El terrible Norte de Cormac McCarthy: Meridiano de sangre
septiembre 07, 2014

… los dioses de la venganza y la compasión duermen en sus respectivas
criptas y… tanto si exigimos cuentas, como la destrucción de todos los libros,
nuestros gritos no suscitan más que un mismo silencio…
1. Si alguien cree que la situación
actual de la frontera de México con Estados Unidos (masacres colectivas, hordas
de miserables asediando los límites con el imperio norteamericano, ciudades
convertidas en territorios de guerras innumerables entre grupos de narcos; ejércitos estadounidense y mexicano luchando
o siendo cómplices secretos de fantasmales bandas de narcos; delincuentes
comunes, contrabandistas, y la laya
entera de los malandrines, los monstruos criminales y las bestias humanas
disputándose el territorio palmo a palmo… y en medio de este mortal, mefítico,
infernal caldo de cultivo, caravanas de migrantes desharrapados cruzando en
dolientes peregrinaciones los desiertos
equipados apenas con zapatos, la ropa básica, una mochila y tal vez una
cantimplora con agua caliente)… si alguien cree que la situación actual de la
frontera México-Estados Unidos es atroz, tiene que leer esta novela de Cormac
McCarthy, Meridiano de sangre.
Novela que no es en realidad novela sino que se aproxima a ser documento
histórico, basado –según confesión del propio autor- en My Confession: The Recollections of a Rogue, de Samuel Chamberlain.
En una entrevista reciente en el New York Times el autor dijo: “The ugly
fact is books are made out of books. The novel depends for its life on the
novels that have been written”.
Y eso hizo McCarthy: escribir
una novela feroz, sin aliento, basada en el libro de Chamberlain y en otros
documentos que dan testimonio de lo que fue la frontera entre Estados Unidos y
México en el siglo XIX.
Los mexicanos son pintados
aquí como una “raza inferior, casi de
sub hombres”:
Nos enfrentamos a una raza de degenerados. Una raza mestiza, poco mejor
que los negros. Puede que ni eso. En México no hay gobierno. Qué diablos, en
México no hay Dios. Ni lo habrá nunca. Nos enfrentamos a un pueblo
manifiestamente incapacitado para gobernarse. ¿Y sabes lo que ocurre con el
pueblo que no sabe gobernarse? Exacto. Que vienen otros a gobernar por ellos.
Estas son opiniones del
capitán White, encargado de reclutar mercenarios para que vayan a exterminar a
los apaches que asuelan la frontera. Una vez reunido un pequeño batallón de
mercenarios se desata una orgía (una cruzada) de sangre en la que son
exterminados apaches, mestizos, blancos, mexicanos, hombres, mujeres, niños y
bestias: como auténticos bárbaros que parecen querer revivir a Atila, los mercenarios coleccionan collares de
orejas y bultos llenos de cabelleras: por cada una de las cuales reciben buena
paga. Paga que paradójicamente surge de los gobiernos mexicanos de los estados
limítrofes con Estados Unidos.
Abundan las escenas de
crueldad inhumana:
… al poco rato llegaron a un arbusto del que colgaban bebés muertos…
No había bancos en la iglesia y el piso de piedra estaba cubierto de los
cuerpos escalpados y desnudos y parcialmente devorados de unas cuarenta
personas que se habían parapetado en aquella casa de Dios huyendo de los
paganos…
Esos hijos de puta (los comanches) son crueles de verdad. Me contaron de
un muchacho del llano, allá donde los colonos holandeses, que fue capturado. Le
hicieron andar. Seis días después llegó a
Frederiksburg arrastrándose a cuatro patas en pelota viva, ¿y sabéis lo
que le habían hecho? Pues arrancarle la planta de los pies.
Tenían la lengua fuera y atravesada por palos puntiagudos y les habían
cercenado las orejas y sus torsos habían sido abierto con pedernal de forma que
las entrañas les colgaban por fuera.
Y así sigue la novela: los
mercenarios atraviesan paisajes interminables: desiertos, montañas, en general
áridos, asesinando cuanto se les pone al frente, siendo testigos del salvajismo
de comanches, ananzazis, apaches, persiguiendo y siendo perseguidos en una
orgía de sangre que se prolonga por casi 400 páginas de letra pequeña (en la
edición de Debolsillo, RHM).
Uno de los personajes
protagónicos es el juez Holden, que defiende la necesidad del exterminio de los
más débiles, de los de sangre impura, para que reinen los nobles, los elegidos.
El juez es una especie de filósofo nietzscheano que lanza sus sermones al viento en el desierto y en las
ciudades, en soledad y en medio de multitudes. Habla a manera de parábolas…
Óyeme bien, dijo. En el escenario hay sitio para un único animal. Los
demás están destinados a una noche que es eterna e innombrable. Las candilejas
iluminarán su descenso hacia la oscuridad.
El otro protagonista es un
personaje a quien se le designa solamente como “el chaval”: se trata de un
testigo de la cruzada de sangre y un observador de todo lo que sucede: no
juzga: nada más observa. Es como el Meursault
de El extranjero: un personaje lanzado a un
mundo que no entiende
En la novela no hay un
narrador visible. Hay algo como un dios omnisciente a quien el lector no tiene
otra alternativa que achacarle este universo de desastre: no se trata de que la
realidad retratada sea desastrosa, sino que la forma de abordarla es
cataclísmica.
En la novela hay una sola
escena de humanidad: se trata de la escena en la que las prostitutas sacan a un
idiota al que exhiben como un animal de circo en una jaula y lo bañan con
afecto casi maternal. Abundantes ecos de
Shakespeare, de Faulkner, de Camus hay
en esta obra, de la que ha dicho Harold Bloom: “En el umbral del siglo XXI me
parece la obra imaginativa más impresionante entre todas las de los
escritores estadounidenses vivos”. Me
parece cuestionable el carácter de “imaginativa”: más bien me parece un
prodigio de recreación de una época y un tiempo.
No siendo versado en asuntos
de historia no me atrevería a poner en cuestión su verosimilitud. Lo que sí me
parece incuestionable es que es una novela impresionante, incuestinable,
comparable a Esperando a los bárbaros de Coetzee. (Hago la aclaración que esta comparación
fue hecha originalmente por José Ovejero, en Ética de la crueldad).
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