay miles de millones de estrellas en
torno a las cuales giran miles de millones de planetas. Y esto es lo que
podemos saber hoy de alguna manera: falta saber que si existen miles de
millones de universos paralelos en los que acaso se repliquen con ligeras
variaciones cada uno de los seres que habitamos en este universo contingente en
el que nos ha tocado vivir.
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