1981. Mi querido Diario
agosto 25, 2014
Memorias
de 1981. En la playa de Villarrica. Por
la tarde fui a lo que he llamado Paraíso II. Estuve leyendo Situación
límite frente al horizonte curvo del mar. Sentía la soledad
muy hermosa, tranquila y plácida. Hablé solo, canté y grité convocando a
Conrad. Gritaba ¡quiero ser Conrad! Salté luego de hacer ejercicios de
flexibilidad. Practiqué salto largo en la arena. Me daba rabia no poder superar los tres metros setenta. Comencé a
gritar, ¡quiero volar, quiero volar! Me santigüé con agua de mar, convoqué a
las fuerzas del universo y eche a correr a toda velocidad. Cuando
medí el salto me percaté que había volado tres metros noventa y siete
centímetros.
(Hoy
treinta y un años después de escrito lo anterior) me pregunto, mientras paso las notas anteriores de un
cuadernillo Sbribe deteriorado a la lap top, si es que yo llevaba a mis retiros
en Villarrica una cinta métrica, lo que es bastante improbable; sí creo
verosímil que hubiera medido con mis patas de neanderthal, que ocupan cada una
veinte centímetros en el espacio longitudinal).
La
condición del mar era eléctrica y brillante. Como si fuera el océano de otro
planeta. Las olas se levantaban con velocidad alucinante y caían con fuerza
rabiosa, como queriendo vengarse de la tierra. Y sin embargo el agua era muy
clara, de un color metático verde azulado. A las cuatro de la tarde el sol
brillaba espléndido pero no ofendía los ojos. Me desnudé y fecundé
abundantemente el mar. Perfección. Queda curvo el firmamento, compacto
azul sobre el día, es el redondeamiento de la plenitud, mediodía. Nunca
olvidaré esta estrofa en los belfos casi histéricos de Debiki, como jamás
olvidaré la rubia, casi blanca cabellera de la alumna que era su adoración en
KU.
(Fecundé
abundantemente el mar. Ironías y oprobios del tiempo: ahora no fecundo
ni los calzoncillos. El cotidiano Avodart que me receta el urólogo ha hecho que
mis quintaesencias no salgan a la luz del mundo, sino que sean reabsorbidos por
el cuerpo. El placer sigue presente y vigente, no con cataclismos y centellas,
pero obvio, y la imaginación, mientras más viejo, más efervescente).
--Si
este camino hablara me hubiera dicho hace muchos años lo que después yo iba a
sufrir –-dice La Bala, una de las putitas que trabajan en El Foco Rojo de
Cardel. La Bala es muy pequeña, tiene dos o tres dientes vivos en la encía
superior. Las piernas muy delgadas. Luce un vestido azul de
terciopelo, evidente obsequio de alguna patrona, y en sus pies chanclas Nike.
Cuando se refugia en Villarrica es para descansar. No quiere dinero sino
amistad y cariño. Comer pescado y ceviche y beber caña. Y coger, coger mucho,
pero sin cansancio, porque lo hace por gusto. Dice.
(No
olvido que Tribilín, alias Mocolevá, alias Californio El Simple, personaje de
mi Historia de todas las cosas, y persona muy querida en San Isidro
de El General, gritaba como las prostis del pueblo cuando estaba contento: ¡Qué
rico y ganando! ¡Qué rico y ganando!)
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