La última fuga de Sergio Pitol
marzo 04, 2015
Reproduzco un texto que publiqué en 1999 cuando podía visitar a Sergio en su casa y hablar tranquilidad sólo interrumpida por su perro Sacho.
Sergio Pitol le llegaron la gloria
literaria y el desahogo económico cuando ya no podían echarle a perder el carácter
ni abollarle la sonrisa de buena persona. Uno tras otro fueron cayendo los
honores, los premios (Nacional de Literatura, Villaurrutia, Mazatlán, en
México; Herralde de novela), las invitaciones, las honores (recientemente fue
nombrado Creador Emérito del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de
México, lo que representa una generosa mensualidad vitalicia), las ediciones,
sin que él en realidad los hubiera buscado. Dice que nunca fue competitivo y no
cabe duda. Los premios y los honores se los ofrecieron, nunca los pidió. O tal
vez sí, por su propia iniciativa buscó dos premios: el del Concurso
Internacional de Cuento de La Palabra y el Hombre, en 1979, gracias
al cual pude conocerlo (a mí me correspondió un aceptable
segundo lugar; a él el primero, con un relato extraordinario,
"Asimetría", en el que domina una de las obsesiones básicas de Pitol:
la indagación en los misterios de la naturaleza -¿es simétrica y por lo tanto
descifrable, o por el contrario, domina en ella la asimertía y el hombre no
tiene posibilidad alguna de certeza?) y gracias al cual Sergio pudo desplazarse
desde Polonia, donde por entonces hacía labores de traductor, hasta Xalapa,
ciudad de la que guardaba tan enormes nostalgias, que, en el momento de escoger
un sitio para sus años de sosiego y madurez, fue privilegiada por encima de
otras ciudades que amó y seguirá amando.
Sergio
es un viajero empedernido e impune, que una y otra vez violenta sus deseos de
ya quedarse tranquilo y ponerse a escribir. El arte de su vida ha sido el arte
de la fuga, el cambio de espacio, de personajes, de entornos. Una y otra vez su
propósito queda hecho añicos: ¿como negarse a ir a Cali, ciudad de la que tanto
ha escuchado hablar? ¿O a República Dominicana? ¿O a París o a Barcelona,
Praga, Venecia, Roma, Lisboa, Marienbad? El mundo más allá de las fronteras de
su casa es una tentación constante en la que cae Sergio Pitol tercamente.
Mientras
escribo estas notas surgen unas cuantas preguntas. Me atrevo a llamar por
teléfono a Sergio porque sé que tomará el auricular y responderá con
amabilidad, tomándose su tiempo, entregándose a la reflexión. Me
pregunto cómo un hombre de más de 60 años -66, para ser más preciso-, con
problemas de salud, vive solo, no busca compañía, no tiene al
alcance del grito parientes que lo asistan en momentos de debilidad o quebranto
-vive rodeado por un pequeño batallón de sirvientes que lo aprecian y respetan
a morir-. Me atrevo a indagar. Responde con naturalidad. Dice que ha vivido
solo desde niño, que ha pasado largos periodos en sitios alejados de toda
civilización, de toda vanidad, de toda metropoli. Su infancia la pasó en un
ingenio en Potrero. Su padre y su madre murieron en circunstancias trágicas
cuando él era niño. La literatura lo llena mucho. No necesita al mundo porque
el mundo lo lleva adentro. Dice que ha sentido el latigazo de la mala fe, pero
que no le afecta. Las razones por las que escogió Xalapa para pasar sus mejores
años, los de paz, las tiene claras: Xalapa tiene una vida universitaria, tiene
música, teatro, bibliotecas. Ya traía tatuados en el código genético de su
pasado, cuando escogió a Xalapa como sitio de descanso y refugio de escritura,
el inventario de usos y costumbres de esta ciudad veracruzana y paradójicamente
montañesa; sabía de los espíritus municipales, pero también de ese aire de
pequeña Atenas en la que es fácil encontrar gente digna de una buena charla,
aires de alta montaña y, sobre todo, sosiego y hermosos paisajes al alcance de
la mano. Una ciudad en la que siempre hay algo qué hacer.
"Vivo
en Xalapa, una capital de provincia rodeada por paisajes de excepción. Por las
mañanas salgo al campo, donde tengo una cabaña (me permito aclarar que
Sergio es bastante objetivo al llamar "cabaña" a la edificación que
tiene en Briones, pero se reserva la información de que en torno a su cabaña
hay el más hermoso y diminuto valle que se pueda imaginar, con macizos de
bambú, grandes árboles, caminos de piedra y hermosos prados, todo ellos de su
propiedad y para su exclusivo disfrute) y dedico varias horas a
escribir y a oír música. De cuando en cuando hago una pausa para jugar en el
jardín con mi perro. Regreso a la ciudad a la hora de comer y por la tarde
vuelvo a escribir, a oír música, a leer, a veces a ver algún viejo
filme en la videocasetera. Me comunico con los amigos por medio del teléfono. A
partir de las seis de la tarde, salvo casos extraordinarios, no hay poder que
me haga salir de la casa. Le debo a Bernardo Lascuráin, el arquitecto, a su
imaginación, a su gusto y talento, el placer de habitar estas casas, construida
cada una como complemento de la otra. Si tuviera que vivir en ellas un arresto
domiciliario mi felicidad sería perfecta. Trabajo hasta las dos o tres de la
mañana. Este ritmo de vida que a muchos podría parecer desesperante es el único
que me resulta apetecible".
Pitol
se refugió en Xalapa huyendo de la ciudad de México, de su contaminación, de su
inseguridad y de la enorme cantidad de compromisos que le llovían
día a día, y a los que con dificultad podía negarse -uno de los rasgos más
destacados de la personalidad de Sergio es su generosidad, su capacidad de
escuchar incluso hasta el cansancio a personas que en ocasiones no buscan más
que la tonta alegría de estar al lado de esa cosa empalagosa y a veces
insoportable que llaman fama.
Una
vez que se instaló en Xalapa, hace apenas dos o tres años, dejó atrás, pero no
olvidados, muchos paisajes urbanos y rurales en los que habitó, a veces en las
funciones brillantes y aburridoras de la diplomacia y otras como traductor,
editor, profesor visitante, ermitaño: Tepoztlán, Varsovia, Roma, Barcelona,
Bujara, Praga, Budapest, Salzburgo. Dejó atrás un ojo de agua de su infancia en
el que retozaban las nutrias y que es su personal paraíso perdido. Y también la memoria del momento más trágico de su vida: la muerte por ahogamiento de su madre.
El
vuelo de la fama le llegó tarde, y ello sabe agradecerlo. Sus primeros cuentos fueron
publicados por Juan José Arreola y cuando viajó a Venezuela a los 18 años de
edad llevaba una carta de recomendación de Alfonso Reyes. Sus amigos José Emilio
Pacheo, Carlos Monsiváis, Fernando Benítez escribían sin tregua y Pitol los
veía hacer. Sergio Pitol comenzó a escribir con bastante más parquedad que sus
compañeros de viaje, cerca de un grupo de escritores que hicieron del
cosmopolitismo y la herejía su tácito caballo de Troya: Juan Vicente Melo, Juan
García Ponce, Inés Arredondo, Salvador Elizondo -el primero e Inés, muertos;
Juan García Ponce, en silla de ruedas; no conozco la situación de Elizondo-.
Sin embargo Pitol no despegó sino muchos años más tarde: primero vivió y luego
escribió. Cada libro era como la liquidación, el ajuste de cuentas, de una
etapa, por eso dice que cada uno de sus libros es como una bitácora
de su existencia. Pitol no ha vivido para escribir ni ha escrito para vivir. La
escritura no ha sido la sustancia de su vida, sino que gradualmente ha
comenzado a serlo; la literatura ha ido llenando su sistema espiritual -debe
haber un sistema espiritual semejante al circulatorio o al digestivo; solamente
Renato Descartes se atrevió a buscarle un lugar en el cuerpo- que con el paso
de los años se ha ido tiñendo de un color particular, hasta comenzar a
abarcarlo todo. En este instante que podríamos situar en un impreciso 1999,
cuando ya Sergio ha vivido (conjeturo) los más grandes escándalos y deleites de
la vida -el desamparo, amor, la ebriedad, la locura, el aislamiento- Pitol es
cada vez más solamente literatura, lo que debe representar un gran alivio: tal
vez sea como morirse en vida: abandonar todo problema y comenzar a vivir
solamente de la imaginación y los libros, propios y ajenos. La mayor parte de
su existencia Sergio la transcurrió viendo triunfar (o por lo menos trabajar en
esa mina de oro del espíritu que es la literatura) a sus amigos, y cuando ya
parecía que México lo había olvidado, guardándolo como un pálido escritor de
provincia que se extravió en los viajes y en los meandros de la diplomacia,
comenzó a ser el centro de atención, no sólo por los premios que comenzó a
recibir uno tras otro, sino por la importancia que comenzaron a dispensarle
lectores, críticos, periodistas, académicos en muchos países. Precisamente por
los días en que el autor de estas líneas cumplía sus cincuenta años y después
de la celebración, a la que asistió Pitol con la cauta advertencia de que no
iba a comer ni a beber y que se retiraría temprano, Sergio recibió la edición
de su Tríptico del Carnaval en Anagrama, constituido por tres novelas más
conocidas en una solo volumen:El desfile de amor, Domar a la divina garza y La
vida conyugal, con un prólogo de Antonio Tabucchi que mucho
agradece, acompañado por un fax que le llega de Barcelona en el que se le
anuncia que el libro ya es un éxito aun sin haber llegado a librerías. ¿Cómo
recibe este tipo de noticias Sergio Pitol? ¿Cómo afronta la idea de que de
alguna manera ha triunfado? Sergio responde: "Para mí el placer de la
escritura supera y siempre ha superado a la necesidad de reconocimiento".
De todos modos, Viendo caminar a Pitol por
las calles de Xalapa, elegante sombrero, ropa sport de marca, bastón en mano,
llevado a rastras por perro su bearded collie Sacho, asistiendo a la inmensa
sala-estudio de su casa colonial en pleno centro de la ciudad, oyéndolo hablar
por teléfono mientras camina de un lado a otro, viendo que lo interrumpen
constantemente con llamadas de varias partes del mundo y dándome cuenta de que
Sergio toma en serio a casi todos los que lo llaman, pienso que este escritor,
que ya inicia el tramo más cauto de su vida, no ha sido maleado, sino que
acepta todos estos éxitos, toda esta atención y estruendo en torno a su persona
(en la actualidad es el gurú de la cultura veracruzana y una especie de
marginado de lujo con respeto a la élite del poder cultural en México) con gran
tranquilidad e incluso entusiasmo. Aunque se ha prometido permanecer quieto en
Xalapa y dedicarse a escribir, no ha podido rechazar las invitaciones a Cali
(la verdad es que sí rechazó una invitación a París: una extraña invitación a
hablar ante la Asamblea de Gobernadores del BID, invitación que yo también
recibí, y que hubiera aceptado gustoso si el tacaño BID no hubiera aclarado que
los gastos corrían por parte del escritor).
Anoto
frases de El arte de la fuga, recientemente publicado por Era y
Anagrama, que siendo un libro que combina el diario con la reflexión política y
ética, un confesión de gustos literarios y aversiones, un ars poética y un ars
vivendi, resultó su libro más apreciado: "La pasión por la lectura y la
antipatía a cualquier manifestación de poder definen la identidad entre quien
soy y quien fui entonces".
"¿Qué
es uno y qué es el universo? Son preguntas que lo dejan a uno atónito, y a las
que se está acostumbrado a responder con bromas para no hacer el
ridículo".
"Uno,
me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música
escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos
cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios".
"Escribir
en el mismo espacio donde uno vive, equivalió durante casi toda su vida a
cometer un acto obsceno en un lugar sagrado. Pero eso es anecdótico. Lo que da
por seguro es que esa inmersión en la inmundicia que caracterizó su
confrontación, a fines de su adolescencia, con la palabra, impresa la suya, ha
condicionado la forma más personal, más secreta, más ajena a la voluntad, de su
escritura, y ha hecho de ese ejercicio un gozoso juego de escondrijos, una
aproximación al arte de la fuga".
El anterior párrafo da cuenta de alguna
manera de la relación que guarda para Pitol la literatura con el espacio vital
y con la vida misma del autor: Sergio ha escrito como una forma de fugarse de
su vida aquí y ahora, ha escrito variaciones sobre las realidades que ha
vivido, ha convertido su literatura en un juego de escondrijos, de máscaras,
bajo las cuales se oculta un sentido: ese es el sentido que nos ha querido
legar Sergio Pitol, y que no se halla explícito en ningún texto, sino disperso
en toda su obra.
La persona de Sergio Pitol no es su obra: su obra es otra cosa
que el lector debe descifrar, gozar y en ocasiones padecer. Cada persona es una
y múltiple, pero dentro de la multiplicidad hay acordes que se repiten: son los
armónicos: sonidos que no se escuchan pero que dominan las melodías. Pitol cita
a Henry James -quien junto con Mann, Galdós y Conrad son los que con más
frecuencia invita a su sillón de lectura:"La novela, en su definición más
amplia no es sino una impresión personal y directa de la vida". Entre la
vida y la literatura -en esa batalla feroz- Pitol ha optado por la literatura.
La rotundidad de la obra de arte no es comparable a nada en este mundo, ella lo
aleja de "la escuela diaria y constante de la vulgaridad" (Pérez
Galdós).
Pitol comparte con el Tonio Kröger de Mann la idea de que "se
debe morir para la vida si se pretende ser cabalmente un escritor". La
misma idea se repite en una cita que Pitol recoge de un epígrafe que halló en
un libro Donoso: "A novel is a writers secret life"(Faulkner). Por
eso la frase: "Todo en mi vida no había sido sino una perpetua fuga"
cobra pleno sentido. De cita en cita se va armando la radiografía espiritual de
Pitol: conciencia e ingenio que prolonga a otros espíritus, que los exalta y
los quiere entender, que los vive y que aporta al espíritu latinoamericano un
cosmopolitismo de alma, lejos del ya trillado color local, del espectáculo
circense, del relato plano y de "la escuela diaria y constante de la
vulgaridad".
Xalapa,
12 de marzo de 1999
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