Vila-Matas y mi novela en proceso, Sin máscara frente al espejo
abril 25, 2013
Hoy 13 de octubre de 2012, a las 6: 49 de la tarde terminé, con enorme
alivio, la lectura de El mal de Montano de Vila-Matas, el insufrible. Más allá
de las sensaciones y razonamientos que me produjo durante varios días el
libro (la novela, más bien: una especie de itinerario de lecturas, plagado de
citas textuales, en general subrayables) poco me queda: el libro podría
reducirse a la siguiente frase: la historia de la humanidad es el relato hecho
carne del gradual extinguirse del espíritu. Un Hegel al revés. Entendí: 1, que
Vila-Matas anticipó mi proyecto de Sin máscara frente al espejo 2, que uno
escribe para escribir y que eso es lo único que a uno como escritor le importa
3, que el matrimonio es un yugo y una cadena de la cual el escritor trata de
escapar toda la vida 4, que en realidad uno siempre termina escribiendo un
diario 5, que uno, si quiere ser un escritor, y serlo a fondo, sin piedad y sin
aliento, no tiene otra alternativa que ser la medida de todas las cosas 6, y
que si no lo fuera, se dedicaría a otro oficio. Y a otra cosa. Entrevista a mi
amigo el novelista Tomás González: me entero que vive lejos del mundo, aislado,
cerca del pueblo de Cachipay, al lado de un torrente de agua salvaje y
cristalina, con tres perros, varios gatos y gansos, que su mujer, Dora, ya no
vive con él, que Tomás ahora tiene por compañera a una campesina muy morena y
muy paciente, que a dos de sus hermanos los asesinaron, que tiene gran éxito
literario (El nuevo García Márquez, se titula, con muy poca originalidad, la
entrevista en la revista El Gatopardo) y que sus novelas las han traducido a
varios idiomas, me entero también que no quiere ver a nadie y que se ha armado
de una filosofía de vida que le permite comprender con una sonrisa oriental la
muerte, al violencia, la desgracia de vivir en un país como Colombia, donde
suceden a diario las cosas más atroces. Hoy vi en la calle la siguiente escena:
una mujer estuvo a punto de atropellar a un muchacho que atravesaba una avenida
con aire soñador; la mujer se bajó de su brillante camioneta de esposa de nuevo
rico, se plantó frente al muchacho y comenzó a proferir los insultos más atroces;
el muchacho le recetó un puñetazo en plena jeta, que la dejó sentada en el
arroyo; los que asistimos a la escena no quisimos intervenir: el muchacho se
alejó caminando tranquilamente: poco faltó para que le aplaudiéramos. Hay en el
anterior párrafo una especie de espíritu que me gustaría fuera el estribillo,
leit motiv o razón o guía de ruta de todo lo que estoy escribiendo: pasar de un
tema a otro, de una escena a otra, de un razonamiento a otro, sin transición:
movido apenas por la contigüidad de las caprichosas descargas eléctricas que
recorren mis redes neuronales.
"Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el
idiota y la otra serlo" Sigmund Freud
Anoche vino a casa Alejandro Hermosilla, un español
alucinado por México, abominador de su patria, practicante de los ritos
sagrados de los antiguos mexicas, discípulo de una sanadora, Lupita, con la que
consulta cada mañana los movimientos del día: Lupe, voy a visitar a un escritor
colombiano pero no sé si me convenga, es un hombre muy agresivo, me parece
peligroso, la gente le tiene miedo, dicen que el que le da la mano se mancha,
Lupita, ¿crees que me convenga visitar a ese hombre? Lupita le respondió (luego
Hermosillo me lo contaría): Ve con ese hombre, vas a aprender mucho, no creas
lo que dicen de él, el colombiano es un maestro iniciático encubierto, muy
encubierto. De modo que con la bendición de Lupita vino Hermosilla a casa. Ojos
claros, anticuado peinado de medio lado, mucha grasa en el pelo, ropa más bien barata, se trata (concluí) de
un tipo semejante a MT: de los que no son capaces de callar lo que piensan. Ya
había leído varios libros míos, ya había escrito un largo ensayo sobre mi Historia de todas las cosas en el que básicamente sostenía la idea de que a
partir de la publicación de mi obra habría que reescribir la historia de la
literatura hispanoamericana. El objetivo de Hermosilla era hacerme una
entrevista (bien hecha, con conocimiento del tema, había advertido) para El coloquio de los perros. La hizo. Una entrevista más bien convencional,
demasiado distante y respetuosa. Lo interesante de su visita no fue la
entrevista, ni el hecho de que se mostrara bien informado sobre mi obra y mi
vida (hasta sacó a colación el asunto de la presunta violación) sino la casi
increíble circunstancia de que en el término de
un par de meses no sólo se había leído cuatro o cinco libros míos sino
950 páginas de Sin máscara
frente al espejo (¡en pantalla!), de la cual hizo una serie de
observaciones que me parecen bastante coherentes e incluso muy útiles para
cuando me siente (el 1 de febrero del 2013) a corregirla, cortarla, recortarla,
editarla, hallarle una estructura y, en síntesis, dejarla lista para su
publicación: Dijo: 1. Me interesa fundamentalmente la relación del autor con otros
escritores: me gusta la mala leche frente a unos, la nobleza frente a otros,
los análisis íntimos de tus lecturas, 2, Me interesa la narración de tus
aventuras como escritor, tus triunfos, pero sobre todo la descripción de las
pequeñas miserias, las mezquindades, a las que se ve sometido Mistercolombias,
3, Me desagradan las historias de amor, me parece que te excedes en la
exhibición de intimidades, 4, La presencia de la esposa como ancla, como
presencia terrestre, como contrapeso a los sueños de gloria, me gusta, 5
Detesto cuando súbitamente metes artículos completos, que rompen la dinámica de
la narración.
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