La novela insaciable
marzo 11, 2015
Marco Tulio Aguilera Garramuño:
Un escritor de altura, que no ceja
Félix Luis Viera
Durante la presentación en México de “La insaciabilidad”. De izq. a dcha: Oscar de la Borbolla, Marco Tulio Aguilera Garramuño, Félix Luis Viera y Edgar García Valencia.
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Parece que fue ayer que Marco Tulio Aguilera Garramuño (MTAG) publicó su novela Historia de todas las cosas; una obra monumental que si bien ha recibido críticas muy favorables, es meritoria de estudios realmente profundos, por lo abarcadora, por los tantos meandros, afluentes y recovecos que la diseñan y, sin embargo, se unen en un centro gravitatorio. Una de las cuestiones más atendibles de Historia de todas las cosas, creo que es el menosprecio por la trama, supeditada al argumento, o a los argumentos, lo cual no quiere decir que no exista la trama en sí. Vaya, su diferencia con otros novelistas contemporáneos, muy reconocidos —por el capricho de las épocas, tal vez—es que estos degüellan la trama toda y escriben novelas por resúmenes, uniendo resúmenes, quiero decir, y, de paso, dejan aquí y allá jeroglíficos que ni aun Carlos Marx, que se entretenía haciendo matemáticas, sería capaz de tragárselos por completo.
Lo anterior viene a propósito, aunque pudiera no parecerlo, de la reciente publicación, por la Editorial de la Universidad Veracruzana —que con esta edición, muy bella por cierto, nutre con excelente nota su ya prestigioso catálogo—, de La insaciabilidad, de MTAG.
Pero insisto: este escritor, principiante o no, está describiendo una historia vital determinada de su entorno, de su vida, de los demás que coexisten con él, no más que eso… O sea, él no está relatando cómo se realiza la novela, qué personajes son los altos y los flojos, qué debe tomar en cuenta para no caer en nimiedades y qué considerar para levantar la intensidad en el punto tal y más cual. En definitiva, este escritor-narrador al que nos referimos no se está aplicando a sí mismo un taller de novela (está incapacitado para ello)—a veces cruento–, a la par, a la par, que la acción va corriendo, la acción de la novela, subrayo. El escribidor dicho es un inocente que, de buena fe, escribe, y duda.
A ver si me explico: en La insaciabilidad, Ventura, el narrador, se “autonovela”, podríamos decir. Pero lo más interesante es que, en esta línea, suma lo que citábamos en los párrafos anteriores: las dos condiciones, las vivencias que va enumerando, desentrañando, vinculadas con el hecho específico de realizar una novela. Ahí está el detalle, como diría aquel. Y lo logra; no aburre, sino lo contrario.
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La insaciabilidad forma parte de un ambicioso proyecto de MTAG, “El libro de la vida”, compuesto por siete novelas. La que iniciara esta saga, Mujeres amadas, la leí hace 20 años y fue la primera de este autor que cayó en mis manos.Entonces escribí una nota para “El Búho” de Excélsior donde daba fe del hallazgo y resaltaba sobre todo sus valores formales, destacando ese regirar en sí misma, quizás como un círculo concéntrico que se va cerrando hasta llegar al cero, luego de habernos develado todo lo que el autor se había propuesto.
La insaciabilidad va por el mismo formato, solo que en esta MTAG, al menos para mí, que he leído casi toda su obra, establece un planteo más atemperado de la acción narrativa —de lo contado en fin—, leves cambios de tonos que, en ciertos momentos, hacen la lectura más amena, así como una propuesta que abandona alguna desfachatez excesiva que ha caracterizado cierto segmento de su obra anterior (excepto en El amor y la muerte, título por cierto demasiado genérico, abarcador, y por ello no muy funcional).
De lo anterior se infiere que el lenguaje se hace más fino o más elaborado, o elaborado de otra manera, y que en él prima en buen monto la imagen poética, unida a la reflexión, a la sentencia.
“¿… quién puede garantizarle a un ser humano que lo mejor de su vida no haya pasado y le esperan sólo meras sombras y pantanos?” (P.294.)En el caso de MTAG resulta llamativo que la palabra “verga” aparezca solo tres veces en la narración y, “pinga” una vez.
“Vestía una especie de sari de seda sutilísima y ondeante, que parecía, a cada movimiento, acariciarle el cuerpo y destacar las líneas esfumadas de su busto y la depresión vivísima del bajo vientre.” (P. 365.)
“Me miró con fuerza. Su mirada partía de las profundidades de su alma de canario. Era una mirada certera y musical que surgiendo como un rayo de la caverna de sus ojos, rozaba los helechos umbrosos de sus pestañas y la línea elegante de sus cejas. Una mirada para el público”. (P. 368.)
“… lo que tiene la lujuria de triste, me dije, es que no sabe explicarse sino con ecuaciones de primer grado” (P. 396)
“… jovencitas, de piel deliciosa de venada y movimientos de lúbricas felinas” (P. 423)
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La novela sube otro peldaño cuando el narrador acompañante abandona a Ventura allá por la página 277 y este se queda solito, en primera persona, preguntándose, negándose y afirmándose, criticándose y soñando con grandes triunfos con una de sus tantas novelas y libros de cuentos; triunfos que más bien lo maltratan en sus sueños fisiológicos y en los “otros”. Eso sí, cuando no anda detrás de las mujeres, o estas detrás de él, lo constatamos, infatigable, frente a su máquina de escribir Olivetti, o escribiendo notas en un cuaderno de contabilidad.Si ese mito de la novela erótica existiera (el erotismo no es más que un recurso novelístico, lo que nos quieren vender como novela erótica, son simplemente narraciones de relajo), La insaciabilidad no sería una novela erótica, más bien es la novela, entre otros elementos, de la carnalidad, de la Lujuria, pero como elementos humanos —ahí está la gracia—, como un castigo divino que, si vamos a ver, tiene más de castigo que de divino.
En La insaciabilidad los encuentros sexuales están narrados de manera oblicua, o elíptica o sugerida. Nunca de modo naturalista, descarnado, si bien expresen la totalidad del hecho; y nos animen a concebir la interactuación de los amantes.
“Entró en ella mientras la señora Blaskowitz estaba en posición caprino supina y fue tan sencillo, tan natural, llegarle de perfil y con varios grados de escoriación, que ni uno ni otro tuvieron que pararse en preámbulos, obstáculos o disculpas. Fue una especie de descuido y la feliz puñalada cayó directa como venablo al corazón. Luego la señora Blaskowitz lo cabalgó limpiamente”. (P. 188.)
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La insaciabilidad se desarrolla casi completamente en la Xalapa de la década de 1980, entonces, naturalmente, más provinciana que hoy en día (si es que hoy lo es).“Maldijo a la ciudad, a la malhadada provincia, con su aire de alta montaña y sus ínfulas atenienses”. (Pág.41)No debemos extrañarnos por las expresiones antes citadas, los personajes de MTAG —¿y el también?—suelen ser transgresores, iconoclastas, ególatras más bien dulces.
“En Xalapa, que se ha llamado la Atenas veracruzana, se ha perdido la tradición de los siete sabios; ahora lo que existen son los siete farsantes, un grupo de ancianos retóricos que están en todas las fotos y celebraciones”. (Pág. 91)
“Poco, pensó, aparte de la naturaleza y el ambiente provinciano me puede ofrecer esta ciudad”. (Pág. 143.)
“O acaso seamos actores casi conscientes a una obra a la que asiste la ciudad de Xalapa con horror y regocijo. Aires de tragedia soplan en torno a este pueblo de herejes”. (P. 459)
Valor aparte poseen las crónicas de la ciudad, mediante las cuales Ventura, quejumbroso la mayoría de las veces, nos hace ver el lado oscuro o sórdido o tedioso del entorno. Una localización que se aborda con constancia es el café La Parroquia, adonde acude diariamente sobrada clientela, “lugar de solitarios tránsfugas de la niebla” (P.19), “… el hoyo negro de Xalapa. Los machos y las hembras de este pueblo van a ese café como si fueran a misa, en esperanza de conocer a alguien diferente que naturalmente nunca llega”.
Transgresor, iconoclasta como decía, por medio de sus personajes MTAG ataca a algunos personajes de la política y la clase alta, al parecer cobrando cuentas, en ocasiones quizás en cantidad desproporcionada.
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Los personajes protagonistas de la novela, sin duda, dos, son Ventura y Bárbara Blaskowitz , que corre de los 36 a los 39 años en la acción narrada y que viene siendo la copia femenina de Ventura; ella, descendiente directa de alemán por la vía paterna, blanca, de un blancor acendrado y que mide un metro ochenta centímetros descalza, apabullante en su proyección…, tanto lo es que cuando entra en un sitio determinado se traga toda la atención de los presentes, que parecen empequeñecer frente a ella no solo por su belleza, su estatura, sino además, se lee entre líneas, por ese ese halo innato de superioridad que la envuelve.Lo insaciable en lo carnal, en realidad, corresponde a ambos. Solo hay una diferencia entre ellos: Ventura es promiscuo; Bárbara, sin que lo pueda remediar, va de uno en uno, o mejor dicho cae de uno en uno, como en fila. “¿Tú crees que soy lo suficientemente degenerada como para que me llamen puta?”, le pregunta a Ventura en cierta ocasión (P.18.); mas, pareciera que la respuesta es negativa: “Sin amor no puedo hacerlo, se me seca por completo la fuente”, afirma. (P. 47.); pero las diferenciaciones se pierden relativamente: ”Cuando amo a alguien, ¡soy tan puta!” (P. 277.); mas persiste el conflicto de Bárbara —que de eso, entre otros temas, se trata la novela, del conflicto interior de dos lujuriosos nobles—:“En síntesis, soy una puta que no cobra”. (P.296.)
Ambos son víctimas de la “señora Lujuria”, pero ambos, afirman, buscan el amor, sin saber (como todo el mundo), qué es.
Ventura sanciona que a las mujeres hay que tratarlas fuerte, “dedicarles apenas los fines de semana (…) A menos que se tratara de verdadero amor”. (P. 109). Pero ni por asomo él y Bárbara Blaskowitz se han preguntado, manifiestamente, cómo sería acercarse a ese concepto intangible, azogado; ellos solo arden, no le dan mucho cerebro a lo demás.
Otras de las amantes —nunca amada— “intermitentes” de Ventura es Carmina Ximena Escriba, llamada por el narrador la Princesa Huamantla, conocida en la ciudad por “La de los Senos más Contundentes de La Parroquia” y quien “tiene la frente muy amplia, rasgos entre mongoloides y totonacas”, “con ojos gigantescos, de muñeca de Papantla”. Dadora de “besos corrosivos” y de “un entusiasmo terneril” que en alguna ocasión coadyuva para lastimar físicamente a Ventura en “sus zonas más sensibles”.
La Princesa es un personaje que aporta una exclusiva vertiente a La insaciabilidad: la desproporción entre puntos de vista, lenguaje, nivel de instrucción, hace que los pasajes pertenecientes a ellos queden expuestos como algo entre lo lastimero y lo humorístico.
Ella, por demás, resulta la más “utilizada” de las amantes de Ventura.
Asimismo, a lo largo de toda la obra (cuatro partes, 491 páginas), será evocada Irgla, la regiomontana, “la mujer de los ojos persas”, recatada, canónica casi, lejana, buscadora del real amor. Según nos hace llegar el narrador, Irgla es su gran derrota; el lector que lea, a ver si así lo cree.
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Visto desde fuera, Ventura —que en el tiempo real de la novela va de 31 a 35 años de edad—resultaría un cínico, pero precisamente, gracias al haraquiri que con constancia se aplica a medida que corre la acción, veremos que es un infeliz, una víctima más bien; y en ningún caso se podrá apreciar que él victimiza a las mujeres; o sea, Ventura las convence, las persuade, las corteja, pero no las engaña: su objetivo es el sexo, queda claro. Y ellas los saben.Bárbara Blaskowitz y Ventura —cuyo físico nunca conoceremos— resultan esa especie de “parejas” que, constantemente, luego de andar un tiempo cada cual por su lado, finalmente, irremediablemente, se buscan de “receso” en “receso”. Se necesitan, él, pienso yo, ¿porque dónde podría hallar, en el medio en que vive, a una dama de la talla de Bárbara, además de bella, culta, altruista y solidaria, entre otros atributos?; ella, sobre todo, porque es una especie de adicta a las mañas —en todos los aspectos— del irritable escritor, aficionado al violín y a correr 400 metros planos en un minuto y tres segundos.
Ambos, decía, son eso: víctimas de la insaciabilidad. Pero aquí yo quisiera marcar un punto. La insaciabilidad de esta pareja no queda demostrada en la novela que se corresponda justamente con lo sexual, o con el exceso de lo sexual, sino, en mayor medida, con la búsqueda y encuentro del “otro” o de la “otra”, según el caso. Si nos remitimos al planteo de la novela en este aspecto, a lo explayado en sus líneas en este sentido, de ninguna manera podremos aseverar que sea precisamente la “señora Lujuria” lo que guía a estos amantes; es el ansia de posesión, y de ser poseídos; la fuerza que los jala desde el sexo opuesto. De modo que la “señora Lujuria”, tantas veces citada en la obra, no resulta, básicamente, según leemos, ni causa ni efecto. Es simplemente la veleidad de par de almas que, en conclusión, son eso, veleidosas en cuanto a amoríos, uniones, desuniones, regresos y rupturas; que, si bien sexo mediante, se hallan suficientemente alejadas del poderío de este como para supeditar totalmente sus demás intereses a lo puramente sexual. A ver: no son viciosos del sexo, no existe, como diría en cualquier diccionario “el apetito desordenado de los deleites carnales”. Al menos, en ningún pasaje de La insaciabilidad, esto queda demostrado. Mas, en el caso de Ventura, especialmente, podríamos decir que su dilema se halla entre perseguir a las hembras (casi nunca dice “mujeres”) o continuar su obra maestra Así es la vida o Gente, que deberá llevarlo hasta un poquito más allá de la gloria
Eso sí, resultan par de personajes inolvidables por sus contradicciones, sus avances y retrocesos, su inocencia aun, sus constates interrogantes existenciales enviadas al lector.
Trilce, la hija mayor de Bárbara, púber al principio y luego una adolescente, resulta otro de los personajes más trascendentes. Genio del violín desde niña —aun llega a darle clases de este instrumento a Ventura, previa pícara solicitud de este—, pedante, sabelotodo, altanera, sangrona, agresiva a veces, grosera otras, etcétera, heredera de la belleza de su madre, y que por momentos se convierte en una máquina de sentencias, corolarios, sanciones.
Ventura, en sus raptos poéticos, como apuntaba al inicio, más que lo anterior, ve en la joven: “Trilce estaba con las palmas de las manos en las nalgas de diosa niña. Bella como un jarrón etrusco, como el sol naciente en una isla al borde de la tierra”. (P.41.) Y de ahí en adelante él comienza un asecho desgastante sobre la joven.
Trilce viene a ser uno de esos personajes-tesis. Paradigmático, universal, diríamos, por su excepcional talento y otros haberes. Lo que deja claro que su basamento no se halla en una persona real. Lo que demuestra que en La insaciabilidad no todo tiene asidero fundamental en lo autobiográfico.
Y hablando de lo autobiográfico, se me ocurre tomar en cuenta una posibilidad: ¿no será esto, lo autobiográfico, más bien un recurso literario utilizado por MTAG? Es decir, un recurso para que el lector, chismoso, curioso, metiche al fin y al cabo, viva seguro de que esto de verdad, de verdad le pasó a este tipo (sobre todo cuando es la primera persona la que narra).Un recurso del oficio literario. ¿Será?
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Personajes pintorescos, unos más y otro menos, saltan aquí y allá. Rubén el Brujo, una especie de gurú, profesor de antropología, descendiente de la vieja nobleza zapoteca, quien “se expresa entre misterios y da la impresión de saber más sobre el mundo que cualquier otra persona”. El poeta Pibil, quien unido al pintor Pepe Maya, “pintor de falos” y Barón, un novelista inmensamente gordo, marginan a Ventura. Se suma asimismo el viejo Salmerón, “quien décadas atrás cometiera el error de publicar un libro, convirtiéndose inmediatamente en el apestado de La Parroquia…”.Pues ya verá el lector que en la Xalapa de la década de 1980, había de todo y cierta lucha intestina entre escritores y otros artistas, más bien municipales, y aspirantes a serlo; y La Parroquia, omnipresente. Claro, la proyección de La insaciabilidad, como debe ser, trasciende la localización, la época y los personajes arquetípicos.
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A partir, aproximadamente, de la página 270, MTAG, además de introducir viñetas de jugoso lirismo, que quizás no lo llegan a ser del todo, puesto que hay en ellas movidas de acción, comienza un entrecruce de tiempos y espacios, a punto y aparte, con sus respectivos personajes y escenarios, que hacen que la prosa, y el argumento, alcancen una excelente intensidad que irá hasta el final de la obra.Pero el autor, cuando creíamos que ya habíamos gozado de casi todo, tenía tres ases guardados.
a) La aparición, en la página 246 del poeta Bache, así bautizado por el narrador porque “cuando andaba perdido entre el alcohol y la ciudad, se caía en todos los huecos y se abrazaba a los semáforos cómplices”.Este personaje, de breve aparición en La insaciabilidad, resulta sin embargo inolvidable, sobre todo por los parlamentos que cruza con Ventura. Bache, talentoso sin dudas, queda, en cuanto a la creación se refiere, como aquellos enfermos ya desahuciados por los médicos. Tal vez, como reza en la narración, como creador se perdió en un laberinto al tratar de “captar la esencia de la vida”, mientras se esforzaba demasiado en estudiarla, y ahí se estancó. Bache, más que un personaje arquetípico, es simbólico; simbólico, vale aclarar, en lo referido al artista que no solo se destruye por cualquier adicción, sino que sumada a esta, y he aquí lo fundamental, intenta ir más allá de sus posibilidades creadoras o resulta víctima de una obsesión infructuosa. A muchos hemos conocido con estos desenlaces.
b) Hasta la página 370, Estrella de los Campos, poeta y vecina de Ventura, y poliomielítica, gorda y solterona, había sido un personaje de entra y sale, vista y contada desde lejos por el narrador.Pero en la página dicha, y a lo largo del capítulo que aquí comienza, que describe una reunión casera, la poeta poliomielítica se toma para sí la vanguardia de la acción, precisamente en varios de los pasajes más chispeantes de la obra, cuando, bebidas espirituosas de por medio, se han reunido los intelectuales Alejandro Barón (ya citado antes), el alemán Otto Hans Diels, la “Poeta Arpía” y el güero Villar, entre otros.
Estrella de los Campos—luego de declamar a grito pelado sus poemas—, se supone que gracias al alcohol ingerido y tal vez para sacarse una rabia vieja, estalla, echa a afuera todo el odio que llevaría dentro y no deja con cabeza a ninguna y ninguno de los que a su mente llegan. “De piernas cruzadas”, enseñando “su muslo sano y el andamiaje de su pierna en desgracia”, arremete. En la Editorial, “casi todas son putas… la verdad es que toda mujer es puta hasta que no se demuestre lo contrario. La Malena es tan lujuriosa que en caso de necesidad se fornicaría contra un árbol”. “Ni qué decir de Rina, que se lo da a media ciudad y hasta paga para que le hagan el trabajo”. Así, Pablo Mangas, exanarquista, “que solo va [a la Editorial] a cobrar, es un marica reconocido, que “primero se dejaba coger por Ponciano Pérez y Pérez”, exsenador. Carlos Erba, el más erudito de los profesores de la Universidad, “Se precia tanto de sí mismo que llegó a fracturarle la mandíbula a un tipo que se atrevió a llamarlo farsante”, y asimismo “Es tan insoportable que volvió loca a su mujer y a sus tres hijos”. Y, borracha hasta los zapatos, deja ir una confesión Estrella de los Campos: “Don Raciel, dueño del Diario de Xalapa”, quien, a mediados de la década de los treinta, era un lúbrico observador de las niñas impúberes de la Escuela para Señoritas, “Fue con ese viejo fauno con el que perdí la virginidad a los diez años: me dio a cambio un botecito de polvos de harina”. Y bebe y bebe alcohol hasta llegar a autovalorarse: “¡De estas apetitosas nalgas no hay hombre que pueda hablar!”, grita la poeta poliomielítica mientras las enseña desnudas.
Claro, en este capítulo hay varios momentos clímax, donde el humor sobresale, con la participación de los demás personajes, pero es la poeta Estrella de los Campos quien a mi juicio se lleva las palmas.
c) En la página 391 aparece “El editor doméstico”, Falstaff Jiménez, y desde aquí en adelante, entrecruzado en uno y otro capítulo iremos divirtiéndonos, sin dejar de reflexionar, sobre este hombre capaz de leer o corregir un original aun manejando su auto, y a quien en ocasiones le basta con saber el título de un libro, Cuentos ligeramente perversos y violentos, para firmar contrato y publicarlo sin haber leído una línea. El, literalmente, olfatea el original que Ventura le ha entregado y sentencia: “Yo soy como un judío; huelo el éxito de los libros por los títulos, ¡salud!”.La incursión de Falstaff Jiménez y Ventura en el DF es algo para recordar. El editor, tanto en esta ciudad como en otras, demuestra su facundia de “vendedor” redomado, sus mañas como editor, sus contactos casi todos basados en cierta extorsión, e inmerso en el légamo de la corrupción existente en el medio editorial. Que de eso se trata el devenir de Falstaff Jiménez: demostrar cómo, cuándo es el momento ideal, con quiénes hay que tratar, justamente con quienes, para lanzar a un libro, a un escritor dándole a la ruleta de la corrupción, de los “bajos fondos” del gremio.
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La insaciabilidad se suma, a muy alto nivel, a la vasta y sólida obra de Marco Tulio Aguilera Garramuño, un escritor de altura, que no ceja, no se desvanece ni aun frente a esos “golpes tan fuerte en la vida” que citara César Vallejo, así fuese inexorable luchar contra todos, contra todo.Quiero terminar estas líneas con un fragmento que aparece en la página 122: “Si yo le fuera fiel a un grupo, si fuera capaz de mentir y elogiar, si pudiera reprimir la necesidad de insultar al mundo, si pudiera domesticar a la mala bestia que llevo dentro y ponerme al servicio incondicional de un editor y de un grupo de mafiosos y mediocres, acaso comenzaría a ganar concursos y a publicar mis libros. Pero entonces, ¿cómo podría sobrevivir a la indigestión después de comer tanta mierda?”
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