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Monterroso y el dinosaurio en Xalapa hace varios años

marzo 20, 2013


 Xalapa, algún día hace más de diez años...

Augusto Monterroso, el pequeño gran escritor y actual Premio Príncipe de Asturias, recibió en pasados días el homenaje, un reconocimiento, una medalla conmemorativa, elogios sin medida de sus colegas escritores y académicos y leyó ante un auditorio entusiasta, algunos de sus ensayos personales. Todo ello sucedió en Xalapa, México, a fines de noviembre y fue organizado por la Universidad Veracruzana, cuyo actual rector, Víctor Arredondo, se ha caracterizado por emprender grandes obras, planes muy interesantes de reformar la Universidad Veracruzana y el obvio deseo de reelegirse para terminar sus proyectos (el más ambicioso es el llamado "Campus de la Cultura y las Artes", que incluye una de las bibliotecas más grandes de Latinoamérica, enormes extensiones verdes, canchas de todo tipo, un gimnasio monumental, lagos y cigüeñas surcando el paisaje).
Monterroso, que ha hecho de la brevedad y la modestia -es fácil ser modesto cuando se es pequeño, como que ya trae uno las pilas de la modestia incluidas- sonreía levemente ante el alud de elogios y no pudo evitar la creación de una especie de aforismo, cuando Sergio Pitol (que se ha convertido en el trapito de dar brillo a todos los escritores famositos que llegan a Xalapa) lo llamó "uno de los escritores más grandes de la lengua" y "un clásico viviente". Dijo Monterroso: "Avancé algo de un temor que me estaba invadiendo: el que empiezo a creer los elogios que me dicen mis amigos en estas ocasiones". Luego, al leer uno de sus ensayos sobre la vanidad de los escritores señaló que sólo hay un elogio que pueda satisfacer a un escritor: que es el más grande que haya existido desde el principio de los tiempos.
Jorge Ruffinelli, Margo Glantz, Sealtiel Alatriste, el colombiano Hugo Chaparro y otros escritores y académicos leyeron textos sobre Monterroso, quien los escuchaba con rubor y de vez en cuando escribía en una servilleta y bebía un trago de agua para apurar tanto adjetivo. Cuando le tocó el turno de hablar, Monterroso engarzó sentencia tras sentencia: "Cuando comenzaba a escribir leí a algunos latinos que recomendaban la brevedad y la concisión. Creí en Gracián cuando dijo: Lo bueno, si breve, dos veces bueno... La brevedad es un ideal que puede llevar al fracaso...El famoso dinosaurio (Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí) me hizo famoso, pero también me perjudicó. Algunos lectores suponen que fue lo único que escribí... El escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir largos textos.
Los ensayos personales que leyó, uno dedicado a Horacio Quiroga, otro a la fuga de cerebros y un tercero a la poesía quechua, hicieron Augusto revivir en los asistentes la magia auténtica que tiene la palabra, cuando la inteligencia y el talento se aplica a ellos. Particularmente el dedicado la la fuga de cerebros fue una demostración valiente y perfectamente lógica de que los lugares comunes (por ejemplo la lamentación de "los países en vías de desarrollo" por la fuga de las inteligencias más destacadas) generalmente están basados en imbecilidades que la mayoría de "los pensantes" aceptan.
¿Qué pasa con los cerebros que no se fugan?, se preguntó. Terminan aplastados por la mediocridad municipal, por la envidia y la pequeñez. No hay mejor cerebro que un cerebro fugado, es una demostración de que en nuestros países no se producen sólo bananos. Es mejor exportar cerebros que mano de obra, que explotados, que miseria. Un cerebro latinoamericano puesto en Europa o en Estados Unidos, hace mejor labor diplomática -y más barata- que los ociosos agregados culturales que cobran fortunas y no hacen nada sino engordar y volverse cada vez más inútiles.
Las anteriores ideas, la personalidad agradable, sin prensiones y la disposición a aceptar homenajes, medallas, discursos, cenas y acosos de lectores, fueron notas destacadas de la presencia de este escritor, que fue calificado por el editor de Herralde :"Augusto Monterroso, nuestro pequeño rey, ahora Príncipe de Asturias".
Por lo pronto debió quedar bastante satisfecho, pues Sergio Pitol le enrostró un par de elogios que asumió con casta: "Uno de los escritores más grandes de la lengua" y "un clásico viviente". Monterroso estuvo a punto de vivir in cold blood uno de sus propios ingenios. No le dijeron que era el escritor más grande de todos los tiempos, pero faltó poco para ello.

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4 comentarios

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