Los tiempos de Batis en Sábado de Unomásuno
septiembre 04, 2014Lectura de Crónica de
la intervención

Leí también otro proyecto enciclopédico, pero me perdí en
él. Me refiero a Crónica de la
intervención de Juan García Ponce. Escribí sobre el primer volumen de esta
obra lo siguiente: "De tanto leer y admirar la literatura alemana, Juan
García Ponce ha terminado por escribir como Hegel. Esto, que puede sonar como
una censura, también puede resultar un elogio. Quien haya leído o intentado
leer La fenomenología del espíritu --o más bien la traducción disponible
en español-- sabrá a qué me refiero. Esas frases abstrusas, largas,
laberínticas, con verbos puestos como piedras infranqueables, que deben leerse
hasta cinco veces para ser comprendidas, revelan la dificultad de una lógica
muy particular, a la que se ha acercado García Pone no sé si por ósmosis,
conscientemente o por falta de claridad mental. No siempre escribió este autor
de forma tan confusa (sus primeros cuentos son de claridad meridiana) pero
tampoco ha llegado antes tan a fondo en sus indagaciones sobre una serie de
problemas que poco les importan a otros escritores mexicanos (Salvador Elizondo
y especialmente Juan Vicente Melo son dos que le son afines).
Las anteriores reflexiones me las hago
después de terminar la lectura del primer volumen de Crónica de la
intervención. ¿Qué es este mamotreto? Aventuro una respuesta. Es la novela
de una generación, de un grupo, de una complicidad. Si bien puede leerse como
novela simplemente, el placer de la lectura se redobla cuando se descubren
ciertas claves, que tienen que ver con el establecimiento cultural mexicano del
presente. Francisca Pimentel parece ser Inés Arredondo; Heriberto Bolaños,
Huberto Batis; Gurría, Gurrola; Esteban debe ser J.G. Ponce; Diego Rodríguez,
José Revueltas; Horacio Peña, quizá Juan Vicente Melo.
Siendo una obra monumental (la edición
mexicana, dividida en dos partes, suma 1074 páginas, en letra pequeñísima,
apretada, no apta para miopes). No sé si la crítica mexicana le ha metido el
diente. Sé que un jurado integrado por José María Espinasa, Pérez Gay y otra
persona le concedió un premio y sé que hubo quien impugnó tan decisión (creo
que fue René Avilés), afirmando que debía habérsele dado a Tinísima, de
Elena Poniatowska. ¿Qué es Crónica de la intervención, esa novela grande
que tardó más de diez años para editarse en México --ya había sido editada en
España y recibido atención de autores como Rafael Humberto Moreno Durán, cuando
en México se la ignoraba (y hasta donde sé se la sigue ignorando o existe
apenas como un mito, al que pocos estudiosos o reseñistas se atreven a
acercarse). Es la crónica de un fracaso, es decir, la crónica del paso del
tiempo --que siempre resulta en fracaso, como lo quiso probar Proust en más de 3500 páginas-- y de
la evolución de un grupo de amigos promiscuos y cultos, que buscaban, como
todos los grupos, como todos los seres humanos, un sentido, una justificación
para sus existencia. Quien se atreva a escribir sobre esta obra correrá
siempre un riesgo: no estará a la altura de la obra, porque su complejidad
--incluso su confusión-- son tales, que sacar algo en claro es no sólo
ambicioso sino absurdo. Pienso que tras este proyecto hay una intención
semejante a la de Proust, a la de Durrell, creadores de largas series de novelas
que persiguen a sus personajes a lo largo de los años, tratando de meter, como
aderezo, una situación política, vivencial, que sirve como paisaje pero no
siempre ayuda a los efectos estéticos de la novela. ¿Qué tanto ayuda el asunto
Dreyfus a hacer de En busca del tiempo perdido una novela interesante?
¿O qué tanto importa la situación política de Alejandría a un lector de
Andorra u Osaka? Me atrevo a afirmar que muy poco. En general las novelas
psicológicas, que basan su interés en el desarrollo de una serie de
individualidades, pertenecen a una categoría ahistórica y es por ello que los
novelistas bien podrían olvidar los aderezos históricos en aras de narrar
historias limpias de sargazos y aserrín.
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