Gardezábal desnuda a la iglesia en su novela La misa ha terminado
enero 19, 2014
Cortesía de NTC, Cali
Por Carmiña Navia Velasco *
Cali, Enero de 2013
Por Carmiña Navia Velasco *
Cali, Enero de 2013
Con este nombre alusivo al final
tradicional de la misa católica, Gustavo Álvarez titula una ficción en la que
da por terminada simbólicamente la vida de esta iglesia. Con ese Ite
missa est, se nos quiere llevar como lectores a un
tiempo ya pasado pero absolutamente presente en sus consecuencias en tantas y
tantas vidas de colombianos y colombianas.
Uno de los aspectos más interesantes de
la novela -quizás el más- es la introducción del autor en la historia, lo que
convierte al mismo proceso narrativo en protagonista del
discurso. Mediante dos estrategias esta función se hace presente. La primera de
ellas: sus propias reflexiones en las que el novelista justifica su acción e
introduce valoraciones sobre distintos aspectos de la sociedad y la cultura. La
segunda a través de las cartas escritas al novelista por el presbítero Efraín
en las que intenta disuadirlo de escribir esta novela que cataloga como herética.
Las intervenciones del narrador (autor
en la ficción), resultan iluminadoras y pretenden dar pistas a los lectores
sobre por dónde van las intenciones del escritor. En ellas se critica la
castración y negación hipócrita del placer por parte de los curas católicos; se
critica la sociedad actual como una sociedad del espectáculo (generación
de los dedos pulgares, en alusión a los celulares-computadores) y se
insiste en la necesidad de la memoria:
En este país si uno quiere que las
cosas se olviden, hay que meterlas dentro de un libro. Es el temor que me
embarga si sigo escribiendo esta novela. Que todo lo que estoy contando aquí se
olvide. Que lleguen los críticos literarios y no la volteen a mirar
porque esta es la novela de un hombre viejo. Que los pocos lectores que tenga
(porque la voy a regalar entre mis amigos), consideren que todo fue una
invención de mi parte, que Buga nunca ha tenido ni podrá tener cardenal…
El narrador no quiere que los desmanes
de la educación católica en materia sexual se pierdan en el olvido.
Las cartas del cura en cambio resultan
un poco insulsas, con una insistencia manida en la necesidad ética de no
contribuir a la crisis social con una novela que ataque uno de los pilares
tradicionales de nuestra formación: la iglesia. A mi juicio se desperdicia la
posibilidad de un debate socio-religioso más profundo.
Estas reflexiones del narrador enmarcan
un accionar desde el que se intenta desplegar la vida interna de la iglesia:
sus seminarios, sus curas, sus oficinas vaticanas, la vida íntima de sus
obispos y cardenales. Como el mismo narrador concluye al final: lo que quiso
ser únicamente una denuncia terminó por ser una historia de amor. De esta
manera la novela puede ser leída como un canto al amor gay, a sus dificultades,
posibilidades, condicionantes y excesos… de manera especial a sus dolorosos
caminos en medio de un mundo que lo condena y lo arroja a los márgenes una y
otra vez. En este eje hallamos sus mayores aciertos y debilidades:
Fue imposible Padre Efraín. No me pudo
convencer. He terminado esta novela y lo que creía iba a ser una diatriba
contra la iglesia y la corrompisiña que tantas veces le he dicho a usted que se
carcome su institución, ha terminado convertida en una dolorosa historia de
amor.
Gardeazábal consigue una mirada lúcida
y profunda sobre los intrincados caminos de la afectividad humana, entre otras
cosas porque la aborda al interior de un colectivo que se supone la ha
ignorado, negado y reprimido por siglos en las sociedades occidentales. La
afectividad como pivote del desarrollo personal: sus inmensas potencialidades
para la felicidad, sus límites en la pasión que anuda, esclaviza y a veces
enloquece. Sus avatares en medio de instituciones y personas de doble moral que
hacen de la hipocresía el norte de sus vidas.
En mi perspectiva, aquí encontramos
también la mayor debilidad de la obra: Un personaje como La
Ternera, a pesar de su intención caricaturesca resulta poco creíble y
su centralidad en el relato a veces genera un cierto flaqueo.
La narración avanza al mismo
tiempo hacia la resolución de los conflictos amorosos que se han ido
creando y hacia una propuesta muy clara: La institución eclesial se
autodestruirá porque no logra controlar a los miembros sobre cuyas espaldas
está sostenida: los clérigos. Como en la mayoría de los relatos colombianos y
latinoamericanos hay un nivel en el que la verdad histórica pretende
fusionarse con la ficción novelística.
De esta manera entonces las figuras de
los tres o cuatro últimos Papas del catolicismo aparecen con todos los rasgos
históricos que las caracterizan. Tres de ellos, además con sus verdaderos
nombres y realizaciones históricas: Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto
XVI. Alusiones directas también a Juan XXIII y Pablo VI, a los que se les acusa
de haber torcido los destinos eclesiales, especialmente al primero. Al actual
Papa en cambio se le intenta disfrazar aunque sin mucha fuerza: quedan claros
algunos de sus rasgos: Jesuita, vocación de reformador y salvador de la
iglesia. Su llegada al trono de Pedro causa una conmoción que alcanza a todo el
orbe católico en aquellos que manejan los hilos del poder para su propio
beneficio.
La obra de Álvarez Gardeazábal deja ver
a mi juicio un profundo desprecio y resentimiento por esta institución en la
que no se rescata nada positivo y se silencian totalmente las vidas de muchos
creyentes que decididamente han prestado un servicio a la humanidad. No es su
focalización, claro, pero también es cierto que se percibe un tufo de obvia
venganza reiterada permanentemente por el narrador, entendible por otra parte
en un país en el que esta iglesia no sólo ha pretendido controlar las
conciencias sino que ha intervenido permanentemente en la política y en la
sociedad queriendo conservadurizar todos los procesos: desde las guerras y las
leyes, hasta los amores y las alcobas.
Con el asombro que en Occidente ha
generado el papa Francisco y con los debates que en el país ha generado y
genera el monseñor procurador, es claro que esta ficción, insertada
en la historia de Colombia y en la actualidad eclesial, da en el clavo de
muchos hechos y posibilitará mirar las cosas desde un ángulo nuevo. Es deseable
entonces que más allá del posible escándalo que pueda desatar, escándalo que a
su autor lejos de molestarle le satisface, se abra una discusión que logre ir
más allá de lo aparente y nos confronte con nuestras prácticas y costumbres
ciegas tantas veces. Sólo en esta medida podremos hablar de un aporte del autor
a nuestra identidad como sociedad y como país.
Carmiña Navia Velasco *
Cali, Enero de 2013
0 comentarios