Los suicidios de Andrés Caicedo
mayo 30, 2013
Andrés Caicedo: el cuento de mi vida
Apartes de la vida de Caicedo,
escritos por él mismo, y publicados por Norma cinco años atrás, en los que
habla de sus intentos de suicidio... (Pirateado de El Espectador, Bogotá).
Por: Andrés Caicedo
"Antes, mucho
antes de que me prendara de mujer alguna, mi corazón ya había sido ganado por
la violencia. Dicen que mi madre se puso fea cuando me tenía adentro, de tanta
pata y manotazo que le di. Y al nacer la dejé como con cuarenta kilos de menos.
Fui un niño gordo, cabezón, travieso como él solo (...). A los 12 años me
regalaron un rifle de copas y me la pasaba tirándoles a los ventanales de los
vecinos hasta que éstos pusieron la queja y mis padres me decomisaron el rifle.
Yo, claro, quedé muy descontento con esta medida y ahorré durante dos veranos
para comprarme mi rifle de copas, uno más grande, más serio y potente. En
quinto de primaria ya todos me decían “el loco” y yo hacía todo lo posible para
cimentar esta fama: un día llamé como a 50 taxis a la casa de Germán Azcárate,
y observé, divertidísimo, todo el barullo desde mi balcón.
El papá de Germán salió protestando que ellos no habían llamado a ningún
carro, pero no le creyeron y había algunos que querían cobrarle la carrera. Yo
me reí hasta que los ojos se me aguaron, y ahora siento lo mismo que sentía
cuando pequeño: un sol inmenso que se pone, dentro de mí, en el horizonte, y
que era presagio de grandes aventuras en contra de mis semejantes y hoy es
signo de cagadas por venir, como no hay nada más que hacer en esta vida pues
entonces conformémonos con las travesuras que pueda realizar, las acciones
neutras, las acciones que producen sufrimientos en los
otros, las malas vidas, la sequedad de los corazones, la luz del sol, el reverberar la apatía de ahora que escribo automáticamente pues no puedo avanzar en este relato (...).
otros, las malas vidas, la sequedad de los corazones, la luz del sol, el reverberar la apatía de ahora que escribo automáticamente pues no puedo avanzar en este relato (...).
(...) El primer recuerdo que tengo acontece en La Cumbre, un pueblo del
Valle del Cauca que hoy es fantasma y en el que veraneé como diez años. Tendría
yo cuatro o cinco, no lo sé. Iba encarrilado cogido de la mano con mi mamá y de
pronto apareció, caminando por el mismo
riel, un joven de unos quince o diez y seis años que, después sabría, se llamaba Wady Nader. Como yo no desocupé el riel, Nader se tuvo que bajar pero presto estaba a patearme por la espalda cuando mi mamá intervino. “Si querés que éste sea el último día de tu vida —le dijo, muy decidida—, tocálo”. El muchacho retrocedió, espantado. Yo había sido un niño muy deseado.
riel, un joven de unos quince o diez y seis años que, después sabría, se llamaba Wady Nader. Como yo no desocupé el riel, Nader se tuvo que bajar pero presto estaba a patearme por la espalda cuando mi mamá intervino. “Si querés que éste sea el último día de tu vida —le dijo, muy decidida—, tocálo”. El muchacho retrocedió, espantado. Yo había sido un niño muy deseado.
Mi mamá había quedado embarazada ocho veces, pero sólo había logrado
tener tres niñas y había perdido un hijo hombre, Juan Carlos, que hoy andaría
por los treinta años. Mi papá deseaba otro hijo hombre. Yo creo que en ellos el
coito nunca estuvo separado de la idea del embarazo. Así que nací yo, rodeado
de gustos y de favores, en un hogar de ilustres apellidos pero económicamente
de clase media. Dicen que pesé diez libras y era horrible, de chiquito. Lo que
recuerdo de esa época tan temprana era que sólo me gustaba andar cogido de las
faldas de mi mamá y hacerme debajo de los árboles de guayaba para imaginarme
perdido en los bosques. Y que organizaba peleas de vaqueros imaginarias con
contendores de aire, y yo gesticulaba, daba puños, gritaba para mis adentros,
amenazaba, actuaba en
bien de la justicia (...).
bien de la justicia (...).
(...) A eso de los 7 años me dejaron en el Colegio Pío XII, un pésimo
establecimiento de franciscanos. Cuando, haciendo fila, me despedí de mis
padres, un alumno me empujó insultándome, y allí caí en cuenta de la
agresividad que me tocaría enfrentar de kínder hasta sexto; todo lo contrario
de la dulzura y la superprotección que había conocido en mi casa (...). Para
llegar a mi afición literaria (cosa que se produjo a eso de segundo de
bachillerato) yo había pasado por una desmedida euforia por el fútbol: era
muy bueno en el puesto de arquero, y sufría mucho cuando por razones externas (enemistad con el capitán por ejemplo) me relevaban de esa posición.
muy bueno en el puesto de arquero, y sufría mucho cuando por razones externas (enemistad con el capitán por ejemplo) me relevaban de esa posición.
Yo era un fanático del Deportivo Cali, y salía ronco de los partidos.
Recuerdo una vez que el Cali le ganó al América y los aficionados de este
equipo aporrearon al árbitro y tiraron mucha piedra a la salida y yo me
arranqué una camisetica del Deportivo Cali para que no me fueran a hacer nada,
y llegué a mi casa lleno de pánico y medio desnudo. Por esa época yo estaba
bajo el régimen del terror de
un tal Omar Valencia, fuerte y revejido; el hombrecito se ensañó en mí, me humillaba delante de todos en la clase y yo, ante mi incapacidad de responderle físicamente, empecé a concebir planes descabellados para matarlo por la espalda.
un tal Omar Valencia, fuerte y revejido; el hombrecito se ensañó en mí, me humillaba delante de todos en la clase y yo, ante mi incapacidad de responderle físicamente, empecé a concebir planes descabellados para matarlo por la espalda.
Esa penosa situación duró como tres años: sólo terminó cuando yo lo dejé
de ver. Y hoy me lo encuentro, más viejo y más pequeño, sucio y mal vestido (su
papá era famoso por sus millones y su tacañería), habiendo hecho nada en su vida,
triste, apocado, alcohólico. Cuando estaba en segundo de
bachillerato pasé por una crisis de estar diciendo mentiras y de aparentar que mi familia era más rica de lo que realmente era. Lo que pasó fue que me introduje en la llamada “gallada del Club Campestre”: los Cabal, los Urdinola, los Racines, gente de la más rica de todo Cali. Y yo, claro, no podía mantener el mismo tren de vida que ellos, invitando peladas a almorzar, haciendo fiestas todos los sábados, montando en taxi, viajando a Miami todos los años.
bachillerato pasé por una crisis de estar diciendo mentiras y de aparentar que mi familia era más rica de lo que realmente era. Lo que pasó fue que me introduje en la llamada “gallada del Club Campestre”: los Cabal, los Urdinola, los Racines, gente de la más rica de todo Cali. Y yo, claro, no podía mantener el mismo tren de vida que ellos, invitando peladas a almorzar, haciendo fiestas todos los sábados, montando en taxi, viajando a Miami todos los años.
Y era cosa natural
que claro, me descubrieran en mis mentiras, motivo por el cual me fui volviendo
prevenido y temeroso y un tanto paranoico con las muchachas, y ya en tercero de
bachillerato comencé a recurrir a las prostitutas (...). (...) Comencé a
escribir a los trece años: poemas de amor y cuentos breves, de una sola
situación. Cuando mi primer cuento ambicioso, La piel del otro héroe, fue
publicado en el magazine dominical del diario Occidente de Cali, cobré ímpetu y
me llené de ambiciones; pronto me vi recompensado por publicaciones en el
periódico El Espectador (...).
(...) Después vendría mi viaje a USA, a Los Ángeles, para intentar
vender dos guiones de horror: cuando me di cuenta todo el problema de lenguaje
que había de por medio desistí y me dediqué únicamente a ver cine, mientras me
durara la plata. Vivía yo al frente del teatro New Vagabond, que daba programas
especiales de 8 ó 16 películas, es decir todo el día; o sea que yo me levantaba
a las ocho de la mañana, cruzaba la calle desayunado ya, y me entraba al
teatro, a mi cita con la oscuridad, para salir a eso de
las once o doce de la noche o ya de mañana; y fue allí cuando probé por primera vez las anfetaminas.
las once o doce de la noche o ya de mañana; y fue allí cuando probé por primera vez las anfetaminas.
A Colombia regresé un tanto desilusionado (Hollywood no existía) después
de casi un año de pasar trabajos, de mantener un recuerdo de mi tierra
magnificado por la distancia. Vine con la idea expresa de editar una revista, y
a los cuatro meses ya teníamos en circulación nuestra Ojo al Cine (11), que fue
un éxito de venta y de crítica. Mientras tanto, yo había publicado crítica de cine en Occidente, El Espectador, El País y recién cuando se fundó el diario El Pueblo. Y también en la revista Hablemos de Cine, lo que había sido uno de mis sueños dorados. Así fui haciéndome a un reconocimiento nacional
como entendido en cine, pero aún tenía problemas con la droga, sobre todo con las pepas, pues yo comencé a tomar Valium 10 cuando hacía viajes por tierra de Cali a Bogotá.
un éxito de venta y de crítica. Mientras tanto, yo había publicado crítica de cine en Occidente, El Espectador, El País y recién cuando se fundó el diario El Pueblo. Y también en la revista Hablemos de Cine, lo que había sido uno de mis sueños dorados. Así fui haciéndome a un reconocimiento nacional
como entendido en cine, pero aún tenía problemas con la droga, sobre todo con las pepas, pues yo comencé a tomar Valium 10 cuando hacía viajes por tierra de Cali a Bogotá.
No tenía mujer, ni me interesaba. Tomaba mucha cerveza y me la pasaba
contento en Cali, mucho
más después de que me hice muy amigo de Clarisol y Guillermo Lemos, dos niños super precoces y super perversos y fui dando la imagen del niño que no ha crecido o se niega a crecer: ellos me hicieron probar los hongos y el Daprisal, y yo estaba contento con mi pose silvestre porque así desconcertaba a los intelectuales de profesión, a los que he detestado siempre y bastante es el mal, con pullas indirectas, que me han hecho. Pero como todo el mundo deseaba y admiraba a Clarisol, no se podían meter conmigo, pensaban “ése va a acabar mal”, pero no decían nada.
más después de que me hice muy amigo de Clarisol y Guillermo Lemos, dos niños super precoces y super perversos y fui dando la imagen del niño que no ha crecido o se niega a crecer: ellos me hicieron probar los hongos y el Daprisal, y yo estaba contento con mi pose silvestre porque así desconcertaba a los intelectuales de profesión, a los que he detestado siempre y bastante es el mal, con pullas indirectas, que me han hecho. Pero como todo el mundo deseaba y admiraba a Clarisol, no se podían meter conmigo, pensaban “ése va a acabar mal”, pero no decían nada.
Pero terminé mal, la pura verdad. Con Clarisol hicimos un pacto: “Tú
aparentas mi edad y yo la tuya”, y así pasábamos el tiempo, cada uno
desconcertando a su manera. Pero llegó Patricia y todo se acabó. Con Clarisol
había conocido una especie de vida salvaje. El amor salvaje de Patricia me
trajo a una más cercana realidad, aunque también peligrosa. Yo la conocía a
ella desde hacía dos años, pero no le había parado bolas, desinteresado como
estaba por toda mujer hecha y derecha. Pero mentiras; Patricia resultó ser una
niña malcriada, exigente y desconfiada. Ella me sedujo y me atrapó. Su amor fue
como un viaje sin regreso por la selva más tenaz de todas, la del Chocó; fue
como pasar hambre y darse después un festín y emborracharse con cerveza helada.
Yo creo que ambos éramos unos niños al
conocernos y juntamos nuestras malas crianzas y hacíamos el amor de una forma perfecta. Por varios meses yo fui su segundo hombre, hasta que las circunstancias me llevaron a ser el único, el primero.
conocernos y juntamos nuestras malas crianzas y hacíamos el amor de una forma perfecta. Por varios meses yo fui su segundo hombre, hasta que las circunstancias me llevaron a ser el único, el primero.
Ay no, todo esto
está mal escrito. Su matrimonio iba ya muy mal cuando nos conocimos, y por pura
coincidencia feminista yo me dejé seducir, porque era testigo de lo mal que la
trataba su marido. Además él, Carlos Mayolo, había arruinado por su mal genio
un filme que realizamos en 1971: Angelita y Miguel Angel, en 16 mms. y con
guión mío. Pero no creo que haya sido venganza; hice a medias el amor con ella
y me gustó muchísimo y estuvo; quedé enamorado como nunca en mi vida. De allí,
nuestra relación fue siempre incompleta, y su marido, como dice el proverbio,
fue el último en saberlo; nos pilló in fraganti en el último Festival de Cine
en Cartagena.
Pero con él ya todo estaba dañado, y la cosa no fue muy grave. En el
intervalo yo trabajé durísimo con el grupo de teatro de la U. del Valle en mi
obra El mar, sobre el desorden, sobre el trabajo acumulado y sobre la relación
difícil con los objetos (incapacidad manual), además de ser, a la vez, un
comentario crítico (no sé cómo me las arreglé para lograrlo) a dos novelas
magníficas: Moby Dick de Melville
y Arthur Gordon Pym de Poe. Con perdón de todo el mundo, esa fue mi (fatua) obra maestra. No duró más que tres días en cartelera, ya que el protagonista celebró tan duro el éxito del estreno que hasta hoy sigue borracho.
y Arthur Gordon Pym de Poe. Con perdón de todo el mundo, esa fue mi (fatua) obra maestra. No duró más que tres días en cartelera, ya que el protagonista celebró tan duro el éxito del estreno que hasta hoy sigue borracho.
Mi relación con Patricia ha estado sujeta (ya no) a un grado tal de
inestabilidad que yo tuve que recurrir el triple a Valium 10. Primero que todo
ella se demoró mucho en dejar de amar a Carlos, y a mí me tocó presenciar una
escena de súplica y de amor en vano tal, que me pegó uno de los mayores sustos
de mi vida. Y lo que lo acaba a uno no es la droga sino los sustos. Después de
eso yo me porté muy duro con ella, repitiéndole que ya no había caso, que ya no
la quería, y eso y la separación con su esposo la condujeron a una especie de
locura por los hombres; hizo el amor con el más grande y el más chiquito
de los cineclubistas de Bogotá, pero siempre venía hacia mí.
de los cineclubistas de Bogotá, pero siempre venía hacia mí.
Y yo estaba
bastante golpeado, a medias destruido, ya que “el más grande” era uno de mis
mejores amigos, y yo nunca le perdoné lo que hizo con Patricia. La verdad fue
que ella me utilizó como muleta, me expuse como escudo de su inestabilidad, y
yo tenía que estarla cuidando, impidiendo toda clase de rumba, convencido, como
dice la canción, que las rumbas no son buenas, que hacen daño y que dan penas.
Además ese ambiente ya estaba para mí completamente pasado de moda. Hará unos
tres años yo fui un muchacho super rumbero, tanto que escribí una novela sobre
todo eso.
Pero me aburrió el
snobismo y la vulgaridad de la rumba, y fue precisamente en mitad de una rumba
que yo intenté suicidarme por primera vez, cortándome las venas después de
tomar 25 blues, como le decimos nosotros al Valium de 10 mgs. Me despertó el
mismo ruido de mi sangre goteando sobre el piso de madera, y minutos después
cicatrizaría. Pero como no me hicieron lavado de estómago estuve todo pepo como
15 días. Después, quedé muy propenso al llanto, por todo lloraba como un niño,
y hablaba imitando a Patricia. Estaba, creo yo, a un paso de la locura.
La segunda vez que me intenté suicidar está rodeada de circunstancias
más allá de mi memoria. Según parece me tomé 125 pepas y discutí mucho con
ella. A los varios cinco o seis días me vine a despertar en “Cuidados
Intensivos” creyendo, por la calefacción, que estaba en Cali. Me llegaba el
recuerdo de Patricia como el de un ángel guardián y experimentaba ráfagas de
felicidad indefinida e inconclusa. Ahora, pasado ya un mes de estar en esta
clínica, tengo planes urgentes para el futuro inmediato; sacar un número 5 de
Ojo al Cine que sea mejor que los anteriores, gestionar la publicación de mi
novela Que
viva la música con las dos editoriales que me la han comprado y arreglar la publicación de un libro de cuentos con Eduardo Agudelo, el dueño de la editorial que me saca la revista; asimismo, comenzar dándole forma al libro que tengo planeado sobre los Rolling Stones”,
viva la música con las dos editoriales que me la han comprado y arreglar la publicación de un libro de cuentos con Eduardo Agudelo, el dueño de la editorial que me saca la revista; asimismo, comenzar dándole forma al libro que tengo planeado sobre los Rolling Stones”,
Por: Andrés Caicedo*
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