Una entrevista de Elena Poniatowska con Diego Rivera
noviembre 22, 2013
Como periodista Poniatowska es magnífica. Prueba de ello es ésta, su primera entrevista a un grande. Como novelista, me parece mediocre. Le acaban de conceder el Premio Cervantes. Me parece que no se lo merece. Creo que se abarató el "Nobel en lengua castellana".
Por Elena Poniatowska
La única entrevista a la que me acompañó mi mamá en los 50 fue a la de Diego Rivera. Diego había pintado muchas veces a mi tía Pita Amor, y en una de esas la desnudó y para que no cupiera duda –aunque Pita en el retrato parece un pescadito rosa, un charal– escribió bajo sus pies: “Yo soy la poetisa Pita Amor”. Mamá esperó en el coche mientras yo subía al estudio en Altavista y me topé con uno de los hombres más desconcertantes y encantadores que me ha tocado entrevistar. Además me pareció generoso porque siempre tuvo tiempo para los periodistas, entre otros, una muchacha como yo. Su secretaria Teresita Proenza se asomaba de vez en cuando y le sonreía a mi juventud. Lento e indulgente accedió a contestar cuanta pregunta le hiciera, los ojos acuosos, sentado sobre una silla demasiado pequeña, elefante equilibrista y barrigón, barrigón (en el fondo todas las palabras en “on” se hicieron para Diego Rivera: Grandulón, concepción, cabezón, revolución, tragón –él mismo comentó que se echaba de un solo empujón un litro de tequila–, contemplación, ojón, –aluvión de mentiras que al final de cuentas resultaron verdades– y corazón; sí, porque a Diego se le salió del pecho. Saltó porque “el sapo es todo corazón” y se refugió en un medallón antiguo que a Frida le colgaba del pecho).
Por Elena Poniatowska
La única entrevista a la que me acompañó mi mamá en los 50 fue a la de Diego Rivera. Diego había pintado muchas veces a mi tía Pita Amor, y en una de esas la desnudó y para que no cupiera duda –aunque Pita en el retrato parece un pescadito rosa, un charal– escribió bajo sus pies: “Yo soy la poetisa Pita Amor”. Mamá esperó en el coche mientras yo subía al estudio en Altavista y me topé con uno de los hombres más desconcertantes y encantadores que me ha tocado entrevistar. Además me pareció generoso porque siempre tuvo tiempo para los periodistas, entre otros, una muchacha como yo. Su secretaria Teresita Proenza se asomaba de vez en cuando y le sonreía a mi juventud. Lento e indulgente accedió a contestar cuanta pregunta le hiciera, los ojos acuosos, sentado sobre una silla demasiado pequeña, elefante equilibrista y barrigón, barrigón (en el fondo todas las palabras en “on” se hicieron para Diego Rivera: Grandulón, concepción, cabezón, revolución, tragón –él mismo comentó que se echaba de un solo empujón un litro de tequila–, contemplación, ojón, –aluvión de mentiras que al final de cuentas resultaron verdades– y corazón; sí, porque a Diego se le salió del pecho. Saltó porque “el sapo es todo corazón” y se refugió en un medallón antiguo que a Frida le colgaba del pecho).
–¿Cuál es para usted el colmo de la
felicidad?
–No haber nacido.
–Pero, ¿por qué dice usted eso?
(La señorita Judith Ferreto, quien
llegó con una perrita, Capulina, interrumpe:)
–¿Ni siquiera el amor de Frida Kahlo
justifica tu existencia, Dieguito?
–No. Porque en realidad le di tanta
lata y le hice tanto daño que mejor sería no haber nacido.
–Su madre no diría lo mismo, maestro.
–Yo nunca quise a mi madre, y jamás me
llevé bien con ella...
–Está usted como un señor que empieza
su obra con un: “Yo odio a mi madre”.
–Bueno, no tanto.
(Declara Diego que hizo sufrir a Frida,
y sin embargo, me acuerdo de un pasaje de la propio Frida: “Quizá esperen oír
de mí lamentos de ‘lo mucho que se sufre’ viviendo con un hombre como Diego.
Pero yo no creo que las márgenes de un río sufran por dejarlo correr...”)
–A ver, otra preguntita –sonríe Diego.
–Perdone maestro, me distraje. ¿Cuál es
para usted el colmo de la infelicidad?
–El colmo de la infelicidad oscila
entre el estreñimiento y asistir sin ganas a una reunión mundana.
–Sin embargo usted aparece en los
periódicos un día sí y otro también. ¿No es usted amigo de los “Trescientos y
algunos más”? ¿No le interesan a usted?
–No.
–¡Pero bien que los retrata!
–Sí. Pero no los conozco.
–¿Ni siquiera los conoce para retratarlos?
Entonces, ¿cómo le hace?
–Para retratar no hay necesidad de
interesarse ni de conocer al modelo.
–¡Eso es imposible!
–Me explico. Hay dos sentidos de
conocer. El mundano, en el cual yo no conozco a la sociedad, puesto que no
tengo el honor de frecuentarla. Y el sentido bíblico, en el cual puede decirse
que la conozco.
–¿Y cuál es el sentido bíblico?
–¡No se haga, no se haga! ¿A poco no
sabe? Es el sentido en que Noé conoció a sus hijas para crecer y multiplicarse
el género humano. Además, no es preciso el conocimiento mundano para entender a
la sociedad y saber todo lo que a ella concierne desde su origen hasta su
presente y próximo futuro y observarla profundamente y con apasionado cuidado,
e inclusive amarla en la persona de sus mejores ejemplares femeninos. Creo que
es por eso que he podido pintarla. Nada importa que el amor no haya sido
correspondido en la mayoría de los casos...
–¿Y quiénes son las mujeres que usted
ha amado?
–¿Las mujeres que he amado? Tuve la
suerte de amar a la mujer más maravillosa que he conocido. Ella fue la poesía
misma y el genio mismo. Desgraciadamente no supe amarla a ella sola, pues he
sido siempre incapaz de amar a una sola mujer. Dicen mis amigos que mi corazón
es un multifamiliar. Por mi parte, creo que el mandato “amaos los unos a los
otros” no indica limitación numérica de ninguna especie sino que antes bien,
abarca a la humanidad entera.
–Pero yo lo que necesito son nombres,
señor Rivera, nombres... ¿Cómo se llaman las mujeres a quienes usted ama?
–Si me pusiera a decirle nombres
disgustaría a las nombradas... ¡y que nuestra Madre de Guadalupe nos libre de
tal cosa! En segundo, ganaría fama de presumido, pedante y rajón, y habría
cerrado para mi las veredas únicas que me interesa recorrer en esta cochina
vida.
–¿Pero usted sólo considera a las
mujeres como hembras? ¿O cree usted en su inteligencia y en su superioridad?
¿Cree usted en el matriarcado?
–En primer lugar yo estoy totalmente
seguro de que la mujer no es de la misma especie del hombre. La
humanidad es la mujer. Los hombres somos una subespecie de animales,
casi estúpidos, insensitivos, inadecuados completamente para el amor, creados
por la mujer para ponerse al servicio del ser inteligente y sensitivo que ellas
representan. Un animal semi inteligente que ejecuta las tareas necesarias
mediante la dirección de las mujeres, es decir, el hombre es a la mujer lo que
el caballo es al hombre y nada más.
(La señorita Ferreto ríe. ¡Hi! ¡Hi!
¡Hi! Mira a Diego y se retuerce un poco, interrumpe mimosa:)
–¿No te importa ser caballo, Dieguito?
–¡Burro, con tal de que me ensillen!
(Con razón dijo Frida: “No hablaré de
Diego como de mi “esposo” porque sería ridículo. Diego no ha sido jamás ni será
“esposo” de nadie. Tampoco como de un amante, porque él abarca mucho más allá
de las limitaciones sexuales, y si hablara de él como de mi hijo, no haría sino
describir o pintar mi propia emoción, casi mi autorretrato y no el de Diego).
–Daría todo lo que he podido hacer
gozar, inclusive el amor de Frida Kahlo, lo único realmente grande que he
tenido, con tal de haber evitado el asco y las molestias que he tenido que
aguantar para vivir. Esto no quiere decir que sea yo pesimista. Soy más bien
epicúreo y hedonista, dentro de lo que puede caber de estas tendencias en el
marxismo. Por eso es evidente que el mayor placer es el de existir dentro de la
maravillosa organización universal de la materia y aguantar las molestias del
ciudadano habitante de uno de los mundos más mal hechos que sea posible
concebir, que es nuestra querida Tierra.
–Entonces, si se pudiera volver a
nacer, ¿regresaría a la Tierra?
–Ni de chiste.
–¿A dónde iría?
–A todas partes menos a la Tierra.
–¿Usted no cree en Dios?
–Definitivamente no. Porque no se puede
creer en una fuerza que está implícita y presente en toda manifestación de
energía o materia. No se cree más que cuando no se entiende. Y el concepto de
los dioses es una miserable disminución a escala de un mundo en donde todo ser
animado necesita asesinar para vivir, un rebajamiento del maravilloso principio
vital que todo lo anima, lo mismo lo deseable que lo indeseable que tal vez sea
indeseable solamente porque nosotros no lo entendemos claro.
(He conservado el modo de hablar de
Diego por “alrevesado” que me parezca...)
–Pero maestro, ¿qué no le interesan las
religiones?
–Yo respeto todas las religiones. Me
interesan extraordinariamente en el mismo plano y por análogas razones con que
respeto todas las enfermedades y me intereso extraordinariamente en su
curación.
–¿Y cuál sería la curación para las enfermedades
religiosas?
–La curación es la nueva sociedad
socialista en su pleno desarrollo que implicará la muerte del Estado previa la
difusión general del máximo conocimiento posible de la existencia universal
cuando no haya represiones, autoridades, ignorancia, temor a la muerte,
impotencia para evitar el dolor. Cuando se entiendan claro, las fuerzas del
universo, no habrá ninguna razón para inventar dioses que nos den lo que no
somos capaces de obtener por nuestras propias fuerzas...
–Pero maestro, nos falta siempre algo
por obtener, y eso a lo cual aspiramos desde lo más profundo de nuestro ser
eternamente incompleto, es Dios.
(En este momento, Capulina brinca
sobre las rodillas de Diego. Es una perrita pelona, con un abrigo de cuadritos
morados y las uñas pintadas de rojo. Diego la apapacha, porque estuvo en la
cama de Frida, en la noche en que ella murió. No sé por qué, pero toda esta
casa de San Ángel sabe a Frida Kahlo. Será porque Teresita, la infatigable
secretaria de Diego, que en ese instante le trae su té y sus medicinas, la
recuerda constantemente: “Sabe usted, señorita, Fridita era tan valiente, tan
generosa. Yo la oía hablar por teléfono: Fíjate, yo me siento muy bien,
pero dice el doctor que me va a tener que cortar la pata...)
Miro a Diego, que sorbe lentamente su
té en un dedal con pretensiones de taza. Yo me había imaginado a Diego bebiendo
inmensos tarros de cerveza y cantando en ruso. Y resulta que es un blando y
sumiso cordero que obedece el mandato de Teresita: “Dieguito, tómate tus medicinas”,
y que pronuncia palabras en el francés más claro y cartesiano que pueda
escucharse. Es un inmenso elefante de felpa, el papá de Dumbo, obediente y
adormilado.
–¿Cuál es el hecho histórico que más
admira?
(Al elefante, se le quita de pronto, la
felpa).
–La Revolución de octubre que dio el
poder al proletariado soviético y como consecuencia lo dará al proletariado
mundial.
–¿Qué reforma social espera con ansia?
–La implantación del comunismo a escala
mundial y en consecuencia, la de la muerte del Estado.
–Pero maestro, ¿qué es lo que el
Partido Comunista hace por México?
–El Partido Comunista es el único que
defiende los intereses del pueblo, es decir, de las mayorías productivas,
manuales e intelectuales, contra sus explotadores del interior y del exterior.
En todo aquello que representa algo favorable para el pueblo de México durante
los últimos 35 años, está presente y visible la acción del partido, lo cual
quiere decir que lo que hace el Partido Comunista es ejercer el patriotismo o
sea el amor a México, expresado en acciones favorables al país. Ningún otro
partido puede decir lo mismo, y un día todo el pueblo de México pertenecerá al
Partido Comunista. Entonces se habrá establecido en nuestra patria la
solidaridad humana, y el mayor bienestar posible dentro de las condiciones
reales del mundo, vendrá como consecuencia.
(Los judas complacidos asienten con la
cabeza. Con sus ojos de cartón fijos y vigilantes miran al hombre sentado a sus
pies. Un hombre muy ampón, con un gran vientre forrado de tweed y
una camisa azul rey. Unos ojos saltones bordados de rosa y una mano pequeña. La
mano de Diego es menuda, transparente casi, y a mí siempre me han impresionado
los señores cuyas manos y cuyos pies terminan en chiquito. ¡Como que están mal
acabados! ¡Ya no alcanzó la piel y hubo que remachar rápidamente! Pero las
manos de Diego son herramientas exactas, utilería de gran precisión, creadoras
inagotables, sensibles e inteligentes. La presencia de los judas es maligna y
se deja caer sobre la entrevista. ¡No me dejan desvariar! Cada vez que levanto
los ojos encuentro un brazo de cartón blanco o unos labios de papel pintado...)
–Elenita, ¿usted le toma el pelo a los
entrevistados, o no?
–No tanto, no tanto, maestro... ¿Le
hago la siguiente pregunta?
–Bueno.
–¿Por cuál personaje histórico siente
la mayor admiración?
–No podría elegir entre Lenin, Carlos
Marx y Federico Engels.
–¿Por cuáles defectos siente usted una
mayor indulgencia?
–Por los más grandes.
–¿Podría darme una definición de su
carácter?
–Desgraciadamente no soy adivino, ni
sicoanalista, ni siquiera filósofo. En cuanto a mi carácter vaya usted a saber
porque no me conozco... Creo que...
–¿Y no intenta conocerse?
–Sí, pero no me interrumpa usted. Toda
mi vida he tratado de conocerme, sin conseguirlo. La introspección ha sido en
mí un completo fracaso.
–¿Y cree usted que hay alguien que lo
conozca?
–Supongo que todas las mujeres que han
tenido relaciones conmigo, aunque no sean sino amistosas o profesionales, por
ejemplo, usted misma, Elenita Poniatowska.
–¿Usted cree en la virtud?
–Don Francisco de Quevedo dijo hace
mucho tiempo: “No existe la virtud estando a oscuras”. Extiendo la realidad
física a la realidad sicológica e imaginativa y con esto estoy completamente de
acuerdo con Don Francisco de Quevedo.
–¿Cuál es el escritor que más le ha
impresionado?
–Rabelais.
–¿Por qué?
–Esto no está en el cuestionario de
Marcel Proust y no se lo voy a contestar porque sería interminable.
(El ogro ríe amablemente mostrándome
una hilera de dientes pequeños. ¿Serán de leche? Indudablemente Diego Rivera no
quiere ser tomado por Gargantúa).
–¿Cuáles son sus héroes y sus heroínas
en la vida real?
–Es muy larga la lista, pero puedo
citar cuando menos a Madame Lovachewska, a Marie Curie y a Frida Kahlo. Y volviéndonos
a la cabeza de la lista, la reina Nefertiti.
–¿Por qué a Nefertiti?
–Nefertiti inventó el sistema central
para el funcionamiento planetario y el monoteísmo que transmitió más tarde a
Moisés haciendo posible el concepto moderno social. Admiro a Madame Lovachewska
porque en su concepción del universo ovoidal descubrió que las paralelas no
actúan como quería Euclides sino que siempre se juntan. Sin este cerebro
femenino polonés no hubiera sido posible la ciencia moderna. Cada vez que los
hombres encuentran un callejón sin salida en sus conclusiones científicas, la
mujer derrumba el muro que lo cerraba para que el hombre siga adelante. Así lo
hizo Nefertiti y después la Lovachewska. Nada de la actual ciencia hubiera sido
posible dentro del concepto euclidiano, y cuando el hombre no pudo seguir
adelante en el camino iniciado por la sabia polonesa, otro gran cerebro
femenino dio la posibilidad. Los descubrimientos de María Curie hicieron
posible todos los tremendos espacios donde se desarrolla actualmente el
conocimiento de la materia, especialmente en lo relativo a lo más esencial de
su estructura: el átomo. Yo no hubiera sabido –y creo que algún día lo sabrán
todas las gentes–, a lo que puede llegar el heroísmo ante el dolor, la alegría
a pesar del tormento, la ternura sin límite y el genio plástico en lo que tiene
de más íntimo y directo, si no hubiera conocido a Frida Kahlo. Por eso es una
de mis heroínas.
Para mi sorpresa, al finalizar la
entrevista, Diego me acompañó hasta el coche porque le dije que mi mamá me
esperaba. La saludó con una cortesía manifiesta y le preguntó si podría yo
venir a posar porque necesitaba una carita eslava para encabezar el cuadro de
una manifestación en Rusia. ¿O sería una procesión? “Voy a ponerle, como las
campesinas rusas, una mascada en la cabeza”. Mamá, muy seria, casi no le
respondió. Después al arrancar el automóvil me dijo:
–Ni de chiste, no te vaya a pintar como
a tu tía Pita.
(Texto original:
http://www.jornada.unam.mx/2007/12/02/index.php?section=opinion&article=a04a1cul)
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