La rubia Shaka La Polaca que amaba a Chopin
octubre 25, 2012
Bebimos ron Habana
con jugo de naranja y luego vino Hidalgo. La rubia visión de nariz espantosa y
pechos privilegiados bebía a largos tragos. Yo era más bien breve, consciente
como estaba de que estaba violando las prescripciones médicas (remember que
tenía unos bichitos de oro en mi aparatito del amor).
Cuando llegué al
apartamento, que queda en la parte trasera del jardín de los Valderrábano,
paisaje hermoso, floresta fresca y húmeda, flores y pájaros multicolres y
parleros, parlanchinos y escandalosos, arroyo apestoso al fondo de un barranco, Shaka estaba traduciendo un cuento
de Stanislaw Lem.” Se pronuncia Stanisjuv, como se pronuncia Marek Juasko y no
Lasko”, me había dicho.
Vestía un pantalón
verde olivo, su poncho cubano, sus enormes anteojos y chanclas de cuero curado (dijo luciendo su
atuendo como en un muy exclusivo desfile de modas). (Hoy 20 de octubre de 2012
se puede ver Shaka, con su nariz enderezada y unos anteojos con marco de oro en
CNN, reporteando noticias sobre guerras, terremotos, líos de las últimas
monarquías de Europa y festivales cinematográficos.)
Lo más difícil fue
quitarle los anteojos. Logré hacerlo dos o tres veces y ella misma se los
volvió a acaballar en la horrísona nariz (hoy que ya es reportera de CCN tiene
su apéndice nasal menos oneroso y unos
anteojos de lujo, que enmarcan sus glaciales ojos verdes). En una oportunidad
ella misma se los quitó (lo anteojos, aclaro). Luego de acariciarle un brazo,
no sé si el derecho o el izquierdo –supongo que el detalle es intrascendente,
aunque la Teoría del Caos sostenga que nada lo es—y besarla en la boca. Una
boca muy pequeña, muy rosada y muy fría, que hacía juego con el color y la
frialdad de sus pezones. La blancura de la piel de Shaka es deslumbrante, como
la nieve interminable de Siberia, supongo, y contra el tono rojo de mi piel de
pielrroja –hija de mis tremendas asoleadas en el básquet—formaba un contraste
bastante digamos alucinógeno. Como que algo no embonaba bien en esos dos
colores encontrados: princesa polaca contra indígena sioux. La miré muy de
cerca. Vi una mancha en la punta de la estrepitosa nariz.
Me vio mirarla y
pronto se disculpó:
--Me estuve
asoleando desnuda en el patio y sólo me quemé la nariz.
Imaginé a una
multitud de albañiles asomándose por todos los ángulos del mundo e incluso a
algunos angelitos glotones espiando entre los huecos de las nubes. La imaginé como una especie de madre
incestuosa y complaciente onaneando a sus hijos.
Permanecimos, casi
pernoctamos, por la larguitud del evento, abrazados e inmóviles, como monjes
budistas esperando la revelación. Cansado de tanto misticismo decidí una jugada
más bien burda: le puse una mano en el seno (izquierdo o derecho, no sé).
--Quítate la blusa.
--Si me la quito me
muero.
Puse a sonar un
casette que grabé con la actuación de Concha y Mistercolombias en plena
práctica de las posiciones sugeridas por el Jeque Nefzaqui, suspiros,
interjecciones, etc.
--Quita eso.
Luego yo mismo puse
en la casetera las polonesas de Chopin, sabiendo el efecto que tienen en la
sangre de una ex revolucionaria polaca como Shaka. Se levantó del duro lecho
–el colchón está puesto directamente sobre una plancha de concreto en los “apartamentos
confortables y económicos Valderrábano”—y se dedicó a bailar como Isadora
Duncan ante los jerarcas nazis. En su danza, lenta, muy lenta, mostraba una
sensualidad de cobra, de sabia prostituta centro europea, de Mata Hari
reconcentrada. “Pero con ese candor de las que sólo se han entregado una sola
vez… por amor”, pensé dejándome llevar por la pernicia literaria.
Me pidió que le
hiciera preguntas de sí o no.
Me sometí al
imbécil y atrabiliario juego. No lo reproduzco por compasión al impaciente e
hipotético lector.
Luego emitió un
discurso sobre los machos que muestran todas sus virtudes a las mujeres para
seducirlas y luego escribir en sus
diarios de seductor. Enarqué las cejas y arrugué el entrecejo (supongo).
--No estoy hablando
de ti. Hablo en general.
--¿Entonces
infieres que todos los machos seductores llevan un diario?
--Eres insoslayable
–a veces Shaka se gastaba unos adjetivos medio onettianos--. Mira,
Mistercolombias, descansa en mí como en una hermana. Deja a un lado esas
insustancialidades sexuales. Descansa en mí, hermano en el espíritu, mon
semblable.
Perdón. Miento. El
que dijo “descansa en mí” fui yo. El resto de la frase es literatura.
La famosa frase, “descansa
en mí” la relajó. Golpeó con sus palmas mis palmas a la manera de los
voleibolistas y literalmente se arrojó a
mis brazos. Volvimos a incurrir en los besos y nos abandonamos a caricias más
que obscenas. Entonces vino el reproche (un hermano mío que también es nadador
acostumbra a decir “mujer que no reprocha es macho”):
--Dijiste que podría
descansar en ti como en un hermano.
--Claro, como en un
hermano … incestuoso. ¿O qué esperabas de mí, un tataranieto de Poe y bisnieto
de Poe.
Después estuvimos
comiendo mango. Me dediqué a besarle la frente.
--Así me besaba mi
padre.
Al despedirnos en
blanco me ofreció de nuevo la frente. No entendí el gesto. De todos modos le
volví a besar (ahora tenuemente) la frente, “la frente que más he amado en la
vida”, dice no sé qué poeta (aunque esto no sea cierto en el caso en cuestión).
1 comentarios
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