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¿Qué es una novela? Mi reino por un caballo o el arte de la novela

junio 24, 2014

Conferencia inaugural del Taller de Novela en la Universidad Nacional de Colombia, abril de 1999

Hay tantas respuestas a la pregunta, qué es una novela, como novelas verdaderamente importantes existen en el mundo de la literatura. Novela es El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que narra las aventuras de un hidalgo castellano metido a asuntos de caballerías a causa de una intoxicación libresca; novela es El viejo y el mar, que en menos de cien páginas describe la lucha entre un gran pez y un anciano; novela es el libro titulado Las relaciones peligrosos, que consiste en un intercambio de cartas entre nobles franceses; novela es el Ulises de Joyce, una verdadera enciclopedia de estilos, puntos de vista, disquisiciones sobre filosofía y todas las otras ías y turas posibles; novela es María, la recreación serena y paisajista de una época y un territorio, que sirven de fondo a una de las más grandes historias de amor de que se tenga memoria; novela esLa Vorágine, que cuenta la historia de un poeta que pierde el paraíso de la capital por culpa de una mujer y que va al infierno de la selva a buscarla, para terminar tragado por la naturaleza salvaje; novela es Cien años de soledad, que cuenta la historia completa de un pueblo, desde su fundación hasta su desaparición. Es tal la variedad de los territorios, temas, estilos, tonos, estructuras, tiempos, que bien podría considerarse a la novela como la madre y la hija de todos los géneros. Dice E.M. Forster (1) que "el éxito de la novela depende de la capacidad de fundar una nueva sensibilidad". Y Conrad agrega: "Qué es la novela sino una convicción de la existencia de una persona, que es nuestro prójimo, lo bastante fuerte para adoptar una forma de vida imaginaria más evidente que la realidad y cuya verosimilitud acumulada por una serie de episodios seleccionados avergüenza al orgullo de la historia documentada?" "Una novela -dice E.M. Forster en su ya clásico tratado Aspectos de la novela- es una obra de arte que tiene sus propias leyes, que no son las de la vida cotidiana; por lo tanto, el personaje de la novela es real cuando vive de acuerdo a esas leyes". Una novela no es la vida, no sustituye a la vida, porque es creada por un ser contingente, que mea, caga y come, y no por la naturaleza o por Dios, que son tal vez más implacables, y por ello menos flexibles. El novelista edita la realidad, la medita, la digiere, la procesa, la transforma y da a luz un nuevo producto, que se sujeta, como dice Forster, a sus propias leyes. Qué leyes son esas? Busquemos con la mayor inocencia e ingenuidad posibles las leyes que rigen, por ejemplo, al Quijote: la imaginación es más poderosa y rica que la realidad; a El viejo y el mar: la voluntad empecinada puede hacer más fuerte al débil que al poderoso; a Las relaciones peligrosas: el amor cuanto más en riesgo más emocionante y absorbente; al Ulises: un solo día bien vivido puede ser más intenso y aleccionante que toda una vida; a María: el amor que se alimenta de ausencia es el más grande; a La Vorágine: quien se arriesga a seguir los caminos de la pasión corre el riesgo de perder todo lo que tiene; aCien años de soledad: la magia puede ser más real que la historia. Y así sucesivamente. Entonces, si la novela se rige por leyes -y no entremos a hacer una taxonomía de leyes de la estructura, del tiempo, del espacio, de los personajes, de la verosimilitud, etc. que nos podría llevar a querer competir con Aristóteles... si la novela se rige por leyes, qué diferencia puede tener con el derecho, con la física o la química, con la astronomía o la medicina? La diferencia estriba en la "uniquidad" -acuñemos provisionalmente este término-: las leyes de una novela solamente se aplican a esa novela, mientras que las leyes del derecho se aplican a los gobernados, las de la física a los cuerpos, las de la química a los componentes de los cuerpos y las de la astronomía a las entidades celestes. Las leyes de la novela son, por lo tanto, leyes más humildes, y sin embargo y paradójicamente más incluyentes: mientras que en cada ciencia particular las leyes se aplican a una parte de la realidad, las leyes de la novela se aplican a todo un universo, que incluye todas las realidades. Una novela es un universo incluyente y excluyente. Incluyente porque guarda en sí todo lo que necesita; excluyente porque no depende de ninguna realidad exterior que no sea la de su propio lenguaje. Una novela es un ciclo cerrado, una forma definida, una percepción del mundo y quiérase o no, una concepción del mundo. El novelista es un creador que controla todas las variables, a veces incluso sin saberlo, pues trabaja no sólo con su inconsciente, sino con el inconsciente colectivo y, seamos osados, con el inconsciente universal. Dice Borges que el artista es un medium, pero hay que agregar que un medium propicio, preparado, tierra fértil. Hay un proverbio oriental que dice: Cuando el discípulo está listo, el maestro llega. Si lo torcemos un porquito podríamos decir: cuando el novelista está listo, la novela llega. Sergio Pitol, uno de los más brillantes narradores contemporáneos de México y un escritor que ha vivido más inmerso en la literatura que en la vida, sostiene, con Henry James, que "la novela, en su definición más amplia, no es sino una impresión personal y directa de la vida". Cada novelista cuenta en sus obras, la vida que hubiera querido vivir, la vida que teme vivir, describe heroismos y abyecciones que ha vivido o conocido. Hay novelistas más imaginativos que otros: Julio Verne o Joseph Conrad fueron en realidad personas mucho más grises y sedentarias que sus protagonistas. Hay novelistas que hicieron de sus vidas novelas: Proust, Henry Miller y Thomas Mann, por ejemplo. Pero cada uno de estos tres se ocuparon de territorios diferentes de la naturaleza humana: Proust, de la evolución de la memoria y sus vínculos con la sensibilidad; Miller, de la exploración de sus propias hazañas y miserias morales; Mann, del vínculo a veces doloroso y en ocasiones divino que une al hombre con el artista mediante la conciencia desgarrada de estar en un mundo despiadado, en el que el demonio parece derrotar a Dios. La escuela naturalista decía que la novela era "una tajada de vida". Los nuevos novelistas franceses llevaron esta idea al extremo: estudiaron tajadas de vida tan finas, que terminaron aburriéndose y aburriéndonos y estuvieron a punto de sepultar a la novela como lo que es, uno de los refugios más placenteros en los que el hombre puede descansar de su propio ser y de su circunstancia a veces deplorable. Un novelista no puede ser casquivano, insignificante, mezquino. Un buen novelista tiene que ser un alma grande, comprensiva y humana. Este punto lo trató Francois Muriac en su libro Dios y el Diablo: "El punto esencial no es saber si un novelista puede o no retratar un aspecto dado del mal. El punto esencial es saber a qué altura se encuentra cuando hace este retrato y si su arte y su alma son suficientemente puros y lo suficientemente fuertes para hacerlo". De este razonamiento podemos saltar a una reflexión contemporánea: cuántas novelas intrascendentes se publican, cuánta bobería y superficialidad, inflada por una publicidad amañada y una comercialización falsa. Si en un año se publican diez novelas verdaderamente importantes en Colombia es mucho. Todo lo demás es una inmisericorde devastación de bosques e inflamación de egos. Qué es lo que se le pide a la novela? Qué le pido yo, que pretendo ser novelista y que me supongo serio, a la novela? Me atreveré a hacer una enumeración: Uno, que cuente una historia interesante (Forster dice que el espinazo de una novela tiene que ser un relato, "la narración de acontecimientos puestos en el tiempo"); dos, que esté bien escrita; tres, que me sorprenda, ya sea por la originalidad de su estilo o su estructura, por la agresividad y novedad de sus ideas o por ofrecerme un ángulo del mundo que no había considerado; cuatro, que sus personajes sean dignos de todo mi aprecio, de todo mi odio, de mi pasión (quién podría olvidar a Heathcliff, al coronel Aureliano Buendía, a Ana Karenina, a al capitán Acab?); cinco, que la novela sea una experiencia lo suficientemente intensa como para abstraerme del mundo que me rodea e instalarme en el nuevo mundo; seis, que me abra puertas antes clausuradas; siete, que me enriquezca espiritualmente y me haga crecer; ocho, que me enseñe a vivir y me dé alas para que yo vaya más allá de mí mismo y mi circunstancia. La única clasificación que Henry James aceptaba de la novela era la que las divide en interesantes y no interesantes. Casi todo lo que es preceptiva, crítica, análisis, especialmente lo que se hace hoy en periódicos, tiende a engañar al lector. Si un escritor o un académico se meten a guiar a los lectores, lo más probable es que los desbarranquen. Cuántas veces no sucede que uno lee la reseña de un libro en la que se pinta una maraviilla, y cuando va a leerlo resulta que es un ladrillo insufrible. De paso he de decir que más por casualidad que por gusto -en mi cumpleaños cincuenta me regalaron libros- me he asomado a un par de novelas de Saramago y lo que encontré fue aburrimiento, frases sabias en la turbamulta de sólidos bloques en los que no se diferencian diálogos, reflexiones, descripciones. Que Saramago es inteligente, no lo dudo, pero sus novelas, por lo menos a mí, me aturden y me desilusionan. Me quedo con García Márquez, que sabe decir pocas cosas pero con encanto y claridad. La novela es una larga obsesión, un trabajo de años, que nace, crece y se reproduce como un organismo, que puede morir si no se tiene el tino de reconocer su madurez y se sigue trabajando, hasta hacerla obesa, monumental, indigesta, o por el contrario, si se la recorta hasta más allá de su magritud, dejándola seca, sin sustancia, sin los necesarios puentes que unan escenas, den cuenta de la evolución de personajes o lleven un ritmo adecuado del paso del tiempo. Y es aquí donde viene lo que podría llamarse la educación del novelista, una educación en el sentido de los límites, en la búsqueda de un tono, en el trabajo del estilo y de la estructura. Lo trágico de esta educación del novelista es que no existe ni existirá escuela que pueda enseñar a nadie a ser novelista. El novelista se hace en la lectura, en la vida, en el trabajo, en el escritorio, y sobre todo, en la libertad y la posibilidad de soñar. Hay otro aspecto muy importante en la vida del novelista que no tiene que ver no con el trabajo íntimo y alquímico con su personal metal burdo, sino que se relaciona con el mundo: es el molesto expediente de querer ver sus obras publicadas, leídas y comentadas. Tampoco aquí hay escuelas que puedan enseñar cómo afrontar a los editores, a los lectores, a los periodistas ni hay instituciones que consuelen a los novelistas de esa profesión de desconsuelo que consiste en ofrecer una y otra vez sus manuscritos a editores, en mandarlas a concursos y esperar, generalmente de manera infructuosa. Pocos son los escritores que no han tenido que padecer la prueba de la paciencia y no dudo que son un porcentaje mayor los que se dieron por vencidos y se dedicaron a otras profesiones más lucrativas. El verdadero novelista trabaja abstrayéndose del tiempo y del espacio, vive en una dimensión personal, en la que la ganancia es asunto remoto. El novelista, es sin duda, un soñador, pero un soñador en grande: el novelista sueña universos hechos, cerrados, tan ricos, que en elllos puedan habitar él, pero también los lectores de todo el mundo. El novelista -ya lo han dicho con bastante frecuencia- compite con Dios: cada personaje es obra suya y el destino de sus personajes depende de él: pero este pequeño Dios no saca a sus personajes y sus situaciones de la nada, sino que los inventa a partir de personas conocidas, de historias que escucha o lee, los trabaja poco a poco, los va moldeando, hasta darles el soplo final, que es abandonarlos a su suerte y lanzarlos al mundo de los lectores. Dice Sergio Pitol: "Uno aprende y desaprende a cada paso. El novelista deberá entender que la única realidad que le corresponde es su novela, y que su responsabilidad fundamental se finca en ella. Todo lo vivido, los conflictos personales, las preocupaciones sociales, los buenos y los malos amores, las lecturas, y, desde luego, los sueños, habrán de confluir en ella, puesto que la novela es una espoja que deseará absorberlo todo". Hay una observación que me parece certera y que han repetido durante décadas los téoricos de la novela y los novelistas: "La ficción es más verdadera que la historia, porque llega más lejos en las evidencias". Esta observación de E.M. Forster, que a más de gran teórico fue un novelista de respeto, es digna de análisis, y tiene que ver con la naturaleza de eso que llamamos realidad y de eso que llamamos ficción. La realidad -ese ente inexistente que paradójicamente incluye todo sin incluir o privilegiar nada- es un cúmulo tan abrumador de eventos, sensaciones, recuerdos, asociaciones y objetos, que nadie o casi nadie puede sacar en claro alguna verdad, alguna generalización de carácter universal. El novelista, sin embargo, puede intentarlo, y lo intenta: pone entre paréntesis lo que no le sirve para sus propósitos, selecciona lo que le sirve, lo ordena, le busca un sentido y la de una forma artística. De la realidad mayor (la exterior, que comparte con los demás hombres) crea una realidad menor, una realidad suya, de la que se ha apropiado: a la que le ha dado unos límites temporales, espaciales, unas leyes, un estilo, un punto de vista. La ficción, especialmente en la novela, es una realidad chiquita, una subrealidad, que depende de un escritor, y no de un Dios o una naturaleza. La historia pasa, las novelas quedan, conservan su vigencia, su importancia, su capacidad de influir en comportamientos y de generar escuelas. Las grandes novelas terminan por ser signos de identidad de pueblos y culturas. El espíritu de muchos pueblos se halla si no reflejado con fidelidad, por lo menos cifrado inextricablemente, en las grandes obras. Basta pensar lo que es el El Quijote para la cultura hispánica o el Ulises para la anglosajona. Las novelas deben tener tiempo, espacio, relato, trama (la trama se diferencia del relato en el hecho de que en ella no sólo se cuentan eventos sino que se encuentran razones, se crean vínculos, se plantean misterios: si habláramos en términos estrictamente anatómicos el relato sería el esqueleto y la trama las articulaciones). Las novelas deben tener estructura (que podría llamarse también orden), estilo (que podría llamarse también ritmo) y sentido. Si analizamos todos los elementos iniciales y los comparamos con lo que he llamado "sentido", nos daremos cuenta de que en los primeros hay una función de arquitectura, de armazón, de técnica y al abordar lo que sería el sentido nos estamos enfrentando a un problema extremadamente grave, que tiene que ver con una concepción del mundo, con un apuntar hacia algún sitio determinado, con una decisión extremadamente grave: qué quiso decir el novelista? Qué pudo decir? Hasta dónde permitió que su material novelístico se independizara de él y alcanzara una vida propia? La novela termina siendo, ni más ni menos, un punto de vista personal sobre el mundo y si el novelista es un pobre hombre, su novela resultará una pobre novela. Quiénes resultan ser novelistas? Qué bagaje cultural se necesita para serlo? Qué actitud? En términos generales novelista puede ser cualquier persona dotada de suficiente curiosidad, de disciplina, de libertad y del sentimiento de que tiene algo que decirle al mundo y que se lo dirá aunque el mundo se oponga. Pienso que el novelista, especialmente en nuestros tiempos, en los que es tan difícil salir adelante en una disciplina como esta (los obstáculos son mayúsculos: el 99 por ciento de los novelistas no recibirá retribución alguna durante el periodo de sus cinco o diez primeros años; no encontrará editorial; no será apreciado socialmente; encontrará oposición abierta de parte de los novelistas ya establecidos; deberá trabajar en otros oficios para sobrevivir; necesitará leer mucho, prepararse, tener gran fe), pienso que el novelista es o debe ser una persona de curiosidad universal, de optimismo a prueba de choques y capaz de afrontar con una sonrisa los vendavales de la mala fe. Una de cada mil novelas de novelistas no afamados sale publicada al año siguiente de haber sido terminada. Lo más probable es que un manuscrito deba ser ofrecido entre diez o veinte veces antes de ser publicado o de ser guardado en un escritorio para el deleite de las polillas. El panorama no es alentador pero es el único que hay, por lo menos en Colombia y en la mayor parte de los países latinoamericanos. Pienso que el novelista en nuestros países es como el célebre Ricardo III de Shakespeare, un hombre que ha asesinado a su esposa, a sus hermanos, a sus primos, a sus amigos y aliados, y que en la batalla final pierde incluso a su caballo, pero que, contrahecho, jorobado y viejo, sigue lanzando espadazos a diestra y siniestra, y grita "mi reino por un caballo!" Los novelistas, que sacrifican en los tiempos actuales todo por su arte -su posibilidad de tener prosperidad en otra industria, su estabilidad familiar, su tiempo libre, casi su vida-, siguen o deben seguir batallando a pie, sin aliados, y han de gritar en el vacío cada vez más aterrador de este mundo electrónico, fugaz y huero de sentido, "Mi reino por una novela!". La prevalencia de la novela, como la prevalencia del arte son, en otro plano -en el plano espiritual- labores tan importante como la preservación del planeta: se juega en este partido, ni más ni menos, la existencia del espíritu, de la imaginación, de la libertad, de la creatividad, de la diferencia, de la tolerancia, del disfrute inteligente del tiempo libre. Por eso el grito "Mi reino por una novela!" debería ser la consigna de cualquiera que quiera ser novelista. Xalapa, 27 de marzo de 1999 Obras citadas Aspectos de la novela, E.M. Forster, Universidad Veracruzana. También hay edición reciente de Tusquets, Colección Andanzas. Los novelistas y la novela, Myriam Allot, Editorial Era, México.

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