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El terrible Norte de Cormac McCarthy: Meridiano de sangre

septiembre 07, 2014


Es inevitable pensar en Shakespeare y sus tragedias que harían palidecer  a Tarantino  al leer  Meridiano de sangre,  del escritor norteamericano Cormac McCarthy, una prueba verdaderamente feroz para cualquier lector:  en la obra se despliega un estilo a la vez seco y deslumbrante, lleno de imágenes, a veces crípticas e incluso aparentemente sin sentido; personajes trágicos, que se someten a un destino aciago que sienten irrevocable; una sucesión interminable de masacres cada vez más atroces; un desprecio por la humanidad en pleno y la certeza de que los dioses, si existen, son totalmente indiferentes a las desventuras de los hombres…

los dioses de la venganza y la compasión duermen en sus respectivas criptas y… tanto si exigimos cuentas, como la destrucción de todos los libros, nuestros gritos no suscitan más que un mismo silencio…

 

1.     Si alguien cree que la situación actual de la frontera de México con Estados Unidos (masacres colectivas, hordas de miserables asediando los límites con el imperio norteamericano, ciudades convertidas en territorios de guerras innumerables entre grupos de narcos;  ejércitos estadounidense y mexicano luchando o siendo cómplices secretos de fantasmales bandas de narcos; delincuentes comunes, contrabandistas,  y la laya entera de los malandrines, los monstruos criminales y las bestias humanas disputándose el territorio palmo a palmo… y en medio de este mortal, mefítico, infernal caldo de cultivo, caravanas de migrantes desharrapados cruzando en dolientes peregrinaciones  los desiertos equipados apenas con zapatos, la ropa básica, una mochila y tal vez una cantimplora con agua caliente)… si alguien cree que la situación actual de la frontera México-Estados Unidos es atroz, tiene que leer esta novela de Cormac McCarthy,  Meridiano de sangre.

 

Novela que no es en realidad novela sino que se aproxima a ser documento histórico, basado –según confesión del propio autor- en My Confession: The Recollections of a Rogue, de Samuel Chamberlain.  

 

En una entrevista reciente en el  New York Times el autor dijo: “The ugly fact is books are made out of books. The novel depends for its life on the novels that have been written”.

 

Y eso hizo McCarthy: escribir una novela feroz, sin aliento, basada en el libro de Chamberlain y en otros documentos que dan testimonio de lo que fue la frontera entre Estados Unidos y México en el siglo XIX.

 

Los mexicanos son pintados aquí como una “raza inferior,  casi de sub hombres”:

 

 Nos enfrentamos a una raza de degenerados. Una raza mestiza, poco mejor que los negros. Puede que ni eso. En México no hay gobierno. Qué diablos, en México no hay Dios. Ni lo habrá nunca. Nos enfrentamos a un pueblo manifiestamente incapacitado para gobernarse. ¿Y sabes lo que ocurre con el pueblo que no sabe gobernarse? Exacto. Que vienen otros a gobernar por ellos.

 

Estas son opiniones del capitán White, encargado de reclutar mercenarios para que vayan a exterminar a los apaches que asuelan la frontera. Una vez reunido un pequeño batallón de mercenarios se desata una orgía (una cruzada) de sangre en la que son exterminados apaches, mestizos, blancos, mexicanos, hombres, mujeres, niños y bestias: como auténticos bárbaros que parecen querer revivir a Atila,  los mercenarios coleccionan collares de orejas y bultos llenos de cabelleras: por cada una de las cuales reciben buena paga. Paga que paradójicamente surge de los gobiernos mexicanos de los estados limítrofes con Estados Unidos.

 

Abundan las escenas de crueldad inhumana:

 

al poco rato llegaron a un arbusto del que colgaban bebés muertos…

 

No había bancos en la iglesia y el piso de piedra estaba cubierto de los cuerpos escalpados y desnudos y parcialmente devorados de unas cuarenta personas que se habían parapetado en aquella casa de Dios huyendo de los paganos…

 

Esos hijos de puta (los comanches) son crueles de verdad. Me contaron de un muchacho del llano, allá donde los colonos holandeses, que fue capturado. Le hicieron andar. Seis días después llegó a  Frederiksburg arrastrándose a cuatro patas en pelota viva, ¿y sabéis lo que le habían hecho? Pues arrancarle la planta de los pies.

 

Tenían la lengua fuera y atravesada por palos puntiagudos y les habían cercenado las orejas y sus torsos habían sido abierto con pedernal de forma que las entrañas les colgaban por fuera.

 

Y así sigue la novela: los mercenarios atraviesan paisajes interminables: desiertos, montañas, en general áridos, asesinando cuanto se les pone al frente, siendo testigos del salvajismo de comanches, ananzazis, apaches, persiguiendo y siendo perseguidos en una orgía de sangre que se prolonga por casi 400 páginas de letra pequeña (en la edición de Debolsillo, RHM).

 

Uno de los personajes protagónicos es el juez Holden, que defiende la necesidad del exterminio de los más débiles, de los de sangre impura, para que reinen los nobles, los elegidos. El juez es una especie de filósofo nietzscheano que lanza sus  sermones al viento en el desierto y en las ciudades, en soledad y en medio de multitudes. Habla a manera de parábolas…

 

Óyeme bien, dijo. En el escenario hay sitio para un único animal. Los demás están destinados a una noche que es eterna e innombrable. Las candilejas iluminarán su descenso hacia la oscuridad.

 

El otro protagonista es un personaje a quien se le designa solamente como “el chaval”: se trata de un testigo de la cruzada de sangre y un observador de todo lo que sucede: no juzga: nada más observa. Es como el Meursault  de  El extranjero: un personaje lanzado a un mundo que no entiende

 

En la novela no hay un narrador visible. Hay algo como un dios omnisciente a quien el lector no tiene otra alternativa que achacarle este universo de desastre: no se trata de que la realidad retratada sea desastrosa, sino que la forma de abordarla es cataclísmica.

 

En la novela hay una sola escena de humanidad: se trata de la escena en la que las prostitutas sacan a un idiota al que exhiben como un animal de circo en una jaula y lo bañan con afecto casi maternal.  Abundantes ecos de Shakespeare, de Faulkner,  de Camus hay en esta obra, de la que ha dicho Harold Bloom: “En el umbral del siglo XXI me parece la obra imaginativa más impresionante entre todas las de los escritores  estadounidenses vivos”. Me parece cuestionable el carácter de “imaginativa”: más bien me parece un prodigio de recreación de una época y un tiempo.

 

No siendo versado en asuntos de historia no me atrevería a poner en cuestión su verosimilitud. Lo que sí me parece incuestionable es que es una novela impresionante, incuestinable, comparable a Esperando a los bárbaros  de Coetzee. (Hago la aclaración que esta comparación fue hecha originalmente por José Ovejero, en Ética de la crueldad).

 

 

 

 

 

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