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Al fondo se escucha el rumor del océano (Editorial Educación y Cultura, México, 2014)

marzo 20, 2014

Guillermo Samperio

Palabras que se me ocurren mientras estoy leyendo los cuentos de Al fondo se escucha el océano (Editorial Educación y Cultura, México, 2014),  de Guillermo Samperio: raros, atractivos, extraños, diferentes, imaginativos, despiadados, surrealistas; en ocasiones Carver,  a veces Rubem Fonseca o Bukowski. Los anteriores podrían ser parientes cercanos de los cuentos de Samperio, pero no precisamente serían lo que habitualmente llamamos influencias.

Heterodoxos en todo caso los cuentos y heterodoxo el libro: un libro sorpresivo, del que uno no sabe qué esperar en el siguiente texto. A veces son especies de fábulas kafkianas como “El árbol de la no sobrevivencia”: inquietante e insinuante y sin un fondo transparente. Cuentos en los que uno sabe que hay más de lo que parece, dijo mi amigo Silverio (un buen lector, compañero de la Editorial).

Tremendo atrevimiento el de Guillermo Samperio el de encabezar un cuento con el título de uno de los más famosos de Borges, "Emma Zunz". Y lo curioso es que no sale mal librado don Guille: es la historia de una mujer que es abusada y decide no vengarse (a diferencia de la protagonista de Borges, que perpetra una venganza memorable). Estoy por pensar que lo que dice Pedro Ángel Palou es cierto: que el mejor cuentista mexicano es Samperio. Y lo habría dicho, si no se me atraviesa el libro Desterrados, de Eduardo Antonio Parra, que ofrece cuentos magníficos, piezas maestras, una tras otra, sin caída alguna. El libro de Samperio sí que tiene caídas: textos que no están a la altura de los otros.

 Otro asunto: Samperio afirma que sus cuentos le deben mucho a Carver: no lo creo: estos cuentos son autótrofos, no necesitan aire ajeno.

“Pompas”, un texto brevísimo y conmovedor, logra transmitir la sensación pavorosa de la separación del ser amado, que es de alguna forma, forma terrible, una muerte en vida. En ella se intuye al Samperio de carne y hueso y sus personales (y desconocidas) tragedias, tragedias por otra parte, que son el pan diario de todo auténtico creador.

En el relato largo, casi noveleta llamada “Al fondo del jardín lo espera su cabañita de la intimidad” sí que se nota la influencia –altamente benéfica, de Carver y de Ambrose Bierce-: en una pequeña ciudad de Estados Unidos, Randall, un hombre en cuya cabeza conviven y disputan varios hombres (un hombre cuya cabeza alborotada es “un motor de ocho cilindros”), atraviesa su pueblo en busca de una especie de salvación y mientras tanto revive su vida, sus excesos, sus mujeres, sus prostitutas, sus borracheras y violencias. Tanto como la aventura metafísica del protagonista, Randall, en busca de la justificación de su vida, importa, me  importa, en este texto, el viaje que le hace atravesar varias capas del infierno que es su pueblo. De nuevo relato muy bien desarrollado, magnífico, memorable.

“No hay edad para rejuvenecer” narra una venganza de un abuelo contra su familia, que lo margina e insulta. Sangre en abundancia, crimen atroz, contado con impiedad e incluso humor. Se reitera una constante que hallo en este libro: se va de sorpresa en sorpresa.

Los cuentos largos –y logrados- tienen intercalados breves textos, algunos más cuajados de otros, pero que aportan el atrevimiento, la ruptura de los cánones y la inteligencia.

Temas frecuentes: crisis de pareja, hombres y mujeres que viven entre el vómito, la basura y las colillas de los cigarrillos, personajes rencorosos, mujeres con aliento fétido, mortecino, hombres entregados a la droga, una humanidad destruida: escritores, hamburgueseros, pobres gentes,  seres obsesionados por nimiedades, personajes que se hunden en el desamparo, sin dirección, que obscuramente buscan un responsable de tanta desdicha, antes de simplemente disolverse. Importantes elementos en muchos de los textos: la bebida, los cigarros, los cerillos y los ceniceros. La bebida, el cigarro, la droga, como formas de escapar a las miserias de la vida.

Se repite el personaje Evelyn, compañera del protagonista, que es en ocasiones escritor y en ocasiones editor. Se repite el argumento del adulterio y la vida miserable.

“los ignacios zaragozas” (así con minúsculas) es una especie de descarado, o más bien despiadado, cuadro autobiográfico de un escritor que bebe buen cognac, recapitula su vida, las miserias vividas con sus mujeres, describe su habitación, hace inventario de sus libros preferidos: la virtud de este texto (llamarlo cuento sería abusar del género), es la descripción minuciosa, no realista, sino perspectivista: vemos las cosas no en sí, no como son, sino como las ve el protagonista, el hablante.

El libro está formado por elementos vinculados, agregados, no armónicos, sino dismónicos (no sé si existe la palabra pero suena bien), difusos. En “El trailero” aparece por primera vez “la realidad mexicana” contemporánea: una escena atroz, típica de lo que está sucediendo en este país, contada con enorme frialdad.

En general la actitud ante la violencia, el crimen, la miseria, la desolación, el suicidio, es fría, distante, sin sentimientos o reacciones: como si el autor y sus personajes ya estuvieran vacunados contra la violencia, el crimen, la falta de sentido de la vida.

Hacia el final del libro comienzan a menudear los párrafos sentenciosos, algún texto que parece un discurso de Zaratustra, fragmentos de lo que parecen viajes astrales o alucinógenos (en general interesantes pero prescindibles).

Un libro atractivo, gratificante, de un cuentista de primer orden.

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