El mundo de aquí, novela de Beatriz Meyer: sex fiction

febrero 07, 2014

Busco palabras para cifrar esta novela de Beatriz Meyer, de quien conozco y aprecio varias obras: ensayo algunas palabras que den cuenta de El mundo de aquí (Educación y Cultura, México, 2014): “delirante, desaforada, descarada, atrevida, caprichosa, onírica, multimodal, perversa, machista, sometidista”. Todas me sirven.

Andrea Murray, una mujer casada con un hombre en franco derrumbe –permanece echado,  no mueve un dedo, es un fracasado en toda la extensión de la palabra-, se ve lanzada a una serie de aventuras delirantes, tanto en el mundo real como en el mundo virtual. Consigue trabajos esporádicos y miserables de traducción por medio de internet. Un día encuentra un lector anónimo que le paga para que escriba  -para que  le escriba-, como Anais Nin a su mecenas, cuentos pornográficos.

El mundo interior de Andrea Murray se mueve entre su aspiración a ser una escritora “seria” y prostituirse de la manera más degradante posible con cualquier macho abusivo. Se prostituye con los jefes en sus sucesivos trabajos, se entrega con descaro al coordinador del taller literario al que asiste; es abusada –se deja abusar, propicia el abuso- una y otra vez y ella es materia dispuesta: no protesta, termina por disfrutar de los abusos. Diríase que es masoquista. No disfruta pero se deja. Y uno se pregunta: si no le gustan los abusos de los hombres, ¿por qué se deja? A veces se queja de manera metafísica, se victimiza. “Eso era yo: un pulgón flotando sin rumbo en la superficie revuelta del estanque cósmico”.

La novela comienza a despegar más allá de los acostones de ocasión cuando Andrea se introduce en Tartarian, “el paraíso de los placeres extremos”, una especie de  juego o laberinto virtual donde el jugador experimenta todo lo que no se atreve a vivir en su vida cotidiana,   en la vida real. La novela toma vuelo: de ser una especie de thriller erótico o confesión lubrica de una mujer de alto voltaje, se transforma en una aventura de la imaginación, que vive a la vez en el mundo virtual, en el real y en la imaginación literaria.

Todo el tiempo leo la novela con extrañeza: ello es debido a que la obra es diferente a todo o casi todo lo que he leído: se trata de una novela muy particular que mantiene en vilo, entre otras cosas porque es poco previsible. Es de una vulgaridad extrema y de una despiadada inhumanidad: la mujer lleva la peor parte: la protagonista es un objeto, instrumento, en manos de los hombres, pero guarda algo, como un muñeco de sorpresa: acepta la opresión y se guarda la posibilidad de la venganza.

Pero Andrea Murray va más allá en su búsqueda de sensaciones al límite. Ella y sus amigas crean Instrumentality, una organización virtual, conformada toda por mujeres con ansias de vivir pasiones extraordinarias y que termina por ser una especie de agencia de  call girls,  prostitutas de alto vuelo al servicio de clientes de alto nivel.

La obra no se agota en el relato de las aventuras eróticas de la protagonista y sus amigas: hay en ella ingredientes de thriller psicológico y novela de espionaje.

Travestis, niñas precoces –inolvidable es Jasmin, “la niña que todo pederasta sueña secuestrar”-, señoras de clase media y media alta con sueños lúbricos, narcos poseedores de castillos en el desierto de Tlaxcala y gran cantidad de personajes extravagantes que harían las delicias de Almodóvar, circulan por esta novela en la que las identidades cambian constantemente: varios personajes se funden en uno solo (como en los sueños).

A medida que la novela avanza se va enriqueciendo con nuevas tramas: los cuentos eróticos que inventa la protagonista se van haciendo cada vez más osados y a la vez van teniendo mayor altura literaria. Comienza a leerse la novela como una especie de Mil y una noches  (muchos cuentos dentro de una novela) y –tengo que decirlo- comienza a perecerse en su estructura a mi novela  Las noches de Ventura, con la diferencia de que la novela de Meyer es más divertida, menos enferma de trascendentalismo crónico.

La fantasía de Meyer es intrincada, barroca, llena de laberintos,  y sin embargo coherente: mantiene vivo el asombro hasta el final, tiene un cordón umbilical que subyace a toda la parafernalia de aventuras en ocasiones inverosímiles pero disfrutables. Novela extraña, muy extraña, que mantiene en vilo. Con esta novela Meyer crea un nicho que solo ella ocupa en la literatura mexicana. Una especie de mundo clausurado que tiene una pequeña ventanita –como la de  El Tunel-  que la vincula con el mundo de Inés Arredondo, la otra extravagante de la literatura mexicana.

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