Los sueños de gloria y la farándula literaria Marco Tulio Aguilera Garramuño
marzo 10, 2015
Es inevitable que los sueños y fantasías de éxito apoteótico no se cumplan y que si se cumplen terminen en desilusión. Cada vez que presento un libro imagino multitudes entusiastas, largas filas de lectores esperando la firma, la foto y unas palabras del escritor. Uno espera que los presentadores, generalmente amigos, desencadenen una avalancha de elogios sin par y que los aplausos sean prolongados y atronadores.
Casi nunca sucede eso, aunque debo decir que me ha sucedido en varios lugares a veces exóticos como Banff, Canadá; Medellín, Colombia; la primaria de mi nieta e incluso en alguna feria de Xalapa, Coahuila y Monterrey. Pero no es la regla general. Si uno no tiene el aparato publicitario de Alfaguara o Random House, por ejemplo, corre el riesgo de que lleguen a la presentación tres personas, como le sucedió a X, que por fortuna decidió no asistir personalmente al lanzamiento de su novela más reciente.
En la Feria de Minería de este año 2015 asistí a dos o tres presentaciones o por lo menos las vi de lejos. La más concurrida fue la de un escritor amigo mío, o por lo menos que se dice amigo mío, o que yo creía que era amigo mío, que reunió a 500 o más personas. Obviamente la cantidad de personas no corresponde con la calidad de las obras, sino más bien con el cartel publicitario que tenga el autor. El que aludo es un autor muy talentoso, que recibió un premio grande y que a partir de entonces comenzó a ser invitado a todas las ferias, congresos y eventos imaginables, con el resultado, perfectamente previsible, de que sus obras, antes ingeniosas y de un valor literario indudable, comenzaron a ser productos demasiado ligeros y transitorios, olvidables. El hombre perdió la gracia de la literatura.
Otro autor, éste de novela policiaca, recibió otro gran premio, fue elogiado por un bestseller español y a partir de entonces se convirtió en lo que llamamos en México “ajonjolí de todos los moles”: pronto lo nombraron académico de la lengua, representante de su estado y su ciudad, ciudadano ejemplar, y listo: comenzó a publicar obras francamente ilegibles y zaz, la fatalidad, ¡el infarto!
Estos y otros autores, cercanos a los poderes editoriales y culturales de México, a partir de sus éxitos bajaron a guardia y sin embargo siguen llenando auditorios y siendo portada y contraportada de revistas.
¿A qué viene esta diatriba? Elemental: a que estoy ardido porque no se cumplieron mis sueños: la presentación de mi novela La insaciabilidad en la Feria del Libro del Palacio de Minería, fue apenas aceptable, el salón no se llenó, no se vendieron muchos libros. Uno de los presentadores (el más famoso, es decir, el que en la misma feria llenó un auditorio con más de 500 personas) no se presentó y ni siquiera tuvo la delicadeza de disculparse. Los otros presentadores cumplieron bien. Óscar d la Borbolla, el primero en hablar, satisfizo uno de mis sueños masoquistas: que alguien se atreviera a descalificar una obra mía frente al público. (Les juro que sobre mis obras se han hecho tan grandes elogios, tan grandísimos y descomunales, que he abominado de ellos y fue por eso que le pedí a Óscar –escritor erudito, serio, prolífico, gran amigo, cómplice- que tratara de desbaratar mi novela, de hacerla pedazos). Oscar lo hizo y bien: desconstruyó mi novela, dijo, literalmente, que no le había gustado y, con razones más bien académicas y a veces demasiado académicas, recurrió a la narratología y a otras teorías abstrusas que no entiendo y no quiero entender para defenestrar la novela que había ocupado varios años de mi vida.
No me quedaba más quer sonreír y asentir. Yo me lo había buscado.
Félix Luis Viera, el otro presentador, novelista cubano de primerísimo nivel (lo suficientemente marginado como para haber escrito varias novelas maestras) lo que hizo fue contar sus afectos y desafectos contra y a favor de los personajes de mi novela y elogiar algunos aspectos que también elogió Óscar. Félix dijo haberse enamorado de Bárbara, una mujer de un metro ochenta y tan adicta al amor (a los amores) que caía con muchos hombres y de todos se enamoraba como loca. Y al referirse a Trilce, la niña violinista, otro personaje importante de mi novela, dijo que lo había enamorado, por pretenciosa, hermosa y altiva: un personaje femenino inolvidable, como los que pedía Flaubert para toda buena novela.
Como decimos los mexicanos o los casi mexicanos: tampoco es cuestión de azotarse: sí hubo público abundante y entusiasta (pero no tan abundante como para llenar mis sueños megalómanos) , y si algunos asistentes. no compraron mi novela fue (supongo) porque sacar 190 pesos del bolsillo no es fácil decisión en estos tiempos de derrumbe. Otro detalle importante: no hubo divulgación por parte de mi editorial.
El jefe, Edgar García Valencia, director de la Editorial de la Universidad Veracruzana, por toda presentación dijo que esta novela inauguraba el nuevo formato de la Colección Ficción y que La insaciabilidad no era Las cincuenta sombras de Grey sino Las sombras cien de Garramuño. (Espero que lo haya dicho como elogio).
Y es que la novela tiene su dosis de erotismo, erotismo decente, digamos, sin acrobacias, razón por la cual, arguyó Óscarde la Borbolla, la novela se le hizo insuficiente: las escenas eróticas pasaban demasiado rápido y luego había mucha reflexión y descripción. A lo que repliqué públicamente que no me extrañaba el disgusto de Óscar, pues mi amigo ucrónico no soportaba obras que no tuvieran monitos o por lo menos fórmulas matemáticas. También le dije que cada novela imponía su propia lógica y que con esos criterios descalificaba sumariamente a En busca del tiempo perdido y el Ulises de Joyce.
A la presentación asistieron algunos amigos reales y otros personajes que son amigos de Facebook, Twitter y otros barrios. Firmé ejemplares usando la espalda de Gomezcésar, un gran lector. Pasada la presentación Oscar huyó, supongo que temiendo represalias. El jefe se fue a buscar a su gente, poetas. Y me quedé con mi cubano favorito, Félix Luis Viera, su mujer, la hija de su mujer, la poeta Gregorio, el escritor nicaragüense Guillermo Gouseen, y mi máneger, es decir, mi esposa, que se ocupa de controlar mis excesos gastronómicos en los viajes y el perímetro de mi panza y de llevarme por caminos distantes a los literarios.
En verdad que presentar La insaciabilidad en el DF no ha cambiado nada en mi vida… por fortuna: seguiré siendo un fracaso publicitario y (las uvas verdes) un escritor que puede seguir escribiendo sus insensateces sin los agobios del éxito y con la paz espiritual que encuentro en la piscina de lunes a sábado, entrenando como un orate para ver si ya en el próximo Nacional Máster de México puedo superar lo alcanzado: el subcampeonato en los 50 metros libres y el bronce en los 100.
Pero que me gustaría llenar salones con 500 o 1000 personas… no lo duden. Y firmar 500 ejemplares. Y ser invitado a Londres, Montreal y Tubuctú. Y ser traducido a 100 lenguas. No lo duden. Casi todos los escritores soñamos con lo mismo. Lo que no aguantaría sería que me llamaran a casa diez personas cada hora y que interrumpieran mis entrenamientos y mis horas de sueño. Y sobre todo, que fracturaran mis planes de sentarme a escribir la última novela de la serie El libro de la vida… lo que haré a partir de mayo de este año.
Conclusión: entre la paz y el éxito, opto por la paz. Me propongo seguir fracasando cada vez con más éxito para tener tiempo para madurar mis insensateces y convertiorlas en literatura. So help me God..
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