Lo que dijo Huberto Batis sobre El libro de la vida de Garramuño
enero 15, 2015
Quiero decirte, Ventura Garramuño...
Huberto Batis
En el siguiente
artículo, Huberto Batis, ex director del célebre suplemento Sábado del
periódico Unomásuno, reflexiona sobre La hermosa vida, novela de Marco Tulio
Aguilera, publicada en las páginas de ese suplemento. El presente texto fue
leído por Batis en la Casa del Poeta Ramón López Velarde.
Según
la inicial Nota del Autor, ésta es la
segunda de una colección de novelas seriadas, pero autónomas,
protagonizadas, por Ventura, el estudiante de la vida. Todas se agruparán bajo
el título El libro de la vida. La primera fue publicada bajo dos títulos: Las
noches de Ventura, en Editorial Planeta, de México y Buenabestia, en Plaza y
Janés, de Colombia. La tercera probablemente llevará uno de estos dos títulos:
Los armónicos o La pequeña maestra de violín, y aparecerá publicada por la
Universidad de Puebla casi simultáneamente con la presente. Me atrevo a
adelantar el título de la cuarta: El amor pleno. El Autor dedica esta novela a Huberto Batis,
ex director del glorioso sábado, suplemento literario del diario unomásuno,
medio en el que se alcanzaron una libertad y una saludable desmesura que
difícilmente se volverán a alcanzar. Todo esto está impreso en la página diez,
frente a un solemne epígrafe, a las palabras que Francesca dirige al poeta
Dante Alighieri en el Infierno, cuya escena, grabada por Doré, tengo yo
amplificada en mi recámara; entre otras se escucha esta terrible sentencia: No
hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria... Debo ser indiscreto y revelar que, de su puño
y letra, el Autor, mi amigo de la trágica figura lincolniana, Marco Tulio
Aguilera Garramuño, escribió esta dedicatoria ad usum Delphini tantum (para que
sólo la lea yo mismo regodeándome, hasta el fin de mis tiempos): La hermosa
vida, de Marco Tulio Aguilera es para el padre espiritual de este libro, en
memoria de las glorias de sábado, y en seguida su rúbrica.
¿Por qué padre espiritual?
Porque me atreví a publicar La hermosa vida por entregas en sábado, con lo que hice
la felicidad del Autor y, por supuesto, de sus lectores, que se contaban como
granos de arena en el desierto o como estrellas en la Vía Láctea, innumerables;
entre ellos Juan García Ponce, el laureado escritor yucateco, pornógrafo
probado como Marco Tulio, ambos picados por el aguijón del misticismo teológico
de los iniciados en los misterios del Eros pantocreator. Por cierto, Juan me pidió entonces que
felicitara a Aguilera y se declaró su lector hebdomadario más ferviente (vulgo:
calenturiento). El Autor reaccionó de manera asaz estrafalaria, porque al poco
tiempo le correspondió a García Ponce el amistoso elogio con una parrafada
dictada por uno de esos demonios que lo persiguen en sus correrías jalapeñas
como serpientes baudelaireanas mordiéndole los talones. Marco Tulio menospreció
la literatura de Juan y éste se dio por ofendido y, como un caballero, me dictó
una respuesta (una desollada) insultándolo a él y a sus engendros literarios
femeninos, de los que todos estábamos enamorados, especialmente de Trilce, la
única que Ventura aquí deja ir viva, para frustración universal, reservándosela
quizá para un libro futuro. Aguilera resintió enormemente el puyazo de García
Ponce, su semejante, su hermano, pero estoy seguro que lamió la herida con
fruición, con delectación morosa, porque era una respuesta al fin, como las que
esperaría de otros escritores, digamos ese que llama el Papá Grande (el famoso
Gabo) que nunca se da por enterado y no acusa recibo de las cuchufletas de
Marco, porque no tiene la generosidad del yucateco. Tiempo después Juan García
Ponce escribió en sábado un mea culpa en un artículo que tituló Atriciones. La
contrición –ustedes saben– pide perdón de las ofensas cometidas por temor al
castigo divino; la atrición es una virtud que muestra arrepentimiento por ser
vos quien sois, no por miedo sino por amor. A Juan le escocía el recuerdo de
haber ridiculizado nada menos que al cardiólogo Ignacio Chávez, al escritor
Salvador Elizondo y a nuestro querido colaborador y amigo Marco Tulio Aguilera
Garramuño, con quien yo logré establecer un fructífero trato telefónico a
mentadas de madre, metalenguaje que se nos da muy bien a ambos. ¡Gracias, Marco, por dedicarme este libro de
Ventura –una de tus mejores máscaras-personajes (que quiere decir lo mismo)–
como editor de ese sábado que sabes llamar glorioso, cuya desaparición nos
causa tanto dolor porque nos acordamos de él en la miseria! Pero lo que estaba
perdido en las efímeras páginas de un periódico ha llegado a libro, y eso nos
reúne hoy aquí en la Casa del Poeta, donde murió Ramón López Velarde, para
celebrarlo. ¿Triunfará? ¿Se venderá La hermosa vida? Te curas en salud y
recuerdas que de la primera obra de Gabriel García Márquez se vendieron cien
ejemplares en cinco años..., aunque luego llegó a Premio Nobel por razones
editoriales, y no te hago la ofensa de suponerte comprador de boletos para
sacarte semejante lotería.
Creo que has inventado en este libro un nuevo género literario, mezcla
muy bien dosificada de narración de realidades y de imaginaciones, sueños,
pesadillas más aterradoras que la yegua sentada en el pecho del bello durmiente
que reposa sus mil batallas en campo de plumas, autobiografía sentimental un sí
es no es quejumbrosa, más bien vengativa en el más puro estilo de la Dorotea de
Lope; exaltación de las bienaventuranzas del escritor maldito encadenado a la
máquina a destajo y, además de novela, ensayo de teoría literaria, como las
Cartas de Rilke al joven poeta; ejercicios para cultivar el músculo del cuerpo
apolíeno y el espíritu dionisiaco nietzscheano; psicoanálisis del ser de la
hembra en celo y del no– ser de hombre carcomido– por los celos; odisea del
héroe burlador de hechiceras circeanas que no se enfanga como cerdo más de lo
necesario e inevitable; sordo al canto de las sirenas, por más que dancen y
toquen el violín; cegador del cíclope, y esposo fiel de la Penélope que teje y
desteje esperando el retorno.
¡Cómo me he reído de ti conmigo, de mí contigo,
porque implacablemente quedamos todos caricaturizados, en ridículo, mientras
bajo el pretexto de buscar el amor, anda[mos] fornicando a diestra y siniestra,
y te estoy citando, o más bien a tu Svieta de torso alucinante, que te acusa de
desbaratar honras e insultar hasta a tu madre.
Por cierto, Julián Michel, una de las víctimas de tu dueña total Bárbara
Blaskowitz, dice que en tu novela no existen los personajes femeninos: Eres tú
el que habla, el que medita, el que describe.
En realidad no creo que sea una novela, sino un larguísimo monólogo.
Otra vez te curas en salud. Meditas: En
realidad no tengo idea de lo que estoy escribiendo ni para dónde voy; una vez
que haya escrito el texto completo, tendré un vislumbre, apenas fugaz, de lo
que puede ser; avanzo a tientas en lo que escribo, como por un túnel sin luz
alguna; súbitamente, en un recodo, mi tacto hallará lo que buscaba, y a partir
de entonces seré guiado por La Presencia hasta el final! Por supuesto escribes
Presencia con mayúscula. La mayor
tortura de un escritor –afirmas adelante– es darse cuenta de que no está
creando nada nuevo sino que sigue copiando la realidad. Piensas en los
escritores que –como Papá Grande– planean al milímetro sus novelas y avanzan
por líneas impecables, tal como piensan publicarlas. Tú en cambio extraes tu
pasado a la fuerza (las famosas epifanías de Joyce), exprimes tu memoria en
bruto y pares fetos con todas sus excrecencias; escribes a toda velocidad, con
ritmo, como queriendo pelear, y lanzas el reto: Sólo falta que encuentre a una
persona dispuesta a hacerme frente. Yo creo que ése es el lector que andas
buscando, con el cual trabar combate. También dices que la idea de ser el
demonio te atrae, y sin embargo, andas en busca de la inocencia –le hablo a
Ventura, es decir a ti, el Autor–, esa segunda inocencia que crees encontrar en
el amor; la interpretas, a la inocencia, como la pérdida de la memoria de lo
que sucedió antes; y sin embargo sólo se puede llegar a ella después de la
recuperación de la memoria. Aquí es
donde te confiesas, Ventura Garramuño, cuando escribes para tus amantes el
relato de todas tus andanzas. La bruja Elizabeth, arpía , te lee el rostro:
Espíritu egoísta, no te entregas. Has
tenido muchas mujeres, hembras vacías, y a todas has acabado dejándolas al
borde del suicidio. Por eso te dices a ti mismo que confundes a menudo el amor
con la curiosidad. Conocer a la otra
persona es un reto. Al amar intentamos destruir a la otra persona para
enriquecernos nosotros mismos. El amor es arte cinegético. Al final de nuestras
vidas portamos a nuestras espaldas los cadáveres de todos nuestros pasados
amores. Pero en este juego se puede perder cuando se cree ganar. Sabes que
James Joyce escribió todo lo que pasa por la imaginación de una persona en un
día, y te das cuenta que este libro –el que tenemos en las manos– ya fue
escrito. Más aún que todos los libros ya fueron escritos. ¡Vaya soberbia,
empresa imposible, jugar a ser el dublinense! Como juega a ser José Gorostiza
Bárbara Blaskowitz: Y qué querías que hiciera con mi tiempo libre, si desde que
se fue Julián se me quema el cuerpo y soy una soledad en llamas.
Se vale plagiar sin oprobio. Cuando Ventura y
Claris juegan al muertito feliz, tu sexo –le dijo con poquísima originalidad,
hay que reconocerlo– es una especie desconocida, dulce y deliciosa de marisco.
Un marisco de sabor increíble, el protomarisco, una acamaya al mojo de ajo a
orillas del río Bobos. Ventura se deja usar por todas, tantas, y el macho
siempre está dispuesto: Soy tuyo responde a todas. Qué culpa podía tener yo de
que La Presencia me fuera tan esquiva. Ahí está el secreto. Se trata de Trilce,
el nombre sagrado de la ninfeta violinista. Ventura sueña después de acostarse
con Bárbara, la madre de la niña, que vuelve a amarla con más pasión que
antes..., o que tal vez Trilce ocupe su lugar en el lecho. Y el lector devora
las páginas esperando ese momento de La hermosa vida; todos queremos la
consumación, amar a Trilce..., al fin que el Autor, quien teme que lo mejor de
su vida ya ha pasado concede indulgencia plenaria al lector: El Señor no
juzgará a los hombres por sus sueños. A
ti te pregunto, Ventura, porque tienes al alcance lo inalcanzable, cuando
entrevistas a Domene en la cama del hotel de Cali (transcripción de la
entrevista que Marco Tulio le hizo a José Donoso) ¿te convence que el escritor
es más importante que la persona? Claro, antes está la premisa de que todo
escritor debe reconocer su parte monstruosa. Ateo, Domene-Donoso cree que sólo
estamos destinados a la condenación o a la nada. Cuéntanos, Ventura, ¿de veras
hay en Cali doncellas de 13 años más hermosas que la Beatrice del florentino,
servidas en bandeja, por computadora? ¿Quién entrevista a quién? Domene te hace
confesar, Ventura, que en diez minutos contados puedes alcanzar un segundo
enceste, y que tal vez en una noche llegues a tres o cuatro supernovas. Sí, ya
sé, la marca de Ventura es de 13 veces en 24 horas. Un auténtico verraco, aquí
diríamos garañón. Como buen novelista Garramuño es un mentiroso. Donoso bien lo
aconseja: No debes hacer ostentación de lo que te sobra porque pronto comenzará
a faltarte. ¿Era maricón Domene? Trató de meterte mano, Ventura, y tú, como
todo un periodista profesional, te dejaste acariciar las piernas hasta que el
vejete se durmió, después de confesarse.
El
chileno José Donoso pasó por México en los 60. Escribió un artículo contrario a
Carlos Fuentes. Fernando Benítez no tuvo
más remedio que publicarlo en La Cultura en México de Siempre! Pero se hizo justicia poética, alguien
escribió al final la sentencia: Donoso es una pobre bestia. Don Oso polar culpó siempre a Juan García
Ponce de haber escrito el agregado. Nada más absurdo y falso. José Emilio
Pacheco aclaró en Proceso, cuando Donoso murió, que un linotipista metido a
crítico literario había sido el autor de la apostilla.
Domene, travestido, se despide de Ventura: Eres una bestia grande y
despiadada. No sé si llegues a ser un buen novelista, pero eso en realidad
carece de importancia. Y agrega: Oye lo que te digo: no hay mayores pecadores
que los de nuestra profesión. Hay que hacerse a la idea y desechar cualquier
amenaza de remordimiento. El remordimiento es al escritor lo que el cuchillo al
marrano. Y tú, Ventura-Garramuño registras que con eso te acuerdas de Bache
(así llamas al gran escritor y musicólogo Juan Vicente Melo), repitiendo en medio
de su vitalicio sopor alcohólico las mismas palabras de Donoso. También Melo se
quedó dormido en tus brazos, Ventura. No me gusta que lo bautices Bache porque
cuando andaba perdido entre el alcohol y la ciudad se caía en todos los huecos
y se abrazaba a los semáforos cómplices. Los escritores son como los vampiros,
porque nunca pueden verse en los espejos tal como son. Los escritores son
farsantes de la vida, incapaces de inocencia alguna, palabras de Melo.
Quiero decirte, Ventura-Garramuño, que cuando dices
que Melo había apostado todo a su primera novela [La obediencia nocturna,
también a mí dedicada, sábelo] y no tuvo la valentía de jugar una segunda
partida, es decir publicar La rueca de Onfalia, la segunda novela que todos los
amigos de la mafia esperamos siempre, tú sí eres capaz de ver que la novela de
Bache es un reflejo de Doctor Faustus, y agregas humildemente que mi novela
será un reflejo de la de Bache, cuya persona, carcomida por el cáncer y el
alcohol y la desdicha, es una parte de tu propia personalidad, tal vez un
anuncio de tu futuro, según te lo revela La Princesa, Las Tetas más Celebradas
de La Parroquia. Quizá pecas de soberbia; pero recuerda que Bache la llamaba la
virtud más alta porque sólo los soberbios pueden aspirar a Dios. Luego te
reivindicas, Ventura, porque dices también que Bache tenía el cuerpo lleno de
huecos que le han dejado los médicos impíos, calvo por la quimioterapia. Y
parece que te mofas de Melo cuando te dice Nosotros trajimos la cultura
universal a este país, cuando Diego Rivera y sus huestes querían vestir de
mandil, hoz y martillo a todos los artistas de México. No te burles, porque así
es, y en ese nosotros incluye a Carlos Valdés, Inés Arredondo, Rita Murúa,
Jorge Ibargüengoitia, Juan Carvajal, Luis Mario Schneider, a quien pones como
editor de Oasis, con quien firmas contrato para publicar Así es la vida. Y ésos
son nuestros muertos, y aún quedamos aquí (morituri te salutant) Gabriel Zaid,
Isabel Fraire, José de la Colina, Juan García Ponce, Juan José Gurrola, Salvador
Elizondo y un servidor. Nada de mafia, sino Generación de la Casa del Lago o de
la Revista Mexicana de Literatura, s’il vous plait. La mafia son los otros, los ganones, nosotros
somos los que siempre perdemos, como tú, Ventura, y a mucha honra. ¡Todavía hay
clases! No somos plato de todas las mesas, como tú presumes no serlo cuando
pones tu novela como un corazón vivo en las manos del lector, o como cuando le
metes una lavativa al culo del alma para comprender el sentido de lo
escatológico. ¡Cómo me regocijo de que quieras pertenecer a los santos, a las
bestias a punto de extinguirse, a los diablos a quienes les interesa la
literatura, como Juan Vicente Melo, a cuya obra admites que mucho le debe la
tuya. La Señora Inspiración se manifiesta de múltiples maneras, y no hay que
cometer el pecado de dejar a la mujer con el ansia, porque bien sabes que es un
pecado que ni cien encarnaciones lograrían redimir.
¿Y Trilce? La Afrodita
impúber sabe contestar cuando tú le preguntas cuándo harán lo que tarde o
temprano terminarán haciendo: Contigo, Lieber, hasta el borde del Infierno,
pero no más allá. Además te informo que
estoy enterita y me guardo para la eternidad. Estoy casada con mi violín, como
tú con tu literatura. Sólo que soy más íntegra: no le soy infiel con cualquier
barril sin cerebro y lleno de tripas.
Oh, Marco Tulio Aguilera
Garramuño, el tristemente célebre pornógrafo extranjero, has tenido la dicha de
que Trilce te muerda una mejilla y te deje la huella de sus dientes perfectos.
En este libro te entregas a la Señora Lujuria y te extenúas escribiendo como un
galeote, dejando tu destartalado violín Markeneukirchen colgando de un clavo
como los despojos de tu vida, o como tu órgano preferido sanando lentamente de
una candidiasis con aplicaciones de locortén vioformo. Tu Volkswagen se llama Galileo porque a pesar
de todo se mueve; eres el cronista del amor, el estudiante de la realidad, el
vivo en la casa de los muertos. Encandilas a las mujeres, Ventura, para luego
escribir tu Diario de un seductor. No temes a la muerte porque crees que hay un
mundo allende éste donde todos los deleites se magnifican. Eres escritor y todo
lo ves desde la eternidad. Contradices a Paul Valéry, quien dice: Vivir, ¿no es
eso todo? No, señor Valéry, eso no es todo.
Ventura, andas como judío errante, de mujer en mujer, y con ninguna
tienes amor, sólo intercambio de engrudo y confusiones. Debes ser muy
desgraciado, te dijo Alma Daylight Ramírez, queriendo ordenar el desastre de tu
vida. Ella leyó el aviso clasificado que pusiste: Hombre solo, talentoso,
escritor con futuro, deportista, de cuerpo vigoroso y relativamente armónico,
de buenos hábitos, potencia sexual normal, ligeramente exaltada a veces, pero
justificada por prolongados periodos de abstinencia, moderada y
convenientemente perverso, lo suficiente para interesar, pero no tanto para
asustar a una mujer de constitución robusta e imaginación saludable, neurótico
en ocasiones y cariñoso cuando lo cree conveniente solicita una mujer que sea
inteligente, sensible, bonita, trabajadora, humilde –preferentemente que no sea
intelectual o deportista–, que no joda cuando yo esté escribiendo o leyendo y
sepa ser feliz a solas cuando yo la abandone, y acepte compartir de vez en
cuando el amor con otras damas pasajeras, para establecer contubernio de
beneficio mutuo, tan largo o tan corto como lo justifique la situación. Ofrezco: casa, comida, comprensión y respeto.
En caso de mutuo acuerdo, el contrato puede prolongarse hasta que uno de los
dos quiera rescindir sus obligaciones o se entregue en compromiso de
exclusividad hasta que la muerte nos separe. Ventura-Garramuño, eso lo
escribiste hace siglos y lo firmaste Eleuterio Moon, el doctor Amóribus, el
cual descansa en paz. ¿Era Alma Ramírez la mujer buscada? Para no averiguarlo,
te fuiste, Ventura, a Colombia como juez de un concurso de novela. Época de
vacas gordas. Allá te la pasaste inmejorablemente bien con Cristiana, quien te
pregunta: –¿Con cuántas mujeres te has acostado? –Con unas 35. –¿Cuál ha sido
la más joven. –Tú. –Pues no te has acostado conmigo—. ¿Qué? ¿Ya se le había
olvidado? ¿Estaría un poco loquita? Decidí seguirle la corriente. A tu regreso a Xalapa, tuviste que andar un
par de semanas agarrado del pito –tú lo dices– por la Señora Fama, porque te
publicaron un libro náufrago, de los tantos que metes en botellas y echas al
mar editorial. Luego volviste a escribir para hacerte feliz a ti mismo. En
medio de los maquinazos se te presentó La Presencia, perfecta, armoniosa, y le
dijiste que te disculpara, que tenías que escribir. Ella te pidió que la
dejaras mirar al menos, sin decir nada. Ventura, escribiste horas sin parar y,
cuando acabaste, se había ido. Escribiste para eternizar tu pasado y se te fue
el presente y el futuro. Mientras tanto,
Trilce, en medio de las viejas iguanas de su madre Bárbara y sus amigas,
predicaba: El problema, muchachas, es que ustedes les dan demasiada importancia
a los hombres. Si tuvieran como yo un violín para descargar todas sus furias y
frustraciones, otro gallo les cantaría. La verdad, la verdad, es que no piensan
en otra cosa que en buscar quién les moje los calzones. Ventura, el narrador
omnisciente, asegura que la tranquilidad con que la adolescente dueña del
arcano lanzó el bárbaro dicterio fue pasmosa. Todavía hay una escapada a Cuba,
donde el catador de mujeres, el femífago, el utérico, el coñoadicto, el
semental sentimental quiere conocer el país en el cuerpo de Raiza; pero por
fortuna la chica jinetera supo conservarse distante, y Ventura se salvó de
andar con una botella de suero como acompañante. El final ocurre en la
Villarrica, adonde escapa de la insensatez de su lascivia espiritual con
Trilce, de la falacia propiciada inconscientemente para disipar una soledad y
un vacío que nada y nadie puede llenar.
Llegará la hora de las cuentas finales, Ventura, y seguirás escribiendo,
a manera de venganza, porque haz soñado que han pasado las once mil vírgenes en
procesión, y al despertar ha crecido un árbol sobre tu cama, con frutos de oro.
Bajo el árbol descansa tu ex esposa sonriente, amable y diabólica diciendo:
Nunca lograrás liberarte de mí. Así que te has puesto a escribir, a escribir, a
escribir para exorcisarla. Y te preguntas: ¡Será acaso suficiente? y pones
estos datos: Xalapa, 1984; Banff, 1997; Xalapa, 2000. ¿Tantos años? Más bien
pocos para tan grandes logros.
Marco Tulio Aguilera Garramuño, La hermosa
vida.
Colección El Guardagujas. CoNaCultA.
México, 2002. 224 pp. ISBN 970-18-6890-0.
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