El primer premio literario de García Márquez
julio 21, 2014
Joaquín Matos Omar
Revista Latitud, cortesía de Memorabilia García Márquez
Un día ocioso de los últimos meses de
1953, en una agónica máquina de escribir puesta sobre el “escritorio
descascarado” de su oficina en la redacción del diario vespertino El Nacional,
situado en la esquina del Paseo Bolívar con la carrera 38, en Barranquilla
–donde hoy día se halla una estación de combustible–, el joven periodista y
escritor Gabriel García Márquez escribió de un tirón un cuento al que incluso
le puso allí mismo, una vez martillado el punto final, su título definitivo:
“Un día después del sábado”.
El cuento, no se sabe por qué,
permaneció inédito durante más de un año, atesorado en los archivos itinerantes
del autor, pese a que, según este mismo recordaría casi 50 años más tarde en su
libro de memorias, Vivir para contarla, es uno de los pocos que lo “dejaron
satisfecho desde la primera versión”. A mediados del año siguiente, instalado
ahora desde unos seis meses atrás en Bogotá, donde se desempeñaba como redactor
del diario El Espectador, García Márquez, de 27 años, decidió presentarlo a un
concurso convocado por la Asociación Nacional de Escritores y Artistas de
Colombia y patrocinado con la suma de mil pesos por uno de los socios de ese
gremio, Luis Guillermo Echeverri. Riguroso como ya era, tuvo antes el buen
cuidado de dedicar una noche a la labor de su corrección final.
El jurado estaba integrado por Rafael
Maya, Próspero Morales Pradilla, Daniel Arango, Hernando Téllez y José Hurtado
García, quienes eran entonces, salvo quizá el último, escritores colombianos
muy prestigiosos, tal como lo siguen siendo hoy día, en mayor o menor grado. El
joven García Márquez tenía pleno conocimiento de la idoneidad de este jurado y,
por ello, lo creía capaz de justipreciar la calidad de “Un día después del
sábado”. Su previsión no estuvo errada: el viernes 30 de julio de aquel año de
1954, a las 6:30 de la tarde, y tras decisión unánime de los cinco miembros del
jurado, su cuento fue públicamente declarado ganador del primer premio, entre
46 trabajos concursantes. Los premios al segundo y al tercer lugar fueron
otorgados a Guillermo Ruiz Rivas, por su cuento “Por los caminos de la muerte”,
y a Carlos Arturo Truque por “Vivan los compañeros”. La noticia fue registrada
al mismo día siguiente en primera plana, por EL HERALDO, su antigua casa
periodística.
Éste fue el primer premio obtenido
por García Márquez en su vida literaria; el galardón es, pues, muy
significativo, no sólo por ser el primero, sino porque no habrían de ser muchos
–no más de seis o siete– los que él recibiría en su larguísima carrera de escritor
(y ello, ya se sabe, por su propia voluntad, tomada en 1982, cuando ganó el
Nobel).
Aquel primer premio de 1954, aparte
de la retribución económica que supuso, debió representar para el joven García
Márquez un gran estímulo literario, pues se trataba de un reconocimiento
nacional concedido por un grupo de expertos a su labor en el género del cuento,
que venía cultivando con intensidad desde 1947 y en el que, hasta entonces,
había producido 14 piezas, incluida “Un día después del sábado”.
El premio comprendió también otra
importante recompensa: la publicación del cuento en libro. En efecto, en ese
mismo año, impreso en Bogotá por Editorial Minerva, el Ministerio de Educación
Nacional sacó a luz el pequeño volumen Tres cuentos colombianos, que contenía las
tres piezas distinguidas, así como una introducción firmada por los miembros
del jurado calificador. Esa edición comportó también un hito en la carrera de
García Márquez: fue el primer libro que publicó, con independencia de que haya
sido en colaboración con otros dos autores.
Pues bien: este libro, Tres cuentos
colombianos, fue reeditado por primera vez en marzo de este año en Cali por
Fernando Jaramillo Echeverri y Manuel “Lucho” Berggrun, precisamente en
homenaje a los 60 de su primera edición. Fernando Jaramillo, manizalita
radicado en la capital del Valle del Cauca, es uno de los mayores gabólogos de
Colombia, creador y director del muy leído blog “Memorabilia GGM”, un
exhaustivo informativo dedicado por completo a “la vida y la obra del escritor
colombiano”. Esta nueva edición, que rescata del olvido un libro importante en
la bibliografía garciamarquiana y que “pretende ser el último homenaje en vida
que recibió Gabo” –según dice Jaramillo–, es una joya de colección, ya que, por
el formato, el papel, el diseño y los tipos de letra utilizados, que imitan en
todo a los de la primera edición, así como, incluso, por los errores
tipográficos, ortográficos y de sintaxis del texto original, que fueron
conservados, se trata de poco menos que una edición facsimilar.
“Un día después del sábado” es
también el más antiguo de los ocho cuentos que integran el primer libro en
solitario de García Márquez en ese género, Los funerales de la Mamá Grande
(1962). Así es: de todos los que escribió y publicó en periódicos y revistas
entre 1947 y 1954 (producción que, según la crítica, integra la fase de su obra
que se ha llamado su “prehistoria literaria”), el único que él escogió (y, por
tanto, que él salvó, digámoslo así) para incluir en el citado libro es “Un día
después del sábado” (los otro siete cuentos del volumen fueron escritos con
posterioridad, entre 1958 y 1959) Es decir, “Un día después del sábado” marca
la línea divisoria entre su prehistoria y su historia literaria. (Esto es así a
tal punto que el crítico uruguayo Ángel Rama, en su ensayo “García Márquez: la
violencia americana” –recogido en el libro 9 asedios a García Márquez, Santiago
de Chile, 1969–, se refiere a este relato como “su primer cuento”).
¿Cómo
es el cuento?
Escrito en una prosa cincelada,
eufónica, pero diáfana y austera, el cuento es la primera pieza narrativa de
García Márquez publicada en libro en la que ya aparece Macondo, así como
algunos de los personajes de este pueblo mítico-histórico, como Rebeca Buendía
y Argénida, su sirvienta; José Arcadio Buendía (el esposo ya muerto de
aquélla), el coronel Aureliano Buendía y el padre Antonio Isabel del Santísimo
Sacramento del Altar.
Precisemos: el pueblo en que transcurre la acción es innominado, pero varias claras evidencias (el nombre de su única posada –“Hotel Macondo”–, los personajes mencionados, el asfixiante calor, la estación del ferrocarril, el tren amarillo de cuatro vagones, el ya desaparecido e interminable tren de la compañía bananera de 140 vagones) indican que, sin duda, se trata de Macondo.
Precisemos: el pueblo en que transcurre la acción es innominado, pero varias claras evidencias (el nombre de su única posada –“Hotel Macondo”–, los personajes mencionados, el asfixiante calor, la estación del ferrocarril, el tren amarillo de cuatro vagones, el ya desaparecido e interminable tren de la compañía bananera de 140 vagones) indican que, sin duda, se trata de Macondo.
El cuento narra, en síntesis, la
ocurrencia de un insólito fenómeno en el pueblo, la precipitación mortal de una
multitud de pájaros a causa del intenso calor, lo que, por un lado, coincide
con la llegada de un muchacho que va de viaje hacia la ciudad para gestionar la
pensión de su madre y que tiene que quedarse en el villorrio porque lo deja el
tren, perdiendo así su equipaje y los documentos de la jubilación; y, por otro,
produce el “milagro” de que la viuda Rebeca y demás lugareños retornen a la
iglesia, a la que ya no asisten desde hace mucho tiempo, convocados por el
sermón del anciano párroco en el que interpreta la lluvia de pájaros muertos
como una consecuencia del paso por allí del Judío Errante.
Uno podría dilucidar el cuento en el
sentido de que la peste de los pájaros muertos es el costo que tiene que pagar
el pueblo para que se cumplan dos dones: la recuperación de la credibilidad por
parte del cura a quien creían con demencia senil y el resarcimiento del joven
forastero por la grave pérdida que ha sufrido, pues el padre decide regalarle a
éste todo el dinero del diezmo.
Lecturas
e interpretaciones
Sin embargo, el jurado calificador
que distinguió el cuento, en el texto que se publicó como introducción del
libro Tres cuentos colombianos, y luego de cubrir de elogios la narración del
joven García Márquez por sus diversos méritos, le señala lo que llaman “una
pequeña falla”: “El abandono del símbolo obsesionante de los pájaros muertos
que, por su insistencia en toda la primera parte del relato, parecía iba a
constituir el misterioso elemento que condicionaría la acción interior y
exterior de los personajes. El símbolo quedó abandonado y el relato tomó otros
cauces”.
Es curioso que, investigando en
Internet, hallé por lo menos la opinión de un lector que, apuntando en la misma
dirección, expresa también que al principio el cuento atrae por el interés de
saber la razón última de la muerte de los pájaros, pero que el final resulta
incomprensible o no convincente porque no resuelve esta intriga. Otra reseña
dice “que no queda muy clara la intención del cuento”. El reconocido escritor
Juan Gabriel Vásquez –uno de los cuatro conocedores de la obra de García
Márquez, junto con Fernando Jaramillo y los cuentistas barranquilleros
Heriberto Fiorillo y Paul Brito, a quienes consulté para este artículo–
manifiesta igualmente que “el cuento es valioso por su ambiente de inquietud y
por sus primeras tres o cuatro páginas, tan superiores al resto”, si bien no da
como razón explícita de ello la aparente desviación del cuento de su motivo
inicial. Brito también resalta su “desarrollo disperso más afín a la novela que
al cuento”; no obstante, dice que el fenómeno de los pájaros “sirve de hilo
conductor a las historias de tres personajes que apenas se tocan” y que “las
líneas narrativas y su clima existencial van concurriendo en un mismo núcleo de
angustia, como si un remolino apocalíptico las fuera succionando hacia el
infierno”. Por su parte, Ángel Rama, en el ensayo arriba citado, afirma que es
el pudor del autor, “que le veda entremeterse para forzar la mecánica
significante del cuento”, el que explica que sus partes estén “débilmente
vinculadas”, de modo que las entrega al lector para que sea éste quien
“recomponga el cuadro, encuentre su secreto”.
Por otra parte, todos coinciden en
valorar “Un día después del sábado” por su carácter anticipatorio de Cien años
de soledad. Así, Vásquez expresa que le “ha interesado siempre por lo que
anuncia: el mundo de Aureliano y José Arcadio Buendía, de una realidad
contaminada por la superstición”. Fiorillo, a su turno, ve en él “una pequeña
muestra de lo que sería el universo realista y mágico de Macondo, ampliado en
Cien años de Soledad”. Enseguida puntualiza: “Se trata de un fresco inicial de
Macondo, como se llama el hotel, una situación contada desde la perspectiva y
la experiencia de varios personajes, con el lenguaje seductor y magistral de
Gabito, que parece buscar el camino hacia la creación y narración de un espacio
cohabitado por vivos y muertos”. Y agrega que ese material él lo “había
consignado ya con seguridad en su mamotreto La casa”. Por su parte, Brito dice:
“Hay varias imágenes, personajes, ambientes e incluso giros lingüísticos que me
remiten a la misma Cien años de soledad”. Y, en su ensayo, el uruguayo Rama es
contundente: “En ese cuento está fijado el designio de su obra posterior”.
Me parece importante, sin embargo,
señalar una diferencia entre “Un día después del sábado” y Cien años de
soledad: mientras que en la gran novela, los personajes asumen lo sobrenatural
como algo normal y cotidiano, en el cuento, tal como dice Vargas Llosa en
Historia de un deicidio, todos los personajes “defienden lo real objetivo, se
oponen a la inserción de lo imaginario en su mundo”.
Vásquez anota una diferencia de otro
orden: “Para mí, como escritor, el cuento tiene además una gran virtud: sus
imperfecciones. Leerlo y leer después Cien años de soledad es darnos cuenta de
la diferencia entre un escritor talentoso y un genio”.
“Gabito,
el laureado”
Salvo por sus amigos y algunos
miembros de los círculos literarios, García Márquez era, en 1954, poco conocido
en Colombia como autor de ficción; tampoco lo era tanto como periodista, no
obstante que desde febrero de ese año era redactor de planta de El Espectador,
pues su fama como tal se la darían sus grandes reportajes, que sólo empezaría a
publicar a partir de agosto.
Dicho esto, hay que señalar que Ángel
Rama, en el mismo texto aquí citado, afirma que el premio otorgado a “Un día
después del sábado” proyectó “el nombre de un periodista avezado al campo de
las letras”. Fernando Jaramillo es de la misma opinión: “Cuando a alguien lo
publican en libro –dice–, lo convierten en escritor. Antes es solo periodista”.
Jaramillo agrega que “el destello de
fama” que trajo consigo el premio desencadenó otros efectos positivos para el
joven autor: “Como resultado de su triunfo, le hacen la primera entrevista de
su vida en la emisora HJCK, de Bogotá, y el editor Samuel Lisman Baum le
publica su primera novela, La hojarasca, en mayo de 1955”.
A lo anterior hay que agregar que el
gran Eduardo Zalamea Borda, en su famosa columna de El Espectador, “La ciudad y
el mundo”, firmada con el seudónimo de Ulises, publicó una nota laudatoria
(apenas uno o dos días después de concedido el premio, pues EL HERALDO la
reprodujo en su página editorial el lunes 2 de agosto) en la que califica al
joven escritor de “auténtico talento literario, el más importante que haya
producido el país en los últimos años” y lo llama familiar y afectuosamente
“Gabito, el laureado”.
Cómo
recordaba García Márquez el premio
García Márquez narra en sus memorias
que el premio obtenido por “Un día después del sábado” le representó “la
gratificación descomunal de tres mil pesos”. En este punto, sin duda, su
recuerdo erró, y por un amplio margen, pues, tal como lo consigna el texto
suscrito por el jurado, la suma que recibió fue en realidad de 500 pesos, lo
que, sin embargo, equivalía al 55% del muy buen sueldo que ganaba a la sazón en
El Espectador: 900 pesos.
Otro dato equivocado que, en relación
con este premio, suministra García Márquez en Vivir para contarla es el
relativo a los miembros del jurado. Escribe en la página 543: “El jurado del
concurso de cuento eran Hernando Téllez, Juan Lozano y Lozano, Pedro Gómez
Valderrama y otros tres escritores y críticos de las grandes ligas”. En primer
término, no eran seis, sino cinco, como ya quedó dicho arriba; y en segundo
término, como quedó sobrentendido, de él no hacían parte Gómez Valderrama ni
Lozano y Lozano; en el caso de este último, su confusión tal vez fue causada
por el hecho de que Lozano y Lozano intervino en la ceremonia de premiación con
un discurso pronunciado en nombre del patrocinador Luis Guillermo Echeverri,
quien se hallaba fuera de Bogotá. (Hay que decir que, en este punto, no sólo
García Márquez como autobiógrafo se equivocó, sino también uno de sus
principales biógrafos, Dasso Saldívar, quien, en El viaje a la semilla,
menciona como uno de los jurados al poeta piedracielista Carlos Martín).
Y un tercer dato ya no equivocado
pero sí dudoso es el correspondiente a las fuentes literarias del cuento. Juan
Gabriel Vásquez, en el texto que leyó en el homenaje que le tributó la ONU a
García Márquez el pasado 5 de junio, declaró, en clara alusión a “Un día
después del sábado”, que los pájaros que allí caen muertos por culpa del calor
son una influencia de los pájaros que, en la novela Orlando, de Virginia Woolf,
“se mueren de frío en pleno vuelo” (esta filiación ya la había señalado también
Alfonso Fuenmayor en 1977). Sin embargo, el propio García Márquez, en sus
memorias, dice que vienen “de las lluvias de pájaros muertos de Nathaniel
Hawthorne”. Le pido una aclaración a Vásquez al respecto.
“Te diría que a ningún autor hay que
creerle cuando habla de sus influencias –explica–, y mucho menos a García
Márquez, que trató siempre de despistar a los críticos”. A continuación, añade:
“Te diría también que las imágenes del cuento beben de muchas fuentes, como
sucede siempre en literatura, y es posible que en el inconsciente del joven
García Márquez se mezclara Hawthorne con Virginia Woolf… y con Camus, además,
porque el comienzo del cuento (y en general el uso de los pájaros como suceso
misterioso) imita maravillosamente las estrategias de La peste, cambiando las
ratas por los pájaros. Hay frases que son virtualmente idénticas”.
Comentando estos errores e
imprecisiones de García Márquez, Fernando Jaramillo, citando el epílogo de la
reedición de Tres cuentos colombianos, dice:
– Aquí se hace más patente el epígrafe
de sus memorias: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y
cómo la recuerda para contarla”.
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