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Qliphoth: el canto de amor de Palou

diciembre 27, 2013

Con la novela más reciente de Palou
Imagino a Pedro Ángel Palou leyendo todo lo que halló a su paso sobre el amor y el erotismo, desde El Cantar de los Cantares hasta El Cuarteto de Alejandría antes de escribir o durante el proceso de escritura de su novela Qliphoth (Editorial Sudamericana, 2003.) El hallazgo del amor o algo parecido al amor, con una altísima, quizás exagerada carga de erotismo, y luego su pérdida y el intento de recuperar lo perdido por medio de la escritura, tal podría ser una gran síntesis del texto.

Andrés y Mónica conforman una pareja sui generis que busca en sus cuerpos signos que los hagan persistir en sí mismos. El resultado es el fracaso, quizás precisamente porque han puesto el énfasis en la parte sensorial, y cada uno de ellos ha mantenido como en secreto, con una especie de pudibundez espiritual, lo que en verdad son.

“Eran las seis y ella empezó a gritar, llena de placer. Él, adentro, temiendo herirla y diciéndole bajito: “¡Qué felicidad!”. Mónica le dio una cachetada. “Esas cosas no se dicen, Andrés. No hay nada eterno y la felicidad absoluta no existe”.

A partir de entonces ya no hubo nada que cambiar. La relación que se había basado en la fugacidad alcanza su punto máximo de deterioro. Es aquí donde la frase “feliz y certera” de Lawrence Durrell cobra sentido: Me pregunto quién inventó el corazón humano. Dímelo y muéstrame dónde lo ahorcaron.

Andrés es un psiquiatra no muy convincente y Mónica una secretaria ejecutiva excesivamente filosófica. Es claro que se trata de personajes novelescos, no de personas, y cada uno de ellos encarna una unidimensionalidad. Ella, el culto al instante como posiblilidad de placer; él, la necesidad de una trascendencia, de un absoluto. Tanto uno como el otro, alcanzan sus metas. Para ella el amor sólo puede culminar en el fracaso; para él, el amor o lo que se le parezca es el modelo que le permite escribir una novela, con lo que se acerca a un absoluto: la obra de arte.

Dice Mónica: Nunca te conformas, lo bello para ti no puede estar en el instante, tiene que ser eterno y eso es imposible. Lugar común, sin duda, del tamaño del mundo. Cuando Andrés le dice “Te amo”, Mónica responde “Necesito que entres en mí”.

La declaración de amor desencadena la desaparición de Mónica, de quien de paso, no sabemos casi nada. Es inevitable pensar en El último tango en París. La diferencia estriba en las poderosas personalidades de Brando y María Schneider, y las traslúcidas entidades que resultan ser Andrés y Mónica. En alguna ocasión uno de los miembros de Crak reseñó una novela mía y señaló que yo inauguraba un nuevo género, el sex fiction. No dudo que Qliphoth caiga dentro de esta denominación, tanto por la frecuencia como por la intensidad de la relación carnal de estos personajes, que parecen vivir casi exclusivamente para yogar de todas las formas posibles, en terceto, con yogur, en el baño, como si quisieran ejemplificar el famoso tratado del Jeque Nefzaqui, El Jardín perfumado para el deleite de las almas.

Seis años después de la desaparición de Mónica, Andrés intenta recuperarla mediante la escritura.

“¿Dónde está el límite entre amar una persona y sólo usarla, necesitar de ella, asirse a lo que representa para no naufragar en la vida?”

“Porque, no sin pesimismo, hay que aceptar que no se puede recuperar nada y que el olvido es la condición humana”.

Andrés, como psiquiatra, no es convincente, precisamente por este tipo de frases. Si hay algo que caracterice a la condición humana es el recuerdo, la persistencia de todo lo que se ha vivido, particularmente lo que se ha vivido con intensidad. Hallo pues una filosofía sin sustento lógico, una especie de filosofía literaria, y por ello cercana a la falsedad.

Me parece que es un libro construido con demasiados y muy visibles andamios: Sabines, Durrel, Bretón, Bach, Bataille, Wittgenstein (“los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje”). Sin embargo, muy disfrutable, digno de ser releído.

 

Publicado 24th July 2011 por Marco Tulio Aguilera

 

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