Diario colombiano. Noviembre 1977
abril 09, 2015
Con
los 3000 dolares del premio de ciencia ficción y lo que consiga de la venta de
mi viejo Caribe, más destartalado que su dueño tras una mañana de basquetbol y
una tarde de amor, buscaré algo como un camper o un jeep o una blazer. (Como
estoy corrigiendo esto varios meses después de mi viaje a Colombia, puedo saltar en el tiempo y comentar que
compré una camioneta chevrolet gringa nacionalizada, S 10, una potentísima
camioneta con llantas anchas, excelente equipo de sonido y un poder increíble:
con ella ha entrado la aventura del bosque y el campo en la familia, hemos
trastumbado las trochas que rodean a Xalapa, trascendiendo lomas de tierra,
piedra y abierto vegetación en el bosque). L decía que era una vergüenza que un
escritor y director de la revista científica de la Universidad Veracruzana,
condujera un auto tan espantosamente feo (y no es solo que el viejo Caribe esté
destartalado y se le meta el agua, sino que tiene un color mayatón en extremo,
por lo que lo he llamado la Pantera Rosa).
Mientras escribo estas líneas en el
apartamento de mi hermana en Bogotá, se escucha la alarma de un coche, sirenas,
a veces un balazo o gritos. Colombia vive en una guerra tan perpetua que la
gente se ha hecho indiferente y hasta vive feliz en medio del caos. Una encuesta
que se presenta en El Nuevo Siglo, sostiene que uno de los pueblos más
felices de América es Colombia. Las encuestas mienten: una de cada cinco
familias colombianas ha sufrido algún tipo de oprobio. En Colombia se está
desarrollando ya no la violencia sino la barbarie. Ya los crímenes no son
utilitarios o políticos, sino que se convierten en carnicerías gratuitas.
Asesinos púberes o adolescentes mutilan a sus víctimas con sierras mecánicas y
las torturan con saña inhumana. Sí, es posible que el pueblo colombiano parezca
de los más felices, pero su felicidad es forzada, desesperada, el tipo de
felicidad del sacrificado que saluda a su emperador antes de recibir el tajo.
En la televisión colombiana se presentan un promedio muy alto de actos de
violencia por hora. Parece que sangre llama a sangre.
Un
día desastroso. Desairado por todos. En la editorial Norma
rechazaron La hermosa vida porque es una novela que forma parte de un
proyecto mayor. (Con éste van tres rechazos del libro por parte de
personas que ni siquiera se interesan en conocer el contenido. Tengo
un flaco consuelo: Marcel Proust tampoco vio publicados los siete
tomos de En busca del tiempo perdido. Creo sólo se publicó el primero
en vida del autor).
rechazaron La hermosa vida porque es una novela que forma parte de un
proyecto mayor. (Con éste van tres rechazos del libro por parte de
personas que ni siquiera se interesan en conocer el contenido. Tengo
un flaco consuelo: Marcel Proust tampoco vio publicados los siete
tomos de En busca del tiempo perdido. Creo sólo se publicó el primero
en vida del autor).
El edificio de Editorial Norma es monumental,
casi mil metros cuadrados de oficinas bien iluminadas rodeando un gran domo.
Las medidas de seguridad son extraordinarias. Hay que dejar documento en la
entrada y pasar por revisiones. La persona encargada de Literatura Infantil se
mostró receptiva y prometió someter mi libro a la lectura de los niños que son
sus dictaminadores. Saliendo, de regreso con un manuscrito de casi 500 paginas
que nadie ha querido aceptar, caminé por la avenida El Dorado varios kilómetros
hasta encontrar un humilde restaurante de comida llanera. Buen yantar entre
camioneros y choferes de taxis. Seguí caminando hasta El Tiempo, donde
me enteré que la ejecutuiva de Plaza y Janés no había concretado la cita con la
encargada de la página cultural. "Sé quien es usted -me dijo la
periodista- y tengo mucha pena de decirle que no puedo hacerle la entrevista
porque nadie habló conmigo sobre el asunto". Agarré mi mochila y eché a
caminar de nuevo por la Avenida El Dorado. Comenzó a llover y dejé que la
lluvia me mojara a su antojo. No, no soy un gran personaje ni la gente se
inclina ante mí, sigo siendo un escritorcillo a quien los editores rechazan o
ni siquiera reciben. Gracias a Dios no soy tan grande como mi vanidad y ello me
permite seguir amarrado a la tierra. Ya casi siento ganas de regresar a Xalapa
a mi honrada medianía de empleado universitario. Me doy risa, pero bueno, cada
humillación de éstas lo que hace es levantarme, volverme más tozudo, más
inflexible. Los haré comerse mis libros y la lengua, palabra de frenáptero.
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