Asalto al infierno, de Óscar de la Borbolla: Ucronías o de la desaforada imaginación
enero 10, 2015
Con una despiadada (y divertida) falta de
respeto por los lectores y por la realidad, Óscar de la Borbolla inventa,
miente, exagera, tergiversa, resana la realidad, la potencia, la descompone y
ello lo hace con el mercenario objetivo de publicar sus artículos en diversos
periódicos y revistas y cobrar en muchos sitios. Es claro que de algunos de esos lugares fue despedido con cajas destempladas: un heterodoxo de sus dimensiones
pantagruélicas obviamente no entra en las calzas estrechas de la ignara masa
lectora y de los directores de diarios petitburgueses (“Fue la primera y última
ucronía que vio la luz en Unomásuno: “Eres un iconoclasta”, me
dijeron y mi naciente columna desapareció”, escribe en el prólogo a Asalto
al infierno, volumen en el que
reunió las columnas escritas a lo largo de los años y que llamó “ucronías”.)
La cantidad de extravagancias que cuenta, la
exuberancia de los actos demenciales que emprende, por ejemplo hacerse enterrar vivo o fingirse loco
para ser recluido en un manicomio, concitar (convocar) públicamente las
pasiones de muchas mujeres y sufrir sus insidias o acosos o el vapuleo propio
de sus encantos, el inventar ficciones inverosímiles y convencer a los lectores
de su veracidad... tales son los temas de sus ucronias (ucronía: “una
colaboración periodística que parece nacida de hechos verdaderos y que se confiesa falsa”, define
el autor, pero (conjeturo) de manera limitada; a mí me parece más bien que
ucronía es el relato de lo que podría ser si no fuera lo que es: o sea: a
partir de un suceso, todas (o algunas) de las posibles impliciones: es decir,
el infinito: un jardín de senderos que se multipfulcan
—permítaseme el neologismo).
Si Óscar se fingió loco o no para ser
admitido en un manicomio, si se hizo enterrar vivo o no… uno no lo sabe. Pero conociéndolo como lo
conozco (o como creo conocerlo) pienso que sí se atrevería: quien se fuma cinco
o seis cajetillas de cigarrillos diarias con facilidad podría aventurar por lo
menos un suicidio por semana. Lo que sí creo con certeza (me pregunto si se
puede creer con certeza) es que para emprender tales empresas debe tener o una
cómplice demasiado tolerante o demasiado enamorada, que tal parece ser el caso
de la famosa Beca, esposa de Óscar, que aparece con frecuencia como personaje (como
lastre o contrapeso o acicate) en las sombras.
Que es un libro hilarante no tengo dudas,
incluso contabilicé mis carcajadas: aproximadamente tres por texto, lo que suma
27, cantidad bastante respetable.
Va una pequeña prueba de la ucronía titulada “Asalto
al infierno”:
Estimado
pueblo de México: Estoy convencido de que nada, absolutamente nada —ni el peor
de los delitos—, ni la canallada más perversa, ni siquiera el crimen más execrable con el que sea
posible envilecer este mundo— merece un castigo eterno. Lo he consultado con
especialistas: magistrados y jueces de la Suprema Corte de Justicia y también
con hombres justos y piadosos…
Opinión que me parece del todo sustentable e
incluso apodíctica, pero que va en contra de la base de la ortodoxia cristiana,
lo que eleva la iconoclastia de Óscar a nivel trasmundano. Opino que la
ligereza con que el autor se dirige a su público lector para plantearle
semejantes coyunturas ontológicas es verdaderamente insufrible (lo correcto
sería haber escrito una suma teológica para justificar el aserto, no un
artriculillo a vuelapluma, por el que
habrá cobrado apenas 500 pesos, si es que le fue bien).
Buscando antecedentes de intenciones semejantes y de insolencia
comparable se me ocurrió pensar en “Una modesta proposición para prevenir que los niños de los
pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos
útiles al público” de Jonathan Swift: la idea era que los padres se comieran a
sus hijos para mitigar el hambre y prevenir que se convirtieran en criminales.
La propuesta de Óscar es menos sanguinaria pero incluso más
descabellada, pues trasciende el plano de lo físicamente posible e invade
territorios metafísicos.
Hay un párrafo del texto llamado “Viajes de transgresión” en
el que está claramente definida lo que podríamos llamar la ars poética de Óscar o más bien la raíz de su actitud ante el mundo
y ante la literatura:
Todos los días a las cinco de la
tarde contemplo mi vida: lo hice ayer y antier, el año pasado y el antepasado.
A esa hora me convierto en mi propio espectador, pienso en mi vida y en la de
los demás, reparo en éste o en aquél de mis amigos, en la forma repetitiva en
la que cada cual gasta su tiempo, en los horarios y en las rutinas que nos
hacen parecer idénticos y, como siempre, llego a la misma conclusión: la vida
es un presidio, un molde que se ciñe a nosotros como un guante elástico que a
la vez nos agrada y nos sofoca y, también como siempre, me pongo a desear que
ocurra algo, que algo se desvencije o se descuadre: que el eterno retorno
cotidiano se disuelva y yo logre salir hacia otra parte.
Insatisfecho con la realidad plana (¿realidad plana?), Óscar
busca hacerla esférica o cuando menos romperla, aunque sea de manera
imaginaria. Como resultado tenemos estos textos ucrónicos, que no nos ofrecen
una reproducción mimética de la realidad sino una apertura que obligaría a los
teóricos a tour de force digestivo-semiótico
al cual no estoy dispuesto. A mí me basta con disfrutar sus textos: eso de
desmontarlos es oficio de relojeros ociosos, oficio para el cual no estoy
dotado.
Me divierte mucho en estas ucronías que Óscar se inmiscuya
como persona en sus relatos, que busque el apoyo de su esposa de la vida real,
Beca (también escritora, y por lo tanto comprensiva –tolerante- en lo que
respecta a las debilidades conjeturales de la disoluta imaginación del hombre de su vida) y sobre todo que
involucre a sus lectores, los rete, los invoque constantemente. Actitud del
todo coherente con la personalidad picaflor y provocadora de Óscar, que lo
mismo dicta una conferencia sobre paradojas matemáticas que sobre Schopenhauer
o Wittgenstein.
En “Luna de miel para tres” el osado reportero o ucronista,
en su desesperación por hallar tema para su colaboración semanal en la revista Siempre!, propone a unos amigos un
reportaje sobre su luna de miel (de ellos, aclaro), “en el lugar de los hechos”,
incluyendo, claro, la alcoba nupcial. En “Club de las Amazonas” el terco
ucronista sale a las calles de la ciudad de México a hacer preguntas en
principio convencionales, lo que lo lleva a un affaire con una rubia despampanante y encojonante (o con una deplorable
maritornes: uno no puede nunca estar seguro de cuál es la línea argumental de
los textos de Óscar).
Estos dos últimos textos son (o me parecen) magníficos,
suscitan carcajadas línea a línea, y además, aquí y allá resultan sumamente
inteligentes, y sobre todo, ingeniosos.
Pienso que este autor ha inventado un nuevo género que no es
cuento, no es artículo, no es crónica, no es reportaje, es, simplemente ucronía
marca Borbolla. Un libro regocijado y regocijante, distante, a años luz, de lo
que escriben sus contemporáneos mexicanos.
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