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El escritor de historias

junio 04, 2015


Desde el balcón, a través de las enredaderas, desde la madrugada hasta el anochecer el escritor de historias permanecía atisbando a cuanto personaje extraño o suceso peregrino cruzaba por la acera frente a su casa. Gracias a su oído finísimo lograba escuchar conversaciones susurradas que daban cuenta de  asuntos extraños o curiosos. Y cuando lo visto o escuchado no le satisfacía, el narrador de historias simplemente inventaba. Con su lengua de canario hacía danzar las palabras con su pluma de ganso a un ritmo endiablado. Logaba escribir historias bellísimas y sorprendentes, a veces delicadas o atroces. No le importaba que allá abajo todo lo maravilloso estuviera contaminado con dosis tristes de suciedad o desgracia. Él tomaba las historias, las lavaba, las desbarataba como a relojes viejos, las engrasaba con los más finos aceites, las maquillaba y por fin las dejaba marchando como un cucú resplandeciente recién salido de manos del artesano. El contador de historias tuvo sus premios y sus satisfacciones y se podría decir que era un hombre feliz. No estaba casado, no tenía hijos, no necesitaba a nadie.
Un día cuando estaba sentado ante su escritorio escuchó el grito desacompasado de una multitud: ¡Hambre, hambre, hambre! Carambas, qué tema tan bueno, se dijo: una multitud que grita “hambre” y un escritor que está aislado escribiendo precisamente una historia sobre una multitud que grita “hambre”.
Pero, se preguntaba el escritor: ¿cómo voy a terminar la historia? Sencillo, se respondió: mientras él escritor de historias escribe que la multitud grita “hambre”, la multitud invade su casa, sube al balcón y se lo come.
En esos momentos el escritor de historias escuchó el estruendo de muchas voces y el retumbar de su puerta a punto de ser derribada.
Sonrió.
Sabía que su historia tendría el punto final adecuado.


Final alterno:

Sonrió.

Salió al balcón y saltó a la azotea del vecino.

Y concluyó mientras seguía saltando de azotea en azotea:

Una cosa es la ficción y otra la realidad. Mi cuento tendrá el final adecuado pero mi vida no

tiene por  qué obedecer a los caprichos de mi imaginación.

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